3/26/2020

La grietas de una sociedad






El adversario
 Enmanuel Carrére

La novela El adversario, de Emmanuel Carrère, publicada por la Editorial Anagrama en el año 2011, narra algo tan simple para una sociedad como es el hecho de enjuiciar a un criminal. Justo a punto de descubrirse que ha llevado una falsa vida durante veinte años, decide matar a sus padres, mujer e hijos. Lo llamativo de la historia, en sus inicios, es la categoría del crimen, pero al finalizar la novela quedan muchas más preguntas en el aire, que la propia satisfacción de haber disfrutado de una buena historia.
Escrita con la técnica híbrida de narración periodística –acercada al gran público por Truman Capote– el escritor francés sabe conjugar y enlazar todos los elementos de que dispone la narratología para construir la historia, pero ¿qué se esconde tras la vida del asesino enjuiciado, Jean-Claude Romand? ¿qué le llevó a inventarse una vida durante veinte años? ¿es un loco? ¿un enfermo? El autor reconstruye la vida de una forma que para el lector sea fácil y atractiva, pero que a su vez deja al descubierto las grietas de la sociedad helvética, con un grado de bienestar elevado, a pesar de que los protagonistas habiten en una ciudad cercana a la frontera suiza. 
Una novela así no es una novedad y a mí enseguida me llevó a relacionarlo con el ensayo de Hannah Arendt, Eichmann en Jerusalén, donde ella cuenta los pormenores del enjuiciamiento a una persona encargada coordinar los trenes llenos de judíos con destino a las cámaras de gas. Hasta aquí todo va bien, pero me llama la atención como ambos escritores abordan el tema. Si despojamos a las dos historias de todos los ingredientes narrativos, vemos que el eje vertebral es un juicio a una persona y que solo los distingue el tipo de crimen cometido. Sin embargo, la categoría clasificatoria narrativa cambia, la escritora encuadra su obra en el ensayo y Carrère lo hace mediante la novela. Además de su teoría sobre la banalización del mal, Arendt, consiguió aproximar temas delicados y espinosos al lector sencillo con una prosa fácil y cercana, aportando los datos necesarios para justificar su pensamiento. Carrère prescinde de datos, solamente recurre, en la última parte de la novela, a cartas –no hay que olvidar que el debate eterno sobre si considerar las epístolas como literatura o no, sigue abierto– que el autor intercambia con el acusado para intentar justificar un poco su voluntad de escritor o de querer escribir sobre el tema, lo cual hace que me plantee si la clasificación que se ha hecho de esta historia es acertada o no, sin olvidar que el género narrativo no tiene como exclusividad a la novela. 
Tanto Carrére como Arendt, desmenuzan la vida de los dos acusados, desde prácticamente su nacimiento y lanzan cuestiones espinosas a la sociedad que al día de hoy, cuando llevamos consumidos casi el primer tercio del siglo XXI, tales como: ¿Qué hacemos con los monstruos que crea la sociedad? ¿es la sociedad quién los crea? ¿cómo debe de mirarse o tratarse a un monstruo social? ¿todos seríamos capaces de matar? Eichamann era un simple ciudadano sin grandes aspiraciones en la vida al que la burocracia nazi le hizo ganar puestos en su jerarquía, sin ninguna prueba de aptitud. Jean-Claude Romand comete unos crímenes porque toda su mentira está a punto de descubrirse. –¿Cuánto podía durar su mentira?– Dos personas, en mayor o menor medida, anodinas y con una línea simple de vida sin nada que destacar. 
La religión aparece también en El Adversario, y es donde se refugia el criminal, por lo que no deja de plantear interrogantes ¿La religión exculpa de las muertes con dolo? ¿Todo lo perdona la religión? ¿Todo puede quedar exento de culpabilidad al expiar los pecados? 
La palabra adversario, como la define María Moliner Otra persona que lucha contra ella. Me hace plantearme cual es el verdadero adversario de la historia ¿Jean Claude Romand? ¿Enmmanuel Carrére? que participa en la novela como un personaje más ¿Tiene la sociedad todas las respuestas para sus individuos?
Son ciento setenta y seis páginas de prosa ligera, amena, que facilitan su lectura y que bajo ese aparente enjuiciamiento criminal hará que el lector ávido o curioso encuentre cuestiones, –difíciles o no de contestar– sobre una sociedad de consumo acomodada, y supuestamenteavanzada.


