6/23/2011

Anoche soñé




- Esta noche he soñado contigo, Clara.
- ¿Y qué soñaste?
- Que vendíamos muebles.
- ¿Y qué más?
- Sólo muebles, no había nada para más vender, ni siquiera una ilusión.
- Pero, no seas así, las ilusiones nunca se pierden, en el momento que se pierden uno va zozobrando en el barco de la vida.
- La vida no es un barco, la vida es una mierda de la que estamos todos impregnados. Somos hijos de la mierda.
- No, no somos hijos de la mierda, Samuel, en todo caso somos “hijos del agobio” como decía Triana. ¿Te acuerdas de aquella época? Ahí si que teníamos sueños, ¿quién no tuvo un sueño en la adolescencia? éramos inocentes.
-Tu eras inocente, Clara, yo no. Nunca lo he sido. Siempre he sido un hijo de puta y tú lo sabes. Por eso estoy aquí.
Clara no puede negarle ese último comentario y sujeta el mango del teléfono con más fuerza. No quiere mirarle directamente, pero tampoco tiene posibilidad de desviar la mirada en el reducido habitáculo. Intenta pensar algo rápido que decirle.
-La vida nunca te ha sido fácil – le responde.
-Pero soy un hijo puta.
-No digas eso, Samuel, -le grita Clara a través del teléfono.
Le gustaría abrazarlo, acariciarlo, besarlo, mimarlo. Como único consuelo le queda poner su mano en el sucio cristal. Él le corresponde con el mismo gesto. Ambos emiten una sonrisa. -Estas muy guapa, Clara.
-Me he puesto guapa para ti.
- Lo sé -responde Samuel- Yo iba a afeitarme, pero llevamos tres días sin agua caliente. Dicen que la caldera está estropeada. Y es una mentira así de gorda, es dinero que ellos se embolsan. El domingo pasado se encontraron muerto al “gallinas”, dicen que murió en la madrugada de frío. Aquí vamos a ir cayendo todos, Clara. El invierno solo ha hecho comenzar y aquí es muy largo...
-Te traeré ropa de abrigo en la próxima visita. Te lo prometo.
-No, Clara, no. No gastes dinero en mí, yo me las apaño bien, gasta ese dinero en ti y en tus padres.
-Mi madre me preguntó ayer que cuando venía a verte. – ¿Sabes?- y le dije que mañana. Nunca me ha dicho nada, ni siquiera cuando te vio cómo huías con las manos manchadas de sangre.
-Tu madre es buena gente, Clara. Cuídala.
-Tu no eres malo, Samuel. La vida no ha sido justa contigo. –dice Clara, en un intento de fundirle ánimos.
Le mira directamente. Bajo el gorro de lana sobresalen mechones de pelo gris, la barba es de muchos días y presenta una reñida lucha entre los vellos negro y grises. Tiene intensas ojeras y los labios resecos. No se atreve a decir que esta más delgado, porque lleva mucha ropa encima, pero intuye que esta en la cuerda floja de la vida.
Su vida siempre había permanecido en ese estado. Venían dos niños en el parto, él salió primero, con el segundo hubo problemas, el cordón umbilical enganchado, la partera abrió, fue imposible cortar la hemorragia… Dos muertes a sus espaldas unos instantes después de nacer. Hubo varias muertes en el pueblo sin un motivo, sin un asesino, aunque todas las miradas corrían hacia él. En la comunión del hijo del Alcalde una mancha de sangre le delató; paso varios años en el correccional de la capital. Al cumplir los dieciocho lo expulsaron a la calle con la carrera de sobrevivir en la vida aprendida. Nunca volvió al pueblo, la gran ciudad le acogió como un hijo propio. Se habituó pronto a los bajos fondos, a las meretrices, a las calles oscuras… y a vivir huyendo siempre. Nunca conoció lo que era tener un hogar, el calor consecutivo de un lecho, de un olor común, de unas reglas familiares… Ella es el único contacto con el exterior. No hay nada establecido, escrito entre ellos, solo es complicidad que la vida proporciona para sobrevivir. Siempre huyendo con esa soledad perpetua y desconocida en él.
- Anoche soñé contigo, Clara. –dice él-. Siempre me ocurre la noche antes de que vengas a verme y no consigo dormir bien.
- ¿Y qué soñaste, Samuel?
-Soñé que vendíamos muebles, Clara.




