Mí querido amigo y apreciado editor:
Estoy totalmente convencido de que cuando cogió esta carta con sus manos y leyó quién era el remitente se forjó una opinión apresurada sobre lo que en ella va escrito. Y quizás no va mal encaminado, pero todo no es como usted piensa o al menos déjeme explicarle algo brevemente.
Si, ya sé que llevo algún retraso en la entrega de mi próximo manuscrito o novela, como usted quiera llamarlo, pero no me es fácil el desarrollar tan complejo trabajo. ¿Me creería si le digo que tengo a las musas de la inspiración de vacaciones? y mire usted que yo pongo de mi parte.
Como ya le he contado en anteriores cartas mantengo un ritual, planificado cuidadosamente para realizar mi labor. Tengo la mesa, de caoba encargada a propósito para la ocasión, colocada frente a la pared para evitar distracción alguna, que así sería el caso si la tuviese junto a la ventana; en la parte izquierda tengo los manuales de gramática, y la enciclopedia Larousse que usted tanto me recomendó comprar para disminuir mis posibles faltas de ortografía y resolver cualquier duda que me surgiese; a continuación y casi en el centro tengo tres cubiletes, el primero lleno con lápices Faber Castell, el segundo con plumas y bolígrafos de la marca Parker y el tercero con lápices de colores comunes para subrayar y destacar las ideas principales de las secundarias; y casi al final de la parte derecha, próximo al el borde que desemboca en el abismo para aterrizar en el suelo de mármol, se encuentra una lámpara, de estilo art deco, de escritorio para que ilumine las letras que iré plasmando. En un primer plano y cercano a mí tengo una resma de folios, Galgo de 90grm/m2, que son de un tacto casi áspero, pero que a mi gustan. En los cajones cercanos tengo guardados tres o cuatro paquetes más, por si son necesarios. Y así con esta planificación me siento en el confortable sillón giratorio para escribir cientos y cientos de páginas. Pero no hay manera alguna, mi querido amigo y editor: las musas no quieren hacer acto de presencia. Hay veces que las veo llegar y asentarse en mi mente y entonces me digo, ¡aquí están! y corro a sentarme sin dilación alguna delante del papel en blanco, seguro que me va a salir la mejor novela de caballerías que se ha escrito nunca, pero era una falsa alarma, ni una sola palabra fueron capaz de dictarme. Hay otras veces que la jaqueca que habita persistentemente en mi cabeza, y creo que son ellas las causantes de tal mal, es síntoma de que quieren decirme algo y de nuevo vuelvo a postrarme delante de la mesa. Ahora si, ahora voy a comenzar a escribir la mejor novela de amor que ojo alguno haya leído, pero todo es una aparente e ilusorio engaño, estimado editor, siempre andan jugando conmigo.
No se altere mi querido amigo. Mire si le conozco bien que le veo dando gritos, gesticulando y blasfemando sobre mí con la carta en mano mientras la lee. Estas cosas pasan a los artistas, a los genios y usted sabe que yo soy uno de ellos.
Hay veces que las musas me asaltan donde menos me lo espero y dejo todo lo que estoy haciendo. El otro día sin más, estaba en la casa de apuestas jugando mi lotería semanal, cuando las vi llegar y sin pensarlo dos veces deje todo y corrí hacia mi casa para que la inspiración no tuviese escapatoria, pero al tener lápiz en mano ya no estaban, y bien que me enfade, sabe mi querido amigo, porque creo que me hubiese salido una buena novela de género negro o de suspense.
Mire si le tengo consideración y aprecio, estimado amigo y editor, que por más que sea amigo íntimo de mi padre, no me duelen las duras palabras que usted vierte sobre mi y que circulan de boca en boca por las calles de este pueblo: que si no le adelanto nada de lo escrito; que si no cumplo los plazos de entrega, que si me he encaprichado en ser escritor a mis cincuenta años de edad; … En esta profesión es fundamental el factor sorpresa y seguro que me felicitara cuando reciba un adelanto de mi primera novela. A los escritores noveles nos ocurre esto, creo que soy víctima de una enfermedad que se llama bloqueo mental muy común en los miembros de esta dura labor.
Me ofende, en lo más hondo de mi ser, que usted pueda pensar que una profesión tan seria y sacrificada sea un entretenimiento casual para mí.
Atentamente:
Jacinto Osborne
Marqués de uvas-blancas
Olvenza, 24-10-1956
© Miguel Urda