© Miguel Urda Ruiz
 Texto  e imagen

1/22/2020

Y el arzobispo que no quiere llegar


Una espera. Algo que no llega, en este caso un arzobispo. ¿A qué me recuerda este argumento? Un personaje que espera y nunca llega. No necesito pensar mucho y tengo dos títulos: Esperando a Godot El coronel no tiene quién le escriba,pero Ádám Bodor es un escritor completamente ajeno a la línea narrativa de Becket o García Márquez, aunque sí elabora una prosa impregnada de toque realista y mágica, pero totalmente diferente a los autores antes mencionados. 
Nacido en 1936 en la ciudad rumana de Cluj-napoca, fue encarcelado a la edad de 17 años lo cual marcó su existencia como individuo –igual que en la novela Un día en la vida de Iván Denísovich del escritor ruso Aleksandr Solzhenitsyn– y como escritor. 
La narración comienza con la búsqueda y captura a dos solteronas escapadas de un centro de internamiento, las meten en un gallinero cuando la encuentran, lo cual pone de manifiesto la dureza de unos personajes en el inicio en una narración, pero que consigue la atención para seguir leyendo. La acción transcurre en un pueblo rodeado de basura y con una jerarquía eclesiástica que rige la vida diaria de los habitantes. 
El escritor rumano reafirma en La visita del arzobispo, que el eje de su escritura es la deshumanización del sistema totalitario, que convierte al hombre en un animal. Un animal que busca sobrevivir y se aferra a cualquier atisbo de esperanza para ello, como por ejemplo hablando sobre la profesión de traficante de personas, que realiza bajo el agua aprovechando el curso del rio, oficio del padre del protagonista o narrador. También si la circunstancia lo exige aparece un amor lesbiano, sin una justificación, solo porque el ambiente lo propicia. 
Dentro de la narración Bodor inserta elementos y lugares que ayudan a despojar al hombre de su condición: hospital, centro de reclutamiento, colonia penitencia, vertedero que a su vez es el polo opuesto del idílico paisaje (las montañas) que debería ser para el ciudadano, pero es algo hecho a propósito para mostrar o exponer –siempre de forma implícita– la dureza de los regímenes políticos.
Una prosa en cierta medida angustiosa y sin una línea narrativa continúa, sino que hace saltos al pasado para mostrar que el ayer no fue tan diferente como el momento en que viven los protagonistas. Hay momentos donde la narración queda difusa e incluso se cae en el pensamiento de estar perdido en la lectura, pero creo que el autor lo hace a propósito para que sea el lector quién establezca sus propias normas de lectura y comprensión del texto. 
Una novela que merece una segunda lectura y un autor para no olvidar y anotar sus obras en la lista de lecturas pendientes.
La visita del arzobispoesta publicada en Acantilado, traducido por Adan Kovacsics y consta de 129 páginas.

