Setecientas setenta y seis páginas de correspondencia (sin incluir índice onomástico y de destinatarios). Se dice pronto. Toda una vida en cartas, podría resumirse el libro y la reseña en sí. Publicado por la editorial Alfaguara en el año 2000, recoge la nutrida correspondencia de Marguerite Yourcenar que mantuvo a lo largo de su vida con un considerable número de personas, pasando por amigos, familiares o relacionados con los temas laborales (ser escritor es un trabajo). Este volumen corresponde a una serie de cartas que están depositadas en el "Fondo Yourcenar de Harvard" en la Biblioteca Houghton y que son copias realizadas mediante papel carbón de los originales mecanografiados. Hay cartas de colecciones privadas o de otras instituciones, todas ellas debidamente anotadas a pie de página. Este legajo de cartas lleva implícita la pregunta de ¿cuánto escribe esta autora? Porque en la nota preliminar y en el prefacio queda señalado que el libro recoge un número de cartas datadas y registradas. Hay otro tanto a la espera de ser clasificado.
La primera misiva es del año 1909 y la escribe a su tía Jane, a la edad de seis años. Y la última corresponde a poco antes de su fallecimiento en 1987, es de fecha 22 de octubre y la envió a su amigo Yannick Guillou, confirmándole un viaje a Bruselas, que no pudo llevar a realizar. Escribir cartas como tal hoy en día puede parecer algo añejo o quizás nostálgico y solo queda un grupo minoritario de personas –entre los que me encuentro– que mantienen correspondencia como tal –incluso puedo aceptar el intercambio de emails con un contenido personal como correspondencia–.
La cuestión a desglosar es que se puede contar en una vida, o, dicho de otra forma, que no sucede en una vida para hacerlo partícipe a otro interlocutor. Yourcenar es consciente de ello y, según el momento de su vida, hace mayor o menor hincapié en el asunto tratado. Habla del esfuerzo que le llevó escribir Memorias de Adriano y el éxito que le proporciono, teniendo en cuenta que una de las premisas que mantuvo durante toda su carrera literaria fue la preocupación por la palabra y la rigurosidad y constatación de los hechos que narraba. No dejaba nada al azar, retocando o reescribiendo en caso de ser necesario en nuevas ediciones; Opus Nigrum es otra novela que ocupa mucho espacio en las cartas y la repercusión que tuvo al ser publicada; a través de la correspondencia descubrimos a una mujer preocupada por la naturaleza, (la masiva matanza de focas acontecida en los años 70 y 80 en Canadá –con carta a la actriz Brigitte Bardot incluida, gran defensora de los animales–), la condición femenina y el hecho de ser mujer; lo que significa escribir y lo que conlleva, tanto positivo como negativamente; su punto de vista sobre los biógrafos y los errores que cometen, siempre motivados por un interés subyacente; la familia y su dispersión o falta de arraigo aunque intenta ser justa con ellos y las motivaciones que producen dicha dispersión; y siempre presente, pero en un segundo plano aunque no por ello carezca de importancia su compañera de vida Grace Frick siempre presente en la correspondencia y que la define como su amiga íntima.
La religión (cristiana, judía y budista) pasa por sus manos y habla sin tapujos sobre lo que opina; una visita a España donde refleja su opinión sobre Lorca y Sevilla. Pero llega un momento donde su trabajo –escribir, escribir, escribir– copa todo argumento de sus cartas: con los críticos literarios, con las editoriales, con el director de cine al ser llevada una novela suya al cine y su punto de vista, la petición de documentación para el desarrollo de su trilogía familiar Archivos del Norte.
Aunque puede asustar, el tamaño del libro es todo lo contrario; permite acercarse a él de forma tímida y momentánea. Leyendo unas cartas al día, otras al siguiente y así sucesivamente. Pero queda constatado al terminar su lectura que Marguerite Yourcenar está en el cenit de la literatura y hasta el día de hoy no ha sido desplazada, ni creo que llegue a serlo.
© Miguel Urda Ruiz
Texto y fotografía
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