Cuando
usted venía a casa, frecuencia que fue aumentado con excusas banales
conforme yo iba creciendo y adentrándome en la adolescencia, yo
corría a meterme al cuarto que compartía con mi hermano alegando
que tenía que estudiar, pero usted bien que se las inventaba para
que yo saliese a saludarla, tanto a la llegada como a la partida y a
darle dos besos.
¿Qué
edad tendría usted por entonces?
Un
día se lo pregunté a mi madre, la cual me contestó que había
cinco años de diferencia entre Doña Paquita y ella.
- ¿Y
cuántos años tiene usted, madre? –le pregunté.
-
Doña Paquita cumplió en el mes de las flores cuarenta años, pero
ya la ves, hijo, está como una flor ceniza, viuda, sin hijos y con
una mirada de mujer marchita.
Desde
que mi madre me la definió así, usted cobró una atención especial
para mí. Aunque seguía rehuyéndola, pero cuando usted me acosaba,
me fijaba en todos sus detalles. Lo primero que pude comprobar eran
sus ojos. Intenté buscar lo que mi madre había dicho, pero yo no
vi nada, solo unos ojos marrones. Tardé mucho tiempo en comprender
la tristeza de sus ojos.
Me
consta que yo fui importante para usted, pero usted no lo fue para
mí. Guardé el secreto para siempre, su secreto. No era mío aunque,
más tarde me di cuenta de que al callarme, me hice su cómplice. Fue
la única pregunta que le hice en aquella primera visita que me hizo
a la residencia de estudiantes:
-¿Qué cree usted que diría mi
madre si supiese que me obligó a acostarme con usted?
Con
su elegancia innata no respondió, dirigió su mirada a una orla con
la fotografía de la promoción del año anterior a la mía. Y me
preguntó:
-
Ya te queda poco para acabar la carrera, ¿no?
Creí
que había me liberado de usted cuando marché a la ciudad a estudiar
la carrera; pero cuando menos lo esperaba, me encontraba con la
ausencia de sus besos, de su delicada y suave ropa interior blanca,
de su piel nívea. Usted siempre fue muy astuta, Doña Paquita, nunca
permitió algo más, solamente momentos. Consiguió aplacar mi
rebeldía, fue atrapándome despacito, enseñándome el sexo paso a
paso incluso, aprendiendo los dos a la vez. Nunca he sido capaz de
explicarle a mi mujer el por que aborrezco la mantequilla. ¿Se
acuerda? Usted había visto la noche anterior “El último Tango en
París” y quiso que yo fuese su Marlon Brando particular. Se creó
una rutina mensual, una visita a la capital, una pensión discreta
y muchos momentos de jadeos.
Todo
cambio el día en que usted se enteró de que yo tenía novia formal.
Ese día no permitió que yo acariciase su piel ni quiso oír ningún
susurro, nada .No quiso atenerse a razones, me dijo que la había
engañado, que había jugado con ella. Que la había defraudado.
Sería mejor dejarlo. A partir de ese momento, se cancelaron las
visitas a la ciudad.
Solo
la vi una vez más, en el entierro de mi padre, ella, astuta como
siempre, se las ingenio para esquivarme y evitar darme el pésame.
Desde
lejos, pude comprobar que el tiempo había corrido muy deprisa por
ella.
© Miguel
Urda
4 comentarios:
Miguel, me gusta la historia que te has montado, incluso ese cambio a narrador de segunda que te montas para los recuerdos. Creo que hay más de una Doña Paquita por el mundo, por lo menos en los de mi época. Destaco el tono del narrador, entre el rencor y la melancolía. Pues eso, que sigo opinando que los relatos no los debes partir. Me alegro de que vuelvas a escribir.
Bien, me pasa como a Ximens, me alegra volver a leete. Y en cuanto al relato, me ha gustado. Me gusta el tono hay como cierta añoranza y bastante mala leche en ese final.
Besitos
Muy bueno sí señor, muy fluido el relato, los diálogos muy creíbles y naturales.
La historia engancha al lector desde el principio, usas las palabras justas.
Enhorabuena Miguel.
Y por el comentario me debes un café en la Polaca el miércoles.
FANTASTICO RELATO MIGUEL.
ESPERO QUE NO DECAIGA ESA INSIPIRACION.
JAVI
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