5/23/2014

Diario de una novela. 30, 50, 96.


Llevo escritos cincuenta folios hasta el día de hoy, pero escritos en plan bruto, es decir, con márgenes reducidos y llenos de broza que en una próxima relectura serán objetivo del rotulador rojo y del delete del teclado. Una vez hecha la primera limpieza del texto pueden quedar reducidos a treinta y cinco folios. De nuevo me entran las dudas: ¿llevo buen ritmo? ¿estoy contando lo que quería contar? ¿debo mirar constantemente si avanzo o no?
Cada miércoles en clase hablamos sobre el avance (y también sobre el retroceso) del proyecto de cada uno. Todos nos identificamos con la persona que no consigue avanzar; todos nos identificamos con la persona que esta atascada en el folio veintinueve y por más que intenta salir no puede; todos vemos con miedo que la fecha de fin de proyecto esta cada vez más cerca.
Tenga treinta y cinco, cincuenta o noventa y seis folios escritos, solo sé una cosa: no puedo permitirme el lujo de dejar de escribir. El calendario es mi peor enemigo.
© Miguel Urda. Texto
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5/17/2014

Diario de una novela. Punto y ...


Hoy he pensado en el día en que ponga punto y final a mi novela. Punto y final. Ahora mismo no me creo que llegue ese momento, pero sé que llegará. ¿Cómo es la vida después de haber estado conviviendo con una idea, con una trama, con unos personajes... durante casi un año y que de pronto ya no estén? ¿Quedará mi vida hueca? ¿Me sentiré un escritor huérfano? ¿Tendré el síndrome de la novela vacía? ...
Punto y final. Decir punto y final no es decir punto y final y todo se ha acabado. En el proceso de una novela -y creo que en los diferentes campos del arte también- se coloca punto y final para dar por acabada una primera versión del trabajo, para decir ya tengo hecho el gran boceto y ahora toca matizarlo, darle forma, pulirlo. Hay quien dice que lo que viene después de la redacción, del proceso de creación, es lo que menos le gusta o apetece hacer. Yo no estoy de acuerdo con ello. Sí que me costó trabajo aprender a ver mi texto de diferente forma, a dejarlo en reposo y volver a trabajarlo de nuevo, pero ese es el quid de la cuestión, ver cómo la idea toma el cuerpo apropiado, la redacción es más nítida, más cohesionada, más... es decir, como se aproxima a la idea original.
Sé que tendré mucho trabajo cuando ponga por primera vez PUNTO Y FINAL, pero estaré gozoso de saber que lo peor ya pasó, ahora solo queda disfrutar,porque en el fondo se disfruta del bolígrafo rojo y la reescritura para volver a colocar de nuevo PUNTO Y FINAL.
© Miguel Urda. Texto
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5/11/2014

Diario de una novela. Regreso.


Diez días después y mismo escenario. Málaga. Estación de tren. Ave. Todo parece repetirse. Gente que grita por el móvil para decir que ya está montada; gente que se sienta en un asiento que no es el suyo; la azafata repartiendo los auriculares; mi novela colocada, en la mesa plegable, junto al neceser naranja que contiene mis útiles de escritura. Nada. No la he tocado ni un solo día, ni para corregir, ni para repasar, ni para aumentar el número de los folios. Nada. Al llegar a casa la saqué de la mochila, la coloqué en mi mesa de trabajo y lo único que hice fue cambiarla de sitio para que no cayese en el olvido ante posibles invasiones de libros u otros papeles. Nada. ¿Me remuerde la conciencia? Sí. Debo decir que sí, si no mentiría, pero voy a excusarme. Son vacaciones y ya sabemos lo que esto conlleva: salidas, encuentros, risas, playa, copas de vino; hablar de cómo te va, de proyectos; acordarte de que tengo la novela esperando encima de la mesa, ... Me entran ganas de mirar la definición de la palabra en el diccionario de la Real Academia, pero ¿para qué? para justificarme aún más. No he hecho NADA y ahora me siento culpable.
El Ave llega a Córdoba. No he abierto ni una hoja de la novela, ni tampoco de la novela que me he traído para leer en el viaje. Vuelven a sonar los gritos para hablar por el teléfono móvil. Me coloco los cascos que me dio la azafata a la salida. Aislarme para no escuchar, pero ¿no escuchar el qué? ¿los ruidos de la gente mal educada o mi conciencia? Estoy enfadado conmigo mismo. Nada de escritura ni de lectura. Ya lo sé, son vacaciones, me digo, pero el calendario cada vez está más contento de ver cómo la fecha se va acercando.
Por el altavoz se anuncia que estamos llegando a Madrid. Guardo la novela y el neceser. Ahora toca deshacer lo que hicimos al subir en Málaga. Desvío el pensamiento a la nevera. No tengo nada en ella. Es un pensamiento cobarde. Ya lo sé.
© Miguel Urda. Texto
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5/01/2014

