2/28/2025

La mala costumbre, Alana S. Portero: en la ficha equivocada de una sociedad

 




Hay veces que, sin ser consciente de ello, sabes que eres la ficha diferente del puzzle o que no perteneces a él, pero la sociedad te incita a que sí, a que debes encajar. Y esto es lo que deja patente la primera novela de Alana S. Portero, La mala costumbre,que ha llegado para poner un listón muy aceptable en la narrativa actual española y donde se atisban signos de ser una escritora a tener en cuenta.

Narrada en primera persona, nos muestra la vida de una adolescente atrapada en un cuerpo que no es el suyo. La protagonista es la hija de un matrimonio de clase obrera que vive en San Blas, barrio del extrarradio de Madrid (construido en los años del franquismo con el fin de alojar a trabajadores), y que al llegar a la adolescencia descubre que no es como los demás chicos del vecindario. La escritora madrileña nos hace partícipes de una vida para intentar comprender el sentimiento de ser diferente cuando no sabes por qué y estás en las puertas del ser maduro que desemboca tras la adolescencia. Etapa de preguntas y conflictos, pero donde descubres —o tanteas saber— quién eres.

En la novela no hay un héroe, sino que todos los protagonistas son héroes al intentar vivir en una sociedad construida solo para un estamento concreto como son los fuertes. Portero nos muestra dos tipos de convivencia: la que surge o habita en el vecindario, donde el vecino, en un momento de necesidad, es tu mayor aliado y cómplice, aunque todos conocen —o creen conocer— la vida de todos; y el Madrid central (Chueca) de los años noventa, donde los yuppies, la heroína, las divas de la noche —y no tan noche—, cuerpos que tampoco se encuentran en sus cuerpos hacen ver que la diferencia de género no es tan diferente, solo que no está ubicada en el sitio correcto. La novela provoca un giro a Valle-Inclán y sus personajes variopintos siguen vigentes solo que calcados y actualizados a raíz de los cambios que han surgido en una sociedad donde todo parece que es diferente, pero el poso de la supervivencia permanece intacto. Cada uno tiene luces, sombras y la ciudad destila un aire bohemio camuflado bajo el intento de sobrevivir, aunque Madrid no es un personaje que intervenga, solo permanece impertérrito ante los acontecimientos. Los actores llegan, actúan y dejan paso a otro.

A pesar de estar muy bien construida, el final se intuye desde las primeras páginas. ¿Qué sería del héroe si no tiene un retorno? Pero la autora lo hace de forma coherente y sensata al relato. No hay engranajes sueltos que llamen la atención, sino todo lo contrario. Entran ganas de pedir una segunda parte o un axioma de la novela para entrar en la vida de Eugenia, de Paula, de Antonio el camarero o incluso de Margarita, fiel reflejo de la protagonista. Pero queda claro que, según la ley del tiempo, una vida debe irse para que otra ocupe su puesto.


© Miguel Urda Ruiz

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2/22/2025

Crimen y castigo, F. Dostioievski: El crimen de un castigo o un castigo para un crimen en la sociedad

 




Un joven de veintitrés años visita a una vieja prestamista de dinero cuyos intereses de devolución son bastante elevados. A partir de ese momento, la cabeza del protagonista, Raskólnikov, comienza a planificar cómo matarla. En tres líneas, este es el resumen de la novela Crimen y castigo, novela que supone el epicentro de un "género" clasificado como "psicológica".

Escrita de un modo rápido, ya que a Dostoievski le apremiaban las deudas, causadas por su afición al juego y narrada en tercera persona, nos muestra a Raskólnikov, un personaje atormentado, aunque no se arrepiente de haber cometido un crimen, sino todo lo contrario, está convencido de que ha hecho un bien para la sociedad. Extirpar un mal para cuestionar al lector si el asesino es una persona mala o acaso es un deshecho del colectivo. La avaricia, ¿cómo debe interpretarse dentro de la sociedad? Sin embargo, Raskólnikov no comete un crimen, sino dos, pero a su vez es un personaje pobre, que no roba por afán de lucro. Siempre está corto de dinero; incluso cuando solo tiene unas pocas monedas en su raído bolsillo, paga un funeral al ver la pobreza de la familia y que no son capaces de poder pagarlo. Lo que se traduce en una dicotomía para mostrar que la sociedad no es perfecta, tiene grietas, socavones y en todos ellos hay personas que se manejan al margen y consiguen un beneficio. ¿Cómo es la persona que intenta eliminar la fricción de una sociedad, teniendo en cuenta que es ella quien establece qué es lo bueno y lo malo, lo que debemos hacer y no hacer? La conciencia vertebra toda la novela, a nivel individual y a nivel colectivo.

