2/04/2025

Vengo de ese miedo, Miguel Ángel Oeste: cuando el dolor es verdadero






Comenzar una narración en alto y mantener el ritmo durante una novela no es fácil. Tienes que tener muy buena destreza con la prosa y sobre todo con el argumento. El autor malagueño lo consigue en un principio al iniciar la historia con la noticia de la muerte de la madre del protagonista justo cuando iba a tomar un vuelo. Lo que detalla a continuación es la disección, sin prolegómenos, de una familia a la que le viene grande tal denominación. Porque no todos los individuos valen para el matrimonio, ni para ser padre/ madre, o para amar.

A través de la autoficción —¿Cuánto hay suyo en esta historia?— plasma la desestructuración de una familia de clase media y la violencia doméstica en los años ochenta. Dos engranajes que van unidos, pero sin saber cuál va primero o qué desencadena lo siguiente. 

Vivir de rodeados de sexo, drogas y alcohol, además con la distinción de que el mayor se lleva todos los palos mientras que el pequeño por alguna razón que se nos escapa recibe más benevolencia por la parte del progenitor, y siempre bajo el cobijo de la "abuela" que "paciente" todo lo ve y todo lo "acepta" aunque a su generación no se le permitió quejarse o expresar sus sentimientos. Y si la infancia es el pilar que define la madurez del individuo, cómo será la persona adulta que ha crecido rodeado de todo ello. Miguel Ángel lo muestra al hacer ver como el presente de su personaje está plagado de los miedos forjados en el ayer e intenta que no revierta en la familia que ha construido o las personas que tiene a su alrededor. Aunque hoy en día hemos avanzado en cuestiones de violencia (doméstica, de géneros…) En la época de los albores de la democracia la sociedad era otra y todavía se miraba a otro lado. En un bloque de vecinos todo se sabe, o por lo menos se intuye lo que pasa cuando los gritos, los golpes y las visitas de la policía son habituales. Y ahí radica la cuestión de la novela, te hace partícipe de algo que el lector sabe que existe y que quién más o quién menos conoce algún caso cercano, familia o conocido próximo, y el silencio y hermetismo con que se rodea todo. 

Al dolor uno se acostumbra o se habitúa, lo acepta como tal, pues, es lo que ha tocado vivir. La primera pregunta que surge en torno a la historia es por qué no tomó otro camino cuando tuvo la mayoría de edad o porqué siguió viviendo en la misma ciudad o barrio que abastecen el infierno de su cotidianidad. Desprenderse del pasado no es fácil y más cuando las heridas supuran al saber que tu progenitor está cerca y merodea en tus mismos lindes, lo cual muestra que la cobardía siempre está al acecho y puede asomar por la puerta. Sin embargo, llega un momento donde la narración parece estereotipada: los malos son los padres que crean el infierno y los hijos tienen que aprender a salir de él. Una prosa que requiere una depuración para centrarse en el verdadero asunto y narrarlo de forma más continúa sin tantos saltos de página con la finalidad de aumentar el grosor de la novela. Pero también se puede sentir cierto rechazo hacia ese protagonista o narrador en primera persona que nos hace creernos cada una de las palabras que escribe porque no existe el temor de que tenga un punto de vista diferente. La verdad es única cuando solo hay una versión.

El miedo está en el presente y en el pasado de cada vida o de cada ser humano. Es algo innato, y a veces hasta necesario para superarlo.


© Miguel Urda Ruiz

Texto y fotografía

1/29/2025

La vegetariana, Han Kang: las consecuencias de un aleteo




La autora coreana, Han Kang, ha sido galardonada con el último Premio Nobel y ya se sabe que la Academia no da puntada (premio) sin hilo. Su decisión ha llenado horas en los medios de comunicación y se han escrito cantidades ingentes opiniones sobre ello, pero solo hay que leerla para saber el tino del galardón. Con muy pocos títulos publicados, la escritora coreana refleja una prosa que deja patente la visión de la mujer en Corea del Sur y cómo la tradición pierde valores a favor de la occidentalización, permitiendo realizar preguntas sobre la forma de ser del individuo.