© Miguel Urda

6/12/2011

SUNSET PARK




Nada más tener conocimiento de que había una nueva novela de Paul Auster en el mercado, me froté las manos e incluso me ilusioné cuando vi el título, Sunset Park, y leí las primeras líneas. Todo apuntaba a un nuevo manjar literario de este autor. Pero todo quedó en eso, en expectativas.
En las primeras páginas de la novela comienza a percibirse toda la arquitectura novelística de Auster con sus engranajes, (relación conflictiva entre padres e hijos, casualidad, lucha por sobrevivir, New York, perdidas de identidades…) y parece que va a ir in creccendo pero ocurre todo lo contrario, esta comienza a perder fuelle a gran velocidad, lo cual todavía me hace enfurecer más al comprobar que están todos, todos los elementos de una buena novela Austiliana, pero se queda ahí en ingredientes que no llegan a hervir. La lectura alcanza un punto donde las páginas se hacen tediosas, me voy a mis asuntos mientras estoy leyendo, tengo que volver a releer, me pierdo en los personajes, estoy deseando pasar hojas para encontrar acción, algo más, solamente encuentro el cansancio que me produce esta novela. Disertaciones, reflexiones… que para mi entender lo que hacen es llenar y llenar folios hasta completar un número determinado de páginas.
Si hay algo que tiene este autor es que su obra no deja indiferente. Unos suben al altar novelas que otros bajan al infierno. Esta novela esta a distancias enormes -hablando siempre en términos cualitativos- de Trilogía en New York, El palacio de la Luna o Brooklyn Follies. Yo tengo una teoría sobre Paul Auster , creo que escribe una novela buena cada tres o cuatro años, y cada año pone el piloto automático y escribe la novela que le exige la editorial de forma anual. Aunque en cierta medida le tengo algo de envidia: ya quisiera yo que me saliesen páginas y páginas para llenar una novela, sin esfuerzo alguno.
Debo confesar algo que me duele bastante: no he podido terminar de leer el libro. Mi experiencia lectora me avala en que hay libros para una época concreta, un determinado momento, una situación personal determinada… No sé si ahora se dan todas las coyunturas adecuadas para leer Sunset Park, lo que si es cierto que en mucho tiempo no había dejado un libro sin finalizar, todavía incrementa mi cabreo cuando compré el libro sin esperar a la edición de bolsillo, es decir, qué me gaste 18.50 Euros. ¡Me sentí estafado!
Dos veces me siento decepcionado por ti, Paul. Con tu penúltima obra, Invisible, me quedé un poco sin saber qué decir, qué opinar, pero Sunsent Park ha sido la gota que ha colmado el vaso. ¿Qué te ocurre Paul Auster? ¿Cuánto tendremos de esperar para tener una novela como las que tu sabes deleitarnos?¿Se te han acabado las ideas? ¿Te has habituado a ver tus novelas en las listas de mejores libros vendidos y te has relajado? ¿Te ha sobrepasado la fama y el reconocimiento literario de tus compañeros?
No me aferro a la idea de que tus, tramas, argumentos, ingeniosidad… estén agotados, pero como medida de precaución siento decirte Paul –y en cierta manera tu te lo has buscado- que desde ahora ya no compraré ningún libro tuyo, ni en formato grande ni en bolsillo, hasta que tenga la certeza de que es una verdadera obra de arte, una joya literaria como esas que tú sabes escribir. ¿Hay algo peor que un lector decepcionado?



© Miguel Urda

6/06/2011

Secuencias repetidas

Para mi amigo Karmele, quién en el peor momento de aquel verano, consiguió que yo esbozase una sonrisa.


