5/28/2025

El asedio de Troya, Theodor Kallifatides: cuando el tiempo es el vil (y único) testigo



¿Ha cambiado en algo la sociedad desde hace 2800 años? Es la primera conclusión que saco al terminar de leer la novela de Theodor Kallifatides. Quien de forma magistral logra compaginar la Tradición (Ilíada) y el Pasado (Segunda Guerra Mundial) con un presente donde el lector entra en un juego de paralelismos perfectamente construidos. En ambos casos, Tradición y Pasado, el autor sueco deja patente que los ingredientes, elementos y sensaciones que perviven en las guerras a lo largo de la Historia son los mismos: odio, amor, venganza, muerte... Pero todo ello perfectamente hilvanado bajo la protagonista principal, una joven maestra griega que recurre a la narración de Homero para evitar que sus alumnos sean testigos directos de la guerra y les afecte lo menos posible. En el mito clásico tienen un papel preponderante los dioses y Kallifatides recurre al hombre. ¿Cómo es el hombre ante la guerra? ¿Ante el dolor? ¿Ante el futuro y el pasado?

El autor griego, pero exiliado en Suecia desde 1964, manifiesta en el epílogo de la novela que considera la Ilíada: "como uno de los más firmes poemas antibelicistas jamás escritos [...] Tan solo he querido que lo conozca más gente". Y estoy de acuerdo con la segunda parte —la primera la dejo para que el lector saque sus propias conclusiones—, el poema que inaugura la literatura en Occidente es uno de los libros de los que más se habla, más se cuestiona, más se estudia... pero es, quizás,poco leído, ya sea por su forma narrativa o porque hay veces que el hecho de ser tan conocido le reste valor, dejándolo para una ocasión menor.

Kallifatides maneja la técnica narrativa a su capricho y sabe lo que quiere contar (insisto, él lo deja ya claro en el epílogo) y nos lleva a historias paralelas de la Guerra de Troya y a la Segunda Guerra Mundial en su vertiente griega, que en cierta medida es la más desconocida para el gran público, pero bajo la musicalidad narrativa de Las mil y una noches, para que el lector sienta curiosidad sobre lo que pasará al siguiente día.

La Historia, en cualquier sentido, es cruel, porque está impregnada de dolor. Pero subyace la cuestión de si es necesario el dolor que provoca el hombre, ¿para qué sirven las guerras? ¿o por qué sacrificar a gente inocente por venganza? Theodor Kallifatides consigue acercar al gran público y, a través de algo tan íntimo, cercano, como es el dolor de una madre, de una esposa y de un héroe, algo tan sustancial que no resulta difícil ver que el pasado es igual que el presente. El hombre o el individuo es un ser básico que intenta sobrevivir al momento que le ha tocado. La Tradición es Presente y el Presente está formado por la Tradición. Kallifatides no defrauda. Saber contar historias sin cansar y dar al lector lo que quiere, pero bajo un prisma muy particular. Es un valor seguro.

© Miguel Urda Ruiz

Texto y fotografía





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5/22/2025

Indigno de ser humano, Osamu Dazai: la construcción de una derrota social




Nada más adentrarse en sus primeras líneas, entendemos que el título, Indigno de ser humano, no lleva a engaño y lo que viene a continuación no va a ser fácil de digerir, pero es necesario leerlo.

Baso la presente reseña en la edición de Sajalín editores, con una cuidada traducción de Montse Watkins, donde Osamu Dazai parte de tres fotografías y un diario para contar una historia, donde en todo momento subyace la línea de la autobiografía. Publicada al finalizar la Segunda Guerra Mundial, nos adentramos a través de un individuo, como reflejo, en todos los escombros sociales que padece Japón al estar sometido al imperialismo estadounidense y a una tradición milenaria que grita a destajo anhelos de libertad. No obstante, este mismo personaje que no está de acuerdo con formar parte de los hilos de una sociedad doblegada. Y deja constancia de ello manifestando su desprecio por el ser humano. Aunque esta forma de ver la sociedad no es nueva e incluso puede leerse cierto paralelismo con Mishima al ver al hombre como alguien amorfo y que necesita una máscara para sobrevivir, yo pongo el punto de vista más en un existencialismo, donde, tras una derrota o una debacle, el hombre busca un sentido, algo a que aferrarse, como puede ser Meursault. Dispone de todo el tiempo por delante y supone que puede llegarse a la verdad del individuo.

A través de Yozo, un joven acomodado cerca de la provincia de Tokio, entramos a ver las entrañas de la mente humana donde todo aquello que conforma al ser humano le provoca desprecio y lo único que merece su consideración son las prostitutas, a las que considera como el oxígeno de la vida para ser usadas. Es una novela donde no sobra nada. Apenas hay descripciones y se centra en el individuo. Contando las miserias externas a las que se enfrenta, así como las sombras que todo ser humano posee en su interior y cómo las ve según el momento. Pero el autor sabe que el hombre es un ser sociable y necesita al otro para sobrevivir y utiliza la figura del "bufón" para integrarse en la sociedad. Hacer reír al otro para que nadie sepa que yo soy incapaz de reír.

