12/26/2012

Impuntualidad formalizada




Sabe usted, doctor, ella juega conmigo, es plenamente consciente de ello.
Cada día llega tarde y bien que me desespera. El segundo día que llegó tarde a clase le hice saber que la puntualidad era algo vital para su buen funcionamiento y no perder el ritmo. Ella asintió a todo lo que yo le iba diciendo y me prometió que nunca más volvería a ocurrir, pero al día siguiente llego con veinte minutos de demora. Delante de todos sus compañeros se justificó echando la culpa al tráfico, y como yo vivo ese problema cada día pues no pude replicarle; el cuarto día apareció cuando la clase llevaba quince minutos empezada, pero si le soy franco yo sabía que iba a llegar tarde. Unos golpecitos en la puerta y entró intentando andar de forma sigilosa pero sus zapatos de alto tacón marcaban con un sonoro ruido cada paso.
— ¡Lo siento! –dijo ella con una voz suave y casi infantil a la vez que despojándose de su abrigo negro que le llegaba hasta los pies, dejando al descubierto una blusa blanca casi transparente donde perfectamente podía distinguirse los encajes del sujetador. Apreté la tiza con más fuerza como forma de contención.
No puedo seguir, doctor, perdóneme pero no puedo seguir así. Es una provocación diaria. Se ha creado una especie de impuntualidad formalizada. Ella sabe que llega tarde a propósito y mediante esa forma tan delicada y sensual que tiene de quitarse el abrigo o gabardina en invierno, o cuando hace menos frío dejando ver el vértice que existe entre sus enormes pechos, sabe que bloquea mi capacidad de reprobarle su demora. No sabe usted, doctor, lo que estoy lo sufriendo. En mis veinte años de profesión nunca me había pasado algo así. No sé que pensar o que hacer, doctor. Me tiene loco, pierdo el sentido. Deseo que llegue la clase para verla pero no quiero que llegue. Tengo miedo, me pongo nervioso, transpiro constantemente, paso las noches inquieto pensando en la primera clase del lunes, del miércoles y del viernes. Porque la veo llegar a ella tarde, con un promedio de unos veinte o treinta minutos y cómo, de forma apurada, intenta tomar el hilo de la clase. No puedo, doctor, no puedo seguir así, no es la típica estudiante recién salida del bachillerato. Días atrás revisé su expediente: acaba de cumplir los veinticinco años y tiene dos carreras terminadas con CUM LAUDE por lo no que puedo quejarme de que sea una mala estudiante y hasta el día de hoy todos los trabajos me los ha entregado con un resultado estupendo. ¿Qué hago, doctor? ¡No puedo seguir así! Cada día que pasa es un tormento. A veces cuando estoy escribiendo en la pizarra noto como su mirada me ametralla, como me observa, como estudia cada gesto mío. Consigue que pierda mi serenidad habitual.
Si he venido hoy a su consulta es porque no puedo más, doctor. Ayer me la encontré por los pasillos de la facultad y claramente vi como se abría el abrigo para que yo pudiese ver su blusa casi transparente. Buenos días, Don José, me dijo con esa voz melosa que sabe poner. Y tuve que correr al baño, doctor, no podía más, mi mástil que últimamente anda sin ganas de desplegar velas me pedía guerra y me masturbé allí mismo como un adolescente. Ya no estoy para estas cosas, doctor, no tengo veinte años, traspaso el medio siglo de edad y las pocas veces que estoy en encima de mi mujer pienso en ella. No puedo más, doctor, no puedo más.
Miguel Urda


Imagen Google

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Mu chulo, pero ya lo había leído antes, Miguel.

Pedro Sánchez Negreira dijo...

Me gusta, Miguel. Consigues una voz que transmite el sufrimiento de este pobre hombre, un sufrimiento masoquista, que -al final- da placer mientras se siente. Difícil lo tiene el doctor para aportar alguna solución.

Un abrazo y feliz año nuevo, amigo.

Isabel Martínez Barquero dijo...

Lo tiene crudo el profe. Está "encoñado" y eso se pasa cuando decide pasarse, sin que intervenga la voluntad, como no interviene en el deseo, sino que es anárquica y sigue sus propias leyes impredecibles.

Me gusta el personaje. Transmites su angustia y, también, parte de su existencia actual, pues en las últimas líneas nos descubres su edad y alguna de sus costumbres.
Pero lo que más me gusta es cómo asistimos a la curva tiránica del deseo en el relato. Está bordado.

Un abrazo y feliz 2013, Miguel (dentro de lo que nos dejen).

Javier Ximens dijo...

Me gusta este monologo que expresa muy bien lo que es la atracción, la fuerza de gravedad que ejerce la joven sobre el profesor. Personalmente creo que la masturbación quita mucha belleza a la historia, cambia el sentido de la gravedad. Revisa los 'que' exclamativos que has puesto.

Pablo Vázquez Pérez dijo...

Hola Miguel.
Me ha gustado, aunque lo único que se me ocurre para crear más expectativa en el relato es que comenzases con las frases finales, te las copio:

Ya no estoy para estas cosas, doctor, no tengo veinte años, traspaso el medio siglo de edad y las pocas veces que estoy en encima de mi mujer pienso en ella. No puedo más, doctor, no puedo más.

LUGO SE PODRÍA SEGUIR con el párrafo de inicio. No sé es un recurso de enganche para el lector, pero quizás no buscas ese modo de crear expectativa.

Claro que el final sería más seco y contundente al quitar esas frases:
...y me masturbé allí mismo como un adolescente.

LO DICHO, son cosas qu ese me han pasado al terminar la lectura.
Saludos.

El Bernar dijo...

Pedazo de Lolita te ha salido. Muy bueno.