El escritor ruso es un verdadero maestro del artífice narrativo para elaborar la trama, hilvanar personajes, acción, suspense, etc. y conseguir que en ningún momento decaiga el interés y cada pieza, cada capítulo, cada parte esté perfectamente integrado con lo que le precede o antecede –aunque con algún error nominal–, cuando hoy en día se escribe apoyados en programas informáticos de texto o incluso los hay creados especialmente que dicen al escritor cuándo debe integrar una acción, un diálogo, cambiar de capítulo y demás estrategias. Escribir una novela de más de seiscientas páginas recurriendo a la mente y a papeles manuscritos únicamente deja en evidencia la grandeza del escritor, aunque Dostoievski es un autor que no tuvo reconocimiento en su época; fue Mijtail Bajtin, quién lo leyó le otorgó su mérito y colocó en la historia de la literatura.

¿Cómo se ve la novela cuando estamos acabando el primer tercio del siglo XXI? Es una novela por la que el paso del tiempo no ha mermado la calidad. Bien es cierto que hoy en día se lee diferente a hace ciento cincuenta años y la tecnología nos ha proporcionado unos recursos visuales que no hace falta que las descripciones sean tan detalladas y minuciosas, pero ha envejecido mejor que otras novelas rusas, como por ejemplo Anna Karenina.

Publicada por Alba Clásica Maior, y traducida del ruso por Fernando Otero Macías, adentrarse en sus páginas es una inversión a corto, medio y largo plazo para el alma con rentabilidad asegurada.

© Miguel Urda

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2/16/2025

Primero estaba el mar, Tomás González: al estertor de un mágico realismo


Puede parecer que lo es, pero no lo es y lo descubres cuando entras en la historia y vas atando cabos conforme avanzas en la lectura. Primero estaba el mar; tiene una sintonía propia, aunque la fecha de publicación en 1983 y forma de mostrar los hechos, nos lleva directamente a mirar a Santiago Nasar y su anunciada muerte. Pero el escritor Tomás González tiene su propia idiosincrasia y recurre a la cosmología Kogui para dejar patente que lo primero de todo, antes que la luz, incluso estaba el mar y después llegó el resto de la naturaleza, incluyendo al hombre.

Un matrimonio joven formado por J. Y Elena, marcha de Medellín a una isla (¿paraíso?), con una máquina de coser y una maleta llena de libros como equipaje, para adentrarse en un futuro incierto, pero ilusionados al dejar atrás una vida bohemia que desprende un halo de desencanto.

Una inicial y un nombre propio. Es lo primero que llama la atención de los personajes: ¿por qué el protagonista masculino no tiene nombre y Elena sí? El guiño a la mitología está claro, solo que ella no esperó al héroe. Sin embargo, la historia que lo impregna es el cuento de la lechera, pero eso mismo hace al protagonista valiente: arriesga a pesar de que el lector sepa que no va a conseguir lo que se propone. González va construyendo los capítulos con los hilvanes necesarios y justos para que el lector equilibre la historia y saque sus propias conclusiones.

La narración, que a pesar de su dureza, no defrauda en ningún momento y sus capítulos cortos nos hacen ver que la vida es como una novela o viceversa, donde todo se cuenta en intervalos de imágenes. Una historia intensa, igual que la atmósfera donde viven los protagonistas. Ingredientes o recursos de un realismo: la madera, la vegetación, el mar, la crueldad, la muerte... que construyen el marco narrativo para dejar patente que el hombre está de paso por la tierra, o si me lo permiten, en el mar, que estaba antes. Lleno de dicotomías: débil/fuerte, rico/pobre, señor/siervo... Es la máquina de coser quien da sentido a la historia al intentar reconstruir lo que ya no tiene arreglo por muchas puntadas que se den. La vida no se puede cambiar. Es posible que lo diga la cosmología Kogui, o quizás no haga falta adentrarse en ella para saber que el destino es un aliado del mar; el resto no cuenta, solo son los protagonistas de la historia, pero quien mueve la historia no es otro que el mar. 