Una vez acaba su lectura, llega el desasosiego. Demasiado de todo, y cuando digo de todo, digo acción, hechos del ser humano, miseria, etc., y una duda planea sobre si es una novela apta para todos los públicos. La respuesta es no. Primero, porque si te acercas a ellas sin tener un conocimiento del país nipón y las consecuencias que tuvo la Segunda Guerra Mundial, habrá muchos factores que no se lleguen a comprender; y segundo, porque leer las miserias del alma humana conlleva cierto pudor y es necesario estar preparado para ello. Antes de leer a Osamu Dazai, hay que pasar por Dostoievski, Camus y Mishima, quienes dejan patente que el ser humano es algo que carece de alma, solo que la disfraza para creérsela él mismo; una vez asumido esto, entonces se podrá disfrutar de la narrativa de este escritor japonés.


© Miguel Urda Ruiz

Texto y fotografía

5/16/2025

El zorro ártico, Sjón: una emoción narrativa al desuso



Por una vez, y que no sirva de precedente, estoy de acuerdo con que haya países que están de moda, como es el caso de Islandia, porque conlleva descubrir cosas que estarían relegadas a su propia cultura, como es el caso del autor Sjón, seudónimo de Sigurjón Birgir Siguroson. He llegado a él a través de la novela aquí reseñada, El zorro ártico, que compré en una exposición sobre dicho país, motivado más por la curiosidad del país que por el interés en sí de la historia. Una sorpresa en todos los sentidos narrativos posibles. Es un libro admirable, que se acepta sin justificaciones y que se disfruta. Tres cualidades esenciales para considerarla como una buena novela.

Sjón es un autor contemporáneo (nacido en 1962) cuya obra está catalogada como de las más innovadoras en su país y que toca varias artes, como por ejemplo escribir canciones para Björk. Aunque en este caso toma como parte la tradición, leyenda y folclore popular conjugados en una prosa escueta, pero certera y que parece imitar al clima del gélido país, para adentrarnos en una historia bonita. Porque la palabra es esa, bonita. No hay que pedirle más porque todo lo que viene a continuación va implícito en lo que el lector quiera exigirle al texto. Y por supuesto que lo tiene. No hay nada al azar.

Los hechos comienzan en 1883, donde todavía las fronteras no están tan divididas como en la actualidad, ni el mundo tan usurpado, ni la naturaleza tan esquilmada como hoy en día. Dividida en tres partes, lanza ante el lector la lucha entre el hombre y la naturaleza, el hombre y su propia lucha y una lucha continua para saber si el hombre pertenece a la naturaleza o es algo aparte, que te llevan directamente a pensar en Jack London o Hemingway, donde sus obras tienen un contacto directo con la naturaleza. Sin embargo, Sjón no cae en excesos, va al quid de lo que la escena requiere en ese momento, ni existe una didáctica moral; quiere contar una historia. Nos cuenta una historia, pero entrando en ella de forma tímida, donde todo es comprensible, aunque hay cosas que no terminan de cuadrar, pero hay que dar gracias a la espléndida traducción de Enrique Bernárdez; con su justificado epílogo da sentido a toda la narración y a que en cierta medida nos pueden pasar como extraños o ajenos dado la idiosincrasia de los factores culturales de este país y que son desconocidos para nosotros.

Islandia tiene una tradición literaria, mantenida de forma oral durante muchas generaciones, que ha permitido que la sustancia que forjó su costumbre no se haya perdido, dado que es un país ajeno al comportamiento del resto del mundo. Tiene una idiosincrasia que no se deja malear y son los demás quienes ponen su mirada en el país.


© Miguel Urda Ruiz

Texto y fotografía

5/10/2025

Oposición, Sara Mesa: cuando la comodidad te convierte en un ser atonal



¿Es un ganador o es un perdedor el funcionario? Es la pregunta que me surgió cuando terminé de leer Oposición. Porque tener un puesto de trabajo seguro para toda la vida laboral garantiza seguridad económica, pero ¿no desaloja de los sueños que se tuvo alguna vez al estar instaurado en un trabajo repetitivo y monótono de forma perpetua? La cuestión es que el cuerpo de funcionarios siempre estará en entredicho (ya lo dijo Larra en el siglo XIX: "Vuelva usted mañana") o, lo que es lo mismo, pagan justos por pecadores o pecadores por justos cuando los hay que trabajan de verdad. Sara Mesa trabajó como funcionaria y en sus páginas habla de algo que conoce muy bien. Sabe cómo funciona la administración, su maquinaria y todo el engranaje que la circunscribe, y lo deja al descubierto con esta madura novela, donde no hay nada al azar.

Lo primero que se encuentra el lector es una mirada hacia Kafka, donde pervive al día el universo tan particular que creó y que en la novela está perfectamente transpolado; el mundo de la administración y todo el engranaje que hay dentro, desde lo que hay que hacer para mover un papel o para dar parte de un fallo en un ordenador. BUROCRACIA.

