8/31/2024

El extranjero, Richard Sennett: La herida de unas raíces



Leer o entender el ayer para intentar comprender el hoy. El extranjero, un ensayo que recoge  dos conferencias de Richard Sennet y publicado por la editorial Anagrama, las cuales abordan un punto de vista más, sobre el exilio. Un tema muy recurrente para ciertos autores, pero la cuestión es cómo enfocarlo.

Hoy en día estamos familiarizados con la palabra "exilio" y casi no nos conmueve cuando vemos en los medios de comunicación personas implicadas en ello. El exilio significa iniciar, de nuevo, una vida; volver a comenzar desde cero o casi; empezar a vivir sin raíces, pero tampoco es algo nuevo y desde que las civilizaciones tienen nombre el hombre lo ha sufrido siempre y más cuando el pensamiento no sigue la línea acorde a los dirigentes o a la gran mayoría.

Sennet aborda en el primer ensayo, de forma muy amena, mostrándonos lo que significó el exilio de los judíos (pueblo que lo lleva sufriendo dos mil años, en términos generales, tanto que hay quien lo considera unos emigrantes permanentes) en la Venecia de principios del siglo XVI con el aporte de datos cercanos de la vida social de la época en la espléndida ciudad, que se alejan del formalismo académico y, por lo tanto, más comprensible. Expone las causas que la sociedad alega para apartarlo del del epicentro de la vida social y lo margina tras unos muros o al extrarradio de la ciudad, en la Europa dónde el hombre tenía como lema ser epicentro del conocimiento.

En la segunda parte nos remite a principios del siglo XX, donde los nacionalismos inculcan la búsqueda de una identidad. Vemos que una guerra no se provoca de la noche a la mañana. Las heridas (políticas e ideológicas en este caso) van cimentando un poco de inconformismo que desembocó en dos contiendas mundiales.

Vemos por tanto, dos puntos de vista de cómo actúa el hombre cuando tiene que dejar sus raíces (en algunos casos es que no llegan ni a plantarlas) y esto nos ayudará a comprender la sociedad de hoy. El presente sin el ayer no puede construirse. La historia y el tiempo suelen repetir patrones y heridas. El exilio es una de ellas. Nadie está libre de padecerlo. Richard Sennet lo muestra de una forma clara y precisa. Solo queda que el lector lo aprecie.

© Miguel Urda Ruiz

Fotografía y texto






8/19/2024

Habíamos ganado la guerra, Esther Tusquets: la otra perspectiva




Lo dice la autora en una nota al inicio del libro: disponíamos de menos material procedente de los vencedores. ¿Cómo era la burguesía franquista en la Barcelona de los años cuarenta y cincuenta, a los ojos infantiles y luego adolescentes de uno de sus hijos? Y en efecto, eso es lo que nos encontramos en sus páginas, una visión de la realidad de aquel momento de una niña perteneciente a una clase privilegiada en la España de la postguerra y además en Cataluña.

El libro, un híbrido entre narración y ensayo, no engaña y sobre todo no decepciona. Esther Tusquets tiene un nombre propio y con mayúsculas dentro de la literatura española en el último tercio del siglo XX y principios del XXI. Adentrarse en la prosa de la autora catalana conlleva leer calidad. Ella sabe lo que es literatura y las motivaciones que hay entre autores para dirigirse a los diferentes tipos de público. Su novela El mismo mar de todos los veranos, la elevó al cenit de la literatura española en la transición, pero con el calificativo de para minorías. No es una lectura fácil y ella lo sabe, pero hace todo lo contrario con Habíamos ganado la guerra, se acerca al lector de la calle, al próximo para contarle aquello que no necesita más vuelta de hoja o interpretaciones, si no las cosas contadas bajo el prisma que otorga una edad todavía inocente, en un momento donde el país se lamía las heridas de una guerra y los malos eran los perdedores, como bien se encargó el régimen de proclamar. 

