1/01/2021

Lluvía fina: La (im)perfección familiar del ayer





Ya lo constató Tolstói en Anna Kareninna: Todas las familias felices se parecen; las desdichadas lo son cada uno a su modo. Y no es cuestión de equiparar al autor de la novela aquí reseñada, Luis Landero, con Lev N. Tolstói pero sí que lo podemos tomar como referencia o punto de partida para dejar al descubierto que por mucho que transcurra el tiempo en todas las familias hay un cuarto de atrás oscuro, un cuarto de lleno de miserias, insatisfacciones, reproches, verdades y mentiras.

Lluvia fina es una novela de carácter familiar y de recurso fácil para argumentar, pero que una vez sumergido en la lectura de la novela uno percibe que no es así. El autor utiliza como elemento narrativo a un personaje agregado a la familia: Aurora, la nuera y que recurriendo a términos comparativos es la persona que aporta o lleva luz a la familia. 

El punto de partida de la narración es la idea de Gabriel –el hijo mayor–, de celebrar el cumpleaños de mamá con una comida con todos reunidos. A partir de la idea del primogénito la vida de todos personajes quedan al descubierto. El hieratismo de la madre y su forma de actuar; como ha sido la vida de los tres hijos: Gabriel, Andrea y Sonia.

En la novela nos encontramos con personajes cotidianos, de la clase media y perfectamente identificables con un vecino, amigo o incluso con nuestra propia familia. Una madre, que enviudo al poco de casarse y tres hijos para sacar adelante, en una España que comienza a despertar del letargo del franquismo.

Mediante conversaciones telefónicas con Aurora, (la benévola Aurora) los personajes se van construyendo, mostrando la espinas o pétalos que cada familia posee y el lector pasa a conocer todas los sinsabores que perviven la familia y que afectan a los familiares que se agregan a ella. La felicidad cuesta y a veces incluso se desconoce que exista.

La celebración del cumpleaños de la matriarca suscita en el lector (más que a los propios personajes) concernientes a cuál es la verdadera intención del primogénito, pues a partir de su decisión todos los personajes se convulsionan y quieren hablar. El ayer no es tan perfecto así como tampoco lo es el presente. Todos saben, conocen, sienten, padecen su propia versión de la familia.

Luis Landero consigue que el lector se identifique con los personajes, asista a una historia tangible y le proporcione un incómodo fastidio cuando se llega a la palabra fin.


© Miguel Urda Ruiz  

Textos y fotos 


3/26/2020

La grietas de una sociedad






El adversario
 Enmanuel Carrére

La novela El adversario, de Emmanuel Carrère, publicada por la Editorial Anagrama en el año 2011, narra algo tan simple para una sociedad como es el hecho de enjuiciar a un criminal. Justo a punto de descubrirse que ha llevado una falsa vida durante veinte años, decide matar a sus padres, mujer e hijos. Lo llamativo de la historia, en sus inicios, es la categoría del crimen, pero al finalizar la novela quedan muchas más preguntas en el aire, que la propia satisfacción de haber disfrutado de una buena historia.
Escrita con la técnica híbrida de narración periodística –acercada al gran público por Truman Capote– el escritor francés sabe conjugar y enlazar todos los elementos de que dispone la narratología para construir la historia, pero ¿qué se esconde tras la vida del asesino enjuiciado, Jean-Claude Romand? ¿qué le llevó a inventarse una vida durante veinte años? ¿es un loco? ¿un enfermo? El autor reconstruye la vida de una forma que para el lector sea fácil y atractiva, pero que a su vez deja al descubierto las grietas de la sociedad helvética, con un grado de bienestar elevado, a pesar de que los protagonistas habiten en una ciudad cercana a la frontera suiza. 
Una novela así no es una novedad y a mí enseguida me llevó a relacionarlo con el ensayo de Hannah Arendt, Eichmann en Jerusalén, donde ella cuenta los pormenores del enjuiciamiento a una persona encargada coordinar los trenes llenos de judíos con destino a las cámaras de gas. Hasta aquí todo va bien, pero me llama la atención como ambos escritores abordan el tema. Si despojamos a las dos historias de todos los ingredientes narrativos, vemos que el eje vertebral es un juicio a una persona y que solo los distingue el tipo de crimen cometido. Sin embargo, la categoría clasificatoria narrativa cambia, la escritora encuadra su obra en el ensayo y Carrère lo hace mediante la novela. Además de su teoría sobre la banalización del mal, Arendt, consiguió aproximar temas delicados y espinosos al lector sencillo con una prosa fácil y cercana, aportando los datos necesarios para justificar su pensamiento. Carrère prescinde de datos, solamente recurre, en la última parte de la novela, a cartas –no hay que olvidar que el debate eterno sobre si considerar las epístolas como literatura o no, sigue abierto– que el autor intercambia con el acusado para intentar justificar un poco su voluntad de escritor o de querer escribir sobre el tema, lo cual hace que me plantee si la clasificación que se ha hecho de esta historia es acertada o no, sin olvidar que el género narrativo no tiene como exclusividad a la novela. 
Tanto Carrére como Arendt, desmenuzan la vida de los dos acusados, desde prácticamente su nacimiento y lanzan cuestiones espinosas a la sociedad que al día de hoy, cuando llevamos consumidos casi el primer tercio del siglo XXI, tales como: ¿Qué hacemos con los monstruos que crea la sociedad? ¿es la sociedad quién los crea? ¿cómo debe de mirarse o tratarse a un monstruo social? ¿todos seríamos capaces de matar? Eichamann era un simple ciudadano sin grandes aspiraciones en la vida al que la burocracia nazi le hizo ganar puestos en su jerarquía, sin ninguna prueba de aptitud. Jean-Claude Romand comete unos crímenes porque toda su mentira está a punto de descubrirse. –¿Cuánto podía durar su mentira?– Dos personas, en mayor o menor medida, anodinas y con una línea simple de vida sin nada que destacar. 
La religión aparece también en El Adversario, y es donde se refugia el criminal, por lo que no deja de plantear interrogantes ¿La religión exculpa de las muertes con dolo? ¿Todo lo perdona la religión? ¿Todo puede quedar exento de culpabilidad al expiar los pecados? 
La palabra adversario, como la define María Moliner Otra persona que lucha contra ella. Me hace plantearme cual es el verdadero adversario de la historia ¿Jean Claude Romand? ¿Enmmanuel Carrére? que participa en la novela como un personaje más ¿Tiene la sociedad todas las respuestas para sus individuos?
Son ciento setenta y seis páginas de prosa ligera, amena, que facilitan su lectura y que bajo ese aparente enjuiciamiento criminal hará que el lector ávido o curioso encuentre cuestiones, –difíciles o no de contestar– sobre una sociedad de consumo acomodada, y supuestamenteavanzada.