Hay que tener más en cuenta a Tomás González o lo que es lo mismo, leerlo más.

© Miguel Urda

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2/10/2025

Ru, Kim Thúy: la vida, no siempre es vivir




Hay veces, no demasiadas, que la crítica literaria tiene razón, como es en este caso. Ru, una única palabra para narrar la vida de Ann Tῑnh en el exilio que debe de emprender a raíz de la Guerra de Vietnam. El significado del título de la novela en vietnamita se traduce como "flujo – de sangre, de dinero–", mientras que en francés es "arroyuelo", término apropiado en ambos idiomas para establecer el epicentro de la vida de la protagonista.

Es una novela que pasa disimulada por los anaqueles de las librerías y bibliotecas; solo el boca a boca ha provocado un efecto contagioso. Escrita, casi, a modo secuencial bajo una narración simple (cuando hay calidad se nota), pero con una prosa rozando los límites de la poesía, muestra los hechos que llevan implícitos una guerra y lo que el ser humano padece por intentar vivir. Presente y pasado conjugados narrativamente a la perfección. La guerra, la pérdida de los valores tradicionales, los hijos, el futuro, el consumismo, el amor (por la pareja, por la patria, por los hijos) están engarzados en la novela de tal forma que no es consciente de lo que está leyendo porque necesita terminar la historia. En una guerra da igual si eres partícipe, estás a favor o en contra e incluso es muy difícil distinguir y esclarecer quiénes son los perdedores o los ganadores, si es que en realidad los hay, pues habría que clarificar el bando de cada uno y lo que representa. El exilio siempre supone comenzar desde cero, tengas la edad que tengas y la cultura que tengas. La autora coloca a su protagonista en la zona francófona de Canadá, al igual que hizo ella, aunque no queda claro si la novela es autobiográfica o no, pero a buen entendedor/lector pocas palabras más que decir.

La verdad, casi siempre, duele. Ser consciente de que lo que cuenta ha pasado, de que el ser humano es caprichoso, cruel y miserable cuando sus miras son unos intereses propios, lo sabe el lector. Conocer que los hechos que cuenta Kim Thúy son verdad, —sean biográficos o no es otra cosa—, pero la guerra la crea el hombre, sin tener en cuenta sus consecuencias. El pueblo vietnamita sabe lo que es padecer la guerra que marcó un antes y un después en Estados Unidos como país perdedor, pero, aunque ganes una guerra, siempre hay perdedores dentro de ella. Sobre todo, cuando el exilio te hace pagar una factura con la pérdida obligada de tus raíces y te provoca la duda de si debes volver o es conveniente volver al sitio que una vez perteneciste, pero solo te queda el nombre familiar. El progreso avanza a la misma velocidad que la guerra. Sin mirar las consecuencias y sin preguntar.

Conocer a la escritora Kim Thúy supone conocer la verdad en manos de sus protagonistas. Oriente no es solo Japón o China. Hay una literatura (Viternamita, Coreana, por ejemplo), buena narrativa, que viene con intenciones de quedarse y mostrar su forma de ver la vida o, lo que es lo mismo, de vivir la vida.

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© Miguel Urda

2/04/2025

Vengo de ese miedo, Miguel Ángel Oeste: cuando el dolor es verdadero






Comenzar una narración en alto y mantener el ritmo durante una novela no es fácil. Tienes que tener muy buena destreza con la prosa y sobre todo con el argumento. El autor malagueño lo consigue en un principio al iniciar la historia con la noticia de la muerte de la madre del protagonista justo cuando iba a tomar un vuelo. Lo que detalla a continuación es la disección, sin prolegómenos, de una familia a la que le viene grande tal denominación. Porque no todos los individuos valen para el matrimonio, ni para ser padre/ madre, o para amar.

A través de la autoficción —¿Cuánto hay suyo en esta historia?— plasma la desestructuración de una familia de clase media y la violencia doméstica en los años ochenta. Dos engranajes que van unidos, pero sin saber cuál va primero o qué desencadena lo siguiente. 

