4/01/2010

Mi afición desmedida por lo inútil.


Casi toda mi vida he escrito pero nunca a nivel profesional, en serio o de forma continuada. Este blog me hizo encauzar un poco un compromiso con los lectores y seguidores, pero no sería hasta el verano pasado, cuando me apunté a un Taller Literario, donde mis ideas han ido tomando orden así como el aprender muchas otras cosas que plasmo en los relatos que últimamente estoy escribiendo.

Para este taller hubo que escribir ocho relatos en unos doce días más o menos, es decir, había que escribir un relato en un día y medio. El objetivo lo cumplí, tengo mis ochos relatos terminados. Con mayor o menor calidad, consistencia narrativa o argumental pero están ahí. Fue un reto muy grande y ahora veo los frutos, la publicación de un relato en un libro, Mi afición desmedida por lo inútil, junto a mis compañeros de cursillo. Mi relato se llama Rayas de Colores.
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Cuando he leído el relato en el libro le he encontrado miles de fallos y muchas cosas que no me gustan: punto de vista, narrador, tema,… pero los relatos están escritos bajo las pautas marcadas de un taller literario. Y lo hecho, hecho está, quizás lo veo ahora todo de forma diferente por los conocimientos narrativos que he ido adquiriendo durante este tiempo. Pero a la vez que le he visto tantos errores me llena de satisfacción ver que ese relato ha salido de mi cabecita loca (a veces me sorprende mi propia coherencia). Quiero agradecer a mis cobayas. sufridores literarios, quienes aguantaron mis primeros borradores, mis lecturas, mis dudas, mis miedos y me ofrecieron toda su colaboración.
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Aún no consigo acostumbrarme a ver mi nombre y apellido en un libro. Un libro con deposito legal e ISBN lo que significa que la Biblioteca Nacional tiene dos ejemplares y cualquier persona puede ir a leerlo. Me llena de ilusión saber que un lector anónimo va a leer una historia inventada por mí en cualquier lugar. Esto me anima a seguir esforzándome por crear historias –la verdad que muchas veces vienen por sí solas- , a no tenerle miedo al folio en blanco, a disfrutar escribiendo, a sufrir escribiendo –esto último es posible que solo lo entiendan las personas que le guste escribir-, a seguir y seguir escribiendo.

El libro es una colaboración o acuerdo entre la Universidad de Sevilla, La Junta de Andalucía y el Ateneo de Málaga. Lo ha publicado la editorial Padilla Libros. Sólo esta en librerías bajo petición. Y como creo que debo mucho a los lectores de los papeles olvidados lo vuelco el relato aquí para que lo disfrutéis, como yo lo he hecho escribiendo.

