6/30/2016

Treinta de junio. Y mañana es Navidad



Treinta de junio. Sí, treinta de junio es el día que marca hoy el calendario cuando lo he mirado para ver la agenda del día, y he pensado: "Pero si ayer estaba comprando los regalos de Navidad".
Busco el planning anual de la agenda y sí, es verdad, compruebo que efectivamente han pasado seis meses con sus respectivos días y entonces percibo el sutil pensamiento de que mañana comienza la cuesta abajo del año y la Navidad esta a la vuelta de la esquina. Y no crea, lector, que estoy tan loco ni mi pensamiento es disparatado o ilógico: mañana es Navidad. Solamente es cuestión de ponerse a hacer cuentas con el calendario por delante. Julio y agosto pasan volando, con eso de las vacaciones; de la playa; que si la verbena del barrio o del pueblo; que si este año ha sido el más caluroso desde... y sin darnos apenas cuenta nos plantarnos en septiembre lo que significa la vuelta al colegio; que caro esta todo; que al niño no sé si apuntarlo a clase particulares de cocina o un curso de astrología celta; que las vacaciones que cortan se me han hecho; pues no son adelantados los chinos ni na, que ya han puesto las cintas de espumillón a la entrada y al volver a mirar el calendario estamos en octubre, cuyo principal indicador es el cambio de ropa, con el consiguiente ajetreo que sufre el armario. En el puente del Pilar las más avispadas compran el marisco porque ya se sabe que conforme se vaya acercando la fecha todo sube de precio. Mientras terminamos de adaptarnos a la oscuridad que supone el otoño y la ropa de abrigo, llega el puente de todos los santos, es decir, noviembre, y las voces que hablan de que la Navidad esta a la vuelta de la esquina son bastantes. Ya es más común ver en las pescaderías de los hipermecados a los matrimonios el fin de semana comprando el marisco, incluso hay algún reproche sobre la cena más hipócrita, perdón, familiar: "este año a casa de tu hermano no vamos" "si quieren venir que vengan ellos"... Asombrándonos de lo corto que son los días, las llegada de las lluvias y el frío , y que el próximo años nos vamos a un spa porque lo planificaremos con tiempo llega el puente o acueducto de la Constitución, es decir, diciembre. Ahí sí, ahí somos ya conscientes de que la Navidad esta a puntito de llegar; tiendas rellenas de gente; el congelador a rebosssar, y los planes sobre a casa de quién vamos: "ni se te ocurra sentarme al lado de tu..."; los villancicos en la calle; la lotería,... , están flotando en el aire; a los pocos días le dan las vacaciones del colegio a los niños, y de pronto pensamos, pero coño si ayer era verano y ya estamos en Navidad.
Y es que es verdad, el tiempo ni corre ni vuela, sino que compite constantemente con la velocidad de Internet y a mi como me gusta ser prevenido, por si acaso, voy a ir haciendo la lista de regalos y localizando la caja del portal de Belén porque... mañana es Navidad.

© Miguel Urda Ruiz







2/20/2016

Querido Miguel: Caducidad epistolar


Era una asignatura pendiente desde hace mucho tiempo, introducirme en la obra narrativa de Natalia Ginzburg, y ha sido con la novela Querido Miguel cuando he podido hacerlo, y para ser más exacto, ella ha acudido a mí. Quien me conoce o sigue mi trayectoria narrativa y lectora, sabe de mi devoción por Carmen Martín Gaite. Días atrás, pasaba por delante de una tienda de libros de segunda mano –ídem sobre mi afición a estas tiendas– cuando vi cómo el librero estaba colocando un montón de libros en un cesto de mimbre. Llamó mi atención el nombre de Carmiña y al ver que traducía a la autora italiana, no tuve que pensarlo dos veces para comprarlo.
Escrita en un género que está prácticamente en desuso, el epistolar, el eje visible de la novela es la relación de una madre con su hijo, Miguel, a través de un periodo de tiempo de diez meses. Nos adentra en una Italia –no muy diferente de la España de esos instantes– de finales de los 70, que vive momentos difíciles y arrastra las secuelas de los movimientos del 68, con unos protagonistas que reflejan la verdadera cara del país: una Italia donde los personajes no comen obligatoriamente pasta y que están fuera del estereotipo que tenemos sobre ellos.
En un primer plano, la autora italiana nos muestra el miedo que tiene una madre a lo que puede sucederle al hijo, que camina siempre por un borde ajeno a lo establecido. Pero no es solo la relación materno-filial lo que llama mi atención, sino la parte del iceberg narrativo que no es visible. ¿Cómo es la relación entre la madre y el hijo? ¿A qué se debe ese desapego familiar? ¿Qué hay en él que ni la muerte de su padre, ni la enfermedad de su madre le hace regresar a su país? ¿Qué existe en los personajes de la novela que genera una duda provocativa al lector? ¿De qué huye Miguel realmente? De su madre, de sus relaciones familiares, de una duda sexual, de su país... Más que respuestas, la autora emite preguntas indirectas al lector para finalizar con la sensación de que los personajes son incapaces de enfrentarse a la vida.
Es una historia por la que ha pasado el tiempo –pero no por ello ha perdido vigencia– , dada la velocidad actual de las comunicaciones, lo cual me lleva a cuestionarme si esta novela podría escribirse hoy en día y con qué resultado.
Querido Miguel, –publicada por Acantilado– (insisto) es la primera novela que leo de Natalia Ginzburg pero, vista su bibliografía, el lector hasta puede hacerse una idea de que el eje de su obra son los conflictos familiares. Hay que profundizar más en ella.

© Miguel Urda
 texto y foto