Hay una teoría naturalista que dice que el aleteo de una mariposa se resiente en su polo contrario y es lo que ocurre con La vegetariana al tomar una decisión. A raíz de que la protagonista de la novela, Yeonghye, decide hacerse vegetariana, asistimos desde tres puntos de vista a las repercusiones que provoca su decisión en su mundo más próximo. Esa es la base en la que se construye la novela ¿quién está capacitado para decidir respecto a otra persona? O ¿por qué no se respeta? El ser humano es egoísta y toma decisiones sobre lo que mejor le puede venir a él cuando es un elemento tangencial y no el quid de la cuestión. 

La narración comienza en alto. ¿Por qué molesta tanto que la protagonista se convierta en “vegetariana”? Es la idea que está en la cúspide de la historia, pero el trasfondo es muy jugoso. Temas como el patriarcado, la opresión de la mujer, el límite entre realidad y ficción, y el paso del tiempo están presentes. Todo lo que está a su alrededor sufre un cambio. Su marido, su cuñado y su hermana. Un trío de narradores que emanan como si fuesen ramas del tronco que es la protagonista al querer volver a la tierra y que ven sus vidas trastocadas. 

Y subyace varios interrogante ¿Por qué no se le permite seguir con lo que quiere ser?¿Padece una enfermedad la protagonista? La respuesta inicial podría ser por una cuestión de salud, pero no, los verdaderos veganos saben qué alimentos deben ingerir para tener todos los nutrientes en su cuerpo. La escritora coreana transmite un hilado de tramas sociales que están presentes y sobre todo que no aceptadas por su sociedad. Publicada en el año 2007, ha sido a raíz del premio cuando ha atraído en forma masiva al público. Su prosa es llana y cercana a cualquier lector, lo cual conlleva un doble mérito: entretener, por un lado, y sacar conclusiones sociales, por otro. 

© Miguel Urda Ruiz

Texto y fotografía



1/24/2025

Después del invierno, Guadalupe Nettel: el intento de vivir




Hay novelas que lees una vez y sabes que tienes que volver a leerlas. El porqué no lo tengo muy claro o, mejor dicho, no lo tengo. Es lo que me ha pasado con Guadalupe Nettel, autora que sigo desde su primer libro, que fue de relatos Los peces rojos. Leí, al poco, su publicación en el año 2014, Después del invierno, y la novela me dejó un sabor amargo-dulce que me impidió decir nada en su momento. Diez años después vuelvo a ella, pero sigo manteniendo la misma posición. Me provoca una sensación dulce, aunque hay algo amargo que no termino de dilucidar; sin embargo, prefiero quedarme con ello, pues sé que en algún momento dado (¿dentro de otros diez años?) volveré a leerla.

Es una historia reflejada a través de personajes inmigrantes que intentan buscar una solidez en sus vidas. Y cuando digo solidez, me refiero a que todos quieren construirla teniendo como eje una relación sólida. Claudio, Cecilia, Ruth y Tom son las esquinas de un cuadrado narrativo que están desgajados de la vida e intentan acoplarse a alguien para sobrevivir, porque hay veces, que sin ser conscientes de ello están –estamos– muertos en vida. Y el gusto o aficiones de los personajes por los cementerios que es el ápice que tapiza la narración para cubrir y mostrar sus necesidades, carencias y virtudes, así como de entrar en la intimidad del inmigrante, en la ciudad que le acoge y evidenciar que sus raíces no siempre están en la profundidad deseada.

Nettel maneja muy bien la técnica narrativa y sitúa la historia en cuatro puntos geográficos muy dispares. Cuba, México, París y la ciudad de New York, pero que tienen como epicentro poblacional al inmigrante, bien como país de acogida o como emisor. Este siempre llevará la losa de serlo por mucho que pase el tiempo y adopte las costumbres del lugar y sea admitido como tal. New York, donde reside el protagonista, es una ciudad construida a base de ellos y él se siente cómodo allí, y además ha conseguido algo que no está al alcance de todos los foráneos: comprar un apartamento. Con este juego geográfico los personajes se cruzan y dejan al descubierto la verdad de sus emociones. Cosa que a veces es dolorosa, al ver que la vida que tienes no es la que deseas. Por momentos tengo la sensación de que intenta jugar con el azar, pero no lo consigue. Los personajes están muy bien cogidos y, sin ser conscientes, ellos saben lo que quieren, lo que buscan o lo que desean, que en el fondo es una característica del ser humano y tan de moda hoy en las redes sociales, encontrar su propósito en la vida. 