© Miguel Urda Ruiz
 Texto  e imagen

1/22/2020

Y el arzobispo que no quiere llegar


Una espera. Algo que no llega, en este caso un arzobispo. ¿A qué me recuerda este argumento? Un personaje que espera y nunca llega. No necesito pensar mucho y tengo dos títulos: Esperando a Godot El coronel no tiene quién le escriba,pero Ádám Bodor es un escritor completamente ajeno a la línea narrativa de Becket o García Márquez, aunque sí elabora una prosa impregnada de toque realista y mágica, pero totalmente diferente a los autores antes mencionados. 
Nacido en 1936 en la ciudad rumana de Cluj-napoca, fue encarcelado a la edad de 17 años lo cual marcó su existencia como individuo –igual que en la novela Un día en la vida de Iván Denísovich del escritor ruso Aleksandr Solzhenitsyn– y como escritor. 
La narración comienza con la búsqueda y captura a dos solteronas escapadas de un centro de internamiento, las meten en un gallinero cuando la encuentran, lo cual pone de manifiesto la dureza de unos personajes en el inicio en una narración, pero que consigue la atención para seguir leyendo. La acción transcurre en un pueblo rodeado de basura y con una jerarquía eclesiástica que rige la vida diaria de los habitantes. 
El escritor rumano reafirma en La visita del arzobispo, que el eje de su escritura es la deshumanización del sistema totalitario, que convierte al hombre en un animal. Un animal que busca sobrevivir y se aferra a cualquier atisbo de esperanza para ello, como por ejemplo hablando sobre la profesión de traficante de personas, que realiza bajo el agua aprovechando el curso del rio, oficio del padre del protagonista o narrador. También si la circunstancia lo exige aparece un amor lesbiano, sin una justificación, solo porque el ambiente lo propicia. 
Dentro de la narración Bodor inserta elementos y lugares que ayudan a despojar al hombre de su condición: hospital, centro de reclutamiento, colonia penitencia, vertedero que a su vez es el polo opuesto del idílico paisaje (las montañas) que debería ser para el ciudadano, pero es algo hecho a propósito para mostrar o exponer –siempre de forma implícita– la dureza de los regímenes políticos.
Una prosa en cierta medida angustiosa y sin una línea narrativa continúa, sino que hace saltos al pasado para mostrar que el ayer no fue tan diferente como el momento en que viven los protagonistas. Hay momentos donde la narración queda difusa e incluso se cae en el pensamiento de estar perdido en la lectura, pero creo que el autor lo hace a propósito para que sea el lector quién establezca sus propias normas de lectura y comprensión del texto. 
Una novela que merece una segunda lectura y un autor para no olvidar y anotar sus obras en la lista de lecturas pendientes.
La visita del arzobispoesta publicada en Acantilado, traducido por Adan Kovacsics y consta de 129 páginas.

