12/28/2010

Andrea no está loca


El ser humano es jodidamente individual. Nunca tenemosmás certezas que las de nuestros sentimientos.Hay mil caras posibles a mostrar cuando la tristeza te invade, y no las mil muestran dolor. Somos islas que apenas tienden puentes de comunicación sana, transparentes, sin ambages”.


Andrea no está loca.
Salvador Navarro



Quien me conoce sabe que mis gustos literarios no van al compás del mercado literario actual. Y cuando Salvador Navarro me invitó a la presentación de su última novela, le pregunté por la anterior a esta, Andrea no está loca, si era posible conseguir un ejemplar de ella, pues estaba interesado en leerla. Él mismo tuvo la generosidad de acercármela hasta Málaga, y pasó a engrosar la estantería de libros pendientes de leer.


Pero los hechos de las últimas tres semanas (una fractura de rótula, y el tener que estar escayolado desde la ingle hasta el dedo gordo, con la consiguiente inmovilidad, durante seis semanas) me ha hecho ponerme al día en libros y películas atrasadas –aunque predomina lo primero- y ayer me puse a ello, no sin algún temor y duda, pues aunque conozco la escritura de Salvador a través de su blog, es muy diferente escribir y expresarse para un libro y en concreto una novela de carácter intimista. No sabía lo que podía encontrarme en las páginas de Andrea. Aun así, me introduje en sus páginas o lo correcto sería decir la novela me atrapó a las pocas hojas.


Y siguiendo mi pauta de hacer recomendación os comento algo de está para incitaros a comprarla y leerla.


La acción transcurre en una ciudad tan cosmopolita como New York, que nos lo muestra en una doble perspectiva, la de un turista (Fran) y la de una persona que lleva viviendo unos años allí (Andrea), lo que conlleva que a los ojos del lector nos descubra sitios y lugares que no están reflejados en las guías de viajes. Nos presenta todas las cosas que hemos visto en las películas pero con un matiz certero, de verdad, a una ciudad grande, individualista, mezclada de razas, un metro antiguo y sucio, un puente ruidoso y que incluso a pesar de su modernidad no esta preparada para un apagón.


Aunque presenta una estructura muy simple a primera vista esconde un gran trabajo por parte del autor, donde bajo un reencuentro de dos personas, y en el periodo de tiempo de diez días, deja entrever hilos del pasado que están pendientes de atar. Todo gira en torno a los dos personajes principales (muy bien construidos), Andrea y Fran, y a cuyo alrededor desfilan unos personajes secundarios que de forma delicada y cuidada van aumentando la intensidad de la narración y encajando piezas del pasado, del presente y del futuro. Novela ágil de leer, sencilla y sobre todo interesante que anima a seguir leyendo hasta acabar en la última página.


Uno de los riegos que lleva el conocer al autor de cualquier novela es buscarle hechos o coincidencias con el personaje y en la presentación de No te supe perder, Salvador dijo algo que no comparto con él. “No hay nada autobiográfico en mis novelas” y quizás porque llevo mucho tiempo leyendo su blog tengo una opinión formada de él, de su forma de escribir y pensar, y que reafirmé en la cena posterior al acto. Discrepo, Salva. En Fran veo hechos tuyos, pensamientos tuyos transpolados al personaje masculino e incluso obras literarias que han dejado huella en ti (y en mi también. ¡Ay, esa calle de la amargura!) y que incitas al lector a que se sumerja en ella. Pero como decía Carmen Martín Gaite “para qué escribir mi autobiografía si todas mis novelas están plagadas de mí”. No obstante, Salvador, gracias por esta novela, por descubrirme New York de una nueva forma y hacerme sentir con tu prosa.


© Miguel Urda

12/13/2010

El baile


A pesar de no haber leído –por el momento- toda la obra de Iréne Némirovsky, me atrevo a afirmar que el libro que voy a recomendar es su joya literaria: El baile, manuscrito que estuvo olvidado durante décadas hasta que fue publicado en el año 2004.

En el libro, la autora nos muestra a una familia Judía, los Kamp, que por un golpe de suerte se convierten en ricos; pero, claro, el dinero no lo otorga todo: les falta el reconocimiento de la elite social parisina de los años veinte. Para ello, organizan un baile donde invitan a la crema y nata de la ciudad. Una pequeña travesura de la protagonista, la hija adolescente, dará al traste con todo ello, pero pone al descubierto la hipocresía de una sociedad, las dificultades que conlleva la relación padres-hijos y a través de la madre nos muestra a un pobre personaje de vodevil, aunque es lo más curioso de toda la historia, así como el detrimento de la unidad familiar por conseguir un renombre.

Todo ello está narrado con una maestría genial, personajes perfectamente definidos, trama amena que dibuja una sonrisa permanente en el lector, pues todos podemos ponerles una cara conocida y familiar a los miembros de la familia Kamp.

Cuando queremos darnos cuenta, el relato ha finalizado más pronto de los que hubiésemos querido. Es un libro fácil de leer y de pocas páginas, pero suficiente para disfrutar de un buen rato de lectura.

© Miguel Urda

12/06/2010

La biblioteca


Hasta hace casi un mes, las discusiones con su hija adolescente eran constantes, motivadas por su desinterés hacia los estudios. De nada había servido los gritos, los castigos… La niña se había ido dando cuenta por sí misma y ahora sólo vivía para los estudios. Prefería hacerlo en la biblioteca. Allí, alegaba, había más tranquilidad, conseguía la concentración necesaria e incluso, dado la cercanía de los exámenes de selectividad, habían ampliado el horario y abría incluso los fines de semana.


Don Alfonso, el padre de la criatura, comentó con su compañero de trabajo el cambio de actitud de su hija respecto a los estudios, a lo cual esté le respondió que a su hijo le había pasado lo mismo.


Los padres no cabían en sí de gozo. Más vale tarde que nunca, se decían cada vez que veían partir a su hija hacia la biblioteca con los libros en la mano. Sólo les cambió el gesto cuando los informativos de las tres de la tarde dieron como noticia la clausura del bar “La Biblioteca” en su ciudad, por venta de estupefacientes y bebidas alcohólicas a menores.


© Miguel Urda

12/01/2010

364 días anónimos


Cuando escribo estas líneas es día uno de diciembre, día internacional del SIDA, tema sobre el que voy a hablar; o mejor dicho, voy a hablar de toda la parafernalia que acompaña a este día. Durante un día al año a todos los ciudadanos nos obligan a tomar conciencia sobre esta enfermedad y colocarnos un lazo rojo en la solapa. En este día todo el mundo es consciente de lo que significa el sida: enfermedades de homosexuales, de drogadictos, del tercer mundo… que afecta “a la parte diferente” de la sociedad. Los medios de comunicación han dado la noticia por activa y por pasiva: se cumplen 20 años de la conmemoración de este día. Y que paradoja tan peculiar: se celebra el día de una enfermedad, lo que parece llevar de forma orgullosa a presentadores de televisión, políticos, gente de la vida social, cuyo rostro es conocido, a lucir un lacito rojo como sinónimo de compasión. Es el momento de ser solidario. Y todo el mundo tiene cantidad de amigos gays, y los gays son la mejor gente del mundo, y no pasa nada por ser gay, y gays, gays, gays… Es el día, es el momento, de ser solidario para acallar una conciencia que olvida esta enfermedad para el resto del año.

Un primero de diciembre caminaba yo por una calle concurrida de mi ciudad cuando una señora, ya entrada en años y vestida de domingo, con una hucha en su mano derecha y un lacito rojo en la izquierda se acercó a mí para exigirme un donativo a favor de esta enfermedad. Con la mirada le dije que no y, sin darme tiempo a hablar la buena señora, metida en su papel de mujer solidaria y de de buen corazón, en ese día de su buena acción, me inquirió en tono inculpatorio e irónico:

- Gracias, señor, por su voluntad. Estas pobres gentes le agradecerán que no haya aportado nada para ayudar a estos desfavorecidos.

Me detuve en seco, al escuchar estas palabras y la señora cambió la cara al ver mi gesto. Debió pensar que sus palabras me habían hecho recapacitar y me paraba para sacar mi cartera y aportar algunas monedas a su hucha.

- Gracias por su voluntad, caballero, volvió a repetir la buena señora, acercando la hucha hacia mí.

Pero al ver que yo seguía sin hacer el gesto que tanto ansiaba ella quedó un poco desconcertada.
-Discúlpeme, buena señora -le dije atenuando la entonación de las dos últimas palabras. ¿Cree usted que por no llevar un lazo rojo en la solapa de mi chaqueta no soy solidario? ¿Qué si no le echo algunas monedas a su pertinente hucha no soy una persona solidaria y digna de esta sociedad? Señora, se le agradece enormemente que dedique parte de su valioso tiempo libre a solicitar dinero para la “pobre gente infectada por esta plaga” como usted ha dicho, pero piense que si no llevo un lazo rojo bien visible, ni me manifiesto pidiendo ayuda tambien puedo ser solidario. Yo, señora, tal y como usted puede comprobar, no llevo un lazo, pero durante 364 días, y de forma anónima, soy participe de esta “sociedad marginada”; no tengo un nombre social reconocido, pero participo de forma intensa en el colectivo BASIDA. Yo solo quiero ayudar, y participo de forma continua con este colectivo porque lo siento, no porque necesite acallar mi conciencia durante un día.

