4/16/2010

Demasiado amor- 1ª parte.

Para José Manuel y Daniel. Nunca uñas "cañitas" dieron tanto de si.

Demasiado amor. (1ª parte)

En casa la noticia de su despido provocó un denso silencio. El fin de semana lo pasó sin pegar ojo, pero no me derrumbare dijo, en voz alta, el lunes por la mañana, al escuchar sobresaltado el sonido del despertador que había olvidado quitar. Ese día lo dedicó a la oficina de desempleo; el martes visitó amigos y conocidos para contarles su situación y darles currículums; el miércoles compró todos los periódicos para leer minuciosamente los anuncios por palabras. Las noches las dedicaba a rellenar formularios en páginas laborales de internet. No se desanimaría fácilmente, eran momentos difíciles, pero, a pesar de traspasar la frontera de los cuarenta y tantos años era un hombre preparado: licenciado en económicas por la Universidad de Soria, tenía dos Másters: uno realizado sobre la trascendencia del Euro en los países del Magreb y otro sobre las pirámides egipcias y su influencia en los mercados bursátiles actuales; poseía conocimientos de inglés y ofimática a nivel usuario y nunca se le habían caído los anillos por trabajar.

A los dos meses de estar desempleado, tras un fallido intento de cópula con su esposa, cansado de dar vueltas en la cama, fue a beber a la cocina y, a su regreso se sentó en el sofá y le dio al botón del encendido del mando a distancia de la televisión. No era muy dado a ella, únicamente las noticias le llamaban la atención. Se quedó hasta los albores del día: no sabía que de madrugada programasen series clásicas y, para colmo, emitían La casa de la pradera, su serie favorita en la adolescencia y, además, en versión original. Un día después, el insomnio le hizo mirar el reloj repetidas veces. Se levantó cinco minutos antes del comienzo del capítulo de esa noche para coger una cerveza de la nevera y unas patatas fritas para amenizar la velada. Amaneció dormido en el sofá.

Como si hubiese estado programado, cada noche se levantaba a la misma hora para ver el episodio de ese día. Los martes y los jueves emitían capítulos dobles y, cuando su esposa acudía a darle los buenos días, él ya tenía memorizado el parte meteorológico de todas las cadenas informando a su mujer del tiempo que haría en las próximas horas.

Nunca pensó que el sofá –motivo de acaloradas discusiones con su esposa en el momento de su compra- fuese tan cómodo. Todo era cuestión de buscarle la postura apropiada. Tumbarse con un poco de giro en ángulo de 45 grados y alternar los pies con subirlos los pies en la mesa y estirarlos sobre el sofá. La televisión no le quedaba de forma directa para su correcta visualización, pero no le pareció necesario cambiarla, así se obligaba a cambiar la posición de vez en cuando.

No sabía que los programas de por las mañanas tuviesen tantos contenidos, temas muy variados y tan entretenidos. Enseguida supo las cremas que utilizaba Isabel Preysler para conservar esa divina juventud. Tomó nota para regalárselas a su mujer el día de su cumpleaños. Cada día en el almuerzo le contaba a su esposa las novedades de la mañana:

– ¿A que tu no sabías que las Infantas van a las rebajas?; ¡Qué increíble! La Reina Sofía ha repetido vestido: el que utilizó en la recepción de los príncipes de Madagascar lo ha vuelto a usar en el almuerzo privado a los vendedores honorarios de Círculo de Lectores; nunca pude llegar a imaginarme que el sueño de Belén Esteban fuese viajar en Globo ¡Qué feliz se la veía con el pelo al viento!; ¡Qué bien ha quedado George Cloony tras su último paso por el quirófano!

La cara de incredulidad y cabreo de su mujer crecía por momentos.

A veces notaba algo de incomodidad en el sofá y, por más que intentaba acomodar los cojines, nada, eran demasiados rígidos. Aprovechó la increíble oferta de tele-tienda y compró cuatro cojines de textura extra suave, de colores vivos y además le regalaron un lote de diecinueve tupperwares resistentes al horno, microondas y al lavavajillas. El pedido no tardó en llegar ni veinticuatro horas. Su mujer lo miró con cara extrañada cuando lo vio y en la discusión posterior parecía poseída, fuera de sus casillas. Él parecía no entender nada de porqué montó en cólera su mujer. Solamente quería ver el programa de declaraciones de amor que estaba a punto de comenzar.

La tarde era el momento ideal para apoyar la cabeza en su nueva adquisición. ¡Qué manera tan intensa de sufrir tenían las protagonistas de las novelas de la sobremesa!, exclamaba en voz alta. Eso refleja la realidad de la calle, del ser humano. Más de una vez se le escapó alguna lágrima con ellos.
CONTINUARA

© Miguel Urda

2 comentarios:

Loli Pérez dijo...

Miguel, qué bien muestras en este relato cómo el paro puede dejar "parado" o barado poco a poco a sus presas.

Quiero saber qué le pasa a este personaje tan particular.

Abrazos
L;)

T.M. dijo...

Como dice Loli, genial la manera de explicar como se va anulando el protagonista de la historia, una pena.
saludos.