Con un lenguaje gris, triste, apagado, pero no simple o aburrido, que lleva intrínseco el tono oficial de la administración y sin caer en tecnicismos, nos sumerge en una novela desarrollada en tres tiempos o en tres partes, como si jugase con un proceso administrativo donde está el inicio, los pliegos de preguntas, la de respuesta y la conclusión que corresponde ni más ni menos que al equipo de "los sabios". Lo cual ya dice mucho sobre ella, pues tiene muy claro lo que quiere contar y en quién deja la responsabilidad de emitir un veredicto.

A lo largo de la novela nos encontramos con todo un desglose de funcionarios, que cualquier ciudadano de a pie conoce (dudo que haya alguien que no haya tenido alguna experiencia), y que son perfectamente identificables a nivel particular: el entregado y que parece que va a heredar la administración correspondiente; el pasota y que solo va a cumplir con el tiempo mirando el reloj; o aquel que ni el ojo de la pantalla y no ve otra cosa. Y otros que pasan de largo por el lugar, pero que cobran religiosamente su propia nómina.

La autora juega con los elementos del argot del mundo funcionarial: el tiempo para desayuno o para medir la efectividad de los trabajos; el surrealismo de crear programas para dotar de trabajo a personas que llevan meses con los brazos cruzados; la funcionaria que desarrolla la poesía en su tiempo de trabajo o el amor por los gatos; aunque todo puede sintetizarse a través de los tiempos del café. El tiempo que dedica el funcionario a desayunar (cada compañero de mesa pertenece a un rango de desayuno, aunque seas de otro rango jerárquico); el juego con las cápsulas de café y donde subyace la "crítica" de si el funcionario siempre está tomando café; el hecho de que dentro de la propia administración esté mal visto que un funcionario interino o en prácticas tenga dudas sobre si opositar; el entrar a dedo en un puesto, ya sea relevante o no.

Oposición no caerá al olvido fácilmente, ni se convertirá en una historia obsoleta, sino que irá cogiendo solera con el paso del tiempo, donde el lector (exigente) sentirá la historia viva y podrá estar a favor o en contra de ella según el punto de vista desde el que se mire, pero lo que está claro es que Sara Mesa toca en el quid intrínseco de la administración, de la burocracia, del funcionariado. Nada es desconocido para el lector, ni siquiera los sueños que se dejan por el camino por culpa de una tediosa (¿y ansiada/obligada/esperada?) Oposición.

© Miguel Urda Ruiz

Texto e Imagen 


5/04/2025

Tokio, estación de Ueno, Yu Miri: la realidad a través de unos ojos cerrados




Una novela fiel a la tradición y el sentimiento de no ver la realidad o de permanecer ajena a ella porque la sociedad nipona todavía conserva estigmas de su pasado y que surge en la civilización actual cuando la ocasión lo requiere.

La autora, Yu Miri, narra una historia de paralelismos. El protagonista, Kazu, nace el mismo año que el emperador japonés y, de una forma azarosa, su vida transcurre junto a la de él, aunque en sentidos diferenciados. Pero ahí radica la cuestión, nos permite acercarnos a ese mundo, –tan impenetrable a ojos de Occidente– de la sociedad nipona para ver la diferencia de clases y estatus. A través de analepsis, descubrimos la vida del familiar Kazu, su mujer, la relación con sus hijos y que todo no es como uno quisiera o incluso, como lo soñó en algún momento. El hombre se sacrifica en pos de la familia, pero el pago individual es muy alto: no ver crecer a sus hijos y lo que llega a convertirse en un estigma personal que no permite integrarse en la sociedad y ver que cada individuo tiene su pedigrí de sinsabores.

Emigrar es un sentimiento común en todas las culturas y podría decirse que las consecuencias son las mismas, pero aquí hay que focalizarlo en el individuo y donde no todo el mundo lo acepta como tal y se adapta a la sociedad receptora. Kazu lo intenta y emigra a Tokio, a la gran ciudad, con la finalidad de mejorar su calidad de vida, y encuentra trabajo en la construcción del Estado Olímpico en el año 1968. Pero la realidad es diferente a lo pensado o incluso soñado. Y esto lo muestra Yu Miri cuando el protagonista no consigue hallar su sitio en la gran ciudad. Dos caras de la misma moneda o del mismo estatus social: los marginados, los sin techo, que sobreviven en un apartado de la estación de tren, alimentándose de las sobras de comida que los restaurantes depositan en bolsas de basura y que Kazu llega a conocer, pero que al pasar la comitiva del emperador desalojan todo lo que puede afear la vista de la comitiva. El esplendor de miedo está atento a que pueda verse su sombra y nada pueda afearla.

Hay un momento de confusión en la narración, pero está muy ensamblada, pues la autora quiere jugar con el lector, o quiere que esté atento y no se distraiga, provocando un efecto de duda al final de la historia. Todo es lo que es, pero nada es lo que parece viene a ser el resultado final de la novela.

Japón sigue padeciendo la losa de la tradición milenaria. Es un alimento del cual se nutren las artes, pero cada vez la sociedad japonesa aclama nuevos valores. Yu Miri es una apuesta segura por la nueva literatura nipona. Tiene su voz propia, su estilo propio y sobre todo prima la veracidad.

©Miguel Urda Ruiz

Texto y fotografía