Una novela fiel a la tradición y el sentimiento de no ver la realidad o de permanecer ajena a ella porque la sociedad nipona todavía conserva estigmas de su pasado y que surge en la civilización actual cuando la ocasión lo requiere.
La autora, Yu Miri, narra una historia de paralelismos. El protagonista, Kazu, nace el mismo año que el emperador japonés y, de una forma azarosa, su vida transcurre junto a la de él, aunque en sentidos diferenciados. Pero ahí radica la cuestión, nos permite acercarnos a ese mundo, –tan impenetrable a ojos de Occidente– de la sociedad nipona para ver la diferencia de clases y estatus. A través de analepsis, descubrimos la vida del familiar Kazu, su mujer, la relación con sus hijos y que todo no es como uno quisiera o incluso, como lo soñó en algún momento. El hombre se sacrifica en pos de la familia, pero el pago individual es muy alto: no ver crecer a sus hijos y lo que llega a convertirse en un estigma personal que no permite integrarse en la sociedad y ver que cada individuo tiene su pedigrí de sinsabores.
Emigrar es un sentimiento común en todas las culturas y podría decirse que las consecuencias son las mismas, pero aquí hay que focalizarlo en el individuo y donde no todo el mundo lo acepta como tal y se adapta a la sociedad receptora. Kazu lo intenta y emigra a Tokio, a la gran ciudad, con la finalidad de mejorar su calidad de vida, y encuentra trabajo en la construcción del Estado Olímpico en el año 1968. Pero la realidad es diferente a lo pensado o incluso soñado. Y esto lo muestra Yu Miri cuando el protagonista no consigue hallar su sitio en la gran ciudad. Dos caras de la misma moneda o del mismo estatus social: los marginados, los sin techo, que sobreviven en un apartado de la estación de tren, alimentándose de las sobras de comida que los restaurantes depositan en bolsas de basura y que Kazu llega a conocer, pero que al pasar la comitiva del emperador desalojan todo lo que puede afear la vista de la comitiva. El esplendor de miedo está atento a que pueda verse su sombra y nada pueda afearla.
Hay un momento de confusión en la narración, pero está muy ensamblada, pues la autora quiere jugar con el lector, o quiere que esté atento y no se distraiga, provocando un efecto de duda al final de la historia. Todo es lo que es, pero nada es lo que parece viene a ser el resultado final de la novela.
Japón sigue padeciendo la losa de la tradición milenaria. Es un alimento del cual se nutren las artes, pero cada vez la sociedad japonesa aclama nuevos valores. Yu Miri es una apuesta segura por la nueva literatura nipona. Tiene su voz propia, su estilo propio y sobre todo prima la veracidad.
©Miguel Urda Ruiz
Texto y fotografía
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