Sin embargo, y esto me ha pasado con más autores hispanos en una narrativa reciente (Abad Falcone, María Gainza), tengo la sensación de que quieren mostrar que saben mucho y llenan sus novelas con datos y referencias estériles para el desarrollo de la historia. La escritora mexicana lo hace al citar a escritores y músicos, que no aportan nada al lector y que enmascara la cultura que posee, lo cual se traduce en el efecto contrario. 

Diez años desde su publicación y el tiempo ha pasado por la novela, o mejor dicho, la tecnología. Alude a emails, teléfono fijo —con su contestador—, mensajes de texto... Desde el 2014 a hoy (albores del 2025, cuando escribo estas líneas) la comunicación ha sufrido una transformación ingente, sin miras al pasado y el tiempo de espera, versus contra la inmediatez que impera en la actualidad. ¿Cómo sería esta novela sin tener que esperar la respuesta de un mensaje de texto o estar pendiente de una llamada en un teléfono de toda la vida? El tiempo otorgará su veredicto en su momento.

© Miguel Urda Ruiz

Texto y fotografía

1/18/2025

El mar, John Banville: un ápice de felicidad caducada







Un escritor para considerarse como tal debe reunir tres cualidades: que sepa narrar, que sepa contar y que sepa escribir (parece algo simple y esencial, pero no lo es). John Banville reúne las tres y lo refleja con total maestría o profesionalidad en la novela El mar.

Y la historia es simple, y definida en una frase: es la estancia de un hombre que acude a un lugar de verano en su adolescencia tras la muerte de su esposa. Esa mirada al pasado ya hace poner en alerta al lector, dado que es un sentimiento maleable, ya sea al antojo del escritor, del narrador o incluso de la persona que lee la historia. Novela está dividida en tres tiempos que reflejan las edades del hombre: infancia que muestra el descubrimiento del deseo, el inicio en el sexo y la muerte; una madurez que va unida a la enfermedad de su mujer, Anna y una tercera parte híbrida donde intenta escribir sobre ambos momentos, pero descubre que están unidos por una traza invisible la cual no puede obviar. Que el personaje que vertebra la novela sea un marchante de arte, Max Morden, da sentido a que la historia se vaya construyendo como si fuese un cuadro, detalle a detalle, pero con total maestría para que el lector vaya integrando su parte correspondiente y le dé su propia cohesión. Así como su conocimiento de Joyce a través de la forma de construir los diálogos. 

El mar, en el sentido concreto o abstracto, acoge una inmensidad de agua y de extensión que da cabida a todo tipo de personajes, (románticos, suicidas,...), pero que en este caso nos remiten a una búsqueda de la felicidad, o pensar que hubo un tiempo en el que se fue feliz. Porque la soledad está presente en la obra de Banville, y no la termine de aceptar el protagonista, dado que es forzada, este intenta rescatar la felicidad del ayer. Pero no hay que pensar que es una novela triste, sino todo lo contrario: es feliz porque ha tenido una vida donde ha amado. El autor irlandés necesita que su lector no pase de puntillas por la novela, quiere que el poso de la narración quedé en él y la perciba como el mar con sus tonalidades diferentes según la hora o el momento del día. La vida, la muerte, la soledad, la felicidad —impostada o creada—,los colores... Tienen cabida en esta novela y provoca que el lector lea cada frase con detenimiento. Nada es arbitrario. Los grandes narradores saben que su oficio es hilar bien toda la narración. El mar, ya sea metafóricamente o no, es un tejido de sensibilidad exhibido por la narrativa de un verdadero artesano del oficio. 

Solo puedo añadir una palabra más: sublime.