© Miguel Urda Ruiz, Texto y Foto

1/03/2020

Cambio de status social: de esposa a viuda





Mi relación con la escritora Joyce Carol Oates es un tanto dispar. La conocí a través de una novela suya a finales de los años ochenta,Marya. No me gustó (¡prometo volver a leerla!) y ya se sabe, que como un autor caiga en desgracia con su primera lectura difícilmente vuelves a leer algo más que haya escrito, sin embargo no ha sido una autora que se haya mantenido alejada de mi curiosidad literaria. Hace dos años me sumergí en la lectura de otra novela suya con todos mis reparos (venía de una buena recomendación) y para colmo un tocho de ochocientas veinticuatro páginas. Un libro de mártires norteamericanos. Al acabar la novela tuve que postrarme antes los pies de la escritora y reconciliarme con ella. 
Con Memorias de una viuda,no hay lugar a equívocos y uno sabe a lo que se va a enfrentar cuando se introduce en su lectura. Es la narración de la muerte de su marido y todo lo que ello conlleva. Casada Raymond Smith durante cuarenta y siete años, este contrae una enfermedad y en menos de una semana fallece. A partir de ese momento la autora deja al descubierto los sentimientos de lo que es ser una viuda, condición o estatus social otorgado sin ser consultada, atrás queda el hecho de ser persona, mujer o incluso escritora. 
 La prosa de Joyce Carol Oates es ágil que ayuda o facilita su lectura, pero no por ella está exenta de contenido o escrita de cualquier manera. Todo lo tiene muy estructurado, sabe qué y cómo contar. En esta obra ella nos enseña el lado de la muerte al que pocas veces nos atisbamos o la sociedad no nos deja ver. Aquí nos muestra que la muerte es un número para el hospital –una cama más ocupada–, es una firma para la burocracia –Firme aquí–; es un hecho social y hay que preocuparse por la viuda –¿Dónde queda el rango de esposa? ¿el de mujer?—. 
El desarrollo de la historia comprende un periodo de unos seis meses y sin caer en victimismos, casi añadiría que hay momentos donde ella muestra con su tono mordiente e irónico aspectos de lo que le ocurre, pero a la vez también es un aprendizaje, debe aprender a vivir sola. El hombre con el que compartió cuarenta y siete años de su vida no va a volver a casa. Lo sabe y tiene que aceptarlo, le guste o no. En un principio es una historia lineal, pero con total maestría intercala fragmentos de correspondencia privada (emails, cartas) sobre aspectos de como la ven desde el mundo exterior y al que ella parece ajena, y saltos al pasado, para contar como conoció a su marido, la discriminación laboral de la mujer en el ámbito universitario en sus primeros años de matrimonio y carrera literaria y aspectos raciales. No hay que olvidar que esta autora es conocedora de la sociedad norteamericana y desde que comenzó a escribir larefleja en cada una de sus obras y con el tema de la muerte no iba a ser menos. 
En esta mirada al pasado también hay reproches. Todo no va a perfecto durante una vida matrimonial y se pregunta por cosas del matrimonio que a veces se dan por sabidas o que se obvian por no saber cómo afrontarlas. Memorias de una viuda no es una prosa inclinada al lamento, sino que muestra que después de la muerte hay vida, hará cosas que con su marido no hacía, conocerá a personas que con su marido no hubiese conocido, o incluso aprenderá aspectos de ellas (de sí misma o de las otras personas?) que ignoraba hasta ese momento. Publicado en Alfaguara, sus cuatrocientas sesenta y nueve páginas se leen con verdadero deleite.

© Texto: Miguel Urda
Imagen: Internet 



11/06/2019

Un día en la vida de Iván Denisovich

UN DÍA EN LA VIDA DE IVÁN DENISOVICH


¿Qué puede ocurrir cuando en una dictadura apresan a un escritor y además de forma injusta y caprichosa? La respuesta la tenemos en la esplendida novela Un día en la vida de Ivan Denisovich, cuya historia se construye a través de reflejos autobiográficos.
Esta obra, de apenas ciento setenta y cinco páginas, narra con un argumento sencillo cómo es la vida de un preso en un gulag soviético en Siberia, durante nueve años, desde el toque de diana a las cinco de la mañana hasta el toque de silencio. A través de una prosa sugestiva y, en apariencia, ligera asistimos a los actos diarios de los reos: el desayuno, los trabajos forzados o la convivencia por citar algunos ejemplos. Los presos subsisten a temperaturas extremas de menos treinta grados donde queda patente que la lucha del ser humano por sobrevivir se hace aguda, ingeniosa y en cierta medida hasta cómica. El día de hoy había sido un éxito para él: Escapó al arresto, su brigada no fue enviada a la Sozkoline, a mediodía se agenció una ración extra, no le pillaron la hoja de sierra en el cacheo, ganó algo con los servicios prestados a Cesar, y compró tabaco. Y no se puso enfermo; se había recuperado. Pasó el día, sin que nada lo ensombreciese, casi felizmente.
La arbitrariedad de una dictadura para justificar una condena o castigo deja ver la fragilidad del hombre al ser una marioneta de quien mueve los hilos del poder. Es fácil que te acusen de nada demostrable con veinte años de prisión. Y es aquí donde entra el quid de la historia al no haber confrontación alguna del protagonista con un adversario o rival para que exista evolución en él, sino que en cada minuto que consigue restar a su condena es un progreso, un ápice de tiempo ganado a los caprichos políticos del sistema sin que el hilo argumental narrativo decaiga ni un solo instante.
Solzhenitsin es un autor que desde muy joven tuvo muy clara la idea de lo que quería ser en su vida: escritor. Con su obra narrativa, Pabellón de Cáncer, Archipiélago Gulag, La casa Matriona..., dio a conocer al mundo occidental lo que ocurría dentro de las cárceles del régimen soviético.
Al terminar de leer Un día en la vida de Iván Denisovich acabo con una sensación amarga, pero no porque no me haya gustado la novela –a pesar de la dureza de lo que cuenta- sino porque considero que se pueden escribir verdaderas joyas literarias sin que se siga el ritmo o planteamiento establecido en la narrativa tradicional. Una novela para aprender, para vivir y para enfadarte con algo tan voluble como es la política.
Un día en la vida de Ivan Donovisch esta publicada en Tusquets.

