4/02/2012

Un Marlon Brandon Muy particular -2ª parte-





Cuando usted venía a casa, frecuencia que fue aumentado con excusas banales conforme yo iba creciendo y adentrándome en la adolescencia, yo corría a meterme al cuarto que compartía con mi hermano alegando que tenía que estudiar, pero usted bien que se las inventaba para que yo saliese a saludarla, tanto a la llegada como a la partida y a darle dos besos.
¿Qué edad tendría usted por entonces?
Un día se lo pregunté a mi madre, la cual me contestó que había cinco años de diferencia entre Doña Paquita y ella.
- ¿Y cuántos años tiene usted, madre? –le pregunté.
- Doña Paquita cumplió en el mes de las flores cuarenta años, pero ya la ves, hijo, está como una flor ceniza, viuda, sin hijos y con una mirada de mujer marchita.
Desde que mi madre me la definió así, usted cobró una atención especial para mí. Aunque seguía rehuyéndola, pero cuando usted me acosaba, me fijaba en todos sus detalles. Lo primero que pude comprobar eran sus ojos. Intenté buscar lo que mi madre había dicho, pero yo no vi nada, solo unos ojos marrones. Tardé mucho tiempo en comprender la tristeza de sus ojos.
Me consta que yo fui importante para usted, pero usted no lo fue para mí. Guardé el secreto para siempre, su secreto. No era mío aunque, más tarde me di cuenta de que al callarme, me hice su cómplice. Fue la única pregunta que le hice en aquella primera visita que me hizo a la residencia de estudiantes:
-¿Qué cree usted que diría mi madre si supiese que me obligó a acostarme con usted?
Con su elegancia innata no respondió, dirigió su mirada a una orla con la fotografía de la promoción del año anterior a la mía. Y me preguntó:
- Ya te queda poco para acabar la carrera, ¿no?

Creí que había me liberado de usted cuando marché a la ciudad a estudiar la carrera; pero cuando menos lo esperaba, me encontraba con la ausencia de sus besos, de su delicada y suave ropa interior blanca, de su piel nívea. Usted siempre fue muy astuta, Doña Paquita, nunca permitió algo más, solamente momentos. Consiguió aplacar mi rebeldía, fue atrapándome despacito, enseñándome el sexo paso a paso incluso, aprendiendo los dos a la vez. Nunca he sido capaz de explicarle a mi mujer el por que aborrezco la mantequilla. ¿Se acuerda? Usted había visto la noche anterior “El último Tango en París” y quiso que yo fuese su Marlon Brando particular. Se creó una rutina mensual, una visita a la capital, una pensión discreta y muchos momentos de jadeos.

Todo cambio el día en que usted se enteró de que yo tenía novia formal. Ese día no permitió que yo acariciase su piel ni quiso oír ningún susurro, nada .No quiso atenerse a razones, me dijo que la había engañado, que había jugado con ella. Que la había defraudado. Sería mejor dejarlo. A partir de ese momento, se cancelaron las visitas a la ciudad.

Solo la vi una vez más, en el entierro de mi padre, ella, astuta como siempre, se las ingenio para esquivarme y evitar darme el pésame.

Desde lejos, pude comprobar que el tiempo había corrido muy deprisa por ella.



© Miguel Urda

4 comentarios:

Javier Ximens dijo...

Miguel, me gusta la historia que te has montado, incluso ese cambio a narrador de segunda que te montas para los recuerdos. Creo que hay más de una Doña Paquita por el mundo, por lo menos en los de mi época. Destaco el tono del narrador, entre el rencor y la melancolía. Pues eso, que sigo opinando que los relatos no los debes partir. Me alegro de que vuelvas a escribir.

Elysa dijo...

Bien, me pasa como a Ximens, me alegra volver a leete. Y en cuanto al relato, me ha gustado. Me gusta el tono hay como cierta añoranza y bastante mala leche en ese final.

Besitos

Jose Maria dijo...

Muy bueno sí señor, muy fluido el relato, los diálogos muy creíbles y naturales.

La historia engancha al lector desde el principio, usas las palabras justas.

Enhorabuena Miguel.
Y por el comentario me debes un café en la Polaca el miércoles.

Anónimo dijo...

FANTASTICO RELATO MIGUEL.

ESPERO QUE NO DECAIGA ESA INSIPIRACION.

JAVI