1/29/2025

La vegetariana, Han Kang: las consecuencias de un aleteo




La autora coreana, Han Kang, ha sido galardonada con el último Premio Nobel y ya se sabe que la Academia no da puntada (premio) sin hilo. Su decisión ha llenado horas en los medios de comunicación y se han escrito cantidades ingentes opiniones sobre ello, pero solo hay que leerla para saber el tino del galardón. Con muy pocos títulos publicados, la escritora coreana refleja una prosa que deja patente la visión de la mujer en Corea del Sur y cómo la tradición pierde valores a favor de la occidentalización, permitiendo realizar preguntas sobre la forma de ser del individuo.

Hay una teoría naturalista que dice que el aleteo de una mariposa se resiente en su polo contrario y es lo que ocurre con La vegetariana al tomar una decisión. A raíz de que la protagonista de la novela, Yeonghye, decide hacerse vegetariana, asistimos desde tres puntos de vista a las repercusiones que provoca su decisión en su mundo más próximo. Esa es la base en la que se construye la novela ¿quién está capacitado para decidir respecto a otra persona? O ¿por qué no se respeta? El ser humano es egoísta y toma decisiones sobre lo que mejor le puede venir a él cuando es un elemento tangencial y no el quid de la cuestión. 

La narración comienza en alto. ¿Por qué molesta tanto que la protagonista se convierta en “vegetariana”? Es la idea que está en la cúspide de la historia, pero el trasfondo es muy jugoso. Temas como el patriarcado, la opresión de la mujer, el límite entre realidad y ficción, y el paso del tiempo están presentes. Todo lo que está a su alrededor sufre un cambio. Su marido, su cuñado y su hermana. Un trío de narradores que emanan como si fuesen ramas del tronco que es la protagonista al querer volver a la tierra y que ven sus vidas trastocadas. 

Y subyace varios interrogante ¿Por qué no se le permite seguir con lo que quiere ser?¿Padece una enfermedad la protagonista? La respuesta inicial podría ser por una cuestión de salud, pero no, los verdaderos veganos saben qué alimentos deben ingerir para tener todos los nutrientes en su cuerpo. La escritora coreana transmite un hilado de tramas sociales que están presentes y sobre todo que no aceptadas por su sociedad. Publicada en el año 2007, ha sido a raíz del premio cuando ha atraído en forma masiva al público. Su prosa es llana y cercana a cualquier lector, lo cual conlleva un doble mérito: entretener, por un lado, y sacar conclusiones sociales, por otro. 

© Miguel Urda Ruiz

Texto y fotografía



1/24/2025

Después del invierno, Guadalupe Nettel: el intento de vivir




Hay novelas que lees una vez y sabes que tienes que volver a leerlas. El porqué no lo tengo muy claro o, mejor dicho, no lo tengo. Es lo que me ha pasado con Guadalupe Nettel, autora que sigo desde su primer libro, que fue de relatos Los peces rojos. Leí, al poco, su publicación en el año 2014, Después del invierno, y la novela me dejó un sabor amargo-dulce que me impidió decir nada en su momento. Diez años después vuelvo a ella, pero sigo manteniendo la misma posición. Me provoca una sensación dulce, aunque hay algo amargo que no termino de dilucidar; sin embargo, prefiero quedarme con ello, pues sé que en algún momento dado (¿dentro de otros diez años?) volveré a leerla.

Es una historia reflejada a través de personajes inmigrantes que intentan buscar una solidez en sus vidas. Y cuando digo solidez, me refiero a que todos quieren construirla teniendo como eje una relación sólida. Claudio, Cecilia, Ruth y Tom son las esquinas de un cuadrado narrativo que están desgajados de la vida e intentan acoplarse a alguien para sobrevivir, porque hay veces, que sin ser conscientes de ello están –estamos– muertos en vida. Y el gusto o aficiones de los personajes por los cementerios que es el ápice que tapiza la narración para cubrir y mostrar sus necesidades, carencias y virtudes, así como de entrar en la intimidad del inmigrante, en la ciudad que le acoge y evidenciar que sus raíces no siempre están en la profundidad deseada.

Nettel maneja muy bien la técnica narrativa y sitúa la historia en cuatro puntos geográficos muy dispares. Cuba, México, París y la ciudad de New York, pero que tienen como epicentro poblacional al inmigrante, bien como país de acogida o como emisor. Este siempre llevará la losa de serlo por mucho que pase el tiempo y adopte las costumbres del lugar y sea admitido como tal. New York, donde reside el protagonista, es una ciudad construida a base de ellos y él se siente cómodo allí, y además ha conseguido algo que no está al alcance de todos los foráneos: comprar un apartamento. Con este juego geográfico los personajes se cruzan y dejan al descubierto la verdad de sus emociones. Cosa que a veces es dolorosa, al ver que la vida que tienes no es la que deseas. Por momentos tengo la sensación de que intenta jugar con el azar, pero no lo consigue. Los personajes están muy bien cogidos y, sin ser conscientes, ellos saben lo que quieren, lo que buscan o lo que desean, que en el fondo es una característica del ser humano y tan de moda hoy en las redes sociales, encontrar su propósito en la vida. 