©  Texto: Miguel Urda Ruiz
Imagén: Internet


6/04/2019

Un resquicio de ilusión atípica




EL AMANTE
A.B. Yehoshua

Un resquicio de ilusión atípica


¿Por qué el título El amante? Esta pregunta es lo primero que se me viene a la cabeza cuando termino de leer el libro. Y de acuerdo que hay un amante en la novela, pero tiende a confusión con la obra de Marguerite Duras y la novela es mucho más que un amante que aparece en la vida de una persona. El amante del escritor israelí A. B. Yehoshua es la disección de seis personajes, de una sociedad, de un país alrededor de los cuales gira la historia.
Yehoshua, autor incluido en la clasificación de los escritores de la Generación del Estado, excluye los temas del Holocausto de su temática para centrarse en las relaciones personales en un territorio nuevo donde todo es confuso, conflictivo y controvertido. Con el trasfondo de la guerra de Yom Kipur, en 1973, cuenta una historia que nos puede parecer atípica, ya que encontramos que es un judío quien contrata a árabes para su taller de mecánica al estar sus compatriotas en la guerra. Sin embargo, la novela tiene un comienzo difícil que hace todo lo contrario: apartarte de su lectura. Aunque no es hasta la segunda parte, en la página cuarenta y cinco cuando la novela te atrapa y ya no puedes dejar de leerla. Se inicia con el marido de la protagonista, Asia, en la búsqueda del amante de su mujer, y uno tiende a los prejuicios sociales de que quiere ajustar cuentas con él, pero no es así, sino que supone la punta del iceberg de unas relaciones sociales y psicológicas.
El amante, Gabriel, está presente sin estar presente en gran parte de la novela, es la sombra amenazante que acecha a los personajes para destruir su mundo, un mundo que esta hueco, insatisfecho y cómodo dentro de esa incomodidad. El autor consigue penetrar en las entrañas de los pensamientos de los personajes dejando al descubierto diversos puntos de vista de la situación que se vive en el momento: la relación entre judíos y árabes; las culturas y la religión van de la mano; las relaciones por edades entre los personajes.
La historia avanza en las distintas voces de los personajes, dando pie a historias entrecruzadas, o la misma historia contada por diferentes protagonistas con el consiguiente cambio de punto de vista, o un personaje comienza una historia y es otro personaje quién la finaliza. Hay personajes de todos los rangos de edad: Naim: niño que ayuda en el taller de mecánica de Adam y que es obligado a trabajar en lugar de ir a la escuela; Dafi, hija adolescente de los protagonistas de la novela y que sufre de insomnio y problemas escolares; Asia y Adam, matrimonio protagonista –ella profesora y él mecánico que con cuarenta años se siente viejo y cansado–. Gabriel, el amante, el extranjero es el fruto que aporta la ilusión a los personajes y Vaducha, la abuela que ha despertado del coma, es decir, Yehoshua disecciona por edades a los componentes de una sociedad, de un territorio definido o indefinido según el punto de vista del personaje que se mire. Los personajes, a su vez, son el embrión de sus propias historias, que podían ser desarrollas en una novela aparte.
Sin embargo, a mi modo de entender, Yehoshua escribe de más, es decir, justifica la desaparición y aparición del amante para intentar explicar el por que de una guerra. La novela hubiese ganado en calidad si no hay justificación, quedando todos los cabos atados de la historia por sí mismos dada la forma de narrar que tiene el autor israelí.
He dicho unas líneas más arriba que los personajes podrían tener su propia historia y así los veo. A dos novelas me ha remitido esta historia y ambas muy diferentes, pero que a su vez enlazan con el eje vertebral de desilusión y contenido vacío de la sociedad. Un Gabriel, el amante, me ha llevado directamente a Meursault, El extranjero (1942) de Albert Camus que va a enterrar a su madre y que no sabe “si ha muerto hoy o tal vez ayer”. A Asia, la madre, la esposa, la profesora, la veo reflejada en la protagonista de la novela de Magda Szabó, La Puerta, publicada en Europa tras la apertura al mundo exterior de Hungría. ¿Son influencias para A. B. Yehosua? ¿Hay paralelismos? ¿Existe metaliteratura encubierta dentro de esta historia? Es el lector quien tiene que decirlo.
El amante está publicado en Duomo Ediciones.