El sábado pasado fui a la playa un poco más impulsado por el calor reinante que por tener ganas en realidad. Cuando llegué, ¡no me lo podía creer, allí estaba mi amigo Karmele! Fueron abrazos, gritos de alegría, y sin dilación alguna comenzamos a darle al palique, a ponernos al día de lo que había sido todo este tiempo. La efusividad del reencuentro se evaporo enseguida. De pronto sentí que el verano anterior había acabado ayer. Los gestos volvían a repetirse, encontré el mismo olor al verano anterior, la gente de otros años asidua a la playa estaba allí: el ladillas, Muriel, la chochito partio, el paranoico… pero había transcurrido mucho: un otoño insípido, un invierno extraño y una primavera expectante.
Comenzamos a hablar de los temas realmente importantes cuando la tarde nos hizo parecer que llevábamos mucho tiempo compartiendo ese primer día de playa. Charlamos de temas de esos que los dos sabemos y comprendemos. No dejamos asunto alguno por tocar: hablamos de este, de aquel, de lo otros, de… y de… y todo rociado con grandes dosis de carcajadas. (Imposible no reírse con Karmele)
Sin saber muy bien cómo ni porqué, casi al atardecer, apareció una botella de vino tinto, y el grupito enseguida se formó alrededor de ella, como si fuese el reclamo para dar la bienvenida al verano. Todos comenzamos a hablar sobre el ayer, y el rápido transcurrir del tiempo. Algunos decían que nos veían igual, otros que más delgados, otros que con más arrugas,… y podrá ser verdad, pero yo este año tengo más ganas de sonreír que el pasado verano .





©Miguel Urda


5/10/2011

Dudo de ti lo mismo que tú dudas de mí



– ¡No!, –dice ella de forma rotunda-, ¡qué no le beso!
–Pero ¿por qué?
–Porque me da un poco de asco –contesta ella-. Además, ¿cómo me garantiza usted que sea realmente un príncipe?
–Si no me besas difícilmente lo sabrás –responde la voz.
–Eso se lo dirás a todas, pero yo soy una princesa de verdad.
–Claro, claro –responde su interlocutor– eso mismo dicen todas, que son princesas de verdad e incluso hay alguna que dice que es reina.
– ¿Acaso dudas de mí? –le espeta la princesa.
–Dudo de ti lo mismo que tú dudas de mí.
–Pero entonces ¿cómo estoy yo segura de que usted sea un príncipe? Hoy en día hay mucho engaño.
–Toda la vida ha existido engaño, –le responde la voz.
–Deme pruebas de que usted es un verdadero príncipe. –dice la princesa en un tono algo infantil.
–Tendrás que confiar en mi igual que yo confiaré en ti.
–Eso es verdad. ¿Le han besado muchas princesas? –le pregunta ella.
–Ay, niña bonita, si yo te contase quienes me han besado creo, que dejarías de buscar al Príncipe.
–Cuénteme, cuénteme ¿quién le ha besado? –pregunta la princesa.
–No preciosa, si yo te dijese algo de quién me ha besado en busca de su príncipe sería muy poco decoroso por mi parte. No olvides que yo soy un verdadero príncipe.
–Oiga, ¿usted no será un príncipe gay?, porque tal y como están las cosas últimamente... Mire lo que le ha pasado a la princesa del país vecino. Le ha salido rana, ja,ja,ja
–Solamente tienes una forma de comprobarlo –dice la voz– dame un beso y conseguirás que yo sea el príncipe de tus sueños.
– ¡No!, me tiene que dar pruebas que bajo esos ojos saltones y ese color verde viscoso se esconde un verdadero príncipe. ¿Sabe? estoy cansada de buscar en chats, emails, internet… todos dicen ser príncipes y ninguno es el príncipe de mis sueños.
–Dame un beso y podré demostrarte que soy un príncipe como los de antes, de los que tú sueñas.
– ¡No!, -responde tajante la princesita- me tiene dar detalles. Le haré una pregunta y me tiene que dar tres respuestas como solo respondería un príncipe azul. ¿Qué es una princesa?
– Una princesa es la golondrina que adorna el viento; la flor que ilumina el jardín; el olor que acompaña al sueño de los enamorados.
–Sí, sí, –grita alborozada la princesita – eso que ha dicho solo sabe decirlo un príncipe. ¿A qué va a ser verdad, ranita, que eres un príncipe camuflado? Oye, ¿no serás un espía de mi madre?, que quiere casarme con el príncipe regordete, con la cara llena de granitos y que a mí no me gusta. Yo quiero un príncipe de sueños.
–Dame un beso y lo comprobarás –dice la rana–.
–Es que sabe, señor príncipe–rana, me da mucho asco besarle, está usted mojado, viscoso, tiene un aspecto tan feo que…
–La decisión es solo tuya, princesa mía. Si realmente buscas un príncipe, aquí está. Con solo un beso lo podrás conseguir.
–Ya pero,…
–No hay peros –dice la rana, un poco cabreada– cógeme en tus manos, cierra los ojos, acerca los labios a mi piel y tendrás a un príncipe de sueños, en tu vida.
–Sí, pero…
– ¡Pero qué! –Protesta el anfibio – ¿Ahora qué pasa?
–Que me dan mucho asco las ranas –responde la princesita-. ¿No podría convertirse en una linda tortuguita que es más fácil de besar?
–Ya me tienes un poco cansado princesita engreída. Si me quieres besar me besas y si no me voy en busca de otra princesa que quiera a un príncipe de verdad.
–Bueno, está bien, allá voy, pero...
–Pero que… –grita la rana
–Nada, nada. – Dice la princesa – allá voy
La princesa, coge a la rana en sus manos, con cierto gesto de asco cierra los ojos y acerca los labios su piel.
Se escucha un sonoro beso y se produce un intenso destello en los ojos de la linda princesita.




