Comprar
una novela de un autor desconocido, sin una recomendación previa de
alguien que sepa de verdad de literatura es un riesgo, pero para eso
está el resumen de la contraportada: Julius,
un joven psiquiatra nigeriano residente en un hospital neoyorquino,
deambula por las calles de Manhattan. Caminar sin rumbo se convierte
en una necesidad que le brinda la oportunidad de dejar la mente libre
en un devaneo entre la literatura, el arte o la música, sus
relaciones personales, el pasado y el presente. En sus paseos explora
cada rincón de la ciudad. Pero Julius no sólo recorre un espacio
físico, sino también aquel en el que se entretejen otras muchas
voces que le interpelan. Ciudad abierta, novela bellísima y
envolvente, supone el descubrimiento de una voz tan original y sutil
como extraordinaria.
¿Es o no para ponerse a leerla?
El
autor, Teju Cole, nació en Michigan, en 1975, creció en Nigeria, en
1992 se estableció en Estados Unidos. Trabaja como escritor,
fotógrafo e historiador de arte.
Ciudad abierta es
su primera novela, publicada en España por Acantilado. Viene
respaldada por varios
premios como
el
PEN/Hemingway, el New York City Book Award for Fiction y el Premio
Rosenthal de la American Academy of Arts and Letters,
sin embargo, es una novela que ha tenido escasa repercusión en el
mercado literario español y poca presencia en las librerías.
Pero
el hecho de que venga precedida por unos premios no significa que la
novela esté a la altura de las circunstancias. Al comenzar la
primera página parece que sí, que todo va a ir como indica el
resumen de contraportada, pero al avanzar unas cinco hojas del primer
capítulo extraigo una primera conclusión: el autor intenta
demostrar que sabe mucho, lo cual se traduce en que la narración va
por mal camino. En el capítulo tres, la novela se me hace pesada y
tiende a confirmar lo que había pensado momentos antes. Me entran
ganas de dejarla. Soy benévolo y le doy una nueva oportunidad,
porque
intuyo que dentro hay una historia que merece la pena encontrar,
pero sigo leyendo y no la encuentro, se desperdicia la historia ante
el hecho de reflejar datos sobre música, sobre la historia de Nueva
York, o sobre edificios históricos de Bruselas no sin antes pasar
por Egipto y contarnos quién mandó construir la Heliópolis.
Fueron
varios los momentos de intento de soltar el libro, pero mi tozudez me
decía que tenía que acabarla y llegué hasta el final. Más que
enfado acabé con una sensación de frustración, porque veía que la
novela nos presenta a un personaje, –a un psicoanalista– que
recorre las calles de Nueva York como si fuese su cuerpo, buscando
una solución a un problema interior de la mente o del alma, sin
embargo no es así, si
no
todo lo contrario, por ejemplo pasa de puntillas por personajes que
entran en contacto con él y que darían un atractivo más a la
historia si los desarrollase y no los dejase en el aire. La novela
esta construida a base de saltos para caer al vacío deprisa y sin
conclusión alguna.
¿Qué pretende demostrar el autor?
¿Que ha
leído mucho?
¿Qué sabe
de música? ¿Qué ha viajado? Y eso que Antonio Muñoz Molina la
reseña de forma muy positiva en su columna del País el 19-3-2011:
"ha escrito una novela que me hubiese gustado escribir a mí".
¿Me lo puedes explicar por favor, Antonio?
Y
recomiendo todo lo contrario que he dicho hasta ahora, leerla; sí,
leerla para saber lo que no hay que hacer. Y aunque parezca una
pérdida de tiempo no lo es, dado que he aprendido mucho de lo que no
hay que hacer a la hora de escribir. No obstante, hay algo que sí me
ha quedado muy claro: no volveré a leer ninguna novela de Teju Cole,
por muchos premios que le otorguen.