© Texto y foto
Miguel Urda



1/02/2018

Kilómetros en la noche


Suena mi teléfono móvil. Un número desconocido. Lo cojo y escucho un “hola”, seguido de un apelativo cariñoso perteneciente a mi infancia. Reconozco enseguida la voz de un amigo y que ambos llevamos mucho tiempo sin vernos y sin hablar. Me pregunta si me he enterado. “¿De qué debo haberme enterado?”, le pregunto. Ha muerto la madre de otro amigo de la calle de la niñez. Le respondo que no me he enterado. A la pregunta de que voy a hacer no existe duda alguna: debo ir al velatorio. Tras hablar un rato de cómo nos va la vida y concretar que yo tengo dos horas y media de carretera desde el lugar en que vivo actualmente hasta el pueblo de mi infancia, quedamos en llegar juntos al cementerio a primera hora de la noche.
Fue vernos y fundirnos en un abrazo que nos perpetuaba cómplices de la infancia y, tras unas breves palabras sobre uno y otro, partimos hacia el santo lugar. Allí coincidimos con el resto del grupo de amigos de la calle que nos vio crecer. Estábamos todos: cuatro chicos y dos chicas. Tras dar el consabido pésame, acompañar a nuestro amigo por la muerte de su madre, alguien sugirió ir a picar algo. Y nos fuimos los seis amigos del ayer y el cónyuge de uno. En el restaurante, a pesar de la incomoda situación, evidentemente la conversación fue el pasado y de regreso al cementerio uno dijo una chorrada que tuvo respuesta por parte de otro, al cual siguió otro... bajo la mirada atónita del marido de una amiga. Y así estuvimos hasta llegar a la sala de duelo, donde volvimos a guardar la compostura. Por momentos, el ayer seguía intacto.
Abrazos de despedida mientras justificamos cómo es la vida. Lanzamos al aire la promesa de vernos más. Ya en el coche y de regreso a mi casa, pienso en la inexorabilidad, en los vínculos que crea la niñez y cómo el paso del tiempo no ha podido con ello. Busco en el Spotify del móvil una canción de Presuntos Implicados, Cómo hemos cambiado, y me pongo a tararearla mientras me sumerjo en los kilómetros de la noche y pienso en la remota infancia, que sigue impoluta, y en la urna del tiempo.



© Miguel Urda Ruiz, texto
Foto, Internet

3/26/2017

Quimica humana




QUIMICA HUMANA
De sobra es sabido que no siempre existe la química humana cuando dos personas se conocen o se presentan. Durante un taller literario me pasó con una compañera de clase, pongamos que se llama Felisa, cuando a los pocos días comprobamos que nuestra aversión era mutua. Todos sabemos que interiormente hay algo de química que nos provoca ese rechazo, intentando tener a esa persona lo más lejos posible de nosotros. El comportamiento entre los dos fue correcto durante el tiempo que duró el cursillo y nunca más volvimos a saber uno del otro hasta el pasado domingo en que recibí una solicitud de amistad por el Facebook de mi antigua compañera de taller –la mencionada Felisa–, lo cual me asombró con la consiguiente pregunta de "¿para qué quería ser mi amiga en las redes sociales?", pero como estaba liado con otras cosas, me olvidé del asunto.
Ayer tomé café con una amiga para charlar sobre literatura, fundamentalmente. Al hablar de un conocido común que está por publicar un libro de relatos me dijo que Felisa acababa de publicar una novela. Sin pensarlo demasiado, até cabos al momento. Ya tenía la respuesta que se me planteó el domingo.
Hay que ser lógico y consecuente con los actos que uno acomete. Todos sabemos que bajo la amistad de Facebook subyace una capa de interés, ya sea personal, comercial..., y no es una amistad como la de dos amigos que quedan para tomarse unas cañas, hablar sobre cómo está la vida o discutir, si es necesario. El hecho de que esta persona me pidiese amistad y al poco tiempo descubriese que lo ha hecho con una intención concreta me ha suscitado varias reflexiones. Por una lado, está la poca estima o amor propio que nos tenemos cuando se trata de vender nuestro producto, es decir, que si yo aceptase su amistad vería en su muro toda la publicidad que está haciendo de la novela, el título, la portada, próximas presentaciones..., quedando olvidado que entre ella y yo no había química humana, lo cual me lleva a la hipótesis de que nos vendemos al mejor postor, a nuestro enemigo, nuestro compañero de química fallido, para restregarle en todos los morros que he publicado una novela. ¿No tenemos orgullo? Y los escrúpulos ¿dónde quedan? ¿Caen al olvido para hacer publicidad de nuestra novela? Con este comportamiento, queda patente que olvidamos nuestro código ético para que se sepa que he publicado una novela, un libro de relatos, o que he puesto en el mercado algún producto de mi creación.
Facebook o las redes sociales nos facilitan la baraja de la cobardía al no tener que enfrentarnos de forma real con la otra persona para hacerla conocedora de mis méritos. Estoy convencido de que si me encontrase con mi "rival" -por llamarla de algún modo- de cara a cara, no me haría partícipe de sus logros.
Todo esto puede resumirme bajo la palabra de coherencia ante ciertas actitudes de la vida; si no es amigo, no es amigo para nada. Coherencia, palabra que resulta difícil de aplicar cuando incumbe a algo tan difícil de equilibrar como son las relaciones personales.
© Miguel Urda Ruiz, texto

