Perdóname mamá. No sé como ha sido o si yo he tenido algo de culpa. Sabes, me resulta difícil articular palabra y eso que lo intento.
Te voy a decir la verdad: le temía a este momento, encontrarnos frente a frente.
Aquí hace frío mamá, así que abróchate un poco la rebeca negra, no vayas a resfriarte. A partir de ahora tienes que cuidarte un poquito más por ti misma. Me preocupa ese gesto tan serio que tienes. Prefiero verte con algo de expresión, para poder interpretar tus sentimientos, así me das miedo. Solamente escucho tu fuerte respirar. Cuánto silencio hay aquí ¿verdad, mamá?
No sé como me verás, pero noto mi cara algo hinchada ¿Cómo me ves tú, mama? ¿Estoy guapa? La noche en que todo pasó si lo estaba. Me lo dijiste cuando salía de casa: “que guapa vas, Paloma. No vengas más tarde de las doce y ten cuidado, que la noche es más profunda y peligrosa que un abismo” “No te preocupes que lo tendré te respondí”. Y lo tuve, mamá, tuve cuidado. Desde bien tempranito me inculcastes el sentido de la responsabilidad. Eso no me lo podrás reprochar. Siempre fui una niña responsable en todo.
Me gustaría contarte con todo detalle como sucedió, pero no quiero hacerte sufrir más. Bastante tienes con todo lo acontecido en estos días. Por cierto, mamá, he perdido la noción del tiempo ¿cuantos días han pasado? ¿Dos? ¿Tres? Me mata estar a expensas todo el día de la luz artificial de esta habitación.
Yo volvía para casa y no era muy tarde. Me había despedido de mi amiga Clara en la esquina, donde siempre lo hacíamos. No le tenía miedo a ese camino, estaba iluminado y nunca había pasado nada. Sí que me sorprendió que una voz familiar dijese mi nombre saliendo de la oscuridad y a esas horas de la noche. Me preocupó más que hubiese pasado algo en casa. Me dijo que no, que no pasaba nada, pero la migraña no le dejaba dormir y que iba a la farmacia de guardia a comprar algún remedio para intentar aplacarla. ¿Por qué no me acompañas y después nos vamos los dos juntos? No tuve porque sospechar de él y no me pareció nada malo acompañarlo, la farmacia no estaba muy lejos. Me fue preguntando si ya salía con algún chico, que no le parecía bien que yo fuese tan reservada, que podía contar con él para lo que quisiese, que le gustaba mucho el corte de pelo que me había hecho para el verano y que esa noche iba especialmente guapa; alabó la pureza de mi alma; mi forma de pensar; mi actitud ante la vida en una chica de catorce años.
La farmacia a la que fuimos no era la que estaba de guardia miramos cual era la próxima y nos dirigimos a ella. Él continuo hablando sobre mí: de la felicidad que yo emanaba; de lo contento que se había puesto al saber que había aprobado los exámenes de junio. Íbamos tan ensimismados en la conversación que no percibí que nos habíamos desviado de nuestro camino. No vi nada extraño en ningún momento, solo al final, porque todo fue tan de repente. Oye, ¡que por aquí no es le dije! Sí, sí es por aquí. A lo cual me agarró del brazo y me obligo a caminar por donde él decía. Las luces del pueblo habían perdido intensidad. Yo protesté, mamá. Quise volver, dar marcha atrás, pero apretó mi brazo, y con dura voz me dijo: ¡vamos! Estaba muy oscuro y pisábamos tierra y fue todo tan horrible, mamá, que no te voy a contar los detalles de lo que pasó.
Por tus gestos puedo ver que te estarás haciendo reproches por haberte enamorado de un hombre así. Pero no te preocupes, mamá, tú no tienes culpa. Mi juventud no me ha permitido conocerlo muy profundamente, pero por lo poquito que sé y por lo que dicen el amor es ciego.
¿Por qué no me cuentas que pasó después? ¿Al ver que yo no llegaba a casa? Me gustaría saber si lo han encontrado ¿Crees que lo tenía todo planeado? Ahora entiendo muchos de sus comentarios, de sus bonitas, y lo que parecían, espontáneas palabras: eres más linda que el cielo; eres la esencia de mi vida.
Mamá, me gustaría escuchar tu voz. Me impone tu silencio. Por favor, di algo: llora, grita, ríe a carcajadas pero, di algo mamá. Ha sido un golpe muy duro, pero no sé para quién ha sido más doloroso, si para ti o para mí.
Lo prefiero así, mamá. No importa que llores, mamá, no importa. Llora, deja que aflore tu rabia a través de las lágrimas.
¿Qué cosas estarán pasando por tu cabeza, mamá? Tengo curiosidad por saber que pasó después. Pero no creo que ahora estés preparada para contármelo. Quizás cuando veas las cosas con algo más de sosiego, podrás háblame de ello. Ha sido un duro golpe para las dos.
Me gustaría pedirte un último favor, mamá. ¿Podrías mover un poquito la etiqueta que cuelga del dedo gordo de mi pie izquierdo? Me está haciendo cosquillas.
© Miguel Urda