9/23/2012

FABIA




En un rincón del ropero, semiocultos entre jerséis arrebujados y desechados encontré los patines de acero y velocidad muda. Mi madre me los había escondido cuando suspendí las matemáticas en el último curso del ciclo superior. El berrinche me duró varios días, aunque ella me dijo que la culpa de que no los disfrutase la tenía yo. «Haber dedicado más tiempo a las matemáticas», me espetó. Entonces, cogía aire e impulso para gritarle que las matemáticas no me gustaban, que odiaba los cosenos, las tangentes, los números primos y que, sobre todo, odiaba, odiaba y odiaba a la señorita Hortensia. Le decía que me vengaría de ella, que jamás tocaría los números… Pero la fuerza se me iba en la expulsión del aire, agachaba la cabeza y me dirigía al jardín a buscar saltamontes y salamanquesas para apagar mi ira con ellos.
¿Cuánto tiempo han estado los patines escondidos tras los jerséis de mi madre? Los cogí con cuidado, como si fuesen algo muy frágil y que el tiempo pudiera resquebrajar. Los observé detenidamente. Tenían cuatro ruedas rojas con un mínimo desgaste, incluso podía percibir el olor a nuevo. De repente, me vino a la cabeza el precio que me costaron, fueron dos mil quinientas pesetas de la época. Estuve ahorrando desde las Navidades hasta mi cumpleaños, en mayo, para poder comprármelos. Los usé muy poco tiempo.
Casi veinte años han estado ocultos. Comencé a hacer cálculos sobre el tiempo pasado sin ellos cuando escucho la voz de Aurora subiendo las escaleras.
-¿Dónde estás, cariño?
Sin saber muy bien por qué y como si fuese un delito o algo prohibido, escondí los patines rápidamente para que no los viera.
Cuando llega, me da un beso y un leve pellizco en el moflete derecho. «Todo lo que se pudo hacer se hizo», me dice con una voz entre lastimosa y apenada. Asiento con un gesto automático. Me molesta su presencia. Me apetece quedarme solo de nuevo.
—Estoy bien, cariño, solo un poco confuso, pero estoy bien, no te preocupes —le digo mientras la abrazo, como si quisiera reconfortarla más a ella que a mí.
—Está anocheciendo —responde mi mujer—. Será mejor que nos vayamos o encontraremos caravana para entrar en la ciudad.
—Déjame cinco minutos más, por favor, y nos vamos.
Sin responder, ella sale de la habitación, que va ganando en penumbra.
Vuelvo a sacar los patines de su escondite. ¿Por qué nunca los tocó mi madre? ¿Por qué no me los devolvió? ¿Por qué me olvidé tan pronto de su existencia?
Me los pruebo por encima, los pongo al lado del zapato derecho. Mis pies ahora son más grandes que los patines. Busco el número de pie que calzaba en mi adolescencia, la escasa luz no me deja descubrirlo. Ahora los fabrican de forma diferente, van con las ruedas en el centro porque dicen que soportan mejor el equilibrio. Más modernidad, más avances para conseguir desplazarse a velocidad por las calles sintiendo el aire en el rostro. La pregunta de por qué los abandone tan pronto continúa girando en mi cabeza. Una palabra y un sonriente rostro adolescente italiano aparece en mi memoria: Fabia. Fue un verano lleno de descubrimientos.
Mi mujer grita desde abajo: «Voy a poner el coche en marcha».
Vuelvo a esconder los patines en el mismo sitio. «Mañana vendré a buscarlos», pienso. Mientras, un nombre ronda por mi cabeza: Fabia.


© Miguel Urda

6 comentarios:

Pedro Sánchez Negreira dijo...

muy, muy bueno, Don Miguel.

A fuer de ser sincero, de lo que más me ha gustado de lo que nos ha regalado ultimamente.

En mi humilde opinión, la virtud de esta pieza radica en lo elidido, en aquello que el autor no nos ha dado escrito de la historia.

Me voy con el placer de la buena lectura y la sonrisa que me lleva a armar la parte que me toca de la historia.

Un abrazo grande.

Pablo Vázquez Pérez dijo...

Hola Miguel.
Tal como dice Pedro arriba, es un buen relato para ejercitar lo qu epiensa, siente y esconde el protagonista, pero me gusta esa parcela de intimidad que fuerza el hombre y mantiene fuera de su mujer, es una buena forma de sugerir otra historia y la privacidad de algunos recuerdos. Lo de Fabia es muy bueno, hasta he buscado si existía alguna marca así italiana, como las bicicletas Orbea, je je. Un abrazo.

Isabel Martínez Barquero dijo...

Está clara la causa de no haberle hecho demasiado caso a los patines. Su interés estaba en otra parte y los descubrimientos de esas épocas de la vida con respecto al otro sexo son demasiado contundentes como para no dedicarse a ellos en cuerpo y alma.

Como indican los anteriores comentaristas, este relato exige un lector cómplice, alguien que dote de sentido las elipsis.

Un abrazo, Miguel.

Jose Maria dijo...

Este relato me ha parecido mas maduro en el sentido de mas trabajado, más reposado, me parece menos precipitado que los otros que he leído, y al tener menos exageraciones parece más creíble.
Sugieres, pero no tanto como en los otros textos tuyos, me ha gustado.
Buen viaje a Madrid y que te vaya bien !
Jose María, el caravanserai.blogspot

Fanathur dijo...

Muy buen relato, Miguel. Estoy de acuerdo con José María, más pausado y creible. Estupendo el flashback. Saludos.

Javier Ximens dijo...

Joder, qué bueno, Miguel. ¿En La Terraza te escondías? Me ha encantado además por lo que no cuenta. Es que no sé como alabarte, para que no se te suba el pavo. Y un pero, quizás la referencia a los nuevos modelos sobre, despista. Felicidades.