Foto: Internet


6/30/2016

Treinta de junio. Y mañana es Navidad



Treinta de junio. Sí, treinta de junio es el día que marca hoy el calendario cuando lo he mirado para ver la agenda del día, y he pensado: "Pero si ayer estaba comprando los regalos de Navidad".
Busco el planning anual de la agenda y sí, es verdad, compruebo que efectivamente han pasado seis meses con sus respectivos días y entonces percibo el sutil pensamiento de que mañana comienza la cuesta abajo del año y la Navidad esta a la vuelta de la esquina. Y no crea, lector, que estoy tan loco ni mi pensamiento es disparatado o ilógico: mañana es Navidad. Solamente es cuestión de ponerse a hacer cuentas con el calendario por delante. Julio y agosto pasan volando, con eso de las vacaciones; de la playa; que si la verbena del barrio o del pueblo; que si este año ha sido el más caluroso desde... y sin darnos apenas cuenta nos plantarnos en septiembre lo que significa la vuelta al colegio; que caro esta todo; que al niño no sé si apuntarlo a clase particulares de cocina o un curso de astrología celta; que las vacaciones que cortan se me han hecho; pues no son adelantados los chinos ni na, que ya han puesto las cintas de espumillón a la entrada y al volver a mirar el calendario estamos en octubre, cuyo principal indicador es el cambio de ropa, con el consiguiente ajetreo que sufre el armario. En el puente del Pilar las más avispadas compran el marisco porque ya se sabe que conforme se vaya acercando la fecha todo sube de precio. Mientras terminamos de adaptarnos a la oscuridad que supone el otoño y la ropa de abrigo, llega el puente de todos los santos, es decir, noviembre, y las voces que hablan de que la Navidad esta a la vuelta de la esquina son bastantes. Ya es más común ver en las pescaderías de los hipermecados a los matrimonios el fin de semana comprando el marisco, incluso hay algún reproche sobre la cena más hipócrita, perdón, familiar: "este año a casa de tu hermano no vamos" "si quieren venir que vengan ellos"... Asombrándonos de lo corto que son los días, las llegada de las lluvias y el frío , y que el próximo años nos vamos a un spa porque lo planificaremos con tiempo llega el puente o acueducto de la Constitución, es decir, diciembre. Ahí sí, ahí somos ya conscientes de que la Navidad esta a puntito de llegar; tiendas rellenas de gente; el congelador a rebosssar, y los planes sobre a casa de quién vamos: "ni se te ocurra sentarme al lado de tu..."; los villancicos en la calle; la lotería,... , están flotando en el aire; a los pocos días le dan las vacaciones del colegio a los niños, y de pronto pensamos, pero coño si ayer era verano y ya estamos en Navidad.
Y es que es verdad, el tiempo ni corre ni vuela, sino que compite constantemente con la velocidad de Internet y a mi como me gusta ser prevenido, por si acaso, voy a ir haciendo la lista de regalos y localizando la caja del portal de Belén porque... mañana es Navidad.

© Miguel Urda Ruiz







2/20/2016

Querido Miguel: Caducidad epistolar


Era una asignatura pendiente desde hace mucho tiempo, introducirme en la obra narrativa de Natalia Ginzburg, y ha sido con la novela Querido Miguel cuando he podido hacerlo, y para ser más exacto, ella ha acudido a mí. Quien me conoce o sigue mi trayectoria narrativa y lectora, sabe de mi devoción por Carmen Martín Gaite. Días atrás, pasaba por delante de una tienda de libros de segunda mano –ídem sobre mi afición a estas tiendas– cuando vi cómo el librero estaba colocando un montón de libros en un cesto de mimbre. Llamó mi atención el nombre de Carmiña y al ver que traducía a la autora italiana, no tuve que pensarlo dos veces para comprarlo.
Escrita en un género que está prácticamente en desuso, el epistolar, el eje visible de la novela es la relación de una madre con su hijo, Miguel, a través de un periodo de tiempo de diez meses. Nos adentra en una Italia –no muy diferente de la España de esos instantes– de finales de los 70, que vive momentos difíciles y arrastra las secuelas de los movimientos del 68, con unos protagonistas que reflejan la verdadera cara del país: una Italia donde los personajes no comen obligatoriamente pasta y que están fuera del estereotipo que tenemos sobre ellos.
En un primer plano, la autora italiana nos muestra el miedo que tiene una madre a lo que puede sucederle al hijo, que camina siempre por un borde ajeno a lo establecido. Pero no es solo la relación materno-filial lo que llama mi atención, sino la parte del iceberg narrativo que no es visible. ¿Cómo es la relación entre la madre y el hijo? ¿A qué se debe ese desapego familiar? ¿Qué hay en él que ni la muerte de su padre, ni la enfermedad de su madre le hace regresar a su país? ¿Qué existe en los personajes de la novela que genera una duda provocativa al lector? ¿De qué huye Miguel realmente? De su madre, de sus relaciones familiares, de una duda sexual, de su país... Más que respuestas, la autora emite preguntas indirectas al lector para finalizar con la sensación de que los personajes son incapaces de enfrentarse a la vida.
Es una historia por la que ha pasado el tiempo –pero no por ello ha perdido vigencia– , dada la velocidad actual de las comunicaciones, lo cual me lleva a cuestionarme si esta novela podría escribirse hoy en día y con qué resultado.
Querido Miguel, –publicada por Acantilado– (insisto) es la primera novela que leo de Natalia Ginzburg pero, vista su bibliografía, el lector hasta puede hacerse una idea de que el eje de su obra son los conflictos familiares. Hay que profundizar más en ella.

© Miguel Urda
 texto y foto





12/01/2015

364 días anónimos (y nada ha cambiado)

Hace algunos años publiqué esta entrada en mi blog tal día como. Ha pasado el tiempo y veo como todo sigue igual y la gente sigue callando su conciencia por un día. 



