8/14/2011

En la página 105



… “¿Quién sabe cual podría ser el objetivo del hombre que leyese mucho? Está claro, ¿no lo crees? Volverle loco. En la historia de la literatura hay un buen precedente, Don Alonso Quijano. Maestro indudable de verdadera locura que partió desafiando al destino para encontrar a su Dulcinea del Toboso, pero el hombre actual no se vuelve loco por el hecho de leer y leer. En esta sociedad donde impera la prisa y el “lo quiero ya” el individuo puede volverse loco al no conseguir su IPhone de última generación, al no poder comprarse el último modelo de coche deportivo o no poder lucir su bronceado adquirido durante quince días en una playa de arenas blancas a muchas horas de avión de su lugar habitual de residencia mientras muestra a su cohorte de amigos chupópteros las fotografías en 3D que ha tomado del placentero viaje”.
El escritor, detiene un momento los dedos en su teclado. Relee lo escrito momentos antes, hace un gesto negativo con la cabeza. No, no le gusta lo que ha escrito. Pero está encallado en un mar literario sin final, no sabe qué camino tomar para hallar la salida. Este último trabajo le quita el sueño, el apetito, está de mal humor. Está atascado en la novela. No sabe cómo continuar. Su personaje principal ha perdido relevancia, a favor de un tercero que apenas salía una líneas en el capitulo cinco. Ahora es él quien dirige la trama. Edelmiro Palma está a punto de morir, pero él no quiere que muera, tiene todo planeado para que sobreviva. Lo dicen sus notas, sus esquemas, su hoja de cálculo. Todo esta ahí escrito. Mira constantemente sus anotaciones y no se lo cree. La novela no va por los derroteros que él quiere.
Darío Rubén-personaje secundario- ha tomado las riendas de la acción, en el capitulo seis hace un juego sucio y se hace con el poder de la mente de su creador y ahí está ahora en plena acción intentando volver loco de un modo natural a su enemigo.
Toma el vaso que tiene a su derecha, apenas queda Whisky, apura el vaso. Echa un vistazo a la habitación, a veces le parece que sus personajes están ahí, en plena conversación sin que él haya dado su permiso. Tiene ganas de gritar, de echarse a llorar, pero no puede, tiene una reunión con el editor en apenas una hora. Se lo dijo Darío Rubén: -“eh autor, no te despistes que en un rato vienen a verte”. De buena gana le hubiese dado al botón Delete del ordenador y así acabar con esa pesadilla, pero no podía, llevaba escritas casi trescientas cuarenta y ocho páginas. Bastante problema tuvo al cambiar de narrador en la página ciento cinco y tener que reescribir todo de nuevo. Siempre le quedó una duda, porque ahí se atascó durante unos días y fue incapaz de escribir una sola línea, una sola palabra. Había una voz en su interior que le decía que así no podía seguir, que le diese un giro a la escritura. ¡Qué mejor para ello que cambiar de narrador y volver loco de forma natural, sin que nadie pueda sospechar nada, al protagonista! A partir de ese momento, todo pareció ir en contra suya. Y para mal de todo habían matado al protagonista de forma trágica, sin elegancia, con una sobredosis de telenovela.
Cambió el ordenador de sitio donde escribir, de táctica,… pero Edelmiro Palma seguía muerto, sin responder a sus órdenes y Darío Rubén cada vez le desafiaba más duramente. Todo se escapaba a sus manos. No era posible, ¿por qué? se preguntaba ¿Por qué? ¿De tanto escribir uno puede volverse loco?








© Miguel Urda

6 comentarios:

Javier Ximens dijo...

Miguel, me ha gustado bastante tu relato de esta entrada. Muy bien llevado esa rebelión de los personajes, esas dudas del escritor ese cambiar de narrador, y como un secundario se hace con el poder. Jeje. Por eso creo que no me tomaré enserio esto de escribir, pues creo que sí, se vuelve uno loco, adicto. Felicidades por este trabajo

Loli Pérez dijo...

Los personajes, esos seres misteriosos que nacen, crecen y nos sacan de quicio a veces.
Me gusta este relato, Miguel esa mezcolanza entre ensayo, reflexión que termina en cuento.

B7s
L;)

Pedro Sánchez Negreira dijo...

Hasta que comencé a intentar escribir -ya algo mayor- estuve convencido que aquello que referían los escritores consagrados de que los personajes, e incluso las historias, tenían vida propia no era más que una boutade.

Fue así hasta que un día me senté frente al teclado con la intención de escribir un cuento cuyo escenario serÍa Coruña. Es el día de hoy que no sé explicar como acabó la historia en Oporto, pero así fue.

Me ha gustado mucho tu cuento. No se si escribir enloquece. Igual lo que nos hace perder la razón es resistirnos a dejar salir aquello que tengamos dentro.

Un abrazo.

Elysa dijo...

¡Vaya si enloquece! Y esos personajillos que muchas veces apenas tienen una línea y se meten en la historia y no te dejan vivir y te exigen ser más y más y que no hay manera de deshacerse de ellos existen. Me gusta mucho como has reflejado esto en tu entrada, Miguel.

Besitos

Nuria dijo...

La locura nos acecha , más de una vez he pensado que los personajes de un libro , de una obra de teatro pueden ir en contra del escritor y/o de los actores que intentan interpretarla , se apoderan de ti , como en tu relato , está mu bien , me ha gustado.

Abracitos.

Una que yo me sé dijo...

Yo no creo que escribir enloquezca, en principio. Escribir, como leer, a mi me ordena la cabeza, me ayuda a entender y entenderme. Claro que eso pasa a la larga y con el relato en reposo. A la corta quizá sí, chapotea uno en la locura transitoria. XD

Me gustó el relato :) y está claro que da para tertulia.