© Miguel Urda

4/21/2011

Frente a la estación central



Faltaban cinco minutos para las ocho pero ya estaba allí, en el lugar que ella le había indicado. No, no estaba nervioso, o intentaba reflejarlo. Era invierno pero el sudor le corría por la frente. Sería por el exceso de abrigo, se dijo.


Cuatro minutos para la hora de la cita y no la veía aparecer, ni siquiera distinguía una figura humana en la oscura y desierta lejanía. Cotejó, de nuevo, que el reloj de la muñeca y del teléfono móvil estuviesen sincronizados. Dos minutos para las ocho y a pesar del intenso frío del mes febrero tenía el cuerpo empapado en sudor. No quería pensar en la cita, pero era algo imposible de apartar de su cabeza.


Las campanas comenzaron a dar las ocho y compitiendo en agudeza visual sobre que reloj mirar primero para comprobar la exactitud de la hora, sus ojos se inclinaron por los dígitos que marcaban el aparato telefónico. Cuando sonó la octava campanada ya había comprobado por tres veces que ambos instrumentos marcaban la misma hora, sin diferencia alguna de segundo.


Ocho y un minuto. Ya llega tarde aunque sólo son sesenta segundos, pero ya pasa de la hora indicada. Seguía sin distinguir la aparición de persona alguna. Volvió a mirar el reloj. Dos minutos pasaban de la hora a la que le citó. Un coche se acerca, se detiene delante de él, lo conduce un hombre, le acompaña una chica joven, no consigue verla bien, pero es ella, el pelo largo y lleva una bufanda roja, el indicativo de que es la chica con quién ha quedado. El corazón comienza a tomar velocidad, a latir a un ritmo muy apresurado. Intenta tragar saliva pero su garganta está seca. Se abre el coche, la joven mujer se despide con un beso de su conductor. Suda, tiene las manos y la frente transpiradas; la chica es más baja de lo que él esperaba. Va a decirle su nombre, ella ni siquiera se da cuenta de él, solo comprueba el reloj y comienza andar con paso ligero hacia el interior del edificio.


El corazón vuelve, tímidamente, a su lugar.


Ocho y tres minutos. Ninguna silueta se percibe en los alrededores más próximos a él. Tres minutos, son sólo tres minutos de retraso. Comprueba el reloj de muñeca y después el nudo de la corbata roja, que ella le ha dicho que lleve puesta. El reloj digital marca las ocho y cuatro. Un corto paseo de diez pasos para intentar apaciguar el nerviosismo. Busca un ruido, un gesto, algo que le diga que alguien se aproxima pero nada, ni por la derecha ni por la izquierda. La plaza está ocupada por la fría soledad de una noche invernal.


Piensa si es el sitio que ella le había dicho. Relee el SMS le había enviado esa mañana: “a las ocho frente a la Estación Central”.


Ocho y cinco minutos. Cinco minutos puede considerarse como un retraso bastante considerable. El dígito cambia a seis mientras mira el aparato. Un ruido, un ruido conocido suena dentro de su nerviosismo, proviene del teléfono móvil. Número desconocido. Sí, ¿dígame?


Un intenso escalofrío había recorrido su cuerpo cuando apretó el botón de finalizar la corta llamada.


© Miguel Urda

4/01/2011

Tengo una duda -2ª parte-


Siento admiración por la familia del 2º H, aunque no la conozca en persona he podido comprobar que son grandes ciudadanos. Son participes de la asociación “Sonrisas para la alegría” y cada dos meses reciben una carta manuscrita de los ocho niños que tienen apadrinados en el tercer mundo. Pagan religiosamente su cuota al Partido Popular cada dos meses; tienen contratado un Plan de pensiones y un seguro de decesos para cada miembro de la familia.

