
Solamente unos amigos muy muy íntimos lo sabían. Tenía fecha de caducidad. Dadas las circunstancias de su vida, no quería ser un estorbo para nadie ni quería ir viendo como mermaban sus facultades y estar supeditado a los demás . Así que, cuando llegase el día, de un año en concreto, él… se iría de forma voluntaria, en silencio. Lo tenía todo calculado: lugar, forma…
Ayer caducó su vida, tal y como lo había pensado.
Miguel
Visitando blogs he dado con el tuyo y lo q llevo leido por haora en el, me gusta.
ResponderEliminarCon tu permiso volveré.
Besos
Estoy segura de que muchas personas se sentirán así... tal vez por la soledad, la enfermedad, la edad...
ResponderEliminarY qué acto de valentía ponerse una fecha de caducidad.
Por otro lado, si todos supieramos nuestra fecha de caducidad... tal vez aprenderíamos a vivir y a disfrutar la vida de otra manera.
Un besazo,
Por supuesto, Gara, tienes todo el permiso condedido para ello.
ResponderEliminarUn besote
Miguel
Clara, podría decirte tantas cosas de este microrelato.
ResponderEliminarIgual todo es ficción, todo es mentira. Solo lo sabe la mente -loquita y creativa- de este humilde aprendiz de escritor.
Un besoteeeeeeeeeeeee
Cuéntame... Qué curionosa soy!
ResponderEliminarTodo escritor, o en nuestro caso, aprendices... somos unos fabuladores.
Un besito,