9/03/2012

Cuando llegué, mamá ya estaba alli



Estaba masturbándome, con una película porno de la televisión local, cuando me llegó un sms a mi móvil. La curiosidad pudo más que mi excitación sexual. El texto era conciso “le comunicamos que Cecilia Martínez Pimentel ha fallecido a las 23 horas y 58 minutos. Póngase en contacto con nosotros al siguiente número para los trámites necesarios”.

Por fin, mamá había muerto.

Mostré mi inmensa alegría con un profundo suspiro, a pesar de que con lo ocurrido me bajase la erección por completo y me hubiese fastidiado mi paja nocturna.

Llamé al teléfono indicado. Asentí a todo lo que me dijo la voz, como si aquella conversación fuese ajena a mí. Cuando colgué me di cuenta de que no sentía pena, no había llorado, ni tenía ganas de llorar.

Me duché sin prisas, me vestí con el pantalón y la camisa negra que tenía preparados para la ocasión. A pesar de ser principios de junio la noche era bastante calurosa.

En el ascensor me di cuenta que ahora comenzaba una nueva vida. Mi propia vida. Anduve unos cuantos pasos por la calle cuando decidí volver a casa, necesitaba mostrar mi alegría de alguna forma en esta situación y sólo era posible hacerlo interiormente. Me acordé de los calzoncillos rojos de fin de año. No los encontré en el cajón de la ropa interior, ni de los calcetines ni en el de las camisetas, no estaba por ningún lado; rebusqué en el cesto de la ropa sucia, ahí estaban, casi en el fondo. No recuerdo cuando fue la última vez que me los puse. Los olí, estaban sucios pero los calzoncillos de un día no desprenden mucho olor. Me quité los pantalones y la ropa interior, también negra, me coloqué los slips rojos y de nuevo los pantalones. Era una forma de engañar al luto.

El taxista no tuvo mucho problema de tráfico en la madrugada para llevarme al tanatorio. Cuando llegué, mamá ya estaba allí. Siempre era la primera en todo, incluso hasta en la muerte. Mamá tenía el mismo rostro agrio de siempre, solamente se la veía un poco más delgada tras el cristal. Me acordé de los calzoncillos rojos, y en ese momento me entró un golpe de culpabilidad: estaba delante de mamá con unos calzoncillos sucios, y sin sentir un ápice de dolor.

Pensé que debía comunicarle su fallecimiento a alguien, pero ¿a quién llamar?, ¿a quién debía decirle que mamá había muerto? No tenía a nadie, sólo la tía Puri en el pueblo, pero eran las 4:47 horas, por lo que preferí esperar a una hora prudente, pero para la muerte ninguna hora es buena. También llamaría a mi compañera de trabajo, aunque igual le fastidiaba el domingo.

Debía de estar triste, mostrar pena, pero no podía, siempre he sido muy mal actor.

Al entierro vino más gente de la que yo esperaba. Todos los compañeros de trabajo más cercanos. La vecina, (que me llamó a primera hora de la mañana pues según me dijo me vio salir con el gesto muy preocupado en la madrugada), y varias más cuyo nombre desconozco o me es difícil recordar en estos momentos.

¿Cuántos besos al aire habré dado y recibido en estas horas?, ¿y abrazos?, ¿y palabras de consuelo? Yo solo tenía en mente una cosa, el olor que podría desprender mis calzoncillos rojos y cada vez que daba o recibía un beso lo pensaba; el abrazo implicaba un acercamiento aun mayor, lo que producía más posibilidades de que detectaran un olor extraño en mí.

Durante todo el día no sentí pena por mamá. Me preocupaba el olor de mis calconzillos. Era la primera vez que hacía algo y mamá no podía opinar, ni meterse conmigo, ni echármelo en cara.

No probé bocado desde que cene la noche anterior. Alguien me trajo un termo con caldo, estaba bueno, era un caldo casero como el de toda la vida. Pensé que los fabricantes de caldo en tetrabrik deberían investigar mucho más para conseguir acercar un poco más sus productos al tradicional. Me regañé a mí mismo, como podía estar pensando en cosas en así en lugar de pensar en la muerte de mamá.

Tía Puri no ha podido venir. Sus 82 años se lo han impedido. Me ha sido muy difícil comunicarle la noticia de mamá, cada vez está más sorda. Creo que tampoco ha sentido la muerte de mamá.

Después de comer vino mi jefe con su joven y nueva esposa. El olor a vino que desprendía podía camuflarse con el olor que podían desprender mis calzoncillos. Aparentaba más pena que yo a pesar de no conocer a mamá. Es un buen actor.

El final del velatorio ha sido muy rápido. Parecía una obra de teatro, el cura, el sepulturero, las flores como decorado... todos hacían su papel a la perfección en la función de las siete de la tarde.

Volví solo a casa. Mi compañera quiso llevarme pero le dije que no, que necesitaba la soledad de ese instante. En realidad desde ese momento es cuando estaba completamente solo en la vida.

Nada más llegar me quité la camisa, los pantalones y los calcetines. Me resistía a quitarme los calzoncillos, siento que el rojo es la llave de la puerta de mi nueva vida.


Miguel Urda

6 comentarios:

Pedro Sánchez Negreira dijo...

Juraría que este relato ya lo había leído, Miguel.

No se si habrás introduccido correcciones. Si es así, no lo recuerdo.

Lo que si puedo decir es que me gusta el tono de sinceridad cínica de todo el relato, el desapego emocional del protagonista y -sobre todo- ese final infeliz, con barnices de gozo que apuntan a una pronta oxidación.