Más que entrar en una radiografía de la sociedad la autora narra cómo recuerda los hechos que dada su corta edad vivió y lo que significaron para ella. Por ejemplo, hablar de que en el seno familiar tenía un tío, además orgulloso de ello, de ser proclive al régimen nazi; que las chicas que no se casaban a una determinada edad ya se las consideraba desechadas o como la soltería era considerada una enfermedad; estaba mal visto que una mujer hiciera deporte en los años 40 o 50 por lo tanto inexistente para su género; sus vacaciones en la Costa Brava, lugar de veraneo de la clase pudiente, y como hoy en día es asequible para cualquier economía.

Tusquets ha dedicado muchas páginas de su prosa a detallar la relación con su madre y aquí no pasa de largo, aunque no está presente de una forma tan prístina la confrontación y todas sus reverberaciones que conlleva a lo largo de una vida, pero sí deja claro que la relación no sería fácil, a pesar de presentarla como una madre atípica.

Una lectura sin recovecos o metáforas por descubrir, pero que muestra que las perspectivas de una época siempre son diferentes por mucho que intenten mostrar que no es así. Tusquets tiene muchas variantes narrativas, pero no defrauda nunca.

© Miguel Urda Ruiz

Texto y foto


8/13/2024

La fragilidad de las panteras, María Tena: Un ápice familiar

 




Si hay algo de lo que se ha encargado la literatura, y en concreto la novela, es de confirmar que la familia perfecta no existe. María Tena recurre al núcleo familiar para el desarrollo de su novela La fragilidad de las panteras, finalista del premio primavera de novela 2010. Una historia femenina, dividida en tres partes y narrada por cada una de las hijas, Itziar, Teresa y Laura, componentes de una familia media y acomodada en el barrio de Arguelles, en Madrid, así como Iñaki. Un personaje de la infancia, de los veraneos familiares en el País Vasco y que va a transformar la vida del presente de las protagonistas porque en una historia y una familia, si falta un ingrediente como el "ayer" no tiene la enjundia suficiente para ser realista.

Tres hijas que dejan al descubierto tres formas diferentes de ver los mismos hechos de una familia, con secretos y silencios, y a pesar de ello, cada una tiene bastante autonomía para desgajarse de la novela central y tener su propia novela. María Tena, enhebra y construye muy bien los personajes, para que las fichas dentro del puzzle de la novela encajen y parezca todo simple y el lector se lo crea y agradezca de verdad lo que está leyendo, y además se encuentre con una realidad poliédrica y no establezca un juicio sobre ninguna. Tres mujeres que han escogido tres caminos para vivir (o quizás sobrevivir) de forma diferente y sobre lo cual podemos plantearnos si el camino que escogemos lo escogemos porque sí o está condicionado por circunstancias y factores de los cuales no somos conscientes. Y que por muy fuerte que pueda parecer una mujer, como una pantera, dentro existe siempre un ápice de fragilidad.

Es una historia que se lee fácil, te atrapa desde las primeras líneas y por las cuales no pasa desapercibido el saber teórico y práctico de la autora como profesora de escritura creativa, con capítulos cortos y secuencias muy bien organizadas en la trama. No es una novela feminista, sino que retrata a la mujer como tal, con sus defectos y sus virtudes igual que a secundarios masculinos que pasan por la historia. Excepto Iñaki, personaje que aporta todo el suspense a la historia. 

© Miguel Urda Ruiz, texto

Fotografía, Internet 



8/06/2024

Cuaderno de faros, Jazmina Barrera: a la búsqueda de una luz narrativa


Cuaderno de faros es una mezcla de diario, relato y ensayo, lo cual, deja al lector con el sinsabor de no saber qué paladear y cuando te adentras en sus páginas descubres que la autora se pierde en los laureles porque no entra en profundidad ningún tema en concreto. Da la sensación de que se ha sentado a escribir, sin saber lo que quería escribir con exactitud, sólo con una somera idea y que le gustan los faros.