© Miguel Urda Ruiz, Texto y Foto

1/03/2020

Cambio de status social: de esposa a viuda





Mi relación con la escritora Joyce Carol Oates es un tanto dispar. La conocí a través de una novela suya a finales de los años ochenta,Marya. No me gustó (¡prometo volver a leerla!) y ya se sabe, que como un autor caiga en desgracia con su primera lectura difícilmente vuelves a leer algo más que haya escrito, sin embargo no ha sido una autora que se haya mantenido alejada de mi curiosidad literaria. Hace dos años me sumergí en la lectura de otra novela suya con todos mis reparos (venía de una buena recomendación) y para colmo un tocho de ochocientas veinticuatro páginas. Un libro de mártires norteamericanos. Al acabar la novela tuve que postrarme antes los pies de la escritora y reconciliarme con ella. 
Con Memorias de una viuda,no hay lugar a equívocos y uno sabe a lo que se va a enfrentar cuando se introduce en su lectura. Es la narración de la muerte de su marido y todo lo que ello conlleva. Casada Raymond Smith durante cuarenta y siete años, este contrae una enfermedad y en menos de una semana fallece. A partir de ese momento la autora deja al descubierto los sentimientos de lo que es ser una viuda, condición o estatus social otorgado sin ser consultada, atrás queda el hecho de ser persona, mujer o incluso escritora. 
 La prosa de Joyce Carol Oates es ágil que ayuda o facilita su lectura, pero no por ella está exenta de contenido o escrita de cualquier manera. Todo lo tiene muy estructurado, sabe qué y cómo contar. En esta obra ella nos enseña el lado de la muerte al que pocas veces nos atisbamos o la sociedad no nos deja ver. Aquí nos muestra que la muerte es un número para el hospital –una cama más ocupada–, es una firma para la burocracia –Firme aquí–; es un hecho social y hay que preocuparse por la viuda –¿Dónde queda el rango de esposa? ¿el de mujer?—. 
El desarrollo de la historia comprende un periodo de unos seis meses y sin caer en victimismos, casi añadiría que hay momentos donde ella muestra con su tono mordiente e irónico aspectos de lo que le ocurre, pero a la vez también es un aprendizaje, debe aprender a vivir sola. El hombre con el que compartió cuarenta y siete años de su vida no va a volver a casa. Lo sabe y tiene que aceptarlo, le guste o no. En un principio es una historia lineal, pero con total maestría intercala fragmentos de correspondencia privada (emails, cartas) sobre aspectos de como la ven desde el mundo exterior y al que ella parece ajena, y saltos al pasado, para contar como conoció a su marido, la discriminación laboral de la mujer en el ámbito universitario en sus primeros años de matrimonio y carrera literaria y aspectos raciales. No hay que olvidar que esta autora es conocedora de la sociedad norteamericana y desde que comenzó a escribir larefleja en cada una de sus obras y con el tema de la muerte no iba a ser menos. 
En esta mirada al pasado también hay reproches. Todo no va a perfecto durante una vida matrimonial y se pregunta por cosas del matrimonio que a veces se dan por sabidas o que se obvian por no saber cómo afrontarlas. Memorias de una viuda no es una prosa inclinada al lamento, sino que muestra que después de la muerte hay vida, hará cosas que con su marido no hacía, conocerá a personas que con su marido no hubiese conocido, o incluso aprenderá aspectos de ellas (de sí misma o de las otras personas?) que ignoraba hasta ese momento. Publicado en Alfaguara, sus cuatrocientas sesenta y nueve páginas se leen con verdadero deleite.

