Volvió a la cama, más rápido de lo que fue al baño. Las sábanas aún estaban calientes, el ruido del camión de la basura llegaba como si estuviesen en su mismo cuarto los basureros. Se puso de su lado preferido para coger el sueño, en posición fetal e incluso se metió el dedo pulgar en la boca. Quería dormir, necesitaba dormir. Una estrella de color rojo intenso iba derechita hacia él. De nuevo la batalla de estrellas. Conforme se acercaba la velocidad aumentaba, y él no podía moverse, apartarse, iba dirigida a él. Despertó empapado en sudor 4.42 minutos marcaba el maldito reloj digital que le regalaron sus compañeros de trabajo cuando cumplió los treinta años. Se secó el sudor con la sábana. También estaba empapada. ¿Por qué iban a por él? La vejiga se hizo notar de nuevo. Beber tantas cervezas no era bueno por la noche. ¿Cuántas se había bebido? La cuenta hacía mucho tiempo que la perdió. Nunca estaba muy atento cuando se trataba de estos asuntos. Una vez rota la seriedad que imprimen las primeras rondan de cervecitas y comenzaban a salir las risas tontas, él se vanagloriaba de las causas por las que tenía el antebrazo derecho más desarrollado: el levantar las jarras de cervezas y la autoestimalción sexual diaria. Entonces todos expulsaban grandes carcajadas, aunque había veces que la conversación ya no hacía gracia, sólo cuando había un integrante nuevo en el grupo. Todos sus colegas ya se sabían el comentario, y había alguna voz –casi siempre femenina- que manifestaba su malestar ante tan absurdo comentario.
Intentó engañar, de nuevo, a la vejiga, dándose la vuelta en la cama. Pero ahí lo tenía en rojo, y en grandes números para que no cupiese duda de que no lo viese bien cuando se hiciese notar el maldito despertador. Las 4.59, un minuto faltaba para las cinco, hora en que sonaría el despertador del vecino del primero.- No, el que copula con la ventana abierta no, el vecino de al lado y que mi dormitorio cae encima del suyo-. Es un despertar a tiempos. Durante treinta minutos va sonando el despertador cada diez minutos y a mi me entran ganas de ir a aporrear su puerta cada diez minutos, como los efectos secundarios del despertador, para decirle que se levante de una vez y deje dormir a los demás, aunque me imagino en el primer aporreamiento a todos los vecinos saliendo a ver que pasa. De pronto, piensa, que no estaría mal ver la forma en que duermen los demás vecinos. Piensa en poner un día esa idea en efectivo. Ver si la vecina de enfrente, Doña Amargada, duerme con los rulos puesto, en camisón o en pijama; o si los vecinos de abajo –sí, sí, los que copulan con la ventana abierta- duermen como su madre les trajo al mundo y suben con esa indumentaria a ver qué sucede.
Interesante idea, interesante idea pensó, mientras esquivaba una estrella para introducirse en un leve e inquietante sueño.
Intentó engañar, de nuevo, a la vejiga, dándose la vuelta en la cama. Pero ahí lo tenía en rojo, y en grandes números para que no cupiese duda de que no lo viese bien cuando se hiciese notar el maldito despertador. Las 4.59, un minuto faltaba para las cinco, hora en que sonaría el despertador del vecino del primero.- No, el que copula con la ventana abierta no, el vecino de al lado y que mi dormitorio cae encima del suyo-. Es un despertar a tiempos. Durante treinta minutos va sonando el despertador cada diez minutos y a mi me entran ganas de ir a aporrear su puerta cada diez minutos, como los efectos secundarios del despertador, para decirle que se levante de una vez y deje dormir a los demás, aunque me imagino en el primer aporreamiento a todos los vecinos saliendo a ver que pasa. De pronto, piensa, que no estaría mal ver la forma en que duermen los demás vecinos. Piensa en poner un día esa idea en efectivo. Ver si la vecina de enfrente, Doña Amargada, duerme con los rulos puesto, en camisón o en pijama; o si los vecinos de abajo –sí, sí, los que copulan con la ventana abierta- duermen como su madre les trajo al mundo y suben con esa indumentaria a ver qué sucede.
Interesante idea, interesante idea pensó, mientras esquivaba una estrella para introducirse en un leve e inquietante sueño.
© Miguel Urda