© Miguel Urda
Esta entrada la publique en este blog tal día como de hace un año.

11/27/2010

Un benevolente anfitrión


Para El General, la cena resultó magnífica una vez más.

Desde aquella vez que hubo un tremendo traspié con la invitada, no le gustaba dejar nada al azar y solía supervisar todo antes de su llegada. El menú para la velada de esta noche era el mismo de la vez anterior, y de la otra y de la otra, aunque… cada noche era diferente.

Al llegar a palacio todas las invitadas solían sorprenderse ante la opulencia de las atenciones que recibía por parte de su anfitrión. La consigna del General era que la comensal de turno tenía que sentirse cómoda. La cena daba inicio con una copa de champan rosa y ya bien entrado el segundo plato era cuando empezaba a notarla más relajada su decadente anfitrión. La escasa conversación que podían mantener las jóvenes invitadas solía girar alrededor de la deliciosa cena de esa noche y las atenciones que tenía el viejo dictador con ella.

Era en el postre cuando la jovencita dejaba de ser dueña de su cuerpo. No obstante el General era benevolente con ella. Antes de hacerle pasar a mejor vida solía despertarla para explicarle de forma precisa y minuciosa cómo sus chefs preparaban los exquisitos platos que minutos antes había elogiado.

© Miguel Urda

11/22/2010

Un contrato de trabajo


El anuncio del periódico era escueto: “Se necesita persona para hacer el muerto en horario de oficina. Bien remunerado". Obtuve el puesto sin traba alguna.
Cuando firmé el contrato observé que había una clausula que exigía inmovilidad absoluta
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© Miguel Urda, texto
© María Ureña, fotografía

11/14/2010

84, Charing Cross Road


Alguna que otra vez he tenido este libro en las manos pero nunca me llamó la atención para comprarlo. Y conocía el titulo, pues que una dirección sea un titulo de un libro no es algo usual. Sin embargo, días atrás un amigo me lo dejó y me dijo: “lee esto, que te va a gustar”. Y vaya si tenía razón.

El argumento expone la relación de dos personas a través de los años. Hasta ahí, bien: todo es aceptable. Pero es una relación basada en el cariño hacia los libros a través de una copiosa correspondencia que durará más de veinte años. La escritora Helene Hanff lee, en octubre de 1949, en un periódico de Nueva York, el anuncio de una librería de segunda mano en Londres, Marks & Co, cuya dirección es 84, Charing Cross Road y le solicita unos libros. A partir de ahí, se establece un vínculo literario entre la escritora y el empleado de la librería, donde deja visible dos mundos: Estados Unidos y Gran Bretaña. Vemos cómo coletean las secuelas de la Segunda Guerra Mundial, las penurias económicas, las cartillas de racionamiento, en Londres y cómo Estados Unidos va despuntando en un poder mundial absoluto… pero sobre todo vemos el cariño que dos personas van tejiendo con un mismo nexo en común.

Por las cartas, también pasan personajes de la librería: Cecily, Bill, Megan… y Nora, esposa del protagonista, que vivió en un segundo plano la relación literaria de su esposo con Helene, llegando a sentir algún que otro ataque de celos.

Helene Hanff fue guionista de series de televisión y teatro, pero sin ningún éxito comercial. Sin embargo, a raíz de la publicación de estas cartas en forma de libro, empezó a cobrar algo de notoriedad, aunque el verdadero éxito del libro fue el boca a boca.
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La obra ha sido versionada para teatro y trasladada al cine en el año 1987 con un genial Anthony Hopkins y Anne Bancroft.

Libro ameno, curioso y sobre todo sorprendente para pasar un buen rato entretenido.

© Miguel Urda

11/12/2010

Escribir


"Hallarse en un agujero, en el fondo de un agujero, en una soledad casi total y descubrir que sólo la escritura te salvará. No tener ningún argumento para el libro, ninguna idea de libro es encontrarse, volver a encontrarse delante de un libro. Una inmensidad vacía. Un libro posible. Delante de nada. Delante de algo así como una escritura viva y desnuda, como terrible, terrible de superar. Creo que la persona que escribe no tiene idea respecto al libro, que tiene las manos vacías, la cabeza vacía, y que, de esa aventura del libro, sólo conoce la escritura seca y desnuda, sin futuro, sin eco, lejana, con sus reglas de oro, elementales: la ortografía, el sentido".

"Escribir".
Margueritte Duras

11/03/2010

Quince folios por día



La constante negación de querer publicar su primera y gran obra literaria a los veinte años produjo una mofa entre sus amigos más cercanos y parientes llevándolo directamente a una depresión. Decidió mostrarles que estaban equivocados y que algún día el mundo literario se rendiría a sus pies. Resolvió dedicarse por completo al mundo de la escritura. Se compró una máquina de escribir Hispano- Olivetti, la más moderna que había en el mercado en esos momentos, concertó con una papelería de renombre un suministro de Folios Galgo y carretes de tinta para la máquina de escribir una vez al mes y así… comenzó su locura.

Acomodó la habitación principal de la primera planta de la casa que era la que tenía mayor luz natural para tal menester. Se marco un plan de trabajo diario: escribir quince folios por día, durante seis días a la semana, de lunes a sábado, lo que hacía un total de noventa folios. Ni una página más ni una página menos era el espacio que debían ocupar sus novelas.
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A las ocho en punto cada mañana comenzaban sus dedos a deslizarse por las teclas. A las doce hacia un alto para tomar un vermut acompañado de unas aceitunas y frutos secos que la chacha le había dejado silenciosamente. Un breve descanso para volver a la complicada tarea de crear hasta las 15.00 horas, hora que se sentaba a la mesa a comer y posteriormente la siesta. Las tardes las dedicaba a pasear por el cercano Parque del Retiro, hiciese calor o hiciese frío, para llegar, cenar y acostarse.

Una vez que el sábado colocaba la palabra fin en la novela, emitía un profundo suspiro, cogía los folios con las manos y los ordenaba por arriba y por abajo, por la derecha y por la izquierda, los ataba con una cuerda de algodón de color marrón y al armario de las novelas. Casi no cabía ninguna más, tenía que hacer un poco de fuerza para eliminar el aire que los papeles dejan entre sí y den cabida a una más.

El domingo era el día de inspiración, donde pensaba el planteamiento, nudo y desenlace de lo que comenzaría a escribir al día siguiente. Sus constantes años de escritura le habían hecho perfeccionar, ni un error ortográfico, ni una tecla mal pulsada, parecía saberse de memoria los diálogos, los puntos y aparte, las comas, las exclamaciones…

No existía descanso para la creación, trescientos sesenta y cinco días al año, sin vacaciones, sin prestar atención al verano o invierno. Toda su vida era la creación literaria. Los amigos dejaron de contar con él para las juergas nocturnas, dejo de hacer vida social, se olvido de buscar esposa. El tiempo transcurría deprisa, era ajeno al cambio de la gran ciudad que podía contemplarse a través de los grandes ventanales de su habitación, sus dedos finos y puntiagudos pasaron a tomar forma de espatulada¸ su papada cada vez era mayor, su cabeza parecía más despoblada cada día, su espalda comenzó a parecerse a un garfio.

Nunca había contado las novelas que había escrito durante todos estos años, su labor era crear, crear, y crear. Ya vendría la posteridad para darle el reconocimiento que merecía, a pesar que todas sus novelas tuviesen el mismo titulo, argumento y personajes.

© Miguel Urda

10/20/2010

Una mirada de ciento ochenta grados -2ª parte-


Me pregunté muchas veces si te habría llegado la carta que te escribí, diciéndote que cada uno de marzo, a las seis y media de la tarde estaría en El café de las letras, esperándote. Y cuando te vi aparecer, tres años después, ese primero de marzo lluvioso, con la gabardina empapada y que te daba un aspecto más elegante aún del que tú ya poseías, supe que te había llegado. Aunque para ser sincera, estaba a punto de abandonar la espera, nunca volverías. No te despojaste del sombrero que te protegía de la lluvia, pero era imposible confundirte, eras tú, Alberto. Yo estaba atenta a cada hombre que entraba por la puerta y ahí te vi, fueron escasos segundos pero ahí te vi, de pie, con esa elegancia de caballero innata en ti. Echastes una mirada de ciento ochenta grados al local, buscándome, estoy segura que me vistes sentada en el último rincón, en nuestra mesa de siempre, pero no llegaste a entrar, intentaste dar un paso hacia adelante pero distes media vuelta y saliste huyendo. ¿Qué te impidió dar esa paso? A través del cristal empañado pude ver como te detuviste un instante, me miraste fijamente y reanudaste tu caminar. En ese momento me entraron ganas de llorar pero no quería robarle protagonismo a la lluvia. ¿Qué te hizo volver a buscarme? ¿Por qué te fuiste tan rápido? ¿Querías saber si yo era una mujer de palabra, Alberto? Estoy segura que esa huida hizo más daño en ti que la primera.

