I.- TOMA DE CONTACTO
El panel informativo del avión de Iberia me dice que la distancia entre Madrid y Chicago es de 6738 Kms. Voy mentalizado, provisto de abundante lectura, mi mp3 lleno de música y la batería completamente llena. Es obvio voy en clase turista por lo que me olvido de comodidad alguna. Tras haber sobrevivido a nueve horas y veinte minutos de vuelo llega la dichosa y temida Inmigración. Un guardia con aspecto de mexicano nos va indicando que debemos situarnos en filas de a uno perfectamente alineadas y supervigiladas, vaya a ser que te cueles de turno y hagas saltar la alarma general provocando un conflicto de Estado. Conforme la línea avanza, donde mi amigo Salvador y yo estamos esperando como buenos ciudadanos y futuros visitantes, puedo comprobar la cara de pocos amigos que tiene el guardia que está detrás de la ventanilla y quien tiene el poder de decir si eres apto o no para entrar en el país. Cuando me toca mi turno me indica de forma automática: que coloque mis cuatro dedos de la mano derecha en un escáner, después el dedo pulgar, cambio de mano, los mismos gestos en la mano izquierda, una foto con la Cam y Estados Unidos ya tiene una parte de mi persona en su archivo. Con gestos mecánicos te grapa el papelito verde que hemos rellenado en el avión y te coloca sello en el Pasaporte. Ni si quiera te dice “Welcome To USA.”, solamente dice: “The next please”. Igual es un robot o replicante disfrazado pienso, pero bueno miro lo positivo: soy un ciudadano apto para visitar el país y diviso mi maleta a lo lejos, lo cual ya es mucho.
Camino al hotel, en el taxi, se vislumbra a lo lejos la silueta de Chicago que parece una ciudad construida con fichas de Lego, conforme el coche va adentrándose en la ciudad la silueta va dando paso a edificios, cada cual más grande y diferente que su vecino. Ya en el “Loops” o centro neurálgico de la ciudad, que es donde esta nuestro hotel, el coche circula entre sombras porque los gigantescos edificios no permiten que el sol manche el asfalto.
Una vez dejadas las maletas en el hotel, duchados nos vamos a la conquista de Chicago. Bueno en realidad lo tendré que hacer yo sólo, mi colega Sarvi –si, si, Sarvi- tiene que currar. Tengo diez días para conocer Chicago.
Aparte de la arquitectura que es lo que más llama la atención a primera vista a cualquier ciudadano que visite “la ciudad del viento” (yo pensé que la ciudad del viento era Tarifa, pero en fin siempre se aprende algo nuevo) a mí me ha resultado muy llamativo el civismo de las personas. Hay que tener en cuenta que tanto Canadá como Estados Unidos son países cuya sociedad está formada por inmigrantes y por lo tanto el nivel de contrastes culturales es mayor. (La foto de la izquierda es una estatua homenaje a ellos) Acostumbrados a una España –por lo menos en la parte del Sur- donde todo se pide o hace a gritos: pedir el café en el bar a gritos, hablar por el móvil pregonando lo que te acabas de comprar,… allí todo es susurro o murmullos. De la gente que pude ver hablando por el teléfono móvil a ninguno le escuche una voz elevada. Encontré y me hice asiduo de una librería con cafetería llamada “Borders” donde puedes coger un libro o revista y llevártelo a leer mientras tomas un café. Es impensable ver en nuestro país algo así: una cafetería, donde todo el mundo este en silencio, con su ordenador portátil o escribiendo y leyendo y cuando en la mesa había dos o más personas el cuchicheo es mínimo. Si mal no recuerdo la FNAC en Madrid lo intentó pero evidentemente España no está preparada para cosas así.