El faro tiene un halo romántico y nostálgico, perpetuado a través de todas las artes, sin excluir ninguna: pintura, arquitectura, cine... pero es la literatura quién le ha sacado más jugo al edificio, desde la antigüedad clásica, reflejado en una cantidad ingente de novelas, artículos, relatos, es decir, como argumento para construir una historia.

La base de la que parte la autora mexicana es buena, porque habla sobre el edificio en sí, forma y el significado, remitiéndose a su primigenio uso desde los albores de las sociedades con la finalidad de alumbrar en la oscuridad e incluso muestra una serie de hechos curiosos, que parecen ser desconocedores para el público en general, como por ejemplo el hecho de que hubiera mujeres fareras, o que estuvieran habitados por familias, y de que pudiera haber más de un farero en el propio espacio lo que nos aleja de la idea del solitario e hirsuto farero. Sin embargo, echo en falta un paralelismo de los faros con su vida. La visita a un faro a nivel individual, no tiene sentido como motivo turístico, a pesar de que existe toda una industria turística en torno a ellos, sino que debería de existir un motivo fundamentado en la propia persona: coleccionista, por ejemplo; pero cuando se visitan una serie de faros sin mostrar un interés concreto, solo la curiosidad, se desaprovechan los viajes quedándose en la superficialidad de una historia, para acabar el libro por la parte final, es decir, comienza el libro por el tejado, y acaba el libro dando inicio un diario. ¿Lo motivó la visita a los faros? ¿fue un capricho al comprar una libreta de una nave espacial? 

Sin embargo, vemos que sí, que el libro tiene una fundamentación documental y nos remite a autores como R.L Stevenson, Hopper, Virginia Woolf, y muestra su relación con ellos. Pero a mí me falta la relación de Jazmina Barrera con los faros. No me vale decir que un faro es bonito y que la mayoría se encuentran en desuso.

La bibliografía recomendada, casi, lo mejor. 

© Miguel Urda Ruiz 

Texto y foto 

7/31/2024

Ciudades desiertas, José Agustín: con la manta a la cabeza




Liarse la manta a la cabeza es lo que hace Susana, la protagonista de Ciudades desiertas, cuando le proponen participar en un programa de escritores con todos los gastos pagados en Estados Unidos, y sin cuestionarse nada. Dejando atrás toda su vida, incluidos, marido y patria.

Nos muestra el reflejo de la convivencia en dos tipos muy diferentes de cultura (países) el escritor mexicano José Agustín visibiliza de forma muy delicada, pero efectiva, las diferencias entre el rico y el pobre, es decir, entre Estados Unidos y México. Un choque cultural que deja patente que el lugar donde se vive marca el pensamiento. 

Narrado de forma directa y continua provoca al lector a que llegue un momento en el que no sepa quién habla o lo que está pasando, aunque no le aleje de la historia. Es algo escrito con un sentido o una idea muy concreta y el autor lo consigue. Utiliza patrones establecidos que intentan reflejar la realidad social. Agustín muestra la supremacía del macho mexicano sobre la mujer, cuando va a buscarla poco tiempo después, y que todo está supeditado a sus caprichos sin tener en cuenta aspectos tales como lo que siente ella o lo que se cobija bajo el concepto "amor" y que es lo que supuestamente los unió. Por los personajes principales podemos ver la diferencia de pensamiento, tanto masculino como femenino sobre la forma de actuar y pensar, así como respecto a la forma de ver ambos países. El gigante, Estados Unidos, donde todo es grande, barato y efímero; mientras que en México es pequeño, caro (coste de vida) y duradero –o por lo menos se intenta–. 