Me negué a ello, a perderte con rotundidad, sin una explicación, sin un porqué. Ahora si era consciente que yo había dejado alguna huella en tu vida, sino ¿por qué volviste aquella tarde?
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Poco a poco te fuiste adueñando de mi vida, Alberto. Me despidieron del trabajo al no ser la secretaria tan eficiente que era; mi familia me llevó al médico, donde me dieron por imposible. No había medicamento alguno para poder olvidarte. No conseguían sacarme de aquí. De nuestro refugio de amor, donde las horas las pasábamos sin darnos cuenta, donde hicimos planes de futuro, de los hijos que tendríamos,… estas paredes fueron testigo de todo lo nuestro. Hacía cualquier cosa para volver a este café. Y yo les gané este juego, sigo teniendo copada esta zona. Yo sabía que este lugar era maldito para ti, pero algún día tendrías que volver, y yo estaría esperándote.

Ahora esto se acaba, Alberto. Van a cerrar este local, la gente prefiere cosas modernas y no tomar café en una mesa de mármol con el pie de una máquina de coser. Yo no sé que hacer, amor mío. ¿Dónde te esperaré? Y no tengo pena por mí, pues en esta vida nada tengo, solo el hueco de una escalera donde dormir, una libreta donde anoté todos los sueños que un día creamos y la espera por un amor que algún día llegará, yo sé que llegará.

© Miguel Urda

10/16/2010

Una mirada de ciento ochenta grados -1ª parte-


Hoy es la última vez que vengo a esperarte, Alberto. Lo he estado haciendo durante veinticinco años y creo que ha sido suficiente.

Durante todo este tiempo he estado pensando mucho en todo lo que pasó y no quise aferrarme al olvido. Fuiste cruel conmigo al acabar de una forma tan inesperada. Yo sabía que algo iba mal y tampoco iba engañada con tu amor. “No soy hombre para ti”, me dijiste. “Déjame comprobarlo”, te respondí. No me distes oportunidad para saberlo. Decidiste acabar lo nuestro un veintinueve de febrero. ¿Por qué en un día tan especial? ¿Sólo para poder rememorarlo cada cuatro años? Lloré toda esa noche y al despuntar el alba decidí esperarte, porque yo sabía que algún día volverías. Y aquí me tienes, uno de marzo en el último día de mi espera. Con esa fecha me pusiste en una encrucijada, ¿qué día esperarte? El veintiocho de febrero o el día uno de marzo. Opté por esta última, siempre los comienzos son bonitos y me gustaba la idea de comenzar un nuevo mes con la ilusión de verte llegar.

El café, desde donde tú sabes que te espero, apenas ha sufrido modificaciones. El mobiliario está más viejo y el café más malo, aunque quizás el cambio más evidente son los camareros. Han ido pasando etapas y casi todos los que estuvieron presentes en nuestro amor se han jubilado, y los nuevos son benevolentes conmigo, saben que soy inofensiva para el resto de clientes, aprenden rápido mis gustos: un café, con la leche algo templadita, un vaso de agua y un suizo o bollo que este blandito. Aunque no lo creas, Alberto, son cariñosos conmigo, yo no molesto, sólo me dedico a esperarte y ver transcurrir el tiempo, que ha pasado más deprisa de lo que a veces pensamos. No me gusta mucho mirarme al espejo, pero en mi pelo predomina el color gris, aunque sigo manteniendo el mismo peinado, esa cola de caballo que a ti tanto te gustaba despeinar. Cada vez me cuesta más andar, y me ahogo con facilidad. Ya no soy una niña, Alberto. ¿Seguirás queriéndome igual cuando me veas?
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Continuará
© Miguel Urda

10/07/2010

¿Tú te lo puedes creer?




- Y ¿te gusta viajar? –le pregunta él.
- Sí mucho, -responde ella, dejando el vaso de agua en la mesa-. El último viaje que hice fue con mi exmarido hace dos años. Hicimos una ruta por Granada y la Costa del Sol. Fuimos a ver la Alhambra. ¡Qué bonita! Nos costó seis euros a cada uno entrar a visitarla. Después paseamos por la ciudad y una cerveza con una tapa nos costó dos euros. Estuvimos en Mijas, pero no montamos en burro-taxi porque era muy caro, diez euros por un paseo de veinte minutos; nos parecía un robo a mano armada. En Marbella fuimos a Puerto Banus, me asombró el ver tantas tiendas de lujo y aun así, sabiendo que todo era excesivamente caro entramos en un bar de moda y pedimos una Coca-cola para los dos, asombrados nos quedamos cuando el camarero nos dijo que era cinco euros. Nos gustó mucho Málaga y la cantidad de monerías que hay en la tienda del museo Picasso, eso sí con unos precios prohibitivos.
- Pues sí, un viaje interesante –comenta su interlocutor poniendo mayor énfasis en la última palabra–. ¿Y haces mucho que estas apuntada a la página de contactos?
- Desde hace dieciocho meses. He quedado con varias personas y ninguna ha querido repetir el encuentro.
- ¿Llevas mucho tiempo buscando pareja?
- Desde el día después que mi marido se marchó de casa. Yo me dije “María Esperanza, que el mala-persona de tu marido te haya dejado no es motivo para que tú estés triste y la mejor manera de quitar la mancha de mora es con otra mancha” y así que aquí estoy.
El camarero trae la ensalada mixta que ha pedido la señorita y el entrecot a la pimienta, muy hecho, para el caballero. Pregunta si desean algo más, a lo que la señora responde negando con un rápido moviendo de cabeza y el anfitrión pide otra copa de rioja.
- ¿Sabes? –Dice la chica– a mí no me gusta beber. Se me sube muy pronto a la cabeza. Y además, las bebidas con alcohol son más caras e incluso las que no llevan alcohol como la Coca-cola que depende donde la compres hay mucha diferencia de precio. En el Lidl te cuesta la botella de dos litros 1,95 euros y en el Día 1,85 y si la compras de su marca es casi cincuenta céntimos más barato. Son diez céntimos de diferencia, ya sé que no es mucho, –dice la joven ante la cara de incredulidad que pone su parteen— pero es que vas sumando de aquí de allí y no veas la cantidad de dinero que te ahorras a final de mes.
Su interlocutor asiente con la cabeza sin dejar de masticar, por lo que ella aprovecha para continuar hablando.
- Tenía muchas dudas de quedar contigo, porque me has citado en un sitio de la ciudad que no conocía. Y eso que siempre he vivido en esta aquí. Pero no soy de moverme por estos lugares. Yo soy más llanota, más de pueblo. ¡Ojo! Que no es que no sepa comportarme ni estar en un sitio como Dios manda, que para eso fui a un colegio de monjas.
- Pues no es un sitio muy caro –responde Alfonso–. Es una casa de comidas de trabajadores con un menú de diez euros al mediodía y por la noche platos a la carta.
- Un menú de diez euros ¿no crees que es caro? Es que yo soy más bien de comer en casa. No hay nada como la comida casera
- Desde luego, como la comida casera no hay nada – contesta él, pero no me negarás que comer algún día fuera no está bien—. Darse un capricho de vez en cuando no esta mal.
- Sí, pero es que la vida no esta para hacer despilfarros en vano –le objeta María Esperanza.
- ¿La edad que pones en tu perfil es la auténtica? Sabes que en estas cosas de Internet se miente mucho –pregunta Alfonso.
- ¡Por quién me tomas! Te recuerdo que me he criado en un colegio de monjas, soy cristiana y creyente y es pecado mentir. Tengo 34 años.
- Pues no lo aparentas –responde él, rápidamente intentado quitarle importancia al asunto–. Yo tampoco he mentido tengo los que dice la página de contactos, treinta. Por cierto, ¡Qué pulsera más bonita que llevas!
-¿Te gusta?, —responde ella toda ilusionada. Pues no te lo vas a creer, es de H&M, la encontré en liquidación y me costó 1,50 Euros. ¿A que parece plata de verdad?
- Sí, sí –dice él acercando su vista a la muñeca de ella donde le muestra la pulsera—. Es bonita, además hace juego con tu pelo, esa media melena rubia.
- Pues no te lo vas a creer, -vuelve a repetir ella- pero no es mi pelo, bueno, no es el color natural de mi pelo. Es teñido. Verás te voy a contar un secreto, cuando quiero cambiar de look me fijo en las revistas de moda y fíjate si soy apañada que no me gasto ni un céntimo comprándolas. Como soy amiga de La Pepi que limpia la peluquería de la esquina al lado de casa los domingos, mientras ella está en su tarea yo estoy ojeando las revistas y como soy muy inteligente pues me quedo enseguida con las tendencias de moda y las aplico a mi misma.
- ¿Con cuantas personas me has dicho que has salido, desde que tu marido te dejo? –pregunta Alfonso.
- Ya he perdido la cuenta. Pero más o menos suelo quedar con alguien cada diez o quince días. Y ya estoy un poco cansada, porque unos quieren sexo rápidamente, otros tienen niños y tú no sabes el gasto que supone tener un niño tal y como esta el mundo de caro hoy en día; otros no saben qué quieren, y ninguno piensa que yo llevo intenciones muy formales, intento buscar novio para después dar el siguiente paso que es el matrimonio, porque que me haya fallado un hombre no significa que todos sean iguales.
Una vez tuve una cita con un amigo de mi exmarido. Él estaba muy cambiado en la foto y como yo no tengo foto porque hay que pagar, vino un poco a ciegas. Nos quedamos los dos mudos cuando nos encontramos en la esquina que nos habíamos citado. Yo llevaba mi bolso hippie y él sus botas vaqueras de piel de serpiente. No había duda, yo era yo para él y el era él para mi. Aún así pasamos un buen rato, fuimos a dar un paseo y tomamos un refresco en el bar del Parque que lo pago él. Lo peor fue cuando le pregunté por mi ex y me dijo que había vuelto a enamorarse, que había conocido a una estupenda chica y ya estaban esperando un bebé, pero sobre todo lo que más me dolió fue que dijese que me había dejado porque yo quería más al dinero que a él. ¿Tú te lo puedes creer?