Diario de una novela. Ida


Ave. 7:35 AM. Destino Málaga. Diez días de ¿vacaciones? Me digo que sí, que son vacaciones de clase, pero no de trabajo, que el tiempo me apremia y no quiero mirar cómo las hojas de mi enemigo más acérrimo van cayendo cada día. Es el signo indudable de que esté pendiente de mí y que me recuerda cada momento que tengo un plazo por cumplir.
Ayer imprimí todos los folios que tengo escritos de la novela y le coloqué un canutillo para que tuviese forma de trabajo finalizado. Lo guardo en la mochila junto al neceser naranja donde van todos los utensilios de escribir. Tengo dos horas y media de tren. Voy sentado en ventanilla. Me gusta leer y corregir textos en el Ave y no es la primera vez que me llevo algún texto para corregir. Mi idea es dedicarme a leer lo que tengo escrito para comprobar si tiene cuerpo de novela y confirmar que voy por buen camino. Sólo pido que en el tren no vaya ningún mal educado que vaya hablando por teléfono todo el trayecto. Ya en el asiento saco lo que tengo escrito de mi novela. No he querido numerarlos para no obsesionarme en si llevo mucho o poco escrito. Comienzo a leer, pero enseguida saco el rotulador rojo y el fosforito. Mal comenzamos, Miguel. Me cabreo y dejo de leer. De reojo miro el folio escrito. Mucho rojo. Y no, no quiero volver a las dudas, a las interrogaciones... Vuelvo a retomar la lectura. Intento no levantar la cabeza de los papeles.
El Ave se detiene. Córdoba. La gente sube, baja, alguien pregunta si pueden ayudarle con sus maletas; gritos al hablar por teléfono para decir que han parado dos minutos; gritos para decir que ese es su asiento; gritos de niños por el pasillo; gente que quiere fumar; la azafata reparte auriculares y yo... en silencio, al igual que el tren retoma la marcha por las vías en silencio, retomo mi lectura también en silencio.
Un poco antes de llegar a Málaga acabo la lectura. El tiempo del viaje ha estado bien sincronizado. Velocidad y lectura. Esta vez no se me ha hecho eterno. Comienzo a guardar las cosas en la mochila. Ojeo los folios y sobresale el color rojo. Tengo mucho trabajo por hacer. Me consuela la idea de que también tengo diez días para ver las cosas de forma diferente, pero voy a seguir escribiendo, ya llegará junio y sus correcciones.
El Ave llega puntual y en silencio a su destino. La misma voz masculina de antes vuelve a gritar al teléfono para decir que ha llegado; una señora mayor me pide mis auriculares que no he usado; me llega un rayo de luz diferente, la luz de Málaga. Vacaciones. Diez días y una novela en rojo. Sonrío.
© Miguel Urda. Texto
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4/24/2014

Diario de una novela. A la palestra.