El vecino del 3º D fue quien más asombró me ha provocado. Si la comunidad de propietarios se enterase el porqué de la ausencia de palomas y gatos pondría el grito en el cielo y en los Juzgados. Tenemos a un disecador de animales viviendo con nosotros. Aunque debo de reconocer que es un oficio interesantísimo. La cantidad de productos que hay para dar más realce a los animales muertos, y el mercado de compra-venta de animalitos son impresionantes. Mi vecino está muy reconocido en EBay. Tiene varias estrellas que le otorgan mucha credibilidad, aunque a mí no me gustó mucho la gaviota que le compré. Tuve que deshacerme enseguida de ella porque Lupita la gruñía constantemente.

Qué yo no pase tantos apuros económicos con mi pensión se lo debo al niñato de los pelos largos del sexto A, del quinto portal. Menudo economista está hecho. Es un bróker corrupto de la bolsa total. Siguiendo las instrucciones de la revista “Economía para los negados”, a la que está suscrito, me he abierto una cuenta corriente en el Money Swiss Bank de Ginebra a la que destino la plusvalía de los fondos de inversión que compre al vender la acciones de la Compañia Alta velocidad submarina días antes de desplomarse.


Pero lo que hace que vaya con ilusión a robar la correspondencia es el vecino del 5º B. Utiliza los anuncios de clasificados de las revistas de contactos. Hace seis meses que le escribió una Alta Funcionaria del Cuerpo Diplomático de Senegal. Aquí estuve muy tentado de devolver la carta pues me parecía una intromisión al honor en grado máximo, pero me pudo la curiosidad. Le escribí yo, haciéndome pasar por mi vecino. Me fue muy difícil interceptar la contestación a la respuesta de mi carta. En ella me decía que mi carta la había enamorado, que pasaba noches enteras saboreando mi prosa; le conteste que yo también había sucumbido a su forma de expresar los sentimientos. Casi que sé que se fue al traste mi travesura pues me dijo que pensaba venir unos días y quería verme, yo le dije que sí aunque no sabía cómo hacer cuando llegase el momento concreto pero debido a unas benditas fiebres tropicales tuvo que suspender el viaje. Estar atento a su carta me era muy complicado pues el sobre es muy pequeño y tenía que estar trasteando en el buzón con el peligro de que me pudiesen coger a pesar que adiestré a Lupita para que me ladrase si venía alguien, por lo que decidí contarle a mi amada que dado que esperaba una visita suya lo mejor era mudarme de casa a una más grande para que estar más cómodos en este amor epistolar cuando se hiciese real, así conseguí que las cartas llegasen a mi buzón.

Lo que nunca pude imaginar es que la cosa llegase tan lejos y ya tengamos puesta la fecha para la boda, aunque tengo una duda: ¿debo de invitar a mi vecino del 5º B al enlace?

© Miguel Urda

3/27/2011

Tengo una duda -1ª parte-


Tengo como hobbie robar la correspondencia de mis vecinos. Los lunes les toca los inquilino del 1º F y 4º A del portal uno; el agraciado del miércoles es el vecino que vive en el portal tres en concreto en el 2º H; los viernes le toca al portal que está un poco más apartado, es decir, el número cinco y los afortunados vecinos a los que las correspondencia no le llegan son los que habitan en el 5º B y 6º A. Los sábados lo tengo algo más complicado porque el inútil del cartero solo trae cartas certificadas o urgentes. Aun así hago una ronda por si acaso.

Estaba cansado de que llegasen a mi buzón sobres a nombre de un tal MARCELO ISMAEL DE DIOS BENDITO. Eran tres o cuatro cartas las cartas equivocadas que recibía a la semana. ¿El idiota del cartero no sabía leer? Bien clarito en mi buzón y en letras mayúsculas ponía Don JAVIER PEREZ DEL ALBA. Además si hubiese sido un poco observador se habría dado cuenta de que a mí solo me llegaba correspondencia de “Del club de los Combatientes en la Guerra Civil”, del Arzobispado de Sevilla y de la Caja de Ahorros.