© Miguel Urda

10/04/2010

mudanza

A partir de hoy, la sección que desde primeros de septiembre he estado realizando con la fotógrafa María Ureña, "Detrás de una mirada", toma un camino independiente. Estas entradas serán publicadas en la siguiente dirección
..
y seguirán teniendo la misma forma periódica de publicación y formato. Ya tenéis la primera entrada en él. Esperamos vuestros comentarios y seguimientos. Mi blog continuará con el mismo formato de siempre. Gracias por el apoyo recibido durante este tiempo de prueba.

© Miguel Urda

9/27/2010

Me dijiste... -Detrás de una mirada-


Me dijiste que te esperara y aquí sigo, esperándote.

A los pocos días de estar aquí colocaron la tupida reja en la ventana de tus aposentos y que el paso del tiempo ha ido oxidando. De tanto estar apoyada en la farola está se inclino hacia la izquierda.

He vivido la metamorfosis de la plaza que preside tu señorial casa. He pasado frío y calor, me he alimentado de las sobras de la taberna que arroja a la basura e incluso he tenido alguna pelea con los gatos en la madrugada al robarle las raspas de pescado que había en ellas. Y todo porque un día me dijiste que te esperara. Muchas veces me he preguntado si fui tonta al hacerlo, pero cuando se cae en la enfermedad del amor no hay remedio alguno contra ello. Y aquí me tienes postrada ante el tiempo y ante tu balcón.

Tenía las dos arterias principales de la plaza localizados por si te veía salir o entrar. Pero nunca más te vi hacerlo. No quise hacer caso a los comentarios que decían que vuestro padre os había puesto en una encrucijada y habíais partido hacia nuevas tierras. Ni sí quiera os vi aparecer para dar entierro a vuestra querida madre y vuestro padre, cinco años después.

La paredes de tu casa fueron perdiendo blancura, la mala hierba se abrió paso en tejados y terrazas; nunca volvieron a abrirse las persianas de tu alcoba; los muebles fueron vendiéndose a traperos. Los fuertes muros de la casa la hicieron resistir al inexorable transcurrir del tiempo. Incluso yo me fui, pero deje mi sombra, sentada y con la cabeza agachada, bajo la farola por si algún día decides asomarte al balcón.

Me dijiste que te esperara y a pesar de todo, aquí sigo, esperándote.


© Fotografía María Ureña
© Texto Miguel Urda

9/20/2010

La espera -Detrás de una mirada-




Al mirar esta foto podría decirse que se ha tomado a escondidas, de refilón, casi con miedo diría yo. Me fijo con detenimiento y veo que esta realizada desde la puerta entreabierta del altillo de lo que parece ser un armario, pero no puede ser, cuando se mira a través de ahí solo se ven cosas arrinconadas, viejas, en desuso es imposible ver nada más. Incluso desafía nuestro sentido lógico de mirar. Hay que dirigir la mirada hacia arriba, para comprobar que el fotógrafo reta a la realidad y nos abre una ventana al exterior, mostrando unos elementos muy simples pero presentes en nuestra vida diaria.
El azul intenso del cielo es el primer fogonazo que nuestra mirada recibe. Las nubes enseguida nos trasladan a un momento de tranquilidad, aunque parecen que avanzan sin dilación y con vuelo firme. Hay una figura sentada en un banco, acompañado únicamente por un árbol. Pienso que las nubes vienen a por él, a avisarle que ya le toca y el árbol es un infiltrado, para detenerle en caso que quiera escapar. Es posible que esta esperando su turno en las puertas del cielo y las nubes vienen a avisarle que ya le toca.
Casi nunca hay gente esperando a las puertas del cielo.


© Fotografía María Ureña
© Texto Miguel Urda

9/13/2010

Dudas sobre una bañera -Detrás de una mirada-


A simple vista la foto resulta curiosa y dice mucho, una bañera llena de libros, pero por más que la miro para intentar crear una historia no puedo, sólo me produce interrogantes. ¿Por qué hay una bañera llena de novelas que parecen ser del Oeste? ¿Se cruzarán los tiros de rifles de los vaqueros y las flechas de los indios en ellas? ¿Habrá intercambio de protagonistas entre ellas? ¿Mantendrán diálogos los personajes de distintas novelas al estar todas apiladas sin orden alguno?

¿Qué pasará si el grifo se abre sin querer y comienza a inundarse la bañera de agua? ¿Se hundirán los protagonistas? ¿Seguirán siendo los mismos finales? ¿Llegará el dueño de la bañera y de las novelas a tiempo para salvarlos? ¿Tomara algún baño en ella o los libros le han obnubilado el sentido y ha decido no bañarse más? ¿Hará sus abluciones entre libros? ¿Será un experimento de alguna universidad para ver el efecto del agua en el desarrollo de los personajes de las novelas?

Vuelvo a mirar la foto de nuevo y me doy cuenta que hay un montón de libros con intención d querer hacer el salto de trampolín y lanzarse de lleno a ella. ¿Qué tiene la bañera para querer sumergirse en ella? ¿Lo conseguirán? Me inclino a pensar que sí, que lo consiguen, y entonces se produce una orgía literaria. Y con total seguridad, sí, cambian roles, protagonistas, se entremezclan historias, principios, finales... La literatura es una locura. Me imagino a un Don Quijote luchando contra gigantes ensimismado por los versos de amor de Oscar Wilde; a una codiciosa Celestina llamada Teresa de Jesús apostando por los suspiros de un imposible Federico García Lorca; observo como camuflan su historia de amor Fortunata y Jacinta en un Macondo aún sin encontrar en los mapas del siglo XXI; cómo Sancho Panza sonríe a las travesuras de su Lolita preferida;… Me quedo petrificado al ver los derroteros por los que puede salir la literatura.

Una vez más observo la fotografía y me doy cuenta que la bañera parece presidir el centro de la alcoba o habitación, sustentada por cuatro piedras y ladrillos apoyados en un suelo tosco. Pienso muchas cosas, que son los aposentos de un loco desbordado por la literatura, que es la trastienda de una biblioteca, un pajar; un cuarto habilitado para los trastos… Me gustaría poder centrar mis pensamientos pero no puedo, no lo consigo, la literatura y la locura del párrafo anterior me han hecho perder mi serenidad. Mi pobre imaginación me dice que es una bañera de época en una chamarilería en una ciudad clásica, por ejemplo, Venecia, pero seré iluso yo, allí sólo hay canales y gondoleros que pasean a parejitas de enamorados asentando su felicidad eterna. Yo no sé donde esta tomada la foto, sólo lo sabe la dueña de la fotografía, pero… por más que insisto no me lo quiere decir. ¡Qué coraje!
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© Fotografía María Ureña
© Texto Miguel Urda

9/06/2010

No es lo que parece (Detrás de una mirada)


Serán muchos los que piensen que somos dos vulgares copas de vino, que estamos en el suelo a la espera de un oportuno comprador en este mercadillo de segunda mano. Apenas nos miran a pesar de que nos venden por una ridícula moneda. Quizás no sepan la importancia que tenemos y la historia que hemos vivido, ¿acaso no se dan cuenta del escudo que preside nuestro cuerpo?

A simple vista parecemos dos copas sin nada, sin ningún tipo de lujo, lisas, de elegante estilo pero no saben que fuimos fabricadas una a una, con un vidrio soplado de especial calidad. En su día formamos parte de la colección más grande jamás realizada para un Gobierno. Hoy estamos sucias, empañadas, pero a pesar de todo nuestro periplo de exiliadas puede comprobarse la notable calidad de la que estamos hechas, ni un arañazo presentamos. La vajilla de cristal completa era más de ocho mil piezas, entre copas de agua, de vino, de ponche, de champagne… cada una de un tamaño diferente. Éramos limpiadas a mano por delicados pañuelos de lino fabricados expresamente de la India. El servicio tardaba cinco días en tener toda la cristalería resplandeciente y ahora, nadie es capaz de apreciarnos.

