3/01/2023

El vértigo, Evgenia Ginzburg: el tejido de un régimen



La iconografía de la literatura ha mostrado que el infierno es de color rojo y cálido, pero Evgenia Ginzburg, en su novela El vértigo, se encarga de demostrar todo lo contrario: que es blanco y gélido, demasiado gélido. En algo más de ochocientas cincuenta páginas, cuenta sus vicisitudes al ser declarada culpable de traición por los miembros de su partido, el comunista.

Existía la idea de que el estar afiliado al partido te exime de cualquier atisbo de sospecha y culpabilidad de atentar contra el poder. Ella es una persona ejemplar con todos los requisitos que exige el régimen para considerarla como tal: profesora especializada en el marxismo, periodista, madre de dos hijos, esposa y ama de casa. El hecho de ser amiga y tener como compañero de profesión a un periodista algo "supuestamente" incómodo para el poder político la pone en la mira de los ojos del aparato represor y la declaran culpable de traición. Da igual el papel que desempeñes o crees desempeñar para "ellos", para el poder, siempre "puedes" ser culpable. Narra con total exquisitez todos los pasos que acarrea el proceso desde el momento en que la detienen hasta el juicio dejando al descubierto el elenco de personajes que mueve los hilos del régimen estalinista. Víctimas, verdugos, inocentes, culpables, sospechosos, jueces, fiscales, funcionarios. Todos al servicio de un capricho político. Una vez que acepta o, mejor dicho, asume que es culpable de algo que no ha hecho impregna la novela de un sentimiento de culpabilidad del cual no se desprende de él en ningún momento. Subyace en toda ella la vergüenza de conocer las armas de represión y tortura del partido al que está afiliada en lugar de sentir el deseo de venganza al vivir las leyes injustas del propio poder en carne propia.A través de sus páginas sabemos cómo son las celdas de castigo, los barracones donde viven hacinados, el traslado hasta Siberia, cómo sobrevivir a temperaturas infrahumanas, la nostalgia por la familia, la casi resignación de que la única salida será la muerte y la picaresca existente para conseguir cualquier cosa. 

Y hasta aquí bien, porque la novela más que que parecer un novela de testimonio o de aventuras –para sobrevivir–, de suerte o desgracia tiene más validez como valor antropológico o sociológico, al dejar al descubierto los interiores de la maquinaria ideológica del régimen estalinista y sus medios de represión, de tortura así como la forma de vivir de los presos y como se las ingenian para poder sobrevivir. La voz de Ginzburg cansa y en cierta medida uno desea acabarla. Un buen comienzo de novela mostrando la sociedad rusa de 1937 y tiene –o cree tener– el respaldo del enemigo, al ser un miembro del partido comunista. La autora recurre a la pena, una pena justificada y que no hay que alejarse de ella pues es perfectamente entendible, pero narra cómo sobrevive a todas las vicisitudes gracias a la poesía y cómo tiene un fragmento o un poema para cada desdicha que le ocurre. Lo cual está muy bien para un momento corto de tiempo, pero estar recurriendo a ello durante dieciocho años, viviendo en condiciones infrahumanas y a una temperatura de -30 º de promedio anual parece excesivo. Otro factor al que recurre es la suerte y que levanta sospechas al lector respecto a su credibilidad o veracidad de los hechos. Alude a diversos hechos o que se libra de ciertos castigos por mor de la suerte. 

Es una novela que se coge con ganas, sin tener en cuenta el número de página, pero queda muy lejos de Ribakov, Solzhenitsyn o Grossman que mostraron los hechos con su dureza y naturalidad sin caer en el sentimiento fácil de la pena o compasión. Insisto, sírvase la historia de Evgenia Ginzburg como valor antropológico para tener presente que los hechos del pasado pueden volver a repetirse y todo puede volver a ser real en cualquier momento produciendo un vértigo insostenible.


     ©  Miguel Urda Ruiz

Texto e imagen

                                                                                                                                                                                               







1/26/2023

La biblioteca de la piscina, Alan Hollinghurst: una narración elitista



La biblioteca de la piscina es una novela que, sin tener una relevancia destacada en los anaqueles de las librerías o en prensa, siempre ha obtenido el beneplácito por parte de los lectores que no se dejan llevar por las listas de los más vendidos (o comerciales) desde el año de su publicación en 1988. Es la primera novela publicada del autor inglés, que narra la vida de un joven homosexual promiscuo y adinerado, de veinticinco años donde su vida cambia al encontrarse con el anciano Lord Nantwich en modo flirteo en unos urinarios públicos. Un lugar poco recomendable para un miembro de la aristocracia.

Hollinghurst hace un extenso recorrido por el siglo XX, desde la sociedad del Imperio Británico y deteniéndose especialmente en las colonias donde estaba destinado Lord Natwich, hasta los años ochenta, un periodo en que el SIDA comenzaba a causar sus estragos entre la población homosexual. El autor deja al descubierto la excesiva opulencia de la aristocracia: sus clubs, su forma de ver la vida, como vive un homosexual dentro de ellos, así como el cargo que ostenta le permite usarlo para conseguir privilegios.

La prosa de Hollinghurst es detallada, minimalista, salvaje, brutal, elegante, sexual y hasta elitista me atrevería a decir, lo cual enlaza con la tradicional narrativa más exquisita de la novela inglesa, es decir, está a la altura de Austen, Wolf, Forster e incluso Wilde, icono de la cultura gay por excelencia. Y por lo tanto tiene el requisito esencial que el tiempo exige para calificar una obra maestra en mayúsculas: calidad.

El título extraña a primera vista, pero tiene diferentes lecturas y cometidos en la acción: el nombre con que los alumnos de la escuela privada llaman a los prefectos, bibliotecarios; como la piscina alude a los vestuarios tan visitados por los homosexuales, así como a los restos de una piscina romana situada en el sótano de la casa del aristócrata Natwich y que cobra sentido cuando se llega al final de la novela, pues sorprende que existe una conjugación exquisita entre narración, argumento y título.

Esta obra derrocha una calidad narrativa por los cuatro costados y a pesar, de que la editorial Anagrama prescinde de la etiqueta de novela gay u homosexual y apuesta por una calidad continuada (toda la obra del autor se ha publicado en ella) se sigue manteniendo esa barrera estereotipada sobre novelas de este colectivo y cierto reparo para adentrarse en sus páginas. En el mundo homosexual es una novela de cabecera, pero fuera de ese ámbito son muy pocos los lectores que se atreven con ella y no la toman como opción para una compra o lectura directa, si no que tiene que llegar por parte de alguien esa recomendación. Sin embargo, saben rendirse a ella cuando la acaban.

Allan Hollinghurst no es un autor muy prolífico, es de narrativa lenta y en toda su obra hay aspectos de la hierática e intocable aristocracia británica que no dejan indiferente. No extrañaría que algún día sonará su nombre como Premio Nobel. Sería algo completamente acertado y dejaría constatado que una buena prosa no es cuestión de géneros o temáticas si no de saber escribir.

© Miguel Urda Ruiz

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