Un día, monté en cólera al encontrar una carta mía en el suelo del portal y que no había tenido cabida en mi buzón al estar ocupado por un sobre color amarillo, tamaño folio y muy abultado en grosor. Cuando leí el destinatario mi enfado subió más alto que mi colesterol.

Cuando tomaba mi infusión digestiva y relajante después de comer observé que me había traído el sobre que no me pertenecía. Al cogerlo de nuevo me extraño su peso. No tenía remitente solo destinatario. Y llevado por el recuerdo de la ira que provocó esa mañana en mí, decidí abrirlo. Eran casi cincuenta folios de un color amarillo sepia. Era la primera entrega de un curso de correspondencia sobre nudos marineros. Nunca me había interesado el tema pero al ojearlo me resulto curioso.

Como una acción repetitiva del hecho anterior volvió a sucederme lo mismo dos días después. Sobresaliendo en mi buzón me encontré otro sobre amarillo. Mismo destinatario, mismo grosor. Segunda entrega de dicho cursillo.

En la tarde de ese mismo día, al regresar de dar un paseo con Lupita me llamo la atención que en uno de los buzones de mi portal sobresaliese una esquina de un sobre. Como un gesto decidido lo agarre y metí debajo de mi abrigo. Debo confesar que fue acto un malévolo, pero el cartero había tenido la culpa de provocar un desequilibrio en mi vida.

Esa primera y pequeña travesura provocó una continuidad delictiva, y por la mañana deseaba impaciente que se acercase la hora donde escuchase el sonido carrasposo de la moto del cartero. Fue cuestión de meses y paciencia saber que correspondencia debía venir a mis manos.

Entonces Lupita y yo comenzábamos nuestra ronda. Gracias a la empresa pirata del primero F me adentré al mundo de la informática: Emule, Hotmail,... carecen de secretos para mí. Pude craquear la play Statión y la Wii gracias al suplemento de la revista lo que oculta la informática y que sé me olvido devolvérselos; he conseguido saber la manera de conseguir poli tonos gratis y poder instalarlos en mi móvil táctil de última generación que cayó en mis manos cuando completé los cupones regalos de puntos de los catálogos que nunca llegaron a su destinatario.

Los vecinos del cuarto A es un poco guarrilla pero gracias a sus folletos he vuelto a revivir momentos que ya tenía olvidados. Si mi difunta Angustias se hubiese enterado que hoy en día hay braguitas comestibles, volvería a morirse del susto; o que los preservativos, cosa que mi esposa y yo jamás usamos, tienen sabores, y muy bien conseguido, sobre todo el de chocolate. O que hay velas que imitan a los órganos reproductores masculinos. Muchas veces se lo reprocho: Angustias, te fuisteis tan pronto y sin saber tantas cosas del mundo que despreciabas.


CONTINUARÁ



© Miguel Urda



3/13/2011

Intenciones -2ª parte-


Estaba pensando en echarme atrás al no poder pagarle a la chica, cuando sonó el portero automático. Al abrir la puerta me encontré con una descomunal mulata. Hola, papito, me llamo Blanca Luz, pero mis íntimos pueden llamarme Lucecita, porque soy como la lucecita que devuelve la vida. Yo creía que se la pagaba antes del servicio pues así había visto hacerlo en las películas, pero ella me dijo que no me preocupase, que después. Que veía en mi cara que más que sexo necesitaba desahogarme, hablar; y así nos sentamos en el tresillo y sin saber muy bien cómo ni porque me encontré hablándole de mis intentos de suicidios, del abandono de mi mujer, de la perdida de mi trabajo, … vamos papito mira la vida de otro color, me dijo con voz melosa. Fue a la cocina para traer algo de picar, lo único que había comestible eran infusiones de la etapa espiritual de mi mujer. Hizo una que a mí me supo a rayos, aunque debo reconocer que me tranquilizó y me pareció que lo que yo tanto anhelaba y que había olvidado por completo ante la presencia de Blanca Luz estaba llegando, iba camino de la muerte, estaba entrando como en un sopor, una tranquilidad, parecía estar flotando entre nubes de algodón hacia el más allá.