© Miguel Urda Ruiz

Texto y Fotografía





1/11/2025

La maleta de mi padre, Orhan Pamuk: la imaginación al servicio del escritor






Con solo siete novelas publicadas, la Academia Sueca le concedió el Premio Nobel de Literatura en el año 2006. Y todo por culpa de su padre. Un niño que soñaba con ser pintor, pero que vio cómo su progenitor escribía en casa y se convirtió en escritor. Es a él a quien le dedicó el discurso de dicho galardón por haberle transmitido la vivencia de la escritura y la literatura y que se recoge en el libro La maleta de mi padre junto a El autor implícito, que leyó al serle entregado el premio Puterbaugh otorgado por la revista norteamericana World Literature, y En Kars y en Frankfurt que pronunció al recibir el Premio de la Paz de la Unión de Libreros Alemanes en 2005 donde manifiesta su relación con el proceso de escribir y la lectura.

Una maleta que su padre le legó dos años antes de morir, llena de papeles con todo lo que había escrito durante su vida, y otorgándole la facultad para que hiciese con ella lo que quisiera, lo que supuso conocer el mundo su figura paterna, así como la relación entre ambos y, sobre todo, que se convirtió en escritor gracias a él. Pero dentro del marco de un país, como Turquía, donde la religión tiene un papel preponderante en la sociedad y rige su comportamiento sin poder expresar libremente lo que se siente. Y cuyo vehículo de transmisión es la novela. Instrumento que sirve para constatar la historia, construir sociedades, aprender y además divertirte.

Pamuk utiliza la novela como instrumento para mostrar las dos sociedades: la turca y la europea. Esta última, a grandes rasgos, pero sobre la convivencia entre ambos continentes y el uso que uno y otro hacen de cada uno. Costumbres, arraigo, jerarquía, política,y familia, por citar algunos ejemplos, tienen una forma diferente de verse en cada lugar y más cuando Turquía es un país fronterizo entre oriente y occidente.

Con un tono cercano, sin llegar a ser el de ese amigo confidente, pero muy próximo, no solo habla de cuestiones sociales, sino del escritor como tal. Cuenta de cómo se recluye en una habitación a escribir en soledad durante diez horas cada día; de lo que significa ser lector y la geografía de cada uno (¿dónde me leerán?); de qué está construida una novela y si es verdad que está plagada de imaginación o es al revés la imaginación construye la historia; hasta qué punto convergen los mundos del autor y del lector; qué novelas le han influido en su vida (¿Pueden separarse vida personal y vida profesional en el caso de un escritor?); si un novelista es otra persona cuando escribe o se pone en el lugar de otro.

Orhan Pamuk destila sensibilidad y te acerca su mundo, con cierta envidia, al querer ser por momentos como él.

                                                                                                                   © Miguel Urda Ruiz

                                                                                                                     Texto y fotografía

1/05/2025

Diarios 1984 -1989, Sándor Márai: la cruel belleza de la decrepitud



¿Es justa la vida?, ¿es justa la vejez?, ¿sirven para algo? Estas son las preguntas que saltan nada más comenzar a leer el último volumen de los diarios de Sándor Márai, en el que desgaja las miserias del ser humano cuando se llega al periodo de la vida donde uno ya solo es un nombre propio. 

Sándor Márai es un escritor elegante y que podría justificarse por su estilo burgués, que como él bien indica era una forma de vida, pero es todo lo contrario, no basta con serlo para escribir. Los diarios son un género que tiene su propia clasificación, aunque estén redactados en prosa y puedan contar una historia, pero la cuestión es que cuento la de mi vida. 

Sesenta y dos años de matrimonio con Lola Matzner, compartiendo el peregrinaje que provoca el exilio y el saber que nunca llegarás a ser ciudadano de un país, por mucho tiempo que vivas en él. Un relato duro, pero real, pues muestra la decrepitud del individuo para ser convertido en nada. No deja tema alguno sin tocar: la muerte, la enfermedad, la cultura, (clásicos, y los nuevos escritores que no aportan nada solo tienen un valor comercial) la familia, el exilio, la política, el país que le acogió (vivió quince años en New York y el resto en San Diego) y el hecho de sentirse inmigrante todo el tiempo que estuvo viviendo en él, la convivencia con su esposa, el hijo adoptado, el hospital, la primera Navidad separados después de sesenta años, etc.

