Hay veces, no demasiadas, que la crítica literaria tiene razón, como es en este caso. Ru, una única palabra para narrar la vida de Ann Tῑnh en el exilio que debe de emprender a raíz de la Guerra de Vietnam. El significado del título de la novela en vietnamita se traduce como "flujo – de sangre, de dinero–", mientras que en francés es "arroyuelo", término apropiado en ambos idiomas para establecer el epicentro de la vida de la protagonista.
Es una novela que pasa disimulada por los anaqueles de las librerías y bibliotecas; solo el boca a boca ha provocado un efecto contagioso. Escrita, casi, a modo secuencial bajo una narración simple (cuando hay calidad se nota), pero con una prosa rozando los límites de la poesía, muestra los hechos que llevan implícitos una guerra y lo que el ser humano padece por intentar vivir. Presente y pasado conjugados narrativamente a la perfección. La guerra, la pérdida de los valores tradicionales, los hijos, el futuro, el consumismo, el amor (por la pareja, por la patria, por los hijos) están engarzados en la novela de tal forma que no es consciente de lo que está leyendo porque necesita terminar la historia. En una guerra da igual si eres partícipe, estás a favor o en contra e incluso es muy difícil distinguir y esclarecer quiénes son los perdedores o los ganadores, si es que en realidad los hay, pues habría que clarificar el bando de cada uno y lo que representa. El exilio siempre supone comenzar desde cero, tengas la edad que tengas y la cultura que tengas. La autora coloca a su protagonista en la zona francófona de Canadá, al igual que hizo ella, aunque no queda claro si la novela es autobiográfica o no, pero a buen entendedor/lector pocas palabras más que decir.
La verdad, casi siempre, duele. Ser consciente de que lo que cuenta ha pasado, de que el ser humano es caprichoso, cruel y miserable cuando sus miras son unos intereses propios, lo sabe el lector. Conocer que los hechos que cuenta Kim Thúy son verdad, —sean biográficos o no es otra cosa—, pero la guerra la crea el hombre, sin tener en cuenta sus consecuencias. El pueblo vietnamita sabe lo que es padecer la guerra que marcó un antes y un después en Estados Unidos como país perdedor, pero, aunque ganes una guerra, siempre hay perdedores dentro de ella. Sobre todo, cuando el exilio te hace pagar una factura con la pérdida obligada de tus raíces y te provoca la duda de si debes volver o es conveniente volver al sitio que una vez perteneciste, pero solo te queda el nombre familiar. El progreso avanza a la misma velocidad que la guerra. Sin mirar las consecuencias y sin preguntar.
Conocer a la escritora Kim Thúy supone conocer la verdad en manos de sus protagonistas. Oriente no es solo Japón o China. Hay una literatura (Viternamita, Coreana, por ejemplo), buena narrativa, que viene con intenciones de quedarse y mostrar su forma de ver la vida o, lo que es lo mismo, de vivir la vida.
Texto y fotografía
© Miguel Urda