Cuando escribo estas líneas es día uno de diciembre, día internacional del SIDA. Durante un día al año a todos los ciudadanos nos obligan a tomar conciencia sobre esta enfermedad y colocarnos un lazo rojo en la solapa. En este día todo el mundo es consciente de lo que significa el sida: enfermedades de homosexuales, de drogadictos, del tercer mundo… que afecta “a la parte diferente” de la sociedad. Los medios de comunicación han dado la noticia por activa y por pasiva. Qué cosa tan paradoja y tan peculiar: se celebra el día de una enfermedad, lo que parece llevar de forma orgullosa a presentadores de televisión, políticos, gente de la vida social, cuyo rostro es conocido, a lucir un lacito rojo como sinónimo de compasión. Es el momento de ser solidario. Y todo el mundo tiene cantidad de amigos gays, y los gays son la mejor gente del mundo, y no pasa nada por ser gay, y gays, gays, gays… Es el día, es el momento, de ser solidario para acallar una conciencia que olvida esta enfermedad para el resto del año.
Un primero de diciembre caminaba yo por una calle concurrida de mi ciudad cuando una señora, ya entrada en años y vestida de domingo, con una hucha en su mano derecha y un lacito rojo en la izquierda se acercó a mí para exigirme un donativo a favor de esta enfermedad. Con la mirada le dije que no y, sin darme tiempo a hablar la buena señora, metida en su papel de mujer solidaria y de de buen corazón, en ese día de su buena acción, me inquirió en tono inculpatorio e irónico:
- Gracias, señor, por su voluntad. Estas pobres gentes le agradecerán que no haya aportado nada para ayudar a estos desfavorecidos.
Me detuve en seco, al escuchar estas palabras y la señora cambió la cara al ver mi gesto. Debió pensar que sus palabras me habían hecho recapacitar y me paraba para sacar mi cartera y aportar algunas monedas a su hucha.
-Gracias por su voluntad, caballero, volvió a repetir la buena señora, acercando la hucha hacia mí.
Pero al ver que yo seguía sin hacer el gesto que tanto ansiaba ella quedó un poco desconcertada.
-Discúlpeme, buena señora -le dije atenuando la entonación de las dos últimas palabras. ¿Cree usted que por no llevar un lazo rojo en la solapa de mi chaqueta no soy solidario? ¿Qué si no le echo algunas monedas a su pertinente hucha no soy una persona solidaria y digna de esta sociedad? Señora, se le agradece enormemente que dedique parte de su valioso tiempo libre a solicitar dinero para la “pobre gente infectada por esta plaga” como usted ha dicho, pero piense que si no llevo un lazo rojo bien visible, ni me manifiesto pidiendo ayuda tambien puedo ser solidario. Yo, señora, tal y como usted puede comprobar, no llevo un lazo, pero durante 364 días, y de forma anónima, soy participe de esta “sociedad marginada”; no tengo un nombre social reconocido, pero participo de forma intensa en el colectivo BASIDA. Yo solo quiero ayudar, y participo de forma continua con este colectivo porque lo siento, no porque necesite acallar mi conciencia durante un día.

A veces el silencio es más efectivo que el ruido.

© Texto Miguel Urda
 Foto Google


9/13/2015

SIN DUDA ALGUNA: REBECA


Apuesto que son pocas las personas que no han escuchado o leído alguna vez "anoche soñé que había vuelto a Manderley". Un comienzo magnífico de una gran novela, Rebeca, publicada en 1938 y obra cumbre de una de las grandes damas de la literatura británica del siglo pasado: Daphne Du Maurier.
Con una narrativa ágil, la autora (influenciada por las hermanas Brönte), nos sumerge en un mundo ajeno al nuestro: la alta burguesía inglesa y a todos nos hace soñar alguna vez con visitar, con vivir, con poseer Manderley, y porqué no decirlo, con un amor entregado a la obsesión. Es una novela que atrapa desde su primera línea y que nos hace levantarnos del sillón con un sentimiento contradictorio: por un lado, queremos ayudar a la nueva señora de Winter con la sombra permanente de Rebeca y que la señora Danver aviva constantemente; pero, por otro lado, nos preguntamos si es tonta y por qué no se rebela contra Manderley y contra el ama de llaves.
Es una novela encuadrada entre dos géneros: el romántico y el de misterio, y que para el día de hoy, nos presenta una historia algo ñoña, dado que estamos ya muy espabilados y avanzados en cuestiones sentimentales. En el argumento encontramos los elementos imprescindibles para una narración de estos estilos: intriga, romanticismo y misterio, cuya autora resuelve de forma magistral. Pero me pregunto en caso de que Rebeca hubiera sido escrito en la actualidad ¿cómo sería la mujer que ama al señor de Winter? ¿Sería muy diferente de la obra que estoy hablando aquí? La mujer desde mediados del siglo pasado ha conquistado mucho terreno y ha ido despojándose del papel de ama de casa tonta, dócil, sumisa, que cuida al marido, para ser un miembro más de la familia a tener en cuenta y que por lo tanto opina.
Es una obra -–literaria y cinematográfica– que todos tenemos en mente y con los personajes claramente definidos gracias al cine en blanco y negro de Alfred Hitchok, que la catapultó a la fama. Sin embargo, este también ha provocado que la novela sea más accesible al público pero se decanten por la película obviando la obra literaria. No obstante, a pesar del tiempo transcurrido consigue hacernos partícipes de la historia y disfrutar tanto de su lectura como de su visión, y de ver ciertas ridiculeces de las altas capas sociales y sobre todo de ver cómo ha evolucionado la mujer en terrenos vedados desde mucho, mucho tiempo atrás.
Tanto la novela como la película se acogen la atributo de calidad. No hay duda alguna de ello.
© Miguel Urda Ruiz
© Foto, Google



