¿Por
qué? es lo primero que me pregunto cuando estoy delante del
folio en blanco y no consigo escribir nada ¿Por qué decidí
emprender el proyecto de escribir una novela? ¿Por qué escribir una
novela y no un libro de relatos? ¿Por qué escribir? Siempre que me
pongo a escribir me las formulo sin llegar a una respuesta.
Una
novela. Una novela es el proyecto del Máster de Narrativa que estoy
realizando para entregar a finales de junio. Comencé a escribirla
con el inicio del curso, en octubre, y lo hice con ganas, con ganas
de crear una historia, convivir con unos personaje..., durante un año
lectivo. Estuve durante todo el verano dándole vueltas a la trama,
al narrador, a los capítulos... Todo lo tenía perfectamente
planificado en la cabeza. Fue sentarme a escribir y sorprenderme por
la la fluidez con que salían las palabras, llenaba hojas y la novela
iba por el camino adecuado. Cuarenta folios, más o menos, escritos
hasta finales de noviembre. Buen ritmo, me dije, así tendré acabada
la novela mucho antes del plazo final, pero... llegó el temido
bloqueo, la consabida duda, y el irremediable dejar transcurrir los
días. Leía lo escrito y veía una sin historia sin fuerza para
desarrollar una novela, los personajes me salían planos, demasiados
o pocos capítulos –según el día–... ¿Solución?: todo a la
basura, sin miramientos y sin apenas dolor -o eso quise creer- y
llegó la hora de ponerme a escribir de nuevo. No había tiempo para
buscar una nueva historia. Diciembre estuvo justificado por la
Navidad. Enero llegó con prisas, y mis compañeros me hacían
preguntas de cómo iba. Sin nada, en blanco, yo era el único que no
avanzaba, pero no me preocupaba –o eso quería creer– yo escribo
mejor bajo presión. Febrero hizo acto de presencia y los folios
seguían en blanco. Decidí volver al principio, a mi forma de
encararme con los problemas literarios cuando algo no sale: compré
un cuaderno de rayas en Muji y con mi estuche de bolígrafos y
lápices puse rumbo a las cafeterías. Escribir a mano es mi receta
perfecta porque no hay lugar para ir borrando palabras, ni copiar,
pegar o suprimir, sino que entras de forma directa en lo que quieres
escribir y así fue, las palabras comenzaron a fluir con algo de
dificultad o temor –me atrevería a decir– y cuando levanté la
cabeza tenía escrito un folio, con la letra apretujada, unos
cuantos borrones. Aquello sí era como yo quería contarlo, por lo
que los sucesivos días seguí el mismo ritual.
El
fin de semana pasé a ordenador lo escrito, apenas cuatro folios. De
forma inconsciente miré el calendario. Junio estaba a la vuelta de
la esquina. El miedo me paralizó de nuevo, llegaron la
incertidumbre, el temor a una posible vacilación sobre el momento en
que me encontraba ¿Y si no era capaz de escribir la novela? ¿Y si
volvía a flaquear a mitad de la historia? ¿Y si no estaba
capacitado para escribir?... Me puse a ello acompañado de la
terrible sombra que se cierne siempre al escritor. El quinto folio lo
escribí directamente al ordenador y así hasta el quince. Punto y
final del capítulo uno. Sólo un capítulo -el boceto de un
capítulo- de los quince que tengo pensados para la novela en una
primera versión. ¿Es mucho o es poco? No lo sé. Pero en ese
momento me vino una idea a la cabeza, ¿por qué no compartir mis
miedos, mi forma de escribir, mis dudas, mis alegrías, mis avances,
mis retrocesos...? Y este es el motivo de esta entrada: ir contando
de forma paralela a mi novela todo lo que acontece en su creación.
¿Les parece bien? ¿Sienten curiosidad? Pues... atentos al blog.
©
Miguel Urda (Texto y foto)