Cuando desperté un completo vacío, no existencial sino de mi casa, me daba vueltas. No había nada, ni sillas, ni mesa, (la televisión se la llevó mi ex mujer) nada, lo que se dice absolutamente nada. Habían dejado el piso completamente desnudo, recorrí las habitaciones, la cocina, nada no había ni cama, ni ropero, ni mueble alguno. Los truenos que había en mi cabeza me impedían girarla por completo, pero sí, no estaba soñando, mi casa –mejor dicho la casa del banco- estaba desnuda, solo quedaban las cuatro paredes. Lucecita o Blanca Luz se había llevado todo, absolutamente todo, también mi cartera y mi teléfono móvil.

Pero no me vine abajo, sino todo lo contrario, Blanca Luz me había abierto los ojos, debía mirar las cosas desde una perspectiva diferente. Al carajo el suicidio, delante de mí se presentaba un futuro lleno de vida. Decidí buscar a Lucecita y darle las gracias por todo, incluso por desvalijarme la casa. Empezaría desde cero, con nuevas energías, es más le propondría a ella que comenzase también una nueva vida junto a mí. Sí eso era, a ella la sacaría de las tinieblas de la prostitución y ambos seriamos felices. ¡La alegría desbordaba mi vida!

Salí a la calle dispuesto a dar inicio a esta nueva etapa, la felicidad me colmaba, inundaba todo mi ser, atrás había quedado una etapa negativa, nefasta. De pronto escuché como gritaban mi nombre desde la otra cera, era una voz conocida, parecía la voz de mi ex mujer, vi unos gestos con la mano a lo lejos, intenté huir de ella, cruce la carretera sin mirar, sentí un golpe y mi cuerpo volando por los aires. Comencé a recorrer el verdadero camino hacia el mundo al que yo tanto me resistía marchar.


© Miguel Urda

3/07/2011

Intenciones -1ª parte-


Mi primer intento de suicidio fue a consecuencia de mi ex mujer. La muy zorra me dejó de la noche a la mañana sin decirme nada, y hay ciertas cosas que son comprensibles, como que el amor se acabe, pues cuando el amor se acaba se acaba y no hay que darles más vueltas de hoja, pero que a los cincuenta años y con dos hijos diga que ha encontrado su verdadero amor y que este verdadero amor sea mi hermana que a su vez abandonó al marido y a los tres hijos para irse a vivir juntas, es algo que escapa a cualquier lógica posible. Por si fuese poco, me despidieron de mi cargo de director parcial de supervisión de ventas de clientes flotantes. Claro que nunca quise ser mal pensado y creer que me echaron porque el dueño de la empresa era el padre de mi ex mujer y entre él y yo nunca hubo un buen entendimiento.

Decidí suicidarme de la forma más fácil posible que localicé por Internet, cortándome la venas de las muñecas en la bañera. Me dispuse a llenarla de agua caliente y cuando apenas llevaba un palmo de agua la bombona de butano se acabó. Cerré el grifó, pues por mucho que fuese a acabar mi vida quería hacerlo de una forma digna y no muerto por congelación en pleno invierno. Opté por buscar otro medio de suicidio, me colgaría de la lámpara del techo. Mientras buscaba una cuerda que sostuviese mi peso, sonó el teléfono móvil. Era del banco, tenía la cuenta corriente en números rojos. Me puse a rebatirles que eso no podía ser, cómo era posible, les había puesto toda mi confianza y mis ahorros en sus manos, y ahora me hacían esto, habían despilfarrado todo mi dinero. Al final quedé que en un rato pasaría por la entidad bancaria para encontrar una solución a este pequeño problema o malentendido, porque seguro que era un malentendido. Aunque bien pensado me daba igual que mi cuenta corriente estuviese en números rojos, verdes o azules, yo tenía pensado suicidarme y no habría nadie que me detuviese, pero no era lo mismo irse de este mundo con todo bien atado que dejando flecos sueltos así que con tal que los del banco no se salieran con la suya decidí acudir a verlos, con la idea fundamental de incordiarles un poco.

Cuando regresé a casa y miré la hora, ya era casi las tres de la tarde, y me di cuenta de lo cansado que estaba. Desde las diez horas que comencé con mi suicidio fallido hasta ahora no había tenido un momento de respiro. Pero lo importante era lo importante. Nadie iba a quitarme la idea de suicidarme, por mucho que el banco me pusiese una denuncia por alteración del orden público, estuviesen a punto de desahuciarme de mi casa o la innombrable de mi ex mujer me hubiese demandado por no pagar la pensión alimenticia para los niños, así que me dispuse a retomar mi idea de suicidio de nuevo, pero el cansancio pudo conmigo y me quede dormido en el sofá.

