- Buenas noches. Perdón por el
retraso.
La mujer mira la voz que acaba de
hablar. No dice nada.
La luz pobre de una farola los
acompaña.
- Soy yo. Perdón por el retraso.
La mujer sigue sin decir nada.
- Lo siento, -vuelve a insistir la voz
de la gabardina, bajo el foco de una luz mortecina-. Mucho trabajo.
- De verdad eres tú -dice la mujer
con voz incrédula.
- Sí, soy yo.
- Me encuentras por casualidad. Llegas
tarde, demasiado tarde. Ya no te esperaba.
- Una vez más le pido disculpas. No
ha sido mi intención. Quería venir hace mucho tiempo pero...
- Pero que... Me cansé de esperar
-replica la mujer.
- Hizo bien es esperar algo más de
tiempo. Siempre cumplo mi palabra.
- Una palabra que llega cuando no la
necesito.
- Se equivoca, Señora,
siempre me necesitan, siempre. Si le cuento los sitios tan
inverosímiles desde donde me llaman se quedaría asombrada.
- Ahora para que la quiero ya. Sabe
que estoy en la recta final de mis días. ¿Para que quiero ser feliz
ahora?
- Porque yo llego en el
momento que yo consideró necesario y oportuno. Siempre hay tiempo
de ser feliz.
©
Miguel Urda
Imagen cedida por Oscar Cañero.
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