La búsqueda de la identidad de Susana desconcierta a Eligio quién ve tambalear su masculinidad, la cual intenta mantener mediante los mecanismos que utiliza el hombre anclado en su patronaje fijado en el patriarcado o machismo, ante la libertad que ella tiene y lo poco que necesita a su marido para vivir, a pesar de que él sea un artista, pertenece al mundo de teatro, pero a veces cuesta más sostener la ideología arcaica que actuar ante el teatro de la vida. La protagonista emprende un viaje para encontrarse a sí misma a través de la literatura, además en una ciudad mitológica, Arcadia. Es una heroína, consigue lo que quiere, pero la novela provoca un giro, que hace al lector moverse en su sitio de lectura, pues si una novela no conmueve al lector ¿puede considerarse buena?

Publicada en 1984, se observa que la sociedad ha cambiado mucho en estos cuarenta años, aunque ciertos estereotipos sociales sigan vigentes y el gigante siga siendo gigante, pese a veces que el pequeño intenta protestar o gritar, y solo consiga hacer llegar su eco lejano.

© Miguel Urda Ruiz

                                                                                                                      Texto e imagen

7/25/2024

Orient-Express, Mauricio Wiesenthal: el intento de mantener un sueño



Con el subtítulo de El tren de Europa, Mauricio Wiesenthal nos despoja de la idea preconcebida de un tren de ensueño, el Orient-Express, sintetizado en las palabras viaje e idílico. Dicho tren fue el reflejo de mantener y consagrar la hegemonía de Europa a través de unas líneas férreas, cuyas heridas intrínsecas cada vez se iban agrandando más y más, hasta que acabó desembocando en la Primera Guerra Mundial. Pero nada más alejado de la realidad. Ni el tren era tan lujoso como nos han transmitido, ni el viaje era tan placentero.

Si ya hoy en día un viaje en tren supone escasas horas, donde la tecnología ha influido muy positivamente en la comodidad del viaje, hay que retroceder unos ciento veinticinco años para ser conscientes de que todas las comodidades implícitas no eran tales. Un trayecto que duraba cincuenta horas en su recorrido más largo y que puede imaginarse lleno de penurias. Horas de espera en las fronteras, dependiendo del país que tenía que cruzar y la situación política en que se encontraba; anchos de vías diferentes lo cual suponía bajarse del tren para el oportuno cambio y horas de espera; malhechores en los propios vagones y en las fronteras; la documentación requerida debía de estar en diferentes idiomas pues podría no ser reconocida en el país pertinente; frío o calor desmedido según la temporada sobre todo en las horas de espera en las fronteras; división de compartimentos entre hombres y mujeres; los vaivenes del movimiento del tren que incluso dificulta el afeitado sin que el hombre saliese ileso de algún corte, e incluso en los primeros trenes debían llevar su propio orinal, pues el tren carecía de servicios.

La sociedad del momento sabía lo que significa el Orient-Express y no quiso estar ajena a él. Mauricio Wiesenthal cuenta como por sus vagones pasaron Coco Chanel, Josephine Baker o Isadora Ducan, por ejemplo, así como todo el cuerpo diplomático, políticos y reyes; pero sería la literatura quién le otorgaría un halo de misterio y más concretamente Agatha Christie, con su novela Asesinato en el Orient Express quién lo catapulto al éxito o fama y que continúa hasta el día de hoy, convirtiéndose en un elemento continuo para la producción de libros, películas y series.

La invención del tren supuso una innovación a la sociedad: el tiempo. La concreción del tiempo en horarios,  provocó la necesidad de que el hombre llevase el tiempo en el bolsillo, a través de los relojes. El tren supuso dar firmeza a los horarios y establecer unos ritmos en la sociedad, sobre todo donde el tren comenzaba a cobrar un papel preponderante en la sociedad. 

El desuso del Orient-Express fue el reflejo de una Europa en ruinas, sin embargo, el autor español –a pesar de su apellido– narra el intento de recuperar la idea cien años atrás, después de su primer viaje, de que un tren elegante y suntuoso volviese a recorrer toda Europa. El itinerario inaugural fue Londres-Venecia, pero el elevado coste le hizo ser consciente de que los tiempos habían cambiado, la sociedad también y los nuevos trenes venían acompañados de tecnología donde dejaban patente  que el ayer, por muy lujoso que fuese, era mejor dejarlo en el ayer,

Un ensayo con multitud de anécdotas y plagado de recuerdos personales, de fácil lectura y  sirve como base si queremos profundizar algo más en el tema, pero sobre todo deja claro que todo tiene su tiempo y que cuando algo se saca de él no encaja del todo, ni que todo el imaginario fue tan idílico.