Una vez repuesto con una breve siesta, de dos horas y media, retomé mi suicidio y decidí ponerme manos a la obra. Mientras ataba la cuerda a la lámpara y sin una razón aparente, mi miembro viril decidió ponerse estado erecto, una erección que solo recordaba de tiempos mozos, aunque enseguida me vino a la memoria que cuando te suicidas el pene entraba en dicho estado, seguro que estaba preparándose para ello, pero a mí me quedaba aún un rato para dar por concluida mi tarea por lo que decidí que lo mejor era masturbarme, así que me fui a la cama, me baje los pantalones junto con los calzoncillos y comencé a darle a la manivela. Me encontraba en pleno éxtasis onanista cuando caí en la cuenta que llevaba mucho tiempo sin hacer el amor. ¿Qué tal si llamaba a una puta? De esas que se anunciaban en el periódico, así acabaría mi estancia en esta vida de una forma relajada y digna. La idea casi se me desvanece cuando cogí el periódico y comprobé los precios de los anuncios de la sección de relax. No obstante, llamé a un anuncio que ofrecía un completo por treinta euros. Ni idea de lo que era un completo, porque a mis cincuenta años recién cumplidos nunca había recurrido a los servicios de sexo de pago, pero la cuestión era irse a gusto de esta vida. Al segundo tono una voz dulce habló: El paraíso terrenal, ¿dígame? En apenas cuatro palabras me sugirió una chica de suaves curvas, experta en su trabajo que le haría disfrutar y llegar al paraíso en dos suspiros. Y en efecto, el precio era treinta euros un completo. Me olvidé preguntarle de que era un completo. Al colgar el teléfono, después de darle mi dirección, cogí mi cartera y mis sospechas eran ciertas, apenas tenía un billete de cinco euros y unos céntimos.
Continuará


© Miguel Urda

3/02/2011

¿Por qué?


Que el pasado vuelve cuando se le antoja es algo que todos conocemos y no hay duda alguna sobre ello; que unas veces pasa de con la simple intención de mostrarse y otras viene para quedarse es algo que también sabemos, pero hay que fastidiarse cuando uno lleva intentado atar el ayer cuatro años, se cree que lo tiene todo bien encuadrado, cada pieza encajada y todo superado, de pronto viene y aparece con intenciones no muy buenas. Durante todo este tiempo he aprendido, he aceptado y colocado en mi vida todo lo que ha venido y me ha provocado muchos quebraderos de cabeza, noches en vela,… Cuando parece que tengo todo ordenado y en su sitio, aparece el maldito pasado e intenta desestabilizar el equilibrio –imperfecto unas veces, perfecto otras- con el que intento construir mi vida.

¿Por qué? ¿Por qué viene de nuevo? Y todo de golpe y sin pedir permiso, entrometiéndose de nuevo en mí día a día. Ahora estoy preparado para afrontarlo, quizás porque en su momento todo fue tan precipitado que provocaron tantas heridas que no han dejado nada para que sangren ahora. Puedo decir que tengo puesto el antivirus hacia el ataque destructivo del pasado que quiere derrumbarme. No me ha afectado el haber recibido un email de mi último amor –y cobarde-; no me ha afectado que una antigua amistad haya resurgido como si nada hubiese pasado después de tres años de silencio –aunque este hecho lo tengo en cuarentena, por sí las moscas-; no me afectado que me encontrase con dos amigos de la infancia –en días alternos- y nos detuviésemos a hablar a consecuencia del Facebook (antes cuando nos veíamos esbozábamos un hola o una sonrisa o una inclinación de cabeza); … ya no me afecta el pasado, solo me provoca curiosidad.

Cuando pienso en los hechos acontecidos estos últimos días sobre el resurgir del pasado creo que todo esto sucede por algo en concreto. Quizás para ponerme a prueba y ver si soy resistente a las heridas que el tiempo decide cuando están curadas o no. Y ahora, yo acepto que venga el pasado, porque como ya he dicho viene sin púas, sin espinas para hacer daño o sin dobleces, porque estoy con la lección aprendida y la vista puesta en el futuro, quedándome tres, tres únicos cabos sueltos para cerrar el pasado.

Solamente me llama la atención que todo haya venido junto y por eso me pregunto: ¿Por qué?


© Miguel Urda