Buen trabajo.

Un abrazo,

Anónimo dijo...

Intenso relato, Miguel.


Consigues transmitir la angustia del protagonista con la ropa interior roja relegando el dolor de la madre y esa puerta que se abre a la nueva vida con la muerte de su madre.

Por favor, Miguel, no dejes de escribir. Me lo prometistes con una copa de vino tinto. Me lo debes, no te olvides.

La novela es tuya Miguel. Puedes y nos la debes.

Helena

Isabel Martínez Barquero dijo...

Me ha captado tu relato, Miguel, su tono, su protagonista, esa falta de culpabilidad y la liberación que le supone la muerte de la madre. Con personajes así, se consigue muy buena literatura.
Un saludo afectuoso.

Pablo Vázquez Pérez dijo...

Hola Miguel.
"Que conste en acta" que a mí me han gustado tus microrrelatos, los que te he leído, pero además mmanejas muy bien relatos más largos. En este has partido de algo muy cotidiano y valiente al contarlo así y quiebras enseguida con el drama, el cinismo (como comenta Pedro) y un tono de humor negro que ayuda a leer mejor todo el relato. Yo no le veo fallos narrativos, me ha dejado noqueado cómo cuentas lo que cuentas sin resultar tramposo ni efectista. Eso sí EN PLAN QUISQUILLOSO, lo que sí he visto so nun par de tildes que te faltaron en algún verbo en pasado y concordancias de calzoncillos singular /plural, pero lo típico que a mí se me pasan también.
Sinceramente, que me ha gustado mucho, no lo había leído antes y quizás yo el título se lo habría buscado más por los aromas o al prenda de vestir, pero eso ya es una opinión que no hay que tener en cuenta. Saludos.

Ignacio Ferrando dijo...

Miguel,

Acabo de tomar mi café de la mañana en compañía de tu texto. Tu relato destila un cinismo honesto que, en mi opinión, resulta muy creíble y personal (que le da un tono vigoroso al texto), emparentado, quizá, con el Mearsault de Camus (eso sí, en versión actualizada, más contemporánea). Es decir, ante la muerte de su madre, tu protagonista no siente como los demás, actúa (vamos a decirlo así) de un modo amoral. Inmediatamente, esto despierta la pregunta en el lector, ¿qué es lo que sucedió entre ellos para que la relación sea tan fría? ¿Por qué el protagonista lo percibe como una liberación? De un modo muy inteligente ocultas el objeto y los motivos (podrían ser cualquiera) que les condicionan, obligando al lector, convertido ya en parte activa, a conjeturar sobre la naturaleza de esa relación. El lector hace suyo el texto y completa los silencios con su propia experiencia personal. Bien. Y simplemente, como indicador, están esos calzoncillos sucios (y tan metafóricos) que, aunque son una prenda oculta y nadie puede ver, él huele constantemente. La podredumbre está en él, en lo que quiera que es o fue.

Quizá, por comentarte algo que te pueda valer, me ha sobrado la Tía Puri, y creo que, la travesía en taxi (en un texto de esta extensión e intensidad) ralentiza la ejecución. También percibo al final del texto un giro temático. Si el relato versa sobre el desapego o la liberación del protagonista sometido al yugo materno del pasado, al final del texto, tu personaje parece "virar" hacia la hipocresía social en torno a la muerte, usando, en mi modesta opinión, una puerta trasera, que esquiva el verdadero conflicto que allí hemos ido a asistir. Y una sugerencia. He echado en falta algún tipo de antagonismo. Es decir, el personaje recibe el SMS (despersonalizado), ve a su madre, contempla la escena y termina. No hay duda. Y esto condiciona la extensión del texto. Forzosamente, ha de ser breve (y breve está bien). En él no existe duda, ni el arrepentimiento. O sí, aunque él no lo explicite (¿acaso no se siente culpable de llevar esos calzones mientras su madre...?). Aunque el relato terminara igual, es decir, con la liberación del recuerdo de la madre, la existencia de un antagonista que representara la otra parte (el perdón, la reconciliación, la comprensión... lo que quieras) ayudaría a darle dinamismo a la escena, a decantarse entre el cinismo y la reconciliación, por más que el tono siguiera siendo esto. Fíjate que Camus organiza todo un juicio para juzgar a su personaje. Siquiera haría falta un personaje (en el sentido estricto) sino una situación (imagina una última voluntad de la madre que nadie quiere satisfacer, y el protagonista se empeña denodadamente en cumplir). Las expectativas del lector, que espera ese encuentro, serían satisfechas mejor. Y el diálogo que de esto pudiera deducirse ayudaría a visualizar la escena.

Un abrazo y suerte con tus texto.




previsible actúa de un modo anormal y la pregunta que flota y te lleva en el relato es precisamente esta ¿qué es lo que se omite (inteligentemente) que guía al lector. Resulta muy interesante la carga metafórica de eos

Javier Ximens dijo...

Masturbándose. Llamada, mamá muerta, ¡joder se alegra!, qué tipo. Has jugado mentalmente con el lector haciéndole cambiar de sentir sobre el personaje. Muy bien. Es un relato bastante bueno, en opinión de un camarero jubilado, ya sabes. Es muy divertido una vez que asumo que el personaje es un descastado y da a entender que la madre se lo ganó. Me parece genial ese desvío de preocupación a los calzones rojos. En fin, Miguel, que aquí hay madera. Venga, nos vemos pronto.