Espero que os guste.
© Miguel Urda


RAYAS DE COLORES

-1ª parte-
El doctor Jesús Figueroa comienza a anotar en un folio, en cuya parte superior derecha puede leerse el membrete “Clínica Psiquiátrica El bienestar”, la fecha con una caligrafía inclinada y algo ilegible. En el renglón inferior y en el mismo margen escribe la hora: 10.05 a.m.
Previamente ha estado leyendo el informe psicológico y psiquiátrico de Matías Martínez Montero. Se le ha diagnosticado un trastorno obsesivo compulsivo con tendencia a la fobia social ─o a padecerla─ así como homofobia.
El doctor Figueroa aparenta tener poco más de treinta años. Debajo de su bata blanca asoman unos pantalones vaqueros desgastados por muchos lavados y algo cortos que dejan entrever unos llamativos calcetines con rayas de colores (rosa, azul, rojo, morado y blanco) y unos zapatos náuticos de invierno. No parece llevar camisa, aunque se le transparenta una camiseta interior de tirantes y algún rizo del pelo rebelde del pecho sobresale por el pico de la bata.
La consulta donde se encuentra no es muy grande, tiene alicatada las cuatro paredes con azulejos cuadrados de color blanco. Pocos muebles la habitan: un aparador de cristal sin medicamento alguno, una camilla de color negro cuyo skay roído deja al descubierto unos pequeños jirones de goma espuma; una mesa de escritorio donde ningún utensilio de escritura reposa en ella, excepto los papeles que el médico ha llevado; y dos sillones de color negro gastados por el paso del tiempo. No hay ventanas, solo una despiadada luz eléctrica y un obsoleto aparato de calefacción, con un intermitente y constante ronroneo que indica que está en funcionamiento.
Se oye golpear la puerta levemente por unos nudillos y, sin escuchar un “adelante”, se abre. Entran dos enfermeros uniformados con bata blanca, uno de ellos lleva unos zuecos de goma del mismo color que la bata; y el otro, unas zapatillas de deporte de color negro. Acompañan al enfermo llevándolo cogido cada uno por un brazo. Lo sientan en el sillón delante del doctor y le sujetan los brazos al reposabrazos del sillón con algo parecido a una venda.
—Aquí se lo dejamos, doctor —dice uno de ellos, ya casi en la puerta—. Si necesita algo, toque el timbre que tiene ahí —dice señalando la parte derecha de la mesa.
El médico asiente con la cabeza.
—De acuerdo, gracias —les responde.
El enfermo aparenta haberle añadido tiempo de más a su vida. Físicamente aparenta tener unos cuarenta y tantos años, aunque en su informe dice tener treinta y cinco años. Un metro setenta de estatura, complexión delgada, piel blanquecina, ojos hundidos, barba sin afeitar de unos cuantos días, lo que contrasta con su cabeza, completamente afeitada. Viste con chándal, aunque las piezas no coordinan entre sí; la parte inferior es de color azul marino y de marca Adidas, mientras que la parte superior es de color rojo y tiene un puma dibujado en la pechera; en los pies lleva unas zapatillas de estilo indio, con piel por dentro que sobresale por los bordes.
—Usted no es el médico de siempre —dice el enfermo.
—No, en efecto. Soy el nuevo médico. A partir de ahora seré yo quien le atienda. Me llamo Jesús Figueroa.
Continuará
© Miguel Urda

3/30/2010

Un Marlon Brando muy particular -2ª parte-

Cuando usted venía a casa, frecuencia que fue aumentado con excusas banales conforme yo iba creciendo y adentrándome en la adolescencia, yo corría a meterme al cuarto que compartía con mi hermano alegando que tenía que estudiar, pero usted bien que se las inventaba para que yo saliese a saludarla, tanto a la llegada como a la partida y a darle dos besos.
¿Qué edad tendría usted por entonces?
Un día se lo pregunté a mi madre, la cual me contestó que había cinco años de diferencia entre Doña Paquita y ella.
-¿Y cuántos años tiene usted, madre? –le pregunté.
-Doña Paquita cumplió en el mes de las flores cuarenta años, pero ya la ves, hijo, está como una flor ceniza, viuda, sin hijos y con una mirada de mujer marchita.
Desde que mi madre me la definió así, usted cobró una atención especial para mí. Aunque seguía rehuyéndola, pero cuando usted me acosaba, me fijaba en todos sus detalles. Lo primero que pude comprobar eran sus ojos. Intenté buscar lo que mi madre había dicho, pero yo no vi nada, solo unos ojos marrones. Tardé mucho tiempo en comprender la tristeza de sus ojos.
Me consta que yo fui importante para usted, pero usted no lo fue para mí. Guardé el secreto para siempre, su secreto. No era mío aunque, más tarde me di cuenta de que al callarme, me hice su cómplice. Fue la única pregunta que le hice en aquella primera visita que me hizo a la residencia de estudiantes:
-¿Qué cree usted que diría mi madre si supiese que me obligó a acostarme con usted?
Con su elegancia innata no respondió, dirigió su mirada a una orla con la fotografía de la promoción del año anterior a la mía. Y me preguntó:
- Ya te queda poco para acabar la carrera, ¿no?
Creí que había me liberado de usted cuando marché a la ciudad a estudiar la carrera; pero cuando menos lo esperaba, me encontraba con la ausencia de sus besos, de su delicada y suave ropa interior blanca, de su piel nívea. Usted siempre fue muy astuta, Doña Paquita, nunca permitió algo más, solamente momentos. Consiguió aplacar mi rebeldía, fue atrapándome despacito, enseñándome el sexo paso a paso incluso, aprendiendo los dos a la vez. Nunca he sido capaz de explicarle a mi mujer el por que aborrezco la mantequilla. ¿Se acuerda? Usted había visto la noche anterior “El último Tango en París” y quiso que yo fuese su Marlon Brando particular. Se creó una rutina mensual, una visita a la capital, una pensión discreta y muchos momentos de jadeos.