Fuimos encargadas para las grandes ocasiones, donde nuestro señor lucía orgulloso un pecho lleno de condecoraciones. Las fiestas daban comienzo con un vals, bailado por el General y su esposa. La música no dejaba de sonar durante días y días. “¡Qué no faltase de nada a los invitados!”, era la consigna general de su anfitrión. Por ellas pasaron, aunque ahora lo niegan, gente de la nobleza europea, banqueros norteamericanos, cantantes, actores y actrices de la época dorada de Hollywood, incluso una reina exiliada, y cualquier persona con un precio disponible para obtener la amistad del régimen.
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Los cambios no son buenos para todo el mundo. Los amigos y adscritos del general huyeron cuando la tormenta política daba señales de comenzar. El miedo y las malas noticias competían velocidad en el pequeño país. El cerco sobre El General se achicaba. La música dejo de sonar, las copas dejaron de brillar. Y hay quienes dicen que incluso murió con una copa de vino en la mano.


© Fotografía María Ureña
© Texto Miguel Urda

9/01/2010

Detrás de una mirada -Manos en reposo-

Manos en reposo


Difícil tarea hablar, mejor dicho escribir, por primera vez sobre una foto que en apariencia no dice nada. ¿Qué puedo decir de unas manos cruzadas y que están en reposo sobre lo que se intuye que puede ser una pashmina de color blanco?

Lo primero que me llama la atención son los abalorios que lleva su dueña y que resaltan bajo una piel nívea: un anillo en su dedo anular izquierdo y una pulsera, ambos de formas sencillas y estilizadas, probablemente plata.

Debería ser objetivo y escribir sin ceñirme a quién pertenecen esas manos, pero no puedo, conozco a su propietaria desde hace bastante tiempo y por lo tanto sé el porqué son tan simples. Unas manos que durante muchos años han estado poniéndome un café con leche, un croissant o un pitufo para mi desayuno diario. Los itinerarios de la vida provocó una separación entre nosotros y cada uno tomo un rumbo diferente, yo dejé de desayunar esa cafetería y ella partió a otros lares. La puerta del cine-club del que tanto hablamos en esos desayunos nos volvió a juntar años después, un abrazo sincero, muy sincero y cariñoso a pesar que entre los dos sólo existía la confianza o la amistad que hay entre un cliente y una camarera. Nunca hemos traspasado esta frontera, pero creo que ha sido por no haber oportunidad, ahora la cosa es diferente, hay proyectos en remojo para realizar entre los dos. Mery -yo fui el primero en llamarte así, ¿te acuerdas?- volvió a trabajar en la cafetería que ahora es restaurante y cada jueves voy a comer. Lo primero es darle un beso y después ver que hay de menú. Por eso no puedo ser objetivo y ponerme a hablar de una manos así como así, son una manos de una mujer trabajadora, donde puede observarse cicatrices de quemaduras y cortes, la uña del dedo meñique es un indicador de que tiene las demás cortas e intenta mantenerlas cuidadas. Todo va supeditado a la comodidad para desarrollar un trabajo entre fogones.

¿Dónde están las manos apoyadas? Las manos están en una posición laxa, cómodas, como refugio de una conversación con un interlocutor interesante en un mostrador, sin sostener nada en la mano para no distraer la atención de ese momento ¿Por qué está bajo un pañuelo blanco? Posiblemente sea el pañuelo para cobijarse de un frío otoñal o primaveral antes de entrar en el local y ¿por qué blanco? El blanco es sinónimo de pureza. ¿Son puras las manos de Mery? Sin dudarlo me atrevo a decir que sí, pues las manos son reflejo de una persona y Mery tiene una mirada limpia y unas manos de mujer muy trabajadora.
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© Foto, María Ureña
© Texto, Miguel Urda

8/31/2010

31 de agosto


Hoy acaba el mes estival por excelencia. Mañana la rutina y normalidad vuelven a hacer acto de presencia en casi todos nosotros. Yo no iba a ser menos, a pesar de que todavía sigo padeciendo la inmensa apatía que el verano provoca en mí.


No es fácil retomar el hecho de escribir y poner la mente a trabajar tras varios meses de inactividad, pero me he dicho “lo siento hasta aquí has llegado, Miguel”. Voy a hacer como los programas de televisión o radio al inicio de la nueva temporada dar un cambio a mi blog, un lavado de cara. Comenzaré el mes con una entrada titulada “detrás de una mirada” , que será de carácter semanal, en concreto cada lunes –a excepción de mañana- y donde en colaboración con la fotógrafa María Ureña comentaré una foto de su colección; por otro lado intentaré seguir en mi línea creativa de relatos o recomendación cuando lea algo que merezca la pena compartir.


Han sido unos meses de creatividad y calidad paupérrima, y me doy vergüenza a mi mismo cuando echo un vistazo a lo escrito y volcado aquí en estos meses. Pero es algo que no se producirá más veces. Esté en Alaska huyendo del calor (ver entradas anteriores) o esté por aquí el próximo verano, no se repetirá. Os lo aseguro.


Quiero dar las gracias a mis seguidores y lectores fieles que a pesar de saber que no pasaba por mi mejor etapa literaria habéis seguido leyéndome o comentándome, por escrito o de palabra, (Loli Pérez, Ineluky, Alforte –no me he olvidado de tu relato de la plancha-, Clara del Valle, Javi Dos y Javi Tres…) y también dar las gracias a los nuevos integrantes o seguidores quiénes me han dado un poco de optimismo para poder hacer trampas al verano y ponerme a exprimir la bombilla de mi creatividad (Ignacio, Fernando, Mery, …)


Gracias a todos por dedicar unos minutos de vuestro tiempo a leer las cosas que pasan por mi cabeza.

Nos vemos mañana, uno de septiembre.


© Miguel Urda

8/24/2010

Apuntes de París


Leyendo un pequeño, pero interesante libro de Fernando SanMartin he encontrado un párrrafo en el cual me identifico completamente, aquí os lo dejo para que saqueís vuestras propias concluiones.

Miguel Urda



… Estoy decidido a no ser un haragán. Me he propuesto escribir. Sé que la vida es muchas veces una sesión quirúrgica, el boxeador que espera el próximo golpe. … Algunas noches escribo como un barman preparando sus cócteles. Otras veces escribo como un cobarde en un territorio minado. Porque lo peor es cuando uno se siente solo. Entonces la escritura no es el bebedizo que me hace olvidar. Se me acercan las preguntas como zorros hambrientos. La escritura es una tea de fuego con la que logro alejarlos. Pero no siempre es así.
Con la escritura descubro cómo soy. Fuera antifaces. Fuera aspavientos. Fuera cerrojos que una coloca en puertas inventadas. Pero la escritura es una ejecución. Y en ella, qué curioso, uno es víctima y verdugo a la vez.

Apuntes de París
Fernando San Martín

8/18/2010

El silencio oxidado de una roja circunferencia


…Tengo dudas, muchas dudas pero no sé como responderlas. Tengo miedo, tanto de enfrentarme a mí como a ti, y a todo lo que me has provocado últimamente, aunque ya no estoy tan enfadado contigo incluso diría que existe una cohabitación pacífica entre nosotros. A veces siento como me faltan las ganas de luchar contra ti, tienes unas raíces tan bien asentadas que difícilmente conseguiré eliminarlas.


Hay días que me cuesta vivir y cuando lo intento veo que mi vida esta dirigida por una rutina abocada al vacío. He intentado mirar atrás, al invierno que acaba de terminar y sólo veo un espacio de tiempo perdido, tengo que ponerme a rebuscar en las carcomidas capas del recuerdo algo que me haga ver que existió, y que yo lo viví, pero únicamente encuentro el rastro de lo que tú me has dejado.


Sueles ser injusta conmigo por las noches. Te da por despertarme y hay me tienes, vueltas y más vueltas en la cama, aumentado cada vez los dolores. ¿Por qué me haces esto? ¿es consecuencia de la edad? Cuando uno es joven piensa que nada de lo que les ocurre a los mayores les pasarán a ellos. ¡Qué pronto pasa el tiempo! Una vez que cruzas el umbral de los treinta la carrera de cumpleaños se sucede de forma meteórica, los cuarenta, los cincuenta y cuando quieras darte cuentas estas ya jubilado y llenos de achaques. Sin embargo, ahora que dispongo de mucho tiempo libre no tengo tiempo para nada. Tú no me lo permites y transcurres muy lento. Eres jodida hasta para eso, igual resulta que eres una envidiosa y por eso te manifiestas de esta forma, porque de lo que estoy seguro es que tú has llegado a mi vida por algún motivo que seguro descubriré, no suelo darme por vencido fácilmente.




Este fragmento pertenece a un ¿relato largo?, ¿novela corta?,… que intento desarrollar en mi libreta de todo, esta muy, muy en bruto y en cimientos casi. Tiene por nombre "el silencio oxidado de una roja circunferencia".



