Desde hace unos cuantos años hay una especie de corriente de novelas que tienen como argumento, epicentro o desarrollo (o todo junto) una librería, sobre todo en Japón, donde proliferan los títulos que remiten a ellas. Y sin entrar en el valor social o antropológico del porqué, sí que resulta llamativo el hecho; la impresión que se extrae es de una evasión como lector, dentro de un mundo que sabemos que nunca nos defraudará.
Una velada en la librería de Morisaki es la segunda parte o continuación; aunque ambas pueden leerse de forma independiente, es un libro al que no hay que pedirle nada más, aparte de un rato de degustación literaria dentro de la sociedad japonesa, o de Tokio en concreto. Sin embargo, la novela no está exenta de un contenido que incite a ir algo más allá. A raíz de tres personajes: un matrimonio, Satoru y Momoko, que regentan una minúscula librería de segunda mano con un pedigrí de tres generaciones, y Takako, sobrina de Satoru, quien les regala un viaje con motivo de su aniversario de bodas y debe quedarse a cargo de la tienda. Nos encontramos con personajes que no encajan en la sociedad; con una serie de malentendidos sin resolver, porque la propia sociedad conlleva al individuo a no expresar sus emociones; y que el ser humano tenga una herida intrínseca sin resolver o incluso perpetuada en el tiempo porque la sociedad nipona, a pesar de estar en pleno siglo XXI, sigue arrastrando el lastre de una tradición milenaria.
Una novela de fácil lectura, ya sea en una tarde de playa o de sofá en invierno, pero que consigue llevarte a Jinbocho, el barrio de Tokio dedicado a las librerías de segunda mano. Conseguimos oler los libros, palparlos, indagar en los títulos a los que hace referencia para incrementar nuestra biblioteca e incluso logra transmitir ese amor que el dueño de la tienda siente por ellos. Nos dan ganas de ir a instalarnos allí o incluso abrir nuestra propia librería. Japón nunca deja de sorprender.
© Miguel Urda Ruiz
Texto y fotografría