Sin embargo, y esto me ha pasado con más autores hispanos en una narrativa reciente (Abad Falcone, María Gainza), tengo la sensación de que quieren mostrar que saben mucho y llenan sus novelas con datos y referencias estériles para el desarrollo de la historia. La escritora mexicana lo hace al citar a escritores y músicos, que no aportan nada al lector y que enmascara la cultura que posee, lo cual se traduce en el efecto contrario. 

Diez años desde su publicación y el tiempo ha pasado por la novela, o mejor dicho, la tecnología. Alude a emails, teléfono fijo —con su contestador—, mensajes de texto... Desde el 2014 a hoy (albores del 2025, cuando escribo estas líneas) la comunicación ha sufrido una transformación ingente, sin miras al pasado y el tiempo de espera, versus contra la inmediatez que impera en la actualidad. ¿Cómo sería esta novela sin tener que esperar la respuesta de un mensaje de texto o estar pendiente de una llamada en un teléfono de toda la vida? El tiempo otorgará su veredicto en su momento.

© Miguel Urda Ruiz

Texto y fotografía

1/18/2025

El mar, John Banville: un ápice de felicidad caducada







Un escritor para considerarse como tal debe reunir tres cualidades: que sepa narrar, que sepa contar y que sepa escribir (parece algo simple y esencial, pero no lo es). John Banville reúne las tres y lo refleja con total maestría o profesionalidad en la novela El mar.

Y la historia es simple, y definida en una frase: es la estancia de un hombre que acude a un lugar de verano en su adolescencia tras la muerte de su esposa. Esa mirada al pasado ya hace poner en alerta al lector, dado que es un sentimiento maleable, ya sea al antojo del escritor, del narrador o incluso de la persona que lee la historia. Novela está dividida en tres tiempos que reflejan las edades del hombre: infancia que muestra el descubrimiento del deseo, el inicio en el sexo y la muerte; una madurez que va unida a la enfermedad de su mujer, Anna y una tercera parte híbrida donde intenta escribir sobre ambos momentos, pero descubre que están unidos por una traza invisible la cual no puede obviar. Que el personaje que vertebra la novela sea un marchante de arte, Max Morden, da sentido a que la historia se vaya construyendo como si fuese un cuadro, detalle a detalle, pero con total maestría para que el lector vaya integrando su parte correspondiente y le dé su propia cohesión. Así como su conocimiento de Joyce a través de la forma de construir los diálogos. 

El mar, en el sentido concreto o abstracto, acoge una inmensidad de agua y de extensión que da cabida a todo tipo de personajes, (románticos, suicidas,...), pero que en este caso nos remiten a una búsqueda de la felicidad, o pensar que hubo un tiempo en el que se fue feliz. Porque la soledad está presente en la obra de Banville, y no la termine de aceptar el protagonista, dado que es forzada, este intenta rescatar la felicidad del ayer. Pero no hay que pensar que es una novela triste, sino todo lo contrario: es feliz porque ha tenido una vida donde ha amado. El autor irlandés necesita que su lector no pase de puntillas por la novela, quiere que el poso de la narración quedé en él y la perciba como el mar con sus tonalidades diferentes según la hora o el momento del día. La vida, la muerte, la soledad, la felicidad —impostada o creada—,los colores... Tienen cabida en esta novela y provoca que el lector lea cada frase con detenimiento. Nada es arbitrario. Los grandes narradores saben que su oficio es hilar bien toda la narración. El mar, ya sea metafóricamente o no, es un tejido de sensibilidad exhibido por la narrativa de un verdadero artesano del oficio. 

Solo puedo añadir una palabra más: sublime.

© Miguel Urda Ruiz

Texto y Fotografía





1/11/2025

La maleta de mi padre, Orhan Pamuk: la imaginación al servicio del escritor






Con solo siete novelas publicadas, la Academia Sueca le concedió el Premio Nobel de Literatura en el año 2006. Y todo por culpa de su padre. Un niño que soñaba con ser pintor, pero que vio cómo su progenitor escribía en casa y se convirtió en escritor. Es a él a quien le dedicó el discurso de dicho galardón por haberle transmitido la vivencia de la escritura y la literatura y que se recoge en el libro La maleta de mi padre junto a El autor implícito, que leyó al serle entregado el premio Puterbaugh otorgado por la revista norteamericana World Literature, y En Kars y en Frankfurt que pronunció al recibir el Premio de la Paz de la Unión de Libreros Alemanes en 2005 donde manifiesta su relación con el proceso de escribir y la lectura.

Una maleta que su padre le legó dos años antes de morir, llena de papeles con todo lo que había escrito durante su vida, y otorgándole la facultad para que hiciese con ella lo que quisiera, lo que supuso conocer el mundo su figura paterna, así como la relación entre ambos y, sobre todo, que se convirtió en escritor gracias a él. Pero dentro del marco de un país, como Turquía, donde la religión tiene un papel preponderante en la sociedad y rige su comportamiento sin poder expresar libremente lo que se siente. Y cuyo vehículo de transmisión es la novela. Instrumento que sirve para constatar la historia, construir sociedades, aprender y además divertirte.

