Hace
algunos años publiqué esta entrada en mi blog tal día como. Ha
pasado el tiempo y veo como todo sigue igual y la gente sigue callando su conciencia por un día.
Cuando
escribo estas líneas es día uno de diciembre, día internacional
del SIDA. Durante un día al año a todos los ciudadanos nos obligan
a tomar conciencia sobre esta enfermedad y colocarnos un lazo rojo en
la solapa. En este día todo el mundo es consciente de lo que
significa el sida: enfermedades de homosexuales, de drogadictos, del
tercer mundo… que afecta “a la parte diferente” de la sociedad.
Los medios de comunicación han dado la noticia por activa y por
pasiva. Qué cosa tan paradoja y tan peculiar: se celebra el día de
una enfermedad, lo que parece llevar de forma orgullosa a
presentadores de televisión, políticos, gente de la vida social,
cuyo rostro es conocido, a lucir un lacito rojo como sinónimo de
compasión. Es el momento de ser solidario. Y todo el mundo tiene
cantidad de amigos gays, y los gays son la mejor gente del mundo, y
no pasa nada por ser gay, y gays, gays, gays… Es el día, es el
momento, de ser solidario para acallar una conciencia que olvida esta
enfermedad para el resto del año.
Un
primero de diciembre caminaba yo por una calle concurrida de mi
ciudad cuando una señora, ya entrada en años y vestida de domingo,
con una hucha en su mano derecha y un lacito rojo en la izquierda se
acercó a mí para exigirme un donativo a favor de esta enfermedad.
Con la mirada le dije que no y, sin darme tiempo a hablar la buena
señora, metida en su papel de mujer solidaria y de de buen corazón,
en ese día de su buena acción, me inquirió en tono inculpatorio e
irónico:
-
Gracias, señor, por su voluntad. Estas pobres gentes le agradecerán
que no haya aportado nada para ayudar a estos desfavorecidos.
Me
detuve en seco, al escuchar estas palabras y la señora cambió la
cara al ver mi gesto. Debió pensar que sus palabras me habían hecho
recapacitar y me paraba para sacar mi cartera y aportar algunas
monedas a su hucha.
-Gracias
por su voluntad, caballero, volvió a repetir la buena señora,
acercando la hucha hacia mí.
Pero
al ver que yo seguía sin hacer el gesto que tanto ansiaba ella quedó
un poco desconcertada.
-Discúlpeme,
buena señora -le dije atenuando la entonación de las dos últimas
palabras. ¿Cree usted que por no llevar un lazo rojo en la solapa de
mi chaqueta no soy solidario? ¿Qué si no le echo algunas monedas a
su pertinente hucha no soy una persona solidaria y digna de esta
sociedad? Señora, se le agradece enormemente que dedique parte de su
valioso tiempo libre a solicitar dinero para la “pobre gente
infectada por esta plaga” como usted ha dicho, pero piense que si
no llevo un lazo rojo bien visible, ni me manifiesto pidiendo ayuda
tambien puedo ser solidario. Yo, señora, tal y como usted puede
comprobar, no llevo un lazo, pero durante 364 días, y de forma
anónima, soy participe de esta “sociedad marginada”; no tengo un
nombre social reconocido, pero participo de forma intensa en el
colectivo BASIDA. Yo solo quiero ayudar, y participo de forma
continua con este colectivo porque lo siento, no porque necesite
acallar mi conciencia durante un día.
A
veces el silencio es más efectivo que el ruido.
©
Texto Miguel Urda
Foto
Google
1 comentario:
Tienes razon, de gilipolleces... las justas.
Como algo maravilloso puede devenir insoportable?
Al principio, cuando estas inmerso en ese mundo invisible de miedos y muerte, los primeros lazos rojos eran pura luz, significaban la visibilidad y, en cierto modo, el existir.
Hoy en dia solo es una farsa, una moda.
Un saludo
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