El escritor húngaro viste el pudor íntimo con una prosa elegante y para detallar el deterioro de su mujer y el suyo propio. Primero, la pérdida de la vista, después el habla, al le siguen los movimientos del cuerpo y así hasta llegar al final, lo cual hace reflexionar ¿hasta cuándo o cuánto se puede sufrir? Inmediatamente, surge la comparación con la película Amor de Michael Haneke (que desconozco si está basada en una novela o trata sobre una historia real) y florece la duda —personal, social, comunitaria— de sí poner fin por modo propio sería ético. El autor es consciente de que su final está cerca. Habla de la muerte de forma directa, no la afronta y por momentos desea que llegue, incluso cuenta cómo compra el revólver con el que puso fin a su vida. De lo único que se queja es de que viene sin instrucciones de uso. Lo mejor es la pistola, pero no es del todo seguro. ¿En la boca o en la sien? ¿Cómo se coge el arma (que está en el cajón de la mesita de noche) ¿Qué es más seguro, estar tumbado con la boca abierta o más bien...? Porque ahí radica el quid de este volumen, ¿se debe poner fin antes de que el deterioro sea mayor?, ¿hay que depositar la vida final en manos de otras personas? Preguntas que un buen narrador fórmula implícitamente en la historia y que el lector tiene que ser valiente para responder. 

No obstante, Márai escribe los diarios para publicarlos y alude a los diferentes tomos o partes que durante su vida se han ido publicando, lo cual te incita a pensar si ha contado todo lo que quería o lo edulcora o agrava para satisfacer al lector. Aunque para los incondicionales del escritor da igual, porque su prosa es directa, dura, bella, agresiva, exquisita, intensa, elegante… 

Sándor Márai nunca defrauda, aunque te haga levantarte de lugar donde se lee para mirar la vida e intentar pensar que algún día tu cuerpo padecerá los síntomas de la vejez.

© Miguel Urda Ruiz

Texto y fotografía


12/30/2024

Winesburg, Ohio. Sherwood Anderson: Cuando la vida es simple o lo parece




Publicada en 1919 por primera vez, nos encontramos con una novela en la que, a través de un joven reportero local, George Willard, se nos cuenta la vida de los habitantes de un pequeño pueblo imaginario, Winesburg, en Ohio, aunque el hecho de que sea inventado no quita que esté reflejando una auténtica realidad.

Sherwood Anderson perteneció a la generación de escritores formados por William Faulkner y John Dos Passos entre otros, pero es un autor con una visión muy tangencial y crítica sobre lo que en ese momento imperaba a la hora de narrar, lo cual le valió que no fuera reconocido en su categoría dentro del mundo literario de la época, pero sí como un prosista de gran influencia en las generaciones posteriores.

Aquí nos encontramos una novela realista y sin catalogaciones de mágico o sucio, por ejemplo, es un realismo con toda la sustancia de la palabra para mostrar la realidad de un pequeño pueblo a través de veinte de sus habitantes. Un microcosmos donde el autor juega con los rasgos que forman la personalidad del ser humano, así como los estratos sociales que lo componen, para escribir una narración muy atractiva en la que entran ganas de ir a conocer el pueblo o programar un hipotético viaje.

La literatura se nutre de los trapos sucios de muchos personajes y gracias a que no los lavan en casa somos partícipes de ellos y los degustamos. Anderson deja patente el paso a la industrialización que cada vez está más próxima; la economía que de ser autárquica pasa a formar parte de un proceso económico donde solo es un eslabón más; que los personajes todos tienen una vida establecida, a veces incluso cómoda, otras, intentan esquivar lo que se les ofrece con mayor o menor tino. Unos personajes que dejan patente que se puede soñar e incluso ir a por los sueños. Individuos que se fueron en su momento del pueblo y vuelven a él después de una prolongada ausencia constatando que el tiempo todo lo cambia y solo queda el nombre del lugar del que se partió.

La vida de Winesburg puede verse como un puzzle donde todas las fichas encajan y muestran un cuadro social y económico de un país, Estados Unidos, y más concretamente el de una zona rural cuyo sostén es la agricultura que está formado a base de población emigrante. Sherwood detalla una generación donde ya no existen las penurias de sus primogénitos, pero sí la falta de arraigo o de la costumbre que se consigue con el paso del tiempo. Personajes sin ilusión, sin una vida por la que luchar, frustrados, obsesivos o incluso soñadores, pero deja patente que están ahí para conseguirlo otorgando con ello un cierre perfecto a la novela.