© Miguel Urda Ruiz

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7/19/2024

Un artista del mundo flotante, Kazuo Ishiguro: el horizonte del pasado


Leer a autores de oriente, en este caso un autor japonés, aunque vive en Reino Unido desde los seis años, supone que no siempre se consigue traducir toda la esencia que tiene la novela en su versión original. Con Un artista del mundo flotante,de Kazuo Ishiguro, la historia engancha, plantea una ambigüedad narrativa que me gustó y hace que la lectura sea amena, pero noto que falta algo en su prosa que no termino de entender.

El autor narra la historia del pintor, Masuji Ono, en la última etapa de su vida y rememora su vida a través de encuentros con amigos, compañeros y familia. La historia comienza recién acabada la Segunda Guerra Mundial y de forma somera refleja que sobrevivir en la posguerra fue más difícil que vivir en la propia guerra. Para finalizar, cuando Japón comienza a recobrar la hegemonía mundial que aún sigue sustentando, desde 1950.

A través de la visión del artista nos muestra la decadencia de unas costumbres o tradiciones ancestrales cercenadas por la nueva situación a la que se enfrenta el país en favor de occidente (Estados Unidos) y la figura del propio pintor que está definido por varios conceptos como bohemio, trasnochador y vago. Así muestra el declive de los llamados barrios flotantes, cuyo fin tuvo lugar a finales de los años cincuenta, y era un compendium del placer. No obstante, echo en falta una introspección hacia el propio mundo flotante. Ishiguro pasa de puntillas por ese ambiente, lo cual considero desaprovechado, a favor de una mirada sobre el arte y de su consideración en la sociedad.

Lo que resalta es la forma de contar los motivos de los que se nutre la literatura desde sus albores. Ishiguro recurre a conversaciones con amigos y compañeros de profesión, a lo largo de su vida, así como a la familia –ver como no se fragua un matrimonio concertado a favor de uno por amor e intentar la redacción de un informe social sobre su familia– y sus relaciones. El progreso reflejado a través de nuevas construcciones y con gran envergadura que va en detrimento de los locales antiguos y regidos por una persona donde la confianza y el trato es lo que impera.

La editorial Anagrama suele fallar pocas veces. Aquí no lo hace, y considero que es una buena novela y que sirvió para ir cimentando la carretera narrativa del autor japonés, consagrada con el Premio Nobel en 2017, pero considero que la dificultad de trasladar los sentimientos y sensaciones que entrañan la sociedad nipona no es fácil.

© Miguel Urda Ruiz

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7/13/2024

El atuendo de los libros. Jhumpha Lahiri: la vestimenta de un libro



¿Cuál es el factor principal que nos influye a la hora de comprar un libro o mejor dicho una novela? ¿su cubierta? ¿su contenido? ¿ser de un autor concreto? Estas son las premisas en las que Jhumpa Lahiri se basa para escribir el ensayo El atuendo de los libros, publicado por gris tormenta.

Jhumpa Lahiri es una autora de origen bengalí, pero nacida en Reino Unido con dos etapas bien diferenciadas en su producción literaria. Una primera con una narrativa muy consolidada y escrita en inglés; en el año 2015 se trasladó a vivir a Italia y comenzó a escribir en italiano, sin llegar a conseguir la misma línea de calidad que sus primeras narrativas, además de ir probando nuevos terrenos literarios, pero que desembocan en nada o da la sensación de ir dando tumbos. Lo cual te remite a la duda sobre la impregnación de la cultura e idioma en el seno del escritor y cómo le afecta. 

