Ave. 7:35 AM. Destino Málaga. Diez días de ¿vacaciones? Me digo que sí, que son vacaciones de clase, pero no de trabajo, que el tiempo me apremia y no quiero mirar cómo las hojas de mi enemigo más acérrimo van cayendo cada día. Es el signo indudable de que esté pendiente de mí y que me recuerda cada momento que tengo un plazo por cumplir.
Ayer
imprimí todos los folios que tengo escritos de la novela y le
coloqué un canutillo para que tuviese forma de trabajo finalizado.
Lo guardo en la mochila junto al neceser naranja donde van todos los
utensilios de escribir. Tengo dos horas y media de tren. Voy sentado
en ventanilla. Me gusta leer y corregir textos en el Ave y no es la
primera vez que me llevo algún texto para corregir. Mi idea es
dedicarme a leer lo que tengo escrito para comprobar si tiene cuerpo
de novela y confirmar que voy por buen camino. Sólo pido que en el
tren no vaya ningún mal educado que vaya hablando por teléfono
todo el trayecto. Ya en el asiento saco lo que tengo escrito de mi
novela. No he querido numerarlos para no obsesionarme en si llevo
mucho o poco escrito. Comienzo a leer, pero enseguida saco el
rotulador rojo y el fosforito. Mal comenzamos, Miguel. Me cabreo y
dejo de leer. De reojo miro el folio escrito. Mucho rojo. Y no, no
quiero volver a las dudas, a las interrogaciones... Vuelvo a retomar
la lectura. Intento no levantar la cabeza de los papeles.
El
Ave se detiene. Córdoba. La gente sube, baja, alguien pregunta si
pueden ayudarle con sus maletas; gritos al hablar por teléfono para
decir que han parado dos minutos; gritos para decir que ese es su
asiento; gritos de niños por el pasillo; gente que quiere fumar; la
azafata reparte auriculares y yo... en silencio, al igual que el tren
retoma la marcha por las vías en silencio, retomo mi lectura
también en silencio.
Un
poco antes de llegar a Málaga acabo la lectura. El tiempo del viaje
ha estado bien sincronizado. Velocidad y lectura. Esta vez no se me
ha hecho eterno. Comienzo a guardar las cosas en la mochila. Ojeo los
folios y sobresale el color rojo. Tengo mucho trabajo por hacer. Me
consuela la idea de que también tengo diez días para ver las cosas
de forma diferente, pero voy a seguir escribiendo, ya llegará junio
y sus correcciones.
El
Ave llega puntual y en silencio a su destino. La misma voz masculina
de antes vuelve a gritar al teléfono para decir que ha llegado; una
señora mayor me pide mis auriculares que no he usado; me llega un
rayo de luz diferente, la luz de Málaga. Vacaciones. Diez días y
una novela en rojo. Sonrío.
©
Miguel Urda. Texto
Foto.
Google
2 comentarios:
Promete, el Ave viaja a la velocidad de la escritura, la fluidez del texto apura las curvas amplias de un paisaje de novela, siempre por venir... ahora sí viene, después de Córdoba aparecerán los olivares, y abajo ya se distingue la luz del mar, de Málaga. La luz que dará un tono azul a las páginas en blanco.
Felicidades, José María
Oye Miguel, tu novela tiene que ser interesante o buena al menos, porque lo que es el blog es la leche. Yo publicaría recopilado este diario del desarrollo de tu novela, merece la pena, de veras.
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