©Miguel Urda

8/10/2010

Maldito verano


Lo siento. No puedo, no puedo, el verano me puede y mira que lo intento, pero nada, no puedo. Las ideas no quieren fluir, busco por aquí y por allá; miro en notas atrasadas para dar formar a algo y nada, no puedo. Realizo trampas para engañar a la imaginación y esta no quiere caer. No puedo, no puedo. Tengo varias cosas empezadas pero no quieren fluir. La creatividad está de vacaciones. Me estoy planteando muy seriamente el verano próximo irme a Alaska, no es broma el otro día, en un arrebato de odio pleno al verano, me compre una guía que me costó treinta euros. Yo no puedo seguir así. El verano me puede.
Sois bastantes lo que me habéis reclamado alguna entrada, algún relato, un micro, algo… pero nada, lo siento. En verano dejo de ser yo, dejo de ser persona. Tengo todo abandonado, blogs, lectura, cine... Añoro el frío, la lluvia, la caída de la hoja… Sólo tengo ganas de acostarme y que cuando me despierte sea ya invierno. Ahhhhhhhhhhhhhhhhh. Maldito verano.

© Miguel Urda

7/24/2010

El último encuentro




El último encuentro.

Obra cumbre del escritor húngaro Sándor Márai. Estuvo olvidada durante cincuenta años y volvió a publicarse bajo el titulo “La luz de los candelabros” y que por motivos comerciales cambiaron a “El último encuentro” pero sea cual sea el titulo de la novela ambos representan el significado de lo que quiere reflejar.

El tema principal de la obra es la “AMISTAD” así, con mayúsculas y entrecomilladas, con todo lo que ello conlleva o significa. Es una prosa de excelente calidad, que atrapa desde la primera hasta la última página. Nos muestra lo frágil que puede ser una amistad, lo difícil que es mantenerla y el recuerdo que persiste cuando se extingue.

Dos amigos de la infancia vuelven a reencontrarse después de cuarenta y un años, pero no es un encuentro casual pues no se ponen a rememorar bajo el dulce velo de la nostalgia que otorga el paso del tiempo a la amistad vivida. Es un encuentro esperado por un el general y obligado para Konrad, dos de los cuatro personajes de esta novela para dar reposo a la vida.

Cuarenta y un años es mucho tiempo para estar esperando una cita ¿qué le lleva al General a esperarlo con tanta paciencia? ¿Por qué sabe Konrad que tiene que encontrarse alguna vez con El General? ¿Qué les lleva a estar toda una vida esperando un reencuentro? ¿Qué papel juega Kristina entre los dos? Ambos desnudos ante el tiempo que tienen por delante ya no tienen nada que perder, es inútil guardar el secreto que les otorgo una juventud.

La novela está ambientada en la decadencia del Imperio Húngaro, mostrando un paralelismo entre el imperio y la amistad de estos personajes. Cuando el Imperio está en todo su esplendor se refleja en la amistad de El General y Konrad, mientras que cuando ya está en plena decadencia es cuando se reencuentran, cuando la amistad ya no tiene camino alguno para sobrevivir. Toda la acción transcurre en una intensa noche, una velada cara a cara, donde se expondrán las cartas que en una amistad cada partícipe conlleva y que durante cuarenta y un años y cuarenta tres días han estado en reposo, como si estuviese rumiando una venganza.

A través de pequeños detalles, el autor, nos va generando un interés de los hechos del pasado y de la personalidad de los personajes, induciendo al lector a que saque sus propias conclusiones. Nadie permanece indiferente ante las páginas de este libro cuando se ha terminado su lectura.

Es un libro publicado en la Editorial Salamandra y que en edición bolsillo tiene un precio de seis o siete euros. No son muchas páginas y es un libro que no ocupa lugar cuando vayamos a la playa o estemos de descanso.

Seguro que no os arrepentís de leerlo. Espero vuestros comentarios.

©Miguel Urda

7/20/2010

El público aplaudía con fervor.



Encima del escenario la bofetada sonó real.
Al final de la función la crítica definió la obra como uno de los mejores estrenos del año.
En la última función de la temporada, como siempre su mujer –en el teatro y en la vida real- disparó la pistola de atrezo. El actor, -y también marido-, cuando cayó al suelo manaba demasiada sangre.
A la bajada de telón el público aplaudía con fervor
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© Miguel Urda

7/09/2010

Sugerencias.


Estimado Señor Presidente del Gobierno:


Visto el afán oportunista y desmesurado que algunos ciudadanos han mostrado sobre nuestra bandera en estos últimos días, le escribo la siguiente carta para sugerirle aplicar algunas medidas que contribuirán a paliar la intensa crisis económica a la que estamos sometidos.

Deberá implantarse un chip a todos aquellos aficionados al deporte rey, el cual se activará en el momento de dar comienzo el partido de futbol e inmediatamente detectará al aficionado de toda la vida que pase lo que pase con su equipo será fiel a él y al aficionado oportunista.

A este segundo grupo el chip (aunque no lo crean hay intensos y exhaustivos estudios de prestigiosas universidades sobre el grado de iniciación a la pasión futbolística) le aplicará una serie de medidas económicas especiales entre las que destacarían las siguientes:

-A todos aquellos ciudadanos que dejan las calles vacías para postrarse delante de la televisión y vociferar, sufrir, llorar, etc. con la roja, se les obsequiaría con un recorte especial de las vacaciones anuales. Sí, sí, tendrían los treinta días de vacaciones recogidos por ley, pero de forma desinteresada cederían veinticinco días al Estado Español a través de colaboraciones con Hospitales, ONGS, etc., y ¿sabe lo que es mejor Señor Presidente? no se quejarán porque…SON PATRIOTAS.

-A los ciudadanos que momentos después de haber finalizado el partido inundan las calles -que instantes antes lloraban la perdida de público- con silbidos, gritos, tocando el claxon de los coches, y que han olvidado la inmensa crisis económica que esta sufriendo el país ignorando por completo que el litro de gasolina esta a casi doscientas pesetas (1,18 Euros) agitando la bandera de España y gritando OE, OE, OE, OE, OE…, a aquellos españoles que funden las bombillas apagando y enciendo la luz para mostrar la exacerbada alegría que les ha provocado nuestra selección de fútbol ( y que han olvidado la enérgica y reciente protesta que hicieron por el exorbitado incremento en el recibo de la luz) se les recompensará su labor nacional haciéndoles participes de una atribución especial a las arcas del Estado, por ejemplo, si su Declaración de Hacienda sale a devolver, pues ellos gustosamente ceden su parte al Estado y en caso que no tengan que hacer declaración pues se le incrementará el IVA en unos cuatro o cinco puntos más , y ellos estarán tan conforme que no reclamarán nada porque, Señor Presidente, ELLOS SON ESPAÑOLES.

- Aquellos ciudadanos que engalan sus terrazas, coches, bicicletas… con la bandera de España (comprada en los chinos e incrementando la balanza económica de dicho país) como agradecimiento especial a este patriotismo se les puede colocar en la primeras posiciones de las listas, claro de las listas del Ministerio de Defensa, lo que significa que en caso de que haya algún día guerra o litigio con algún país, ellos estarán los primeros para defender los colores de su bandera, no obstante, Señor Presidente, no olvidemos que ellos SON FIELES DEFENSORES DE LA BANDERA NACIONAL.

Por supuesto, Señor Presidente, que me queda una duda al ver tanta euforia desatada en la calle. ¿Qué habría pasado si nuestra selección española no hubiese llegado a donde está? ¿O si es derrotada en el último partido? Seguro que podrán escucharse conversaciones como: Estoy convencido que el arbitro jugaba a favor del equipo contrario y no pito la falta o fuera de juego; el terreno y las condiciones climáticas no eran las adecuadas para nuestro equipo lo cual nos hacía rebajar la concentración… y miles de excusas más para no aceptar que nuestro equipo perdió. Y por lo tanto, a todo aquel oportunista que exprese un sentimiento negativo por la pérdida de nuestro equipo –no hay que olvidar que en los momentos de euforia exclaman: ¡cómo hemos jugado! ¡Qué goleada le hemos metido!... – se le castigará con la obligación de asistir durante un lustro cada domingo a disfrutar de la visión de un partido de futbol de la segunda división china y no rechistarán porque ellos son APASIONADOS DEL DEPORTE REY.

Estas son algunas de las sugerencias que se me ocurren, Señor Presidente. Estoy convencido de que su gabinete de Inteligencia sabrá como ponerlo en práctica e incluso añadirle nuevas funciones.

Pensando en el buen funcionamiento de España, un afectuosísimo saludo.



Mariano R.


© Miguel Urda

6/27/2010

Sin Plazas

Con este microrelato participé en el IV Certamen de Relatos Breves de Renfe. Es evidente que... no gane pero al menos lo intente.



Llevaba mucho tiempo invertido en la infructuosa tarea de buscar dos plazas para el tren con destino a la felicidad. Siempre estaban todas ocupadas. Tras otra discusión nocturna con su marido se puso a navegar por internet. Volvió a buscar lo mismo. Esta vez sí lo encontró, sólo quedaba una, había una plaza libre. No dudó en aprovecharla.

© Miguel Urda

6/24/2010

Adiós

Muy a mi pesar tengo que decirles adiós.