Vivir de rodeados de sexo, drogas y alcohol, además con la distinción de que el mayor se lleva todos los palos mientras que el pequeño por alguna razón que se nos escapa recibe más benevolencia por la parte del progenitor, y siempre bajo el cobijo de la "abuela" que "paciente" todo lo ve y todo lo "acepta" aunque a su generación no se le permitió quejarse o expresar sus sentimientos. Y si la infancia es el pilar que define la madurez del individuo, cómo será la persona adulta que ha crecido rodeado de todo ello. Miguel Ángel lo muestra al hacer ver como el presente de su personaje está plagado de los miedos forjados en el ayer e intenta que no revierta en la familia que ha construido o las personas que tiene a su alrededor. Aunque hoy en día hemos avanzado en cuestiones de violencia (doméstica, de géneros…) En la época de los albores de la democracia la sociedad era otra y todavía se miraba a otro lado. En un bloque de vecinos todo se sabe, o por lo menos se intuye lo que pasa cuando los gritos, los golpes y las visitas de la policía son habituales. Y ahí radica la cuestión de la novela, te hace partícipe de algo que el lector sabe que existe y que quién más o quién menos conoce algún caso cercano, familia o conocido próximo, y el silencio y hermetismo con que se rodea todo. 

Al dolor uno se acostumbra o se habitúa, lo acepta como tal, pues, es lo que ha tocado vivir. La primera pregunta que surge en torno a la historia es por qué no tomó otro camino cuando tuvo la mayoría de edad o porqué siguió viviendo en la misma ciudad o barrio que abastecen el infierno de su cotidianidad. Desprenderse del pasado no es fácil y más cuando las heridas supuran al saber que tu progenitor está cerca y merodea en tus mismos lindes, lo cual muestra que la cobardía siempre está al acecho y puede asomar por la puerta. Sin embargo, llega un momento donde la narración parece estereotipada: los malos son los padres que crean el infierno y los hijos tienen que aprender a salir de él. Una prosa que requiere una depuración para centrarse en el verdadero asunto y narrarlo de forma más continúa sin tantos saltos de página con la finalidad de aumentar el grosor de la novela. Pero también se puede sentir cierto rechazo hacia ese protagonista o narrador en primera persona que nos hace creernos cada una de las palabras que escribe porque no existe el temor de que tenga un punto de vista diferente. La verdad es única cuando solo hay una versión.

El miedo está en el presente y en el pasado de cada vida o de cada ser humano. Es algo innato, y a veces hasta necesario para superarlo.


© Miguel Urda Ruiz

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1/29/2025

La vegetariana, Han Kang: las consecuencias de un aleteo




La autora coreana, Han Kang, ha sido galardonada con el último Premio Nobel y ya se sabe que la Academia no da puntada (premio) sin hilo. Su decisión ha llenado horas en los medios de comunicación y se han escrito cantidades ingentes opiniones sobre ello, pero solo hay que leerla para saber el tino del galardón. Con muy pocos títulos publicados, la escritora coreana refleja una prosa que deja patente la visión de la mujer en Corea del Sur y cómo la tradición pierde valores a favor de la occidentalización, permitiendo realizar preguntas sobre la forma de ser del individuo.

Hay una teoría naturalista que dice que el aleteo de una mariposa se resiente en su polo contrario y es lo que ocurre con La vegetariana al tomar una decisión. A raíz de que la protagonista de la novela, Yeonghye, decide hacerse vegetariana, asistimos desde tres puntos de vista a las repercusiones que provoca su decisión en su mundo más próximo. Esa es la base en la que se construye la novela ¿quién está capacitado para decidir respecto a otra persona? O ¿por qué no se respeta? El ser humano es egoísta y toma decisiones sobre lo que mejor le puede venir a él cuando es un elemento tangencial y no el quid de la cuestión. 

La narración comienza en alto. ¿Por qué molesta tanto que la protagonista se convierta en “vegetariana”? Es la idea que está en la cúspide de la historia, pero el trasfondo es muy jugoso. Temas como el patriarcado, la opresión de la mujer, el límite entre realidad y ficción, y el paso del tiempo están presentes. Todo lo que está a su alrededor sufre un cambio. Su marido, su cuñado y su hermana. Un trío de narradores que emanan como si fuesen ramas del tronco que es la protagonista al querer volver a la tierra y que ven sus vidas trastocadas. 

