10/20/2010

Una mirada de ciento ochenta grados -2ª parte-


Me pregunté muchas veces si te habría llegado la carta que te escribí, diciéndote que cada uno de marzo, a las seis y media de la tarde estaría en El café de las letras, esperándote. Y cuando te vi aparecer, tres años después, ese primero de marzo lluvioso, con la gabardina empapada y que te daba un aspecto más elegante aún del que tú ya poseías, supe que te había llegado. Aunque para ser sincera, estaba a punto de abandonar la espera, nunca volverías. No te despojaste del sombrero que te protegía de la lluvia, pero era imposible confundirte, eras tú, Alberto. Yo estaba atenta a cada hombre que entraba por la puerta y ahí te vi, fueron escasos segundos pero ahí te vi, de pie, con esa elegancia de caballero innata en ti. Echastes una mirada de ciento ochenta grados al local, buscándome, estoy segura que me vistes sentada en el último rincón, en nuestra mesa de siempre, pero no llegaste a entrar, intentaste dar un paso hacia adelante pero distes media vuelta y saliste huyendo. ¿Qué te impidió dar esa paso? A través del cristal empañado pude ver como te detuviste un instante, me miraste fijamente y reanudaste tu caminar. En ese momento me entraron ganas de llorar pero no quería robarle protagonismo a la lluvia. ¿Qué te hizo volver a buscarme? ¿Por qué te fuiste tan rápido? ¿Querías saber si yo era una mujer de palabra, Alberto? Estoy segura que esa huida hizo más daño en ti que la primera.

Me negué a ello, a perderte con rotundidad, sin una explicación, sin un porqué. Ahora si era consciente que yo había dejado alguna huella en tu vida, sino ¿por qué volviste aquella tarde?
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Poco a poco te fuiste adueñando de mi vida, Alberto. Me despidieron del trabajo al no ser la secretaria tan eficiente que era; mi familia me llevó al médico, donde me dieron por imposible. No había medicamento alguno para poder olvidarte. No conseguían sacarme de aquí. De nuestro refugio de amor, donde las horas las pasábamos sin darnos cuenta, donde hicimos planes de futuro, de los hijos que tendríamos,… estas paredes fueron testigo de todo lo nuestro. Hacía cualquier cosa para volver a este café. Y yo les gané este juego, sigo teniendo copada esta zona. Yo sabía que este lugar era maldito para ti, pero algún día tendrías que volver, y yo estaría esperándote.

Ahora esto se acaba, Alberto. Van a cerrar este local, la gente prefiere cosas modernas y no tomar café en una mesa de mármol con el pie de una máquina de coser. Yo no sé que hacer, amor mío. ¿Dónde te esperaré? Y no tengo pena por mí, pues en esta vida nada tengo, solo el hueco de una escalera donde dormir, una libreta donde anoté todos los sueños que un día creamos y la espera por un amor que algún día llegará, yo sé que llegará.

© Miguel Urda

10/16/2010

Una mirada de ciento ochenta grados -1ª parte-


Hoy es la última vez que vengo a esperarte, Alberto. Lo he estado haciendo durante veinticinco años y creo que ha sido suficiente.

Durante todo este tiempo he estado pensando mucho en todo lo que pasó y no quise aferrarme al olvido. Fuiste cruel conmigo al acabar de una forma tan inesperada. Yo sabía que algo iba mal y tampoco iba engañada con tu amor. “No soy hombre para ti”, me dijiste. “Déjame comprobarlo”, te respondí. No me distes oportunidad para saberlo. Decidiste acabar lo nuestro un veintinueve de febrero. ¿Por qué en un día tan especial? ¿Sólo para poder rememorarlo cada cuatro años? Lloré toda esa noche y al despuntar el alba decidí esperarte, porque yo sabía que algún día volverías. Y aquí me tienes, uno de marzo en el último día de mi espera. Con esa fecha me pusiste en una encrucijada, ¿qué día esperarte? El veintiocho de febrero o el día uno de marzo. Opté por esta última, siempre los comienzos son bonitos y me gustaba la idea de comenzar un nuevo mes con la ilusión de verte llegar.

