¿Es justa la vida?, ¿es justa la vejez?, ¿sirven para algo? Estas son las preguntas que saltan nada más comenzar a leer el último volumen de los diarios de Sándor Márai, en el que desgaja las miserias del ser humano cuando se llega al periodo de la vida donde uno ya solo es un nombre propio.
Sándor Márai es un escritor elegante y que podría justificarse por su estilo burgués, que como él bien indica era una forma de vida, pero es todo lo contrario, no basta con serlo para escribir. Los diarios son un género que tiene su propia clasificación, aunque estén redactados en prosa y puedan contar una historia, pero la cuestión es que cuento la de mi vida.
Sesenta y dos años de matrimonio con Lola Matzner, compartiendo el peregrinaje que provoca el exilio y el saber que nunca llegarás a ser ciudadano de un país, por mucho tiempo que vivas en él. Un relato duro, pero real, pues muestra la decrepitud del individuo para ser convertido en nada. No deja tema alguno sin tocar: la muerte, la enfermedad, la cultura, (clásicos, y los nuevos escritores que no aportan nada solo tienen un valor comercial) la familia, el exilio, la política, el país que le acogió (vivió quince años en New York y el resto en San Diego) y el hecho de sentirse inmigrante todo el tiempo que estuvo viviendo en él, la convivencia con su esposa, el hijo adoptado, el hospital, la primera Navidad separados después de sesenta años, etc.
El escritor húngaro viste el pudor íntimo con una prosa elegante y para detallar el deterioro de su mujer y el suyo propio. Primero, la pérdida de la vista, después el habla, al le siguen los movimientos del cuerpo y así hasta llegar al final, lo cual hace reflexionar ¿hasta cuándo o cuánto se puede sufrir? Inmediatamente, surge la comparación con la película Amor de Michael Haneke (que desconozco si está basada en una novela o trata sobre una historia real) y florece la duda —personal, social, comunitaria— de sí poner fin por modo propio sería ético. El autor es consciente de que su final está cerca. Habla de la muerte de forma directa, no la afronta y por momentos desea que llegue, incluso cuenta cómo compra el revólver con el que puso fin a su vida. De lo único que se queja es de que viene sin instrucciones de uso. Lo mejor es la pistola, pero no es del todo seguro. ¿En la boca o en la sien? ¿Cómo se coge el arma (que está en el cajón de la mesita de noche) ¿Qué es más seguro, estar tumbado con la boca abierta o más bien...? Porque ahí radica el quid de este volumen, ¿se debe poner fin antes de que el deterioro sea mayor?, ¿hay que depositar la vida final en manos de otras personas? Preguntas que un buen narrador fórmula implícitamente en la historia y que el lector tiene que ser valiente para responder.
No obstante, Márai escribe los diarios para publicarlos y alude a los diferentes tomos o partes que durante su vida se han ido publicando, lo cual te incita a pensar si ha contado todo lo que quería o lo edulcora o agrava para satisfacer al lector. Aunque para los incondicionales del escritor da igual, porque su prosa es directa, dura, bella, agresiva, exquisita, intensa, elegante…
Sándor Márai nunca defrauda, aunque te haga levantarte de lugar donde se lee para mirar la vida e intentar pensar que algún día tu cuerpo padecerá los síntomas de la vejez.
© Miguel Urda Ruiz
Texto y fotografía
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