© Miguel Urda Ruiz

Texto y fotografía



12/24/2024

¿Quiénes somos? 55 libros de la literatura española del siglo XX, Constantino Bértolo: Cuando se sabe escoger



Pensar en qué criterio se ha tenido en cuenta para seleccionar unas obras y no otras es lo primero que viene a la mente al tener el libro en nuestras manos, pero es el propio autor en la introducción quien lo aclara, se ha basado en obras que invitan a dialogar. Cosa que estoy muy de acuerdo, pues todas producen esa motivación para hacer pensar al lector o intentar llegar un poco más allá de la narración.

Escoger cincuenta y cinco títulos de todo un siglo no ha debido ser tarea sencilla, teniendo en cuenta que, incluso en los años de la Guerra Civil, nuestra literatura produjo títulos y en la dictadura se escribieron obras de notoria calidad sorteando la censura. Comienza en los albores del siglo XX, con Azorín y su obra La voluntad, para acabar el siglo con Cultivos de Julián Rodríguez, que, por otro lado, fue quien le propuso la selección de las obras para configurar el libro. Nos encontramos en sus páginas un compendio temático: el mundo rural, la ciudad, la Guerra Civil y la posguerra, la mujer, la apertura hacia la transición con todo lo que ello acarreó. Hay una simbiosis perfecta entre literatura e historia, pues la primera se produce a través del reflejo de la segunda. Autores consagrados y otros no tanto que comenzaban a despuntar en las postrimerías del siglo XX, como Ray Loriga o Belén Gopegui, siendo la presencia de escritoras en un número acorde a su importancia y dándoles el lugar que les corresponde en la literatura y que se ha intentado relegar en no pocas ocasiones. 

De lectura fácil y amena, sirve para ir construyendo una biblioteca de un valor cultural sólido y duradero sobre el siglo XX. Constantino Bértolo es un referente de la memoria crítica y literaria de España, cuya estela perdura cuando finaliza el primer cuarto del siglo XXI. 


                                                                                                                       © Miguel Urda Ruiz

                                                                                                                      Texto y fotografía


12/18/2024

La playa de los locos, Elena Soriano: las aristas de una sociedad




Mujer y cultura, o mejor dicho, y escritora en una dictadura. Lo dijo el ganador de la contienda, al finalizar la Guerra Civil "la mujer volverá al hogar". Aunque hubo mujeres que sí lo hicieron, y además, también escribieron historias, como fue el caso de Elena Soriano. Autora olvidada durante mucho tiempo y cuya producción narrativa está a la espera ser reeditada por una editorial que la rescate del olvido (desde aquí hago un llamamiento a Bamba editorial cuya labor está siendo muy notable en reeditar a escritoras relegadas al ostracismo). 

Playa de los locos es una novela que me provoca antipatía, pero a su vez me contagia de alegría, pues viene acompañada de unas aristas que la literatura exige para ser consideraba una buena obra, así como de otras que la desdeñan y que denotan el paso del tiempo y como ha cambiado la forma de escribir también. Escrita en 1954, la novela no pasó la censura y cayó al olvido hasta 1986 que la publicó la editorial Plaza & Janes, con un prólogo de la autora donde cuenta las vicisitudes que vivió con la novela y el detrimento que supuso en su confianza como escritora. Publicada en un solo volumen junto a Espejismo y Medea, bajo el título de Mujer y hombre, cuya temática es la relación que provocan ambos géneros, aunque con argumentos diferentes. En esta recensión solo hablaré de La playa de los locos. 

Al leer la novela uno se pregunta en lo que pudo ver la censura para no darle el visto bueno a su publicación y puede ser porque la historia que narra Elena Soriano es atrevida para la época. Trata de una mujer que se va sola de vacaciones a un pueblo costero de la zona asturiana y que se enamora de un hombre. Un amor cuajado a base de silencios o interpretaciones equívocas. Hasta ahí el argumento inicial, pero la autora además juega con el presente y el pasado, pues la protagonista vuelve al lugar donde supuestamente fue feliz, aunque no hay que olvidar que los recuerdos se manipulan a nuestro antojo o capricho y en la forma que nos interesa. Nos presenta un lugar donde despuntan los primeros turistas, pero que permite ver la vida de los habitantes de un pueblo marítimo que hasta que se descubrió el turismo vivían de espaldas al mar, asimismo no presenta aspectos sociales de la vida cotidiana de un país salido de una guerra: forma de vestir, de comunicarse, los medicamentos usados, pero sobre todo la moralidad del momento que deja patente que el diferente no es bien visto y lo castigan, o lo apartan si es contrario a las ideas del régimen. 

