5/01/2014

Diario de una novela. Ida


Ave. 7:35 AM. Destino Málaga. Diez días de ¿vacaciones? Me digo que sí, que son vacaciones de clase, pero no de trabajo, que el tiempo me apremia y no quiero mirar cómo las hojas de mi enemigo más acérrimo van cayendo cada día. Es el signo indudable de que esté pendiente de mí y que me recuerda cada momento que tengo un plazo por cumplir.
Ayer imprimí todos los folios que tengo escritos de la novela y le coloqué un canutillo para que tuviese forma de trabajo finalizado. Lo guardo en la mochila junto al neceser naranja donde van todos los utensilios de escribir. Tengo dos horas y media de tren. Voy sentado en ventanilla. Me gusta leer y corregir textos en el Ave y no es la primera vez que me llevo algún texto para corregir. Mi idea es dedicarme a leer lo que tengo escrito para comprobar si tiene cuerpo de novela y confirmar que voy por buen camino. Sólo pido que en el tren no vaya ningún mal educado que vaya hablando por teléfono todo el trayecto. Ya en el asiento saco lo que tengo escrito de mi novela. No he querido numerarlos para no obsesionarme en si llevo mucho o poco escrito. Comienzo a leer, pero enseguida saco el rotulador rojo y el fosforito. Mal comenzamos, Miguel. Me cabreo y dejo de leer. De reojo miro el folio escrito. Mucho rojo. Y no, no quiero volver a las dudas, a las interrogaciones... Vuelvo a retomar la lectura. Intento no levantar la cabeza de los papeles.
El Ave se detiene. Córdoba. La gente sube, baja, alguien pregunta si pueden ayudarle con sus maletas; gritos al hablar por teléfono para decir que han parado dos minutos; gritos para decir que ese es su asiento; gritos de niños por el pasillo; gente que quiere fumar; la azafata reparte auriculares y yo... en silencio, al igual que el tren retoma la marcha por las vías en silencio, retomo mi lectura también en silencio.
Un poco antes de llegar a Málaga acabo la lectura. El tiempo del viaje ha estado bien sincronizado. Velocidad y lectura. Esta vez no se me ha hecho eterno. Comienzo a guardar las cosas en la mochila. Ojeo los folios y sobresale el color rojo. Tengo mucho trabajo por hacer. Me consuela la idea de que también tengo diez días para ver las cosas de forma diferente, pero voy a seguir escribiendo, ya llegará junio y sus correcciones.
El Ave llega puntual y en silencio a su destino. La misma voz masculina de antes vuelve a gritar al teléfono para decir que ha llegado; una señora mayor me pide mis auriculares que no he usado; me llega un rayo de luz diferente, la luz de Málaga. Vacaciones. Diez días y una novela en rojo. Sonrío.
© Miguel Urda. Texto
Foto. Google



2 comentarios:

Jose Maria dijo...

Promete, el Ave viaja a la velocidad de la escritura, la fluidez del texto apura las curvas amplias de un paisaje de novela, siempre por venir... ahora sí viene, después de Córdoba aparecerán los olivares, y abajo ya se distingue la luz del mar, de Málaga. La luz que dará un tono azul a las páginas en blanco.
Felicidades, José María

Pablo Vázquez Pérez dijo...

Oye Miguel, tu novela tiene que ser interesante o buena al menos, porque lo que es el blog es la leche. Yo publicaría recopilado este diario del desarrollo de tu novela, merece la pena, de veras.