Todo cambio el día en que usted se enteró de que yo tenía novia formal. Ese día no permitió que yo acariciase su piel ni quiso oír ningún susurro, nada .No quiso atenerse a razones, me dijo que la había engañado, que había jugado con ella. Que la había defraudado. Sería mejor dejarlo. A partir de ese momento, se cancelaron las visitas a la ciudad.

Solo la vi una vez más, en el entierro de mi padre, ella, astuta como siempre, se las ingenio para esquivarme y evitar darme el pésame.
Desde lejos, pude comprobar que el tiempo había corrido muy deprisa por ella.

© Miguel Urda

3/27/2010

Un Marlon Brando muy particular -1ª parte-

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Hay llamadas de teléfono que no dejan buen sabor de boca. Era mi madre quien me llamaba para comunicarme la muerte de Doña Paquita. En un principio, la noticia me ha dejado indiferente o, por lo menos, eso he intentado mostrar. Mi mujer me ha preguntado si la quería mucho, si fue parte importante en mi vida. No he sido capaz de responderle, tampoco ella ha insistido y he intentado continuar con lo que estaba haciendo, pero hay cosas que, por más que uno intente olvidarlas, no se consigue fácilmente. Muchas veces pretendemos ocultar los recuerdos innecesarios en vez de afrontarlos, aceptarlos como parte de uno mismo. En un momento pensé ¿cuántos recuerdos hay en la vida que no queremos recordar? Una barbaridad. Pero la mente no juega así, no te deja tener los recuerdos a tu antojo. Cuando menos te lo esperas, ¡¡Zass!! Va y te los arroja al presente, en el momento que tú menos esperas. Y así me ha sucedido a mí.
Era muy joven cuando todo comenzó, (con los catorce años recién cumplidos) y por eso he intentado olvidar todos estos años. A veces me pregunto si lo hice de forma premeditada, pero la inocencia intrínseca de la adolescencia me provocó que lo realizase así. Con el paso del tiempo y la experiencia que la vida te hace adquirir, he aprendido que lo primero es ser sincero con uno mismo, si no, todo lo demás carece de valor alguno, y con semejante consigna debo decir que nunca he olvidado los besos de aquella primera vez y la forma en que usted, Doña Paquita, me atrapó para llevarme al huerto. Sí, de una forma premeditada y literal, me llevó al huerto de su Hacienda.
Quizás había algo de mí que yo no sabía y que usted sí y era lo que provocaba que me pusiese nervioso cuando la veía en casa con mamá. Sentía como me miraba, como su mirada me atrapaba y seguía todos mis movimientos. Cuando nos encontrábamos por el pueblo, intentaba esquivarla, pero un día usted se quejó a mi madre:
-Hay que ver, Matilde, que tú chico mayor me ve por la calle y no me saluda.
Mi madre me regañó y me castigó sin el postre de los domingos durante todo el mes.
- Que yo no me entere que veas a Doña Paquita y no la saludas –me dijo mi madre, con una voz que había que tener mucho en cuenta.
De esta manera, me vi obligado a saludarla cada vez que la veía. Aunque más de una vez me entro ganas de sacrificar el arroz con leche y canela de los domingos por no darle los dos besos que usted me exigía. Estoy convencido de que usted sabía mis pasos y mi rutina diaria y, cada vez que podía, salía a mi encuentro.
-Pero, Guillermito, hijo, ¿No le das dos besos a Paquita, la amiga de tu madre y de toda la familia? Pero qué criatura más linda. Ojalá Dios te dé mucha salud.
Y yo sin poder llegar a protestar o esquivar los dos besos, porque no eran unos simples besos: usted me agarraba, me apretaba contra su regazo, un achuchón que hacía incrustar mi cara entre sus pechos y hacía que me empapase de su aroma. El olor a jabón Heno de Pravia siempre lo he asociado a usted así como la colonia Maderas de Oriente.
Nunca le dije, doña Paquita, que este olor la delató el día que fue a visitarme a la Residencia de estudiantes. ¡Cómo se las ingenió para sacarles la dirección a mis padres con la excusa de que iba a la capital y me llevaría un paquete con embutidos!
-Matilde –le dijo usted a mi madre-, voy a la capital a resolver unos asuntos; si quieres que le lleve algo a Guillermito, por mí encantada. El pobre, con tantas leyes como tiene que meterse en la cabeza, imagino que no tendrá tiempo para comer en condiciones.
Cuando me anunciaron que tenía una visita, me extraño, pero conforme fui andando hacia la sala de visitas, ya supe que era usted. Y allí que estaba cuando atravesé la puerta. De pie, vestida de negro, siempre la conocí de negro, doña Paquita. Creo que se habituó tanto al luto, que pasó a formar parte de su piel. Y delgada, muy delgada, ahí estaba, junto a un paquete envuelto en papel de periódicos, por algún lado se entreveía El caso, que reposaba en una mesa. Nada mas verme, corrió a mi encuentro, me dio dos besos y un intenso abrazo obligado acompañado por el olor a Maderas de Oriente. Pocas veces le he dado las gracias a Dios, pero una de las veces que más se lo he agradecido fue cuando estaba prohibido subir visitas a nuestro cuarto. ¿Cómo le hubiese a usted gustado ver mi lecho? Me la estoy imaginando tirada allí, encima de la áspera colcha azul marino, abriéndose la camisa y reclamándome. “Ven, ven Guillermo, ven. Hazme tuya… Ven, ven… Hazme tuya”.