El café, desde donde tú sabes que te espero, apenas ha sufrido modificaciones. El mobiliario está más viejo y el café más malo, aunque quizás el cambio más evidente son los camareros. Han ido pasando etapas y casi todos los que estuvieron presentes en nuestro amor se han jubilado, y los nuevos son benevolentes conmigo, saben que soy inofensiva para el resto de clientes, aprenden rápido mis gustos: un café, con la leche algo templadita, un vaso de agua y un suizo o bollo que este blandito. Aunque no lo creas, Alberto, son cariñosos conmigo, yo no molesto, sólo me dedico a esperarte y ver transcurrir el tiempo, que ha pasado más deprisa de lo que a veces pensamos. No me gusta mucho mirarme al espejo, pero en mi pelo predomina el color gris, aunque sigo manteniendo el mismo peinado, esa cola de caballo que a ti tanto te gustaba despeinar. Cada vez me cuesta más andar, y me ahogo con facilidad. Ya no soy una niña, Alberto. ¿Seguirás queriéndome igual cuando me veas?
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Continuará
© Miguel Urda

10/07/2010

¿Tú te lo puedes creer?




- Y ¿te gusta viajar? –le pregunta él.
- Sí mucho, -responde ella, dejando el vaso de agua en la mesa-. El último viaje que hice fue con mi exmarido hace dos años. Hicimos una ruta por Granada y la Costa del Sol. Fuimos a ver la Alhambra. ¡Qué bonita! Nos costó seis euros a cada uno entrar a visitarla. Después paseamos por la ciudad y una cerveza con una tapa nos costó dos euros. Estuvimos en Mijas, pero no montamos en burro-taxi porque era muy caro, diez euros por un paseo de veinte minutos; nos parecía un robo a mano armada. En Marbella fuimos a Puerto Banus, me asombró el ver tantas tiendas de lujo y aun así, sabiendo que todo era excesivamente caro entramos en un bar de moda y pedimos una Coca-cola para los dos, asombrados nos quedamos cuando el camarero nos dijo que era cinco euros. Nos gustó mucho Málaga y la cantidad de monerías que hay en la tienda del museo Picasso, eso sí con unos precios prohibitivos.
- Pues sí, un viaje interesante –comenta su interlocutor poniendo mayor énfasis en la última palabra–. ¿Y haces mucho que estas apuntada a la página de contactos?
- Desde hace dieciocho meses. He quedado con varias personas y ninguna ha querido repetir el encuentro.
- ¿Llevas mucho tiempo buscando pareja?
- Desde el día después que mi marido se marchó de casa. Yo me dije “María Esperanza, que el mala-persona de tu marido te haya dejado no es motivo para que tú estés triste y la mejor manera de quitar la mancha de mora es con otra mancha” y así que aquí estoy.
El camarero trae la ensalada mixta que ha pedido la señorita y el entrecot a la pimienta, muy hecho, para el caballero. Pregunta si desean algo más, a lo que la señora responde negando con un rápido moviendo de cabeza y el anfitrión pide otra copa de rioja.
- ¿Sabes? –Dice la chica– a mí no me gusta beber. Se me sube muy pronto a la cabeza. Y además, las bebidas con alcohol son más caras e incluso las que no llevan alcohol como la Coca-cola que depende donde la compres hay mucha diferencia de precio. En el Lidl te cuesta la botella de dos litros 1,95 euros y en el Día 1,85 y si la compras de su marca es casi cincuenta céntimos más barato. Son diez céntimos de diferencia, ya sé que no es mucho, –dice la joven ante la cara de incredulidad que pone su parteen— pero es que vas sumando de aquí de allí y no veas la cantidad de dinero que te ahorras a final de mes.
Su interlocutor asiente con la cabeza sin dejar de masticar, por lo que ella aprovecha para continuar hablando.
- Tenía muchas dudas de quedar contigo, porque me has citado en un sitio de la ciudad que no conocía. Y eso que siempre he vivido en esta aquí. Pero no soy de moverme por estos lugares. Yo soy más llanota, más de pueblo. ¡Ojo! Que no es que no sepa comportarme ni estar en un sitio como Dios manda, que para eso fui a un colegio de monjas.