No obstante, la narración peca, en exceso quizás, de acotaciones o explicaciones que van más acordes con la forma de escribir del momento que decir que esté mal narrada. Elena Soriano es conocedora del lenguaje y que denota una cultura muy superior a bastantes colegas de su época. La novela presenta una estructura muy bien pensada y desarrollada sobre una idea muy concreta de lo que quiere narrar, demostrando valentía para el momento que le tocó escribir. La playa de los locos no defrauda, todo lo contrario, provoca una reacción de sorpresa al ver como una mujer sigue sus impulsos y, en cierta medida, desperdicia su vida, dejando elementos sociales de la época que al día de hoy nos resultan extraños o lejanos, como por ejemplo, tener que esconderse o irse a lugares apartados para poder besarse con la persona amada.


© Miguel Urda Ruiz

Texto y fotografía


12/12/2024

Una familia moderna, Helga Flatland: La ruptura de un molde social

 




¿Qué ocurre cuando se rompe algo que se tenía seguro de por vida? Esta pregunta sintetiza un argumento de una novela que provoca una satisfacción plena al leerla y comprobar que todavía se escribe buena literatura. El título no lleva a engaño y en la sinopsis de la contracubierta lo encontramos: la separación de un matrimonio después de toda una vida juntos, lo cual supone una hecatombe para los hijos. 

Narrado en forma amena provoca que se lea con deleite hasta llegar al final. Conforme nos adentramos en la historia van surgiendo preguntas que todos sabemos dentro de nuestro núcleo social y familiar, pero que no siempre somos capaces de formularnos. ¿Por qué no se puede separar un matrimonio con setenta años? ¿Acaso debe darse por hecho que hay que estar con la persona que se convive cuando ya no se siente nada? ¿Se pueden tomar caminos diferentes con setenta años? ¿Debería de tenerse en cuenta a los hijos cuando ya son adultos y tienen propia vida? ¿Hay que mantener las relaciones, aunque ya estén muertas en pro del clan? 

A través de sus hijos (Liv, Ellen y Hakon ) vemos la historia de la familia y su visión sobre lo que ha significado para ellos el paso del tiempo desde la infancia hasta el momento actual y los recuerdos que tienen de ella. Pero la cuestión es que ninguno está preparado para aceptar que sus padres comiencen a vivir de forma independiente, actuando de un modo diferente ante la situación. Pero el hecho de tener que afrontarla los descoloca, pues intentan justificar una vida para entender el presente; sin embargo, la cuestión es que no tienen porque opinar, pues ya han conseguido el estatus de adulto con una vida independiente del núcleo primitivo. 

La autora noruega rompe con la horma tradicional de la familia y toma una dirección social diferente para mostrar que no hay nada seguro y que los condicionantes sociales solo tienen relevancia en un entorno concreto y que a todas las familias las vertebra un eje y cuyo eje se desarrolla en las comidas: el trabajo, los estudios, el dinero, etc. Cada familia es diferente, a pesar de que se construyen por un molde social que persiste desde los albores de las civilizaciones. ¿Sigue siendo la misma familia al romperse un matrimonio? ¿Cómo deben comportarse los miembros cuando se sabe que el vínculo está roto, pero siguen siendo sus padres y además jubilados? 

En esta historia asistimos a que las personas que están fuera del ámbito laboral remunerado siguen teniendo vida, deseos, ganas, y sobre todo capacidad de decisión sobre sus actos. En una familia propia nos encontramos nos identificamos con un personaje o con retazos de uno y otros, con la visión que tiene cada cual de lo vivido y lo que representa o cómo se siente en la familia, porque es una narración cotidiana y a la que asistimos cada día, lo único que a veces, nos asombra, es cuando un elemento común social pasa a ser propio y toca vivirlo en plenitud de facultades y consecuencias. 

©Miguel Urda Ruiz

Texto y fotografía