CONTINUARÁ
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©Miguel Urda

3/24/2010

Detalles


Cuando le presentarón a su nueva compañera de trabajo, como siempre, él se enamoro al instante.
Tras mucho insistir, ella accedió a una cita.
El se esmeró en todos los detalles: rosas, champagne, fresas, luz tenue, música suave…
La noche estaba siendo increíble.
En el momento más íntimo de la velada él la llamó por el nombre de su ex mujer.

©Miguel Urda

3/20/2010

DOMINGO

Hoy sábado acaba mi experiemento-creativo-literario. Quiero dar las gracias a todos los que de una u otra forma me habéis hecho comentarios, ya hayan sido por e-mails, por el blog o en viva voz. He tomando buena cuenta de todo lo que me habéis dicho. Hay cosas que me han sorprendido y otras que esperaban que fuese así, pero todo queda anotado para seguir trabajando en él.
No me ha sido fácil adaptar casi veinte folios a el formato que este medio exige para leer y es posible que a vosotros os haya resultado algo pesado a lo último, personajes que no cuadran en un pensamiento lógico, silencios, alguna incoherencia... pero he considerado que era necesario hacerlo de esa forma, para obtener el resultado que yo quería obtener.


G R A C I A S
Miguel


Domingo 15
He dormido solo en casa. Ni una escusa, ni una justificación de su ausencia. Incluso diría que faltán cosas suyas en el cuarto de baño.
Como forma de compensación he ido a relajar mi cuerpo. Hoy le ha costado más a la prostituta que me corriese. No consigo empalmarme. Me estoy quedando arruinado entre las putas y el psicólogo.
Igual debería tomar una decisión. Ponerla entre la espada y la pared, aunque es posible que ella ya haya tomado la decisión. Creo que yo saldría perdiendo. De todas soy un perdedor nato desde que nací, no le temo a la verdad, solo le temo a una soledad obligada.

©Miguel Urda

3/19/2010

SABADO


Sábado 14
Me he armado de valor y se lo he preguntado: “¿Tienes un amante?”
Cómo respuesta, he recibido un esbozo de sonrisa.
¿Es justo? ¿Me merezco este trato?
¿Cuántos días hace que no hablamos? Quisiera que me hablase, que me mirase a los ojos y me dijese “si” o “no”. Duele más la incertidumbre que la verdad.
Las horas pasan con una inexorable lentitud.
Los sábados el teléfono esta mudo. Presiento que esto llega a su fin. El silencio hace un daño mortífero. Mi soledad es cada vez es más acusada. La temo a pasos agigantados.

© Miguel Urda

3/18/2010

VIERNES


Viernes 13
¿Debo ser supersticioso? Le temo a este día y no es porque sea viernes y trece, sino porque significa el comienzo de cuarenta y ocho horas de densa tensión, de silencios incómodos en casa, donde el tiempo parece no querer transcurrir.
Hoy me he preguntado si tendrá un amante. Igual ésta es la respuesta a todas mis preguntas, pero en caso de que sea afirmativo, ¿por qué continuar con esto?
Once de la noche. Acaba el viernes, me voy adormir. Igual consigo despertar el lunes.
©Miguel Urda