Pamuk utiliza la novela como instrumento para mostrar las dos sociedades: la turca y la europea. Esta última, a grandes rasgos, pero sobre la convivencia entre ambos continentes y el uso que uno y otro hacen de cada uno. Costumbres, arraigo, jerarquía, política,y familia, por citar algunos ejemplos, tienen una forma diferente de verse en cada lugar y más cuando Turquía es un país fronterizo entre oriente y occidente.

Con un tono cercano, sin llegar a ser el de ese amigo confidente, pero muy próximo, no solo habla de cuestiones sociales, sino del escritor como tal. Cuenta de cómo se recluye en una habitación a escribir en soledad durante diez horas cada día; de lo que significa ser lector y la geografía de cada uno (¿dónde me leerán?); de qué está construida una novela y si es verdad que está plagada de imaginación o es al revés la imaginación construye la historia; hasta qué punto convergen los mundos del autor y del lector; qué novelas le han influido en su vida (¿Pueden separarse vida personal y vida profesional en el caso de un escritor?); si un novelista es otra persona cuando escribe o se pone en el lugar de otro.

Orhan Pamuk destila sensibilidad y te acerca su mundo, con cierta envidia, al querer ser por momentos como él.

                                                                                                                   © Miguel Urda Ruiz

                                                                                                                     Texto y fotografía

1/05/2025

Diarios 1984 -1989, Sándor Márai: la cruel belleza de la decrepitud



¿Es justa la vida?, ¿es justa la vejez?, ¿sirven para algo? Estas son las preguntas que saltan nada más comenzar a leer el último volumen de los diarios de Sándor Márai, en el que desgaja las miserias del ser humano cuando se llega al periodo de la vida donde uno ya solo es un nombre propio. 

Sándor Márai es un escritor elegante y que podría justificarse por su estilo burgués, que como él bien indica era una forma de vida, pero es todo lo contrario, no basta con serlo para escribir. Los diarios son un género que tiene su propia clasificación, aunque estén redactados en prosa y puedan contar una historia, pero la cuestión es que cuento la de mi vida. 

Sesenta y dos años de matrimonio con Lola Matzner, compartiendo el peregrinaje que provoca el exilio y el saber que nunca llegarás a ser ciudadano de un país, por mucho tiempo que vivas en él. Un relato duro, pero real, pues muestra la decrepitud del individuo para ser convertido en nada. No deja tema alguno sin tocar: la muerte, la enfermedad, la cultura, (clásicos, y los nuevos escritores que no aportan nada solo tienen un valor comercial) la familia, el exilio, la política, el país que le acogió (vivió quince años en New York y el resto en San Diego) y el hecho de sentirse inmigrante todo el tiempo que estuvo viviendo en él, la convivencia con su esposa, el hijo adoptado, el hospital, la primera Navidad separados después de sesenta años, etc.

El escritor húngaro viste el pudor íntimo con una prosa elegante y para detallar el deterioro de su mujer y el suyo propio. Primero, la pérdida de la vista, después el habla, al le siguen los movimientos del cuerpo y así hasta llegar al final, lo cual hace reflexionar ¿hasta cuándo o cuánto se puede sufrir? Inmediatamente, surge la comparación con la película Amor de Michael Haneke (que desconozco si está basada en una novela o trata sobre una historia real) y florece la duda —personal, social, comunitaria— de sí poner fin por modo propio sería ético. El autor es consciente de que su final está cerca. Habla de la muerte de forma directa, no la afronta y por momentos desea que llegue, incluso cuenta cómo compra el revólver con el que puso fin a su vida. De lo único que se queja es de que viene sin instrucciones de uso. Lo mejor es la pistola, pero no es del todo seguro. ¿En la boca o en la sien? ¿Cómo se coge el arma (que está en el cajón de la mesita de noche) ¿Qué es más seguro, estar tumbado con la boca abierta o más bien...? Porque ahí radica el quid de este volumen, ¿se debe poner fin antes de que el deterioro sea mayor?, ¿hay que depositar la vida final en manos de otras personas? Preguntas que un buen narrador fórmula implícitamente en la historia y que el lector tiene que ser valiente para responder. 

No obstante, Márai escribe los diarios para publicarlos y alude a los diferentes tomos o partes que durante su vida se han ido publicando, lo cual te incita a pensar si ha contado todo lo que quería o lo edulcora o agrava para satisfacer al lector. Aunque para los incondicionales del escritor da igual, porque su prosa es directa, dura, bella, agresiva, exquisita, intensa, elegante… 

Sándor Márai nunca defrauda, aunque te haga levantarte de lugar donde se lee para mirar la vida e intentar pensar que algún día tu cuerpo padecerá los síntomas de la vejez.

© Miguel Urda Ruiz

Texto y fotografía