En el ensayo aquí reseñado Lahiri entra en algo tan esencial y desconocido como es el aspecto exterior, algo fundamental de un libro: las cubiertas. La cubierta de un libro suele confundirse con la portada que se encuentra entre la página tres a cinco e incluye el título, autor (traductor si lo hay) y editorial, mientras que la cubierta es, digamos, la parte bonita del libro y lo primero en lo que se fija nuestra mirada.

En sus páginas habla de lo que siente cuando el libro deja de ser suyo y pasa a manos de sus editores y personal correspondiente, para diseñarlo y ponerlo a servicio del lector. Aunque no siempre es igual y exige su participación en la vestimenta del libro, ya sea por motivos personales o porque la editorial quiere de su participación; muestra su impresión al ver la misma novela publicada en diferentes países e idiomas y con portadas diferentes, donde a pesdar de ser el mismo parece otro; sobre cómo las editoriales utilizan una cubierta diferente para la edición de bolsillo o tapa dura, por cuestiones de marketing e incluso pasa por la función de las cubiertas en el formato electrónico y si son necesarias y si producen la misma emoción que una cubierta física. 

Una cubierta emociona, es la puerta a descubrir o adentrarte en un mundo nuevo y que establece la relación entre el libro y el lector. A pesar de ser independiente del libro –tiene su propia vida–, pero forma parte del todo. Un libro sin cubierta, en la actualidad, no dice nada e incluso lanza al lector el interrogante de si el libro no tuviese ningún indicativo externo sobre su lectura, sino que fuese en blanco y lo único que tienes que hacer es adentrarte en sus páginas ¿cómo reaccionaría? 

Sin embargo, y al hablar del interior del libro me chirría la forma que tiene la editorial gris tormenta de alinear sus textos: a la izquierda, lo cual –quiero pensar que sí– que es conocedor de que para que haya una lectura eficaz, continúa y sin distracciones el texto debe estar correctamente marginado. Pero no, gris tormenta lo margina a la izquierda, con lo cual no ayuda a su lectura. Una editorial, además, con una línea de edición sobre la cultura literaria, que no nos muestra el reflejo de lo que se nutre. 

El ensayo El atuendo de los libros no deja indiferente y nos remite a la mejor prosa de Jhumpa Lahiri, además permite que conozcamos algo más del mundo del libro, del cual no es común ser partícipes o conocedores. 

© Miguel Urda Ruiz

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7/07/2024

Un invierno en los Alpes, Zofia Nałkowska: el tiempo sin instrucciones de uso



 


Mientras transcurre la lectura de Un invierno en los Alpes de Zofia Nałkowska, me vienen dos cosas a la mente, parece una novela en la que no ocurre nada, y sus personajes solo se limita a observar el paso del tiempo; y en segundo lugar nos preguntamos si realmente estamos leyendo una copia a menor escala de La montaña mágica de Thomas Mann.

Y así es, en la primera lectura de la novela, el argumento puede sintetizarse en que no ocurre nada, algo que va en contra de lo que establece o exige la narratología como base de una novela: una evolución en un personaje. Es una novela coral, lo cual establece ya un punto de partida, el de que las cosas no van a ser simples. 

Escrita en capítulos cortos, a través de un conglomerado de personajes, representados por diferentes nacionalidades y hospedados en un hotel de montaña. Zofia Nałkowska con esto hace un pormenorizado análisis de la Europa de entreguerras, tocando temas espinosos como el genocidio armenio, o el exilio. La prosa de la escritora polaca parece estar impregnada de talco. Se nota su presencia, pero no mancha. De fácil lectura, incluso hay momentos donde llega a parecer insulsa –pero no aburrida–, con un sustrato narrativo que vertebra la duda sobre leído y nos obliga a volver a ella, para encontrar que esa capa dialogística está sostenida por una ideología que aboga por un consenso de paz y convivencia común. La guerra provoca heridas y todos los personajes tienen secuelas y buscan algo por lo que luchar, aunque solo se trate de vivir el instante o momento. Nałkowska al igual Mann dejan claro que el paso del tiempo es un arma difícil de manejar y viene sin instrucciones de uso.