Una vez a la semana, durante este último trimestre del curso, tenemos una asignatura que se llama psicología de la creatividad. El nombre en sí ya resulta curioso, pues no hay rama de la vida o de la sociedad que la psicología no haya investigado y si a esto le añadimos algo tan peculiar como el acto de crear, pues... tenemos el binomio perfecto para aplicar al mundo de la literatura. Cuando descubrimos que esta clase significa aplicar la Terapia de Gestalt a los personajes de nuestros proyectos, nos quedamos un poco descolocados, sin saber muy bien en qué consiste dicha terapia y mis compañeros y yo nos sorprendemos cuando la profesora nos pide que arrinconemos todas las mesas contra la pared y coloquemos dos sillas en el hueco que han dejado. Y pregunta quién quiere salir. ¿Cómo? Y sin dejar tiempo a más preguntas manda salir a un compañero. Y es en ese momento cuando veo que mi compañero está en un escenario de un teatro cuyo público somos sus siete colegas y la profesora es la directora de la función. Le hace preguntas sobre su personaje, que se cambie de sitio y sea el personaje quien responde.
Ayer me tocó a mi salir a la palestra, hablar de mis personajes, con mis personajes y sobre ver cómo mis personajes me hacían preguntas y pedían justificaciones sobre ciertos hechos que transcurren en la novela. Y para qué negarlo, en esos momentos te sientes observado y los nervios actúan, pero para mí lo difícil no ha sido hablar de mis personajes, de la novela,... sino el efecto que deja la clase una vez acabada porque durante la clase yo soy el protagonista y estoy más pendiente de la profesora y de mis compañeros que de lo que ocurre en sí. Es al finalizar, camino a casa, cuando la cabeza se llena de preguntas. ¿Qué hay de autobiográfico en mi novela? ¿Qué personajes tienen más de mí? ¿Por qué quiero contar esa historia y no otra?...
Preguntas. ¿Cuántas preguntas me hago desde el trayecto de la escuela a mi casa? ¿Cuántas tienen respuesta? Es verdad que en toda novela, en todo relato siempre hay algo autobiográfico, pero está bien camuflado. Y en este proyecto no va a ser menos, en los tres personajes principales hay algo de mí, pero como he dicho antes están bien camuflado, sin embargo, hay un personaje que me ha costado más definirlo, buscar su sitio en la novela y que cómo característica especial es que le gusta la carne y el pescado. ¿Por qué tanta dificultad para construirlo? ¿Quizás porque conozco a alguien que le vayan esos gustos? Y directamente me digo,que no, que yo no conozco a nadie que le vaya la carne y el pescado, pero es en esos momentos de relajación mental o de un pensamiento descuidado, cuando me viene a la mente una imagen. Sí, ahora lo entiendo todo: la complejidad del personaje, esa caracterización tan difícil, las dudas que me acarreaba su creación.
Sí, la terapia tiene razón. Hay más de nosotros de lo que pensamos en la ficción -o creemos que es ficción- que creamos. En la novela no va a ser menos. Solo me dejo sorprender -una vez más- por lo juguetona y sabía que es nuestra mente.
© Miguel Urda. Texto
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4/06/2014

Diario de una novela. Rotulador rojo.


Los folios que voy escribiendo son una primera escritura, ya llegará el momento final de corregir la novela entera. No obstante, a veces no consigo reprimir el impulso de leer algo escrito días antes. Resulta difícil leer porque lo que me gusta en la primera lectura, en la relectura no me gusta. Igual que cuando he acabado el folio tal o cual y me parece que he hecho un trabajo aceptable, cuando lo he dejado un tiempo en reposo y vuelvo a leerlo me entran ganas de tirarlo a la papelera de reciclaje. Es la gran dicotomía del escritor. ¿Cuándo dar por bueno un texto?
Es algo sistemático, cuando cojo algo escrito por mí el rotulador rojo de punta fina también me acompaña. Me gusta marcar lo que veo extraño en el texto, lo que no me gusta, hacerle llaves, flechas, subrayados, anotaciones al margen, al pie de página... Cuando he acabado de leer un texto, queda muy poco del original. Supone un trabajo nuevo y no me atrevo a calificar si más o menos interesante que escribir la primera versión, pero sí que me provoca cierto optimismo el ver cómo los trazos señalados por el rotulador rojo significan una revolución en el texto y, por lo tanto, una mejora explicita en él.
© Miguel Urda. Texto

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4/01/2014

Diario de una novela. Desnudo.


Hoy en clase ha salido el tema de la desnudez en los diferentes campos artísticos, y ha derivado a si el artista crea mejor desnudo o no. Una compañera tuvo una etapa de pintora y ha dicho que sí, que hubo momentos en que la pintura le requería que lo hiciese desnuda y, es más, ella se sentía cómoda. No soy quién para juzgar o criticar tal hecho y más cuando yo considero el desnudo como una parte esencial de la sociedad. La cuestión es que yo no me veo teclear desnudo en el ordenador . Y para ser sincero, no lo he probado. Igual a la protagonista de mi novela le sienta bien que yo este así; o a las musas les da por hacerme un regalo y presentarse de forma continua. No reniego del desnudo, ni de la opinión de mi compañera y ni de mi profesor, pero cada uno sabe lo que le va mejor y yo... no me veo en mi terraza, sentado en la mesa de Ikea y delante del folio en blanco con mis atributos al aire buscando la inspiración. No señor. Cada cual tiene su forma y habito para escribir, pero yo desnudo... como que no me veo.
© Miguel Urda. Texto

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