© Texto: Miguel Urda
Imagen: Internet 



11/06/2019

Un día en la vida de Iván Denisovich

UN DÍA EN LA VIDA DE IVÁN DENISOVICH


¿Qué puede ocurrir cuando en una dictadura apresan a un escritor y además de forma injusta y caprichosa? La respuesta la tenemos en la esplendida novela Un día en la vida de Ivan Denisovich, cuya historia se construye a través de reflejos autobiográficos.
Esta obra, de apenas ciento setenta y cinco páginas, narra con un argumento sencillo cómo es la vida de un preso en un gulag soviético en Siberia, durante nueve años, desde el toque de diana a las cinco de la mañana hasta el toque de silencio. A través de una prosa sugestiva y, en apariencia, ligera asistimos a los actos diarios de los reos: el desayuno, los trabajos forzados o la convivencia por citar algunos ejemplos. Los presos subsisten a temperaturas extremas de menos treinta grados donde queda patente que la lucha del ser humano por sobrevivir se hace aguda, ingeniosa y en cierta medida hasta cómica. El día de hoy había sido un éxito para él: Escapó al arresto, su brigada no fue enviada a la Sozkoline, a mediodía se agenció una ración extra, no le pillaron la hoja de sierra en el cacheo, ganó algo con los servicios prestados a Cesar, y compró tabaco. Y no se puso enfermo; se había recuperado. Pasó el día, sin que nada lo ensombreciese, casi felizmente.
La arbitrariedad de una dictadura para justificar una condena o castigo deja ver la fragilidad del hombre al ser una marioneta de quien mueve los hilos del poder. Es fácil que te acusen de nada demostrable con veinte años de prisión. Y es aquí donde entra el quid de la historia al no haber confrontación alguna del protagonista con un adversario o rival para que exista evolución en él, sino que en cada minuto que consigue restar a su condena es un progreso, un ápice de tiempo ganado a los caprichos políticos del sistema sin que el hilo argumental narrativo decaiga ni un solo instante.
Solzhenitsin es un autor que desde muy joven tuvo muy clara la idea de lo que quería ser en su vida: escritor. Con su obra narrativa, Pabellón de Cáncer, Archipiélago Gulag, La casa Matriona..., dio a conocer al mundo occidental lo que ocurría dentro de las cárceles del régimen soviético.
Al terminar de leer Un día en la vida de Iván Denisovich acabo con una sensación amarga, pero no porque no me haya gustado la novela –a pesar de la dureza de lo que cuenta- sino porque considero que se pueden escribir verdaderas joyas literarias sin que se siga el ritmo o planteamiento establecido en la narrativa tradicional. Una novela para aprender, para vivir y para enfadarte con algo tan voluble como es la política.
Un día en la vida de Ivan Donovisch esta publicada en Tusquets.