Y subyace varios interrogante ¿Por qué no se le permite seguir con lo que quiere ser?¿Padece una enfermedad la protagonista? La respuesta inicial podría ser por una cuestión de salud, pero no, los verdaderos veganos saben qué alimentos deben ingerir para tener todos los nutrientes en su cuerpo. La escritora coreana transmite un hilado de tramas sociales que están presentes y sobre todo que no aceptadas por su sociedad. Publicada en el año 2007, ha sido a raíz del premio cuando ha atraído en forma masiva al público. Su prosa es llana y cercana a cualquier lector, lo cual conlleva un doble mérito: entretener, por un lado, y sacar conclusiones sociales, por otro. 

© Miguel Urda Ruiz

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1/24/2025

Después del invierno, Guadalupe Nettel: el intento de vivir




Hay novelas que lees una vez y sabes que tienes que volver a leerlas. El porqué no lo tengo muy claro o, mejor dicho, no lo tengo. Es lo que me ha pasado con Guadalupe Nettel, autora que sigo desde su primer libro, que fue de relatos Los peces rojos. Leí, al poco, su publicación en el año 2014, Después del invierno, y la novela me dejó un sabor amargo-dulce que me impidió decir nada en su momento. Diez años después vuelvo a ella, pero sigo manteniendo la misma posición. Me provoca una sensación dulce, aunque hay algo amargo que no termino de dilucidar; sin embargo, prefiero quedarme con ello, pues sé que en algún momento dado (¿dentro de otros diez años?) volveré a leerla.

Es una historia reflejada a través de personajes inmigrantes que intentan buscar una solidez en sus vidas. Y cuando digo solidez, me refiero a que todos quieren construirla teniendo como eje una relación sólida. Claudio, Cecilia, Ruth y Tom son las esquinas de un cuadrado narrativo que están desgajados de la vida e intentan acoplarse a alguien para sobrevivir, porque hay veces, que sin ser conscientes de ello están –estamos– muertos en vida. Y el gusto o aficiones de los personajes por los cementerios que es el ápice que tapiza la narración para cubrir y mostrar sus necesidades, carencias y virtudes, así como de entrar en la intimidad del inmigrante, en la ciudad que le acoge y evidenciar que sus raíces no siempre están en la profundidad deseada.

Nettel maneja muy bien la técnica narrativa y sitúa la historia en cuatro puntos geográficos muy dispares. Cuba, México, París y la ciudad de New York, pero que tienen como epicentro poblacional al inmigrante, bien como país de acogida o como emisor. Este siempre llevará la losa de serlo por mucho que pase el tiempo y adopte las costumbres del lugar y sea admitido como tal. New York, donde reside el protagonista, es una ciudad construida a base de ellos y él se siente cómodo allí, y además ha conseguido algo que no está al alcance de todos los foráneos: comprar un apartamento. Con este juego geográfico los personajes se cruzan y dejan al descubierto la verdad de sus emociones. Cosa que a veces es dolorosa, al ver que la vida que tienes no es la que deseas. Por momentos tengo la sensación de que intenta jugar con el azar, pero no lo consigue. Los personajes están muy bien cogidos y, sin ser conscientes, ellos saben lo que quieren, lo que buscan o lo que desean, que en el fondo es una característica del ser humano y tan de moda hoy en las redes sociales, encontrar su propósito en la vida. 

Sin embargo, y esto me ha pasado con más autores hispanos en una narrativa reciente (Abad Falcone, María Gainza), tengo la sensación de que quieren mostrar que saben mucho y llenan sus novelas con datos y referencias estériles para el desarrollo de la historia. La escritora mexicana lo hace al citar a escritores y músicos, que no aportan nada al lector y que enmascara la cultura que posee, lo cual se traduce en el efecto contrario. 

Diez años desde su publicación y el tiempo ha pasado por la novela, o mejor dicho, la tecnología. Alude a emails, teléfono fijo —con su contestador—, mensajes de texto... Desde el 2014 a hoy (albores del 2025, cuando escribo estas líneas) la comunicación ha sufrido una transformación ingente, sin miras al pasado y el tiempo de espera, versus contra la inmediatez que impera en la actualidad. ¿Cómo sería esta novela sin tener que esperar la respuesta de un mensaje de texto o estar pendiente de una llamada en un teléfono de toda la vida? El tiempo otorgará su veredicto en su momento.

