Manolo, te lo vuelvo a repetir: podías haberme dicho algo, que yo estuviese preparada para la ocasión, pues yo te hubiese dejado suicidarte de todas formas. Por tu culpa, no he visto hoy a Karlos Arguiñano y, mientras a ti te maquillaban para ponerte guapo en este escaparate, he ido corriendo a casa, a programar el DVD para no perderme “Amar en tiempos Revuelto” y al Cantizano. Además, apenas me ha dado tiempo de ojear los suplementos de bodas y entierros de la revista Hola, que sabes que yo colecciono desde hace muchos años, pues por mucho que tu protestes eso es cultura social. Pero como tú nunca has sabido apreciar a una mujer como yo, te diré que no me ha hecho falta repasarlos mucho. Para que veas si estoy yo bien puesta en cosas sociales te diré que desde ahora, que son las diez de la noche, hasta las doce del mediodía que van a quemarte, aun me queda desmayarme como hizo la Pantoja en el entierro de su marido; me arrojaré a tus pies gritando con lágrimas vivas, “¡no te vayas, no te vayas!”, como hizo Carolina de Mónaco cuando enterraron al marido. Sí Manolo no pongas esa cara, el que se mató con el hidropedal y era muy jovencito. Y por último, tengo que dar las gracias a los periodistas como hizo Letizia con un pañuelo en la mano cuando se le murió la hermana, aunque tienes tan poca clase, que no ha venido ninguno a tu entierro, solo las cotillas del barrio.
Con este despliegue de dolor, seguro que no hay duda alguna de que todos entenderán que estoy destrozada por tu pérdida. Te lo he dicho más de una vez, Manolo, que el mundo de arte español se ha perdido una gran actriz conmigo. Mi madre me lo decía de pequeña: “qué teatrera eres, hija”. Y todo por tu culpa, Manolo. Que no quisiste que siguiera con mi vocación. Estoy segura de que, si yo hubiese seguido mi carrera, tendría por los menos dos o tres Oscar en mueble-bar del comedor.
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Ya me acuerdo, Manolo, del nombre, que me ha venido a la mente el nombre de la actriz: Lola Herrera. Qué gran actriz, qué gran mujer, porque hay que tener lo que hay que tener para hacer lo que hace ella: hablar cinco horas al mario en una silla y, cuando le pica el asunto, pues… Eso es una mujer, Manolo. Además no te digo yo que cuando me reponga de tu dolor haga igual, porque a mí más de una vez me ha picado… y… no te voy a contar lo que he hecho para aliviarlo, porque no es sitio ni momento.
Que tú me hayas hecho esta faena, Manolo, no te lo perdono. Que te quede bien claro. Y que sepas que hambre yo no voy a pasar, no, no, no. He estado pensado que mañana, una vez que haya descansado de este lio que has armado sin avisarme y cuando haya metido los pies en agua un ratito, me pediré en el restaurante de la esquina, sí ese, Manolo, ese que tu dices que es muy caro y donde las cervezas parecen oro líquido unas cigalitas y unos percebes y voy a descorchar la botella de riojita de reserva de los mundiales de fútbol del año 82 que guardabas para un gran momento. Y qué mejor ocasión que celebrar tu suicidio, porque yo, Manolo, a pesar de todo y aunque tú nunca lo hayas tenido en cuenta, tengo mucha clase.
© Miguel Urda