©  Texto: Miguel Urda Ruiz
Imagén: Internet


6/04/2019

Un resquicio de ilusión atípica




EL AMANTE
A.B. Yehoshua

Un resquicio de ilusión atípica


¿Por qué el título El amante? Esta pregunta es lo primero que se me viene a la cabeza cuando termino de leer el libro. Y de acuerdo que hay un amante en la novela, pero tiende a confusión con la obra de Marguerite Duras y la novela es mucho más que un amante que aparece en la vida de una persona. El amante del escritor israelí A. B. Yehoshua es la disección de seis personajes, de una sociedad, de un país alrededor de los cuales gira la historia.
Yehoshua, autor incluido en la clasificación de los escritores de la Generación del Estado, excluye los temas del Holocausto de su temática para centrarse en las relaciones personales en un territorio nuevo donde todo es confuso, conflictivo y controvertido. Con el trasfondo de la guerra de Yom Kipur, en 1973, cuenta una historia que nos puede parecer atípica, ya que encontramos que es un judío quien contrata a árabes para su taller de mecánica al estar sus compatriotas en la guerra. Sin embargo, la novela tiene un comienzo difícil que hace todo lo contrario: apartarte de su lectura. Aunque no es hasta la segunda parte, en la página cuarenta y cinco cuando la novela te atrapa y ya no puedes dejar de leerla. Se inicia con el marido de la protagonista, Asia, en la búsqueda del amante de su mujer, y uno tiende a los prejuicios sociales de que quiere ajustar cuentas con él, pero no es así, sino que supone la punta del iceberg de unas relaciones sociales y psicológicas.
El amante, Gabriel, está presente sin estar presente en gran parte de la novela, es la sombra amenazante que acecha a los personajes para destruir su mundo, un mundo que esta hueco, insatisfecho y cómodo dentro de esa incomodidad. El autor consigue penetrar en las entrañas de los pensamientos de los personajes dejando al descubierto diversos puntos de vista de la situación que se vive en el momento: la relación entre judíos y árabes; las culturas y la religión van de la mano; las relaciones por edades entre los personajes.
La historia avanza en las distintas voces de los personajes, dando pie a historias entrecruzadas, o la misma historia contada por diferentes protagonistas con el consiguiente cambio de punto de vista, o un personaje comienza una historia y es otro personaje quién la finaliza. Hay personajes de todos los rangos de edad: Naim: niño que ayuda en el taller de mecánica de Adam y que es obligado a trabajar en lugar de ir a la escuela; Dafi, hija adolescente de los protagonistas de la novela y que sufre de insomnio y problemas escolares; Asia y Adam, matrimonio protagonista –ella profesora y él mecánico que con cuarenta años se siente viejo y cansado–. Gabriel, el amante, el extranjero es el fruto que aporta la ilusión a los personajes y Vaducha, la abuela que ha despertado del coma, es decir, Yehoshua disecciona por edades a los componentes de una sociedad, de un territorio definido o indefinido según el punto de vista del personaje que se mire. Los personajes, a su vez, son el embrión de sus propias historias, que podían ser desarrollas en una novela aparte.
Sin embargo, a mi modo de entender, Yehoshua escribe de más, es decir, justifica la desaparición y aparición del amante para intentar explicar el por que de una guerra. La novela hubiese ganado en calidad si no hay justificación, quedando todos los cabos atados de la historia por sí mismos dada la forma de narrar que tiene el autor israelí.
He dicho unas líneas más arriba que los personajes podrían tener su propia historia y así los veo. A dos novelas me ha remitido esta historia y ambas muy diferentes, pero que a su vez enlazan con el eje vertebral de desilusión y contenido vacío de la sociedad. Un Gabriel, el amante, me ha llevado directamente a Meursault, El extranjero (1942) de Albert Camus que va a enterrar a su madre y que no sabe “si ha muerto hoy o tal vez ayer”. A Asia, la madre, la esposa, la profesora, la veo reflejada en la protagonista de la novela de Magda Szabó, La Puerta, publicada en Europa tras la apertura al mundo exterior de Hungría. ¿Son influencias para A. B. Yehosua? ¿Hay paralelismos? ¿Existe metaliteratura encubierta dentro de esta historia? Es el lector quien tiene que decirlo.
El amante está publicado en Duomo Ediciones.


© Texto y foto
Miguel Urda



1/02/2018

Kilómetros en la noche


Suena mi teléfono móvil. Un número desconocido. Lo cojo y escucho un “hola”, seguido de un apelativo cariñoso perteneciente a mi infancia. Reconozco enseguida la voz de un amigo y que ambos llevamos mucho tiempo sin vernos y sin hablar. Me pregunta si me he enterado. “¿De qué debo haberme enterado?”, le pregunto. Ha muerto la madre de otro amigo de la calle de la niñez. Le respondo que no me he enterado. A la pregunta de que voy a hacer no existe duda alguna: debo ir al velatorio. Tras hablar un rato de cómo nos va la vida y concretar que yo tengo dos horas y media de carretera desde el lugar en que vivo actualmente hasta el pueblo de mi infancia, quedamos en llegar juntos al cementerio a primera hora de la noche.
Fue vernos y fundirnos en un abrazo que nos perpetuaba cómplices de la infancia y, tras unas breves palabras sobre uno y otro, partimos hacia el santo lugar. Allí coincidimos con el resto del grupo de amigos de la calle que nos vio crecer. Estábamos todos: cuatro chicos y dos chicas. Tras dar el consabido pésame, acompañar a nuestro amigo por la muerte de su madre, alguien sugirió ir a picar algo. Y nos fuimos los seis amigos del ayer y el cónyuge de uno. En el restaurante, a pesar de la incomoda situación, evidentemente la conversación fue el pasado y de regreso al cementerio uno dijo una chorrada que tuvo respuesta por parte de otro, al cual siguió otro... bajo la mirada atónita del marido de una amiga. Y así estuvimos hasta llegar a la sala de duelo, donde volvimos a guardar la compostura. Por momentos, el ayer seguía intacto.
Abrazos de despedida mientras justificamos cómo es la vida. Lanzamos al aire la promesa de vernos más. Ya en el coche y de regreso a mi casa, pienso en la inexorabilidad, en los vínculos que crea la niñez y cómo el paso del tiempo no ha podido con ello. Busco en el Spotify del móvil una canción de Presuntos Implicados, Cómo hemos cambiado, y me pongo a tararearla mientras me sumerjo en los kilómetros de la noche y pienso en la remota infancia, que sigue impoluta, y en la urna del tiempo.