En la fecha de su publicación se habló sobre el posible plagio a Thomas Mann, pero, aunque ambas novelas tratan un tema bastante similar, son muy diferentes. La duda sobre por qué la autora escribió una novela cuyas miras estarían siempre puestas a la referencia de Mann, es una incógnita y además, en un tiempo próximo, pues solo hay una diferencia de diez años entre una y otra publicación. Lo primero que destaca es su extensión. Una novela de doscientas cinco páginas frente a la de mil cuarenta y ocho del escritor alemán. Lo único que tienen en común es el desarrollo de unos personajes en convivencia dentro de una heterotopía, con sus propias normas y sus propias leyes.No encontramos un capítulo que no cumpla una función y sirva de engranaje con el personaje siguiente. Paseos, comidas, bailes... todo lo que se permite dentro de una residencia en pleno invierno suizo y con la finalidad de consumir tiempo.

De la obra de Zofia Nałkowska en España solo hay tres títulos traducidos: el libro de relatos Medallones publicado enMinúscula, Frontera y Un invierno en los Alpes, ambas en Báltica Editorial. 

El tiempo es como una novela. Solo hay que consumirlo ya sea con Zofia Nałkowska o Thomas Mann. 

© Miguel Urda Ruiz

Texto y fotografía

7/01/2024

Estampas bostonianas, Rosa Montero: la convulsión del tiempo


Estampas bostonianas recoge siete reportajes que la periodista Rosa Montero escribió para el diario El País a lo largo de dos décadas. En formato libro fue publicado en el año 2002 y han pasado veinte años de su publicación y otros veinte años desde la publicación del primer reportaje, que vio la luz en 1979. Estas letras las escribí en la primavera del 2024 y lo que siento al leerlo es la viveza de esas historias, e intentar recapacitar sobre el paso del tiempo, y hacia lo que cuenta la periodista madrileña en dichas páginas.

A través de una prosa intrépida, directa y vivaz Rosa Montero hace un recorrido por puntos geográficos muy dispares entre sí: Boston, Irak, Australia, Alaska, China, Sahara y Canadá (Iqaluit, esquimales), con un punto de conexión vital: mostrar la realidad tal como la ven sus ojos en ese momento concreto en que le han encargado el reportaje. Por ejemplo, vemos el comportamiento del hombre en situaciones extremas, ya sea por el frío o calor y su adaptación a tales extremos climáticos; la forma de recibir la política en países dictatoriales; la idealización que tenemos de algunos paisajes dada su lejanía geográfica.

Que el tiempo ha transcurrido lento o deprisa, y pasado por la sociedad, que a día de hoy parece convulsa demuestra que ya lo era tiempo atrás. Solo hay que echar una lectura al reportaje sobre Irak, publicado originalmente en 1979 o sobre China que vio la luz en 1996, para cotejar los cambios existentes entre dichos momentos y la actualidad, cuando acabamos el primer cuarto del siglo XXI. Siglo que llegó rebosante de tecnología y con prisas. Cada sociedad lo asumió como pudo y a su forma, pero el ayer tiene su propia nomenclatura y no hay que eludir, sino aprender de ella y saber que el periodismo las cuenta tal y como son.

Todo sigue siendo dispar y controvertido. Encontramos un testimonio periodístico que recurre a la duda, de si aquellos tiempos eran mejores o cómo serán ahora aquellas zonas o personas que muestra la escritora. Es un libro con un valor periodístico y antropológico constatado y coloca al lector en posición para que saque sus conclusiones sobre la situación que cuenta. 

Rosa Montero es periodismo con mayúsculas, aunque hayan pasado veinte o cuarenta años.

Solo hay que inmiscuirse en sus páginas.

© Miguel Urda Ruiz

Texto e imagen