© Miguel Urda Ruiz

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1/18/2025

El mar, John Banville: un ápice de felicidad caducada







Un escritor para considerarse como tal debe reunir tres cualidades: que sepa narrar, que sepa contar y que sepa escribir (parece algo simple y esencial, pero no lo es). John Banville reúne las tres y lo refleja con total maestría o profesionalidad en la novela El mar.

Y la historia es simple, y definida en una frase: es la estancia de un hombre que acude a un lugar de verano en su adolescencia tras la muerte de su esposa. Esa mirada al pasado ya hace poner en alerta al lector, dado que es un sentimiento maleable, ya sea al antojo del escritor, del narrador o incluso de la persona que lee la historia. Novela está dividida en tres tiempos que reflejan las edades del hombre: infancia que muestra el descubrimiento del deseo, el inicio en el sexo y la muerte; una madurez que va unida a la enfermedad de su mujer, Anna y una tercera parte híbrida donde intenta escribir sobre ambos momentos, pero descubre que están unidos por una traza invisible la cual no puede obviar. Que el personaje que vertebra la novela sea un marchante de arte, Max Morden, da sentido a que la historia se vaya construyendo como si fuese un cuadro, detalle a detalle, pero con total maestría para que el lector vaya integrando su parte correspondiente y le dé su propia cohesión. Así como su conocimiento de Joyce a través de la forma de construir los diálogos. 

El mar, en el sentido concreto o abstracto, acoge una inmensidad de agua y de extensión que da cabida a todo tipo de personajes, (románticos, suicidas,...), pero que en este caso nos remiten a una búsqueda de la felicidad, o pensar que hubo un tiempo en el que se fue feliz. Porque la soledad está presente en la obra de Banville, y no la termine de aceptar el protagonista, dado que es forzada, este intenta rescatar la felicidad del ayer. Pero no hay que pensar que es una novela triste, sino todo lo contrario: es feliz porque ha tenido una vida donde ha amado. El autor irlandés necesita que su lector no pase de puntillas por la novela, quiere que el poso de la narración quedé en él y la perciba como el mar con sus tonalidades diferentes según la hora o el momento del día. La vida, la muerte, la soledad, la felicidad —impostada o creada—,los colores... Tienen cabida en esta novela y provoca que el lector lea cada frase con detenimiento. Nada es arbitrario. Los grandes narradores saben que su oficio es hilar bien toda la narración. El mar, ya sea metafóricamente o no, es un tejido de sensibilidad exhibido por la narrativa de un verdadero artesano del oficio. 

Solo puedo añadir una palabra más: sublime.

© Miguel Urda Ruiz

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1/11/2025

La maleta de mi padre, Orhan Pamuk: la imaginación al servicio del escritor






Con solo siete novelas publicadas, la Academia Sueca le concedió el Premio Nobel de Literatura en el año 2006. Y todo por culpa de su padre. Un niño que soñaba con ser pintor, pero que vio cómo su progenitor escribía en casa y se convirtió en escritor. Es a él a quien le dedicó el discurso de dicho galardón por haberle transmitido la vivencia de la escritura y la literatura y que se recoge en el libro La maleta de mi padre junto a El autor implícito, que leyó al serle entregado el premio Puterbaugh otorgado por la revista norteamericana World Literature, y En Kars y en Frankfurt que pronunció al recibir el Premio de la Paz de la Unión de Libreros Alemanes en 2005 donde manifiesta su relación con el proceso de escribir y la lectura.

Una maleta que su padre le legó dos años antes de morir, llena de papeles con todo lo que había escrito durante su vida, y otorgándole la facultad para que hiciese con ella lo que quisiera, lo que supuso conocer el mundo su figura paterna, así como la relación entre ambos y, sobre todo, que se convirtió en escritor gracias a él. Pero dentro del marco de un país, como Turquía, donde la religión tiene un papel preponderante en la sociedad y rige su comportamiento sin poder expresar libremente lo que se siente. Y cuyo vehículo de transmisión es la novela. Instrumento que sirve para constatar la historia, construir sociedades, aprender y además divertirte.

Pamuk utiliza la novela como instrumento para mostrar las dos sociedades: la turca y la europea. Esta última, a grandes rasgos, pero sobre la convivencia entre ambos continentes y el uso que uno y otro hacen de cada uno. Costumbres, arraigo, jerarquía, política,y familia, por citar algunos ejemplos, tienen una forma diferente de verse en cada lugar y más cuando Turquía es un país fronterizo entre oriente y occidente.