Han sido cuatro años intensos de convivencia pero las leyes de la naturaleza son así y el desgaste ha provocado un adiós definitivo.

Llegaron a mi vida en forma de regalo y me costó adaptarlas a mí. Poco a poco fui moldeándolas con mi forma pronadora de caminar, de correr, de sudar,... Con el tiempo llegamos a tener un conocimiento pleno el uno del otro.

Soy persona fiel por naturaleza y durante mucho tiempo de mi vida lo he sido con la marca Adidas, pero el mercado es provocador y me ha ido incitando a llenar mi zapatero de otras marcas: Nike, New Balance, Reebooks, Convers,... (acabo de pensar que un día podría escribir un artículo sobre mis zapatos, os sorprenderíais) pero mis Adidas ocupan un lugar preferencial y ninguna zapatillas de deporte son tan cómodas como ellas.

A cada lugar que he viajado durante este tiempo han venido conmigo. Juntos hemos estado en Londres, en Roma, en la India, en Seatle, en Vancouver, en Chiclana, en Madrid, en... Hemos vivido cosas en ciudades, playas o campos e incluso una vez fueron participes de una experiencia sexual que... –mejor no lo cuento, lo guardo para un posible relato-.

Siempre han estado ahí, en los momentos difíciles, en los momentos de dudas sobre que zapatos ponerme; combinan con casi todo tipo de ropa: vaqueros, pantalones cortos, bañador... Siempre me sentía bien coordinado con ellas.

Como he dicho al principio, la convivencia ha hecho que surja el desgaste, han llegado su fin, pero no he cambiado de marca, solo de color, digo adiós con todo el dolor de mi corazón, mejor dicho de mis pies, a mis Adidas Italia y espero que las nuevas Adidas Country me den el mismo resultado en comodidad. De hecho ya he tenido un diálogo con ellas y tienen sitio asegurado en la maleta para los dos próximos viajes más inminentes que tengo: Barbate y Madrid y por supuesto, si el proyecto de Canadá sigue para adelante irán conmigo.


© Miguel Urda

6/08/2010

A mi no me gusta


Yo no soy como esas mujeres que pasan las horas muertas delante del televisor. A mi no me gusta mirar la televisión.

Bueno, no voy a mentir, un poco sí que la veo. Cuando llego por la mañana de llevar los niños al colegio y de haber desayunado con el grupo de madres, me siento un poquito a reposar los churros con chocolate que suele ser a la hora que comienza el programa de Susana Griso, que es una verdadera profesional y una seria competencia en la audiencia para Ana Rosa. Yo os voy a ser sincera, a mi me gusta más Ana Rosa. Vamos que las dos son más profesionales que los Reyes saludando con la mano, lo que pasa que el programa de la Griso es como más formal, menos natural mientras que el de Ana Rosa es más sincero, se critica –perdón, se habla- de una forma directa, expresando lo que realmente dicen los contertulios. Aunque para clase la que tiene Concha García Campoy cuyo programa comienza justo cuando acaba el de Ana Rosa. Me gusta mucho la forma que tiene de entrevistar a los famosos, con esa verborrea tan nítida que parece que tiene metido todo el guión del programa en la cabeza, así que con esa profesionalidad tan profunda me deja tan emboba que cuando me quiero dar cuenta, se me ha echado encima la hora de ir a recoger a los niños.

Evidentemente, anoche se me olvidó poner los garbanzos en remojo para el puchero, porque estaba viendo Cuéntame, así que no puedo hacer de comer lo que tenía pensado. Como me pilla de paso para el colegio la pollería, encargo dos pollos asados y tres raciones de patatas fritas. A los niños le gusta mucho el pollo y como mi marido no viene a comer, pues ya está todo solucionado.

En la comida los niños son los dueños de la televisión y no me dejan ver nada con tranquilidad. Mientras grito a los niños que se pongan a hacer los deberes estoy metiendo los platos en el lavavajillas porque Sálvame está a punto de empezar y hoy hay un debate muy interesante sobre el presunto hijo secreto que tuvo Sara Montiel con Johnny Weisssmuller. ¡Qué me gusta el maricón de Jorge Javier Vázquez! Hablarán mucho de él, pero es un periodista de los pies a la cabeza, cómo maneja los debates, lo que dicen uno y otro, o cuando tiene que criticar –uy, perdón otra vez- que decir algo de alguien pues también lo dice. Se le ve bajito, pero matón. Si uno de mis hijos fuese maricón, -perdón, gay, que queda más fino-, ya me las apañaría yo para liarlo con mi niño.

A las seis los niños tienen clase de ingles, de siete a nueve karate, así que es el único momento del día donde yo puedo ver la televisión con algo de tranquilidad. Aprovecho los intermedios, como son tan largos, para recoger un poco la casa: pongo la lavadora, hablo con mi madre por el móvil y llamo a mi marido para ver que quiere de cenar.

Como yo soy una mujer tan sentimental, me quedo enganchadita perdida al Diario de Patricia. Son unas historias sacadas de la vida misma, aunque a veces me da lastima la presentadora de Antena 3 porque tiene cara de payaso y la gente que va a su programa a declararse se ríen de ella, no sabe imponerse, aunque hay algunas historias que levantan el corazón hasta a un muerto.

Casi sin darme cuenta se me ha echado encima la hora de cenar, y no tengo nada preparado, pero yo soy una mujer de recursos y no me apuro, llamo a Pizzería Juan y le encargo tres pizzas, además tengo ya llena una cartilla de cupones, de esos que te van dando cuando haces la compra allí y yo ya tengo mis quince cupones pegaditos, para que una pizza me salga gratis. Y encima los niños no me protestan, les gusta mucho la pizza.
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Mi marido es el que me discute un poco cuando llega a casa y ve que, otra vez, había pizza para cenar. Yo le digo que no se queje porque anoche pedimos comida del chino. Me lo he camelado con dos besitos y prometiéndole guerra a la noche, pero eso si, será después que acabe la gala de Supervivientes, porque está de lo más emocionante. Ha sido descubierta la doble personalidad de uno de los concursantes. Se dieron cuenta porque orinaba sentado, bueno sentada, bueno como quiera que lo haga, pero yo lo comenté un día a mis chicas del desayuno, que no me daba buena espina, y es que donde yo pongo el ojo...

Cuando le propuse colocar una televisión en nuestro cuarto me dijo que por ahí no pasaba, y como me estaba reclamando para cumplir unos de los mandamientos del matrimonio me he tenido que ir a la cama sin saber si hubo pelea entre Marujita Díaz y Carmen Sevilla en el especial de La Noria, pero lo que no entiende mi marido es que si yo veo Gran Hermano, Supervivientes o un programa de rabiosa actualidad es para poder comentarlo en los desayunos con las mamas de otros niños porque él sabe que a mí no me gusta mirar la tele.

Eso sí, cuando le he dado la guerra que me ha pedido he pensado que era el torero de Supervivientes.


©Miguel Urda

6/01/2010

Cuesta abajo


Que mayo no es mi mes, es algo que tengo muy claro, de hecho quienes me seguís os habréis dado cuenta que todas las entradas del mes pasado son tristes.

Con la llegada del buen tiempo empiezan a escasear mis ideas, mi creatividad pierde fuelle, voy cuesta abajo y sin frenos en el proceso creativo. Intento agarrarme a cualquier atisbo de posible idea para poder escribir algo, pero no, el buen tiempo me deja sequito de pensamientos. Yo soy una persona de invierno, que saboreo la lluvia – ¿os hacéis una idea de lo feliz que he sido este invierno con tanta agua?-, de frío, de días cortos. El otoño e invierno hace que mi creatividad esté a rendimiento pleno.

Me ha costado musho trabajito llenar las entradas del mes que acaba de finalizar. He tirado de archivo y este lo tengo ya más exprimido que el monedero a final de mes. Busco ideas por aquí, por allá, tengo varios relatos empezados, pero no consigo encontrarle el tono –están en la carpeta de “pendientes”- , releo cosas que tengo empezadas e intento terminarlas, pero nada.

No le tengo miedo al folio en blanco, porque suelo hacer trampa (perdonad que no cuente la trampa que hago, no siempre es conveniente desvelar las armas de la creación) lo que si es seguro es que hay que ponerse delante de él para que las musas te pillen trabajando.

Tengo unos meses duro de trabajo para cumplir con el compromiso que tengo con vosotros, -mis fieles seguidores de mis “papeles olvidados”- y volcar como mínimo dos entradas a la semana. No me asusta este compromiso, al revés me da aliento para seguir escribiendo y no quiero volcar cualquier cosa. Si hay algo que he aprendido con el blog es a ser cada vez más exigente con lo que en él coloco.

Hay veces que funciono mejor bajo presión, cuando veo que el tiempo de entrega se aproxima y yo ando perdido en mis nubes y es como si pulsase el botón del encendido de la creatividad, mis dedos se disparan a teclear sin dilación alguna. Y como dice mi amiga Loli Pérez: “bendita presión al escribir un relato en tan poco tiempo”.