- Pues no es un sitio muy caro –responde Alfonso–. Es una casa de comidas de trabajadores con un menú de diez euros al mediodía y por la noche platos a la carta.
- Un menú de diez euros ¿no crees que es caro? Es que yo soy más bien de comer en casa. No hay nada como la comida casera
- Desde luego, como la comida casera no hay nada – contesta él, pero no me negarás que comer algún día fuera no está bien—. Darse un capricho de vez en cuando no esta mal.
- Sí, pero es que la vida no esta para hacer despilfarros en vano –le objeta María Esperanza.
- ¿La edad que pones en tu perfil es la auténtica? Sabes que en estas cosas de Internet se miente mucho –pregunta Alfonso.
- ¡Por quién me tomas! Te recuerdo que me he criado en un colegio de monjas, soy cristiana y creyente y es pecado mentir. Tengo 34 años.
- Pues no lo aparentas –responde él, rápidamente intentado quitarle importancia al asunto–. Yo tampoco he mentido tengo los que dice la página de contactos, treinta. Por cierto, ¡Qué pulsera más bonita que llevas!
-¿Te gusta?, —responde ella toda ilusionada. Pues no te lo vas a creer, es de H&M, la encontré en liquidación y me costó 1,50 Euros. ¿A que parece plata de verdad?
- Sí, sí –dice él acercando su vista a la muñeca de ella donde le muestra la pulsera—. Es bonita, además hace juego con tu pelo, esa media melena rubia.
- Pues no te lo vas a creer, -vuelve a repetir ella- pero no es mi pelo, bueno, no es el color natural de mi pelo. Es teñido. Verás te voy a contar un secreto, cuando quiero cambiar de look me fijo en las revistas de moda y fíjate si soy apañada que no me gasto ni un céntimo comprándolas. Como soy amiga de La Pepi que limpia la peluquería de la esquina al lado de casa los domingos, mientras ella está en su tarea yo estoy ojeando las revistas y como soy muy inteligente pues me quedo enseguida con las tendencias de moda y las aplico a mi misma.
- ¿Con cuantas personas me has dicho que has salido, desde que tu marido te dejo? –pregunta Alfonso.
- Ya he perdido la cuenta. Pero más o menos suelo quedar con alguien cada diez o quince días. Y ya estoy un poco cansada, porque unos quieren sexo rápidamente, otros tienen niños y tú no sabes el gasto que supone tener un niño tal y como esta el mundo de caro hoy en día; otros no saben qué quieren, y ninguno piensa que yo llevo intenciones muy formales, intento buscar novio para después dar el siguiente paso que es el matrimonio, porque que me haya fallado un hombre no significa que todos sean iguales.
Una vez tuve una cita con un amigo de mi exmarido. Él estaba muy cambiado en la foto y como yo no tengo foto porque hay que pagar, vino un poco a ciegas. Nos quedamos los dos mudos cuando nos encontramos en la esquina que nos habíamos citado. Yo llevaba mi bolso hippie y él sus botas vaqueras de piel de serpiente. No había duda, yo era yo para él y el era él para mi. Aún así pasamos un buen rato, fuimos a dar un paseo y tomamos un refresco en el bar del Parque que lo pago él. Lo peor fue cuando le pregunté por mi ex y me dijo que había vuelto a enamorarse, que había conocido a una estupenda chica y ya estaban esperando un bebé, pero sobre todo lo que más me dolió fue que dijese que me había dejado porque yo quería más al dinero que a él. ¿Tú te lo puedes creer?

© Miguel Urda

10/04/2010

mudanza

A partir de hoy, la sección que desde primeros de septiembre he estado realizando con la fotógrafa María Ureña, "Detrás de una mirada", toma un camino independiente. Estas entradas serán publicadas en la siguiente dirección
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y seguirán teniendo la misma forma periódica de publicación y formato. Ya tenéis la primera entrada en él. Esperamos vuestros comentarios y seguimientos. Mi blog continuará con el mismo formato de siempre. Gracias por el apoyo recibido durante este tiempo de prueba.

© Miguel Urda