Con un tono cercano, sin llegar a ser el de ese amigo confidente, pero muy próximo, no solo habla de cuestiones sociales, sino del escritor como tal. Cuenta de cómo se recluye en una habitación a escribir en soledad durante diez horas cada día; de lo que significa ser lector y la geografía de cada uno (¿dónde me leerán?); de qué está construida una novela y si es verdad que está plagada de imaginación o es al revés la imaginación construye la historia; hasta qué punto convergen los mundos del autor y del lector; qué novelas le han influido en su vida (¿Pueden separarse vida personal y vida profesional en el caso de un escritor?); si un novelista es otra persona cuando escribe o se pone en el lugar de otro.

Orhan Pamuk destila sensibilidad y te acerca su mundo, con cierta envidia, al querer ser por momentos como él.

                                                                                                                   © Miguel Urda Ruiz

                                                                                                                     Texto y fotografía

1/05/2025

Diarios 1984 -1989, Sándor Márai: la cruel belleza de la decrepitud



¿Es justa la vida?, ¿es justa la vejez?, ¿sirven para algo? Estas son las preguntas que saltan nada más comenzar a leer el último volumen de los diarios de Sándor Márai, en el que desgaja las miserias del ser humano cuando se llega al periodo de la vida donde uno ya solo es un nombre propio. 

Sándor Márai es un escritor elegante y que podría justificarse por su estilo burgués, que como él bien indica era una forma de vida, pero es todo lo contrario, no basta con serlo para escribir. Los diarios son un género que tiene su propia clasificación, aunque estén redactados en prosa y puedan contar una historia, pero la cuestión es que cuento la de mi vida. 

Sesenta y dos años de matrimonio con Lola Matzner, compartiendo el peregrinaje que provoca el exilio y el saber que nunca llegarás a ser ciudadano de un país, por mucho tiempo que vivas en él. Un relato duro, pero real, pues muestra la decrepitud del individuo para ser convertido en nada. No deja tema alguno sin tocar: la muerte, la enfermedad, la cultura, (clásicos, y los nuevos escritores que no aportan nada solo tienen un valor comercial) la familia, el exilio, la política, el país que le acogió (vivió quince años en New York y el resto en San Diego) y el hecho de sentirse inmigrante todo el tiempo que estuvo viviendo en él, la convivencia con su esposa, el hijo adoptado, el hospital, la primera Navidad separados después de sesenta años, etc.

El escritor húngaro viste el pudor íntimo con una prosa elegante y para detallar el deterioro de su mujer y el suyo propio. Primero, la pérdida de la vista, después el habla, al le siguen los movimientos del cuerpo y así hasta llegar al final, lo cual hace reflexionar ¿hasta cuándo o cuánto se puede sufrir? Inmediatamente, surge la comparación con la película Amor de Michael Haneke (que desconozco si está basada en una novela o trata sobre una historia real) y florece la duda —personal, social, comunitaria— de sí poner fin por modo propio sería ético. El autor es consciente de que su final está cerca. Habla de la muerte de forma directa, no la afronta y por momentos desea que llegue, incluso cuenta cómo compra el revólver con el que puso fin a su vida. De lo único que se queja es de que viene sin instrucciones de uso. Lo mejor es la pistola, pero no es del todo seguro. ¿En la boca o en la sien? ¿Cómo se coge el arma (que está en el cajón de la mesita de noche) ¿Qué es más seguro, estar tumbado con la boca abierta o más bien...? Porque ahí radica el quid de este volumen, ¿se debe poner fin antes de que el deterioro sea mayor?, ¿hay que depositar la vida final en manos de otras personas? Preguntas que un buen narrador fórmula implícitamente en la historia y que el lector tiene que ser valiente para responder. 

No obstante, Márai escribe los diarios para publicarlos y alude a los diferentes tomos o partes que durante su vida se han ido publicando, lo cual te incita a pensar si ha contado todo lo que quería o lo edulcora o agrava para satisfacer al lector. Aunque para los incondicionales del escritor da igual, porque su prosa es directa, dura, bella, agresiva, exquisita, intensa, elegante… 

Sándor Márai nunca defrauda, aunque te haga levantarte de lugar donde se lee para mirar la vida e intentar pensar que algún día tu cuerpo padecerá los síntomas de la vejez.

© Miguel Urda Ruiz

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