Me he puesto a pensar qué escribir para mi primera entrada del mes de junio y como quién no quiere la cosa, me acabo de dar cuenta que con esta reflexión-pensamiento-desahogo ya tengo escrita mi primera entrada de este mes, así que me voy a dar un paseo por la playa para ver si me viene algo de inspiración para la próxima entrada.

© Miguel Urda

5/28/2010

Sin sentido


Hoy mi vida ya no tiene sentido. No sé si debo dar las gracias por haber llegado hasta la fecha de hoy. Creo que el objetivo de mi vida está cumplido. Estoy en las postrimerías de mis días y nada puedo hacer para evitar el final, pero bien que me hubiese gustado adelantarla algún hace algún tiempo. Siento que mi vida se va apagando como la llama agonizante de una vela. Y nadie de mi alrededor lo ve, pero es algo que solo lo sabe uno. Mi vida, esta triste y ya nada puedo hacer por ello. Es una muerte interna: de sentimientos.

Mi vida externa muestra los signos normales de mi edad, que no es ni mucha ni demasiada, solamente la justa, pero no la necesaria para estar en la situación que yo me encuentro. Tengo las caderas ensanchadas a causa de tres maternidades que en su momento me hicieron ver la luz de esta vida de otra forma. ¿Quién me iba a decir que el alumbramiento de mis hijos me otorgase una mayor luz en esta vida? Los pechos han perdido la firmeza de una juventud que un día tuve, hoy están caídos, agrietados y rugosos como una manzana. Los seres que han mamado de ellas no son conscientes de que mi existencia está a punto de caducar, ellos van a lo suyo. Mi pelo ya no es negro, ni rubio, ni tinte alguno soporta, hoy lo tengo áspero y grisáceo y al estilo garcon.
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La alegría que “ayer” tuve jamás volverá. Me gustaba y me gusta –pero ya no puedo- vestirme de alegres colores, pero hoy apenas llevo ropa alguna sino un camisón de franela. El perfume fue otro complemento que jamás falto en mi vida pero cuando la enfermera me asea me arroja colonia barata con un spray para ahuyentar los olores que desprenden mi edad.

Hoy que apenas puedo articular palabra, estoy postrada en una cama. Hablo para mí, porque nadie me escucha. Como motor de mi vida están mis ojos, pero ya se han cansado de mirar las paredes de esta habitación, blancas, frías y solitarias. La ventana queda muy lejos de mi vista y lo escaso que puedo ver es la pared de otro bloque anexo a este. Y me quiero ir de esta vida a pesar de no haber tocado fondo, pero hay hechos que sin buscarlos vienen y te dejan así, como me han dejado a mí, con vida pero muerta, inerte ¿para qué vivir sin vivir?

Me voy. Doy por terminada la película de mi vida. Me voy porque yo quiero, ya lo considero necesario. Ya comienzo a ver esa luz blanca al final del túnel, los hechos mi vida pasan rápidamente por mi mente, están rebobinando la película, ya me voy. Ya me voy. No apaguen la luz. Que ya me voy. No es necesario que permanezca aquí.


© Miguel Urda.

5/19/2010

Realidades paralelas


Odiaba estas cosas, que la hubiese llamado así de pronto, la fastidiaba. Ya tenía sus planes hechos, pero una compañera suya había tenido un accidente y ella estaba como reserva. Eran cinco días solamente, pero eran muy intensos; prisas, para arriba, para abajo, comer en la calle, etc. Lo peor llegaba después cuando estaba en casa con muchas horas de trabajo por delante.

Cogió una postura cómoda, se colocó las gafas y con bolígrafo en mano comenzó a leer:

“María se despertó empapada en sudor. La eterna idea de estar sola otra vez le atormentaba. Después de dar una vuelta en la cama se levantó, salió al balcón y se fumó un cigarrillo. Le costaba pensar que habría sido un simple juguete para él”.

Solamente había leído tres líneas, las suficientes para poder desconcentrarla de su lectura, apartó a un lado los papeles, que tenía encima de su regazo, se levantó, buscó un cigarrillo en su bolso, a la par que las cerillas o un mechero, intentando no hacer ruido, en silencio, para no despertar a su marido. Cuando tuvo ambas cosas en la mano salió a la terraza a fumar el cigarro. Casi que parecía repetir los mismos movimientos y sentimientos que la protagonista de los papeles que estaba leyendo. Se pudo a recordar y sin esfuerzo alguno le vino el recuerdo y aunque había pasado mucho tiempo, cada vez que le venía a la memoria, éste le provocaba un sabor amargo.

Siempre pensó que fue un juguete para él, pero ella no fue engañada a la relación. Él le dijo: ¡No te enamores de mí, por favor! causo mucho daño a quién lo hace.

Nunca pudo comprobar con total veracidad si decía la verdad o no. Un coche que conducía a gran velocidad le atropelló dejándolo muerto al instante, provocándole el dolor y la duda de por vida. Ha pasado mucho tiempo de aquello. María, -cuyo nombre coincidía con el de la protagonista que coincidencia el mismo nombre que la protagonista, parecían vivir “realidades paralelas”, recuerda con mucha frecuencia aquel noviazgo, más bien motivada por saber si era verdad lo que decía o porque realmente comenzaba a notar algo intrínseco por él.

Sé dio cuenta que el cigarro llevaba un tiempo apagado entre sus dedos. Suspiró y pensó para sí misma: ¡cuantas vueltas da la vida! Regresó al salón y retomó la lectura de exámenes de literatura. Nunca le gustó ser tribunal de selectividad.



© Miguel Urda

5/06/2010

Hoy...

Hoy, hace cuatro años, una llamada de teléfono de escasos segundos cambio mi vida provocando un giro de 180º. ¡Cuántas cosas me han pasado desde este día, que marco un antes y un después para mi! Con la experiencia que me ha dado el transcurrir del tiempo he aprendido a no vivir aferrado al pasado, pero hay hechos que de forma obstinada te hacen revivir el ayer y lo mejor es afrontarlo, analizarlo, dejarlo suelto el tiempo que requiera y por si mismo volverá a su sitio en la caja del recuerdo de nuestra memoria. Afronto este día con algo de miedo o mejor dicho de respeto pues fue el detonante para que pudiese ser yo mismo y empezar un nuevo futuro.

Una vez que tuve resuelto el tema laboral y otras cuestiones me fui a cumplir el sueño de mi vida: vivir en Canadá. Pero no siempre los sueños se cumplen como los soñamos. El tiempo que estuve allí fue una experiencia inolvidable pero había hechos dentro de mí que no me dejaban disfrutar de mi estancia allí. A mi regreso pensé que me había equivocado, sin embargo tras la serenidad que otorga el reposo del tiempo, me he dado cuenta de que no fue así, que no fue un error, sino que no estaba preparado para ello, llevaba demasiadas cosas acumuladas en mi mente que no había asimilado o encajado. La vida, entonces, me mostró su cara menos agradable, demasiadas cosas negativas para llevarlas por mí solo: pilares básicos que yo tenía por firmes en mi vida cayeron; me sentí utilizado; aprendí a escuchar el tedioso silencio del teléfono móvil durante largos días,… Tantas cosas acontecieron, que me llevaron a modelar la forma de mi culo en el sofá. Pero el denso nubarrón que durante mucho tiempo no me permitió ver nada, se ha ido despejando: atrás queda pegar miércoles sí, miércoles no, en el 5º F para vaciar el alma y recomponer el puzzle de mi vida; las noches vacías e interminables se han ido agotando, etc. Aún me quedan por colocar algunas piezas pero ya le veo color a mi vida: comienzo a respirar un aire diferente, mis ojos vuelven a tener brillo, soy capaz de sonreír, de buscar una mirada que tenga reciprocidad, de soñar... e incluso miro al futuro con ilusión.

Hubo momentos que pretendí eliminar el pasado, tenía tanto peso que no me dejaba avanzar. Hoy no tengo ganas de borrar el pasado, ya que considero necesario conservarlo porque he aprendido mucho de él, y en cierta medida, este impulso que ahora llevan mis días se lo debo a él.

Me ha costado mucho aceptar que los amigos en la vida están de paso. Y no hay nada firme en lo que respecta a la amistad. ¿Hay algo firme a los cuarenta y tres años? Tal vez sea síntoma de que las heridas están curadas. A los amigos que se han se ido seguro que algún día tendrán tiempo para la amistad y la vida nos da un nuevo billete para compartir otro viaje, momentos, confidencias, cenas… juntos; pero cuando mi alma estaba por debajo de la capa freática de la moral llegaron otros amigos y me dieron lo más básico, lo más simple, lo más sencillo: su amistad con los brazos abiertos. Gracias, chicos, por aceptarme plenamente en vuestro grupo. ¡Menudo cuarteto formamos!

Las persona que tengo en mi entorno más inmediato saben que mi ciudad, Marbella, es territorio yermo para mí, cada vez percibo con mayor urgencia la necesidad de irme a vivir a un sitio nuevo y que, cuando venda una secuela del pasado pondré tierra de por medio.

La palabra Canadá no esta borrada por completo de mi mente. Y no es un capricho: necesito de nuevos aires para poder seguir avanzando en la vida.

Os seguiré contando.

© Miguel Urda