© Miguel Urda Ruiz, texto
Foto, Internet

3/26/2017

Quimica humana




QUIMICA HUMANA
De sobra es sabido que no siempre existe la química humana cuando dos personas se conocen o se presentan. Durante un taller literario me pasó con una compañera de clase, pongamos que se llama Felisa, cuando a los pocos días comprobamos que nuestra aversión era mutua. Todos sabemos que interiormente hay algo de química que nos provoca ese rechazo, intentando tener a esa persona lo más lejos posible de nosotros. El comportamiento entre los dos fue correcto durante el tiempo que duró el cursillo y nunca más volvimos a saber uno del otro hasta el pasado domingo en que recibí una solicitud de amistad por el Facebook de mi antigua compañera de taller –la mencionada Felisa–, lo cual me asombró con la consiguiente pregunta de "¿para qué quería ser mi amiga en las redes sociales?", pero como estaba liado con otras cosas, me olvidé del asunto.
Ayer tomé café con una amiga para charlar sobre literatura, fundamentalmente. Al hablar de un conocido común que está por publicar un libro de relatos me dijo que Felisa acababa de publicar una novela. Sin pensarlo demasiado, até cabos al momento. Ya tenía la respuesta que se me planteó el domingo.
Hay que ser lógico y consecuente con los actos que uno acomete. Todos sabemos que bajo la amistad de Facebook subyace una capa de interés, ya sea personal, comercial..., y no es una amistad como la de dos amigos que quedan para tomarse unas cañas, hablar sobre cómo está la vida o discutir, si es necesario. El hecho de que esta persona me pidiese amistad y al poco tiempo descubriese que lo ha hecho con una intención concreta me ha suscitado varias reflexiones. Por una lado, está la poca estima o amor propio que nos tenemos cuando se trata de vender nuestro producto, es decir, que si yo aceptase su amistad vería en su muro toda la publicidad que está haciendo de la novela, el título, la portada, próximas presentaciones..., quedando olvidado que entre ella y yo no había química humana, lo cual me lleva a la hipótesis de que nos vendemos al mejor postor, a nuestro enemigo, nuestro compañero de química fallido, para restregarle en todos los morros que he publicado una novela. ¿No tenemos orgullo? Y los escrúpulos ¿dónde quedan? ¿Caen al olvido para hacer publicidad de nuestra novela? Con este comportamiento, queda patente que olvidamos nuestro código ético para que se sepa que he publicado una novela, un libro de relatos, o que he puesto en el mercado algún producto de mi creación.
Facebook o las redes sociales nos facilitan la baraja de la cobardía al no tener que enfrentarnos de forma real con la otra persona para hacerla conocedora de mis méritos. Estoy convencido de que si me encontrase con mi "rival" -por llamarla de algún modo- de cara a cara, no me haría partícipe de sus logros.
Todo esto puede resumirme bajo la palabra de coherencia ante ciertas actitudes de la vida; si no es amigo, no es amigo para nada. Coherencia, palabra que resulta difícil de aplicar cuando incumbe a algo tan difícil de equilibrar como son las relaciones personales.
© Miguel Urda Ruiz, texto

Foto: Internet