8/14/2015

Al cobijo del apellido Aldecoa

EL ENIGMA, JOSEFINA ALDECOA

El enigma, última novela de Josefina Aldecoa que escribió y publicó, presenta un argumento simple pero a la vez interesante: Daniel Rivera, un profesor universitario de cuarenta y ocho años, acomodado en su trabajo y en su vida diaria, va a Nueva York a realizar un curso, allí conoce a Teresa y comienza un idilio. Las dudas sobre su matrimonio, sobre lo que le está ocurriendo, el regreso a Madrid, a su infancia, los contrastes culturales y educativos entre ambos países... son los ejes por donde transcurre la novela. Daniel, Berta y Teresa, son los tres personajes que utiliza para desarrollar un buen triangulo sin que ningún lado llegue a encajar en la perfección, para que el lector pueda cerrarlo con su interpretación pero se queda en el intento.
Leí con verdadero placer la trilogía Historia de una maestra formada por dicho título, Mujeres de negro y La fuerza del destino; sin embargo, a pesar de que había cosas que me rechinaban, las dí por buenas, con una calidad literaria notable, con la idea de reflejar la sociedad de un país que obligaba a emigrar al que no estaba de acuerdo con su ideología. Cuando terminé de leer El enigma me cuestioné si estaba leyendo a la misma autora y sí, es la misma escritora porque en el fondo están los mismos temas por los cuales ella luchó y defendió: la educación, la igualdad de la mujer, la crítica a la sociedad consumista, etc. Pero es hasta ahí donde encuentro una similitud con sus primeras obras porque recurre a elementos fáciles para ello: frases cortas, simples, propias de un escritor principiante que no puede narrar con soltura y precisión; cuenta la historia en tercera persona, lo cual conlleva un alejamiento de los personajes sin permitir que nos adentremos en sus sentimientos, los describe pasando de puntillas como si tuviese miedo a profundizar en ellos, no vaya a ser que le cobren vida y se apoderen de la historia. Además se nota demasiado el toque autobiográfico en los ideales de los personajes.
La novela fue publicada por Alfaguara en el año 2002, las comunicaciones no estaban lo desarrolladas que están en el momento actual, dando un toque añejo a la novela, pero que al mismo tiempo gusta ver cómo en el pasado se acordaba para llamar a tal o cual hora, o se escribía una carta, incluso sabiendo que nunca esperaría respuesta: "No eran cartas que esperaran respuesta".
La pregunta que cabe plantearse es de saber si esta novela no hubiera venido avalada por el apellido Aldecoa ¿se hubiese publicado? ¿Qué ocurre cuando el cónyuge se apodera del apellido de su marido o esposa para escribir y publicar sin una calidad digna? ¿Todo es licito?
Soy un lector que intenta sacar siempre el lado positivo o algo de provecho de un libro malo, pero tras El enigma se me han quitado todas las ganas de seguir leyendo a esta autora, a pesar de que tengo unas cuantas novelas pendientes ocupando sitio en la estantería.

© Miguel Urda Ruiz
Foto Google









5/01/2015

Intemperie: Demasiado humo para tan poco fuego



Jesús Carrasco, (Badajoz, 1972) debutó en el mundo narrativo con Intemperie, una novela que la prensa del gremio ha calificado como el sucesor de Miguel Delibes. En España ha sido publicada por Seix Barral y distribuida en más de trece países.
Intemperie es una historia de poco más de doscientas páginas y de capítulos breves, que al hojearla, antes de iniciar su lectura, muestra una sensación extraña que no te incita a meterte en ella, pero que tampoco puedes rechazar. Una vez que ya has comenzado a leerla, en concreto en mi caso fue en la segunda página, –ojo, repito, en la segunda página– cuando descubrí que su fama es desmerecida y que posiblemente me iba a arrepentir de haber comenzado a leerla. ¿Qué se puede esperar de una novela que se demora tres páginas en presentar al personaje?
Esta opera prima esta narrada en tercera persona y que, en efecto, recuerda a Miguel Delibes en sus temas rurales –es la única similitud que encuentro a Jesús Carrasco con él–. Hace el amago de ponerse interesante cuando el protagonista, el niño, se encuentra con el cabrero, y directamente mi pensamiento se dirigió a La sonrisa Etrusca de José Luis Sampedro abriendo la posibilidad de que me encontrase con una relación similar al nieto-abuelo, con el niño-cabrero. Sin embargo, ocurre todo lo contrario, la narración me aleja de los sentimientos de los personajes, sin adentrar en la psicología de ellos, dejando caer los hechos en una época indeterminada, lo cual, como lector, me provoca un alejamiento de la historia.
Al terminar de leer la novela, me quedo como el título: a la intemperie, sin ganas de decir nada de ella, ni siquiera de perder el tiempo escribiendo esta reseña o crítica, y es ahí donde me duele la fama de estos autores noveles o de notoriedad desmerecida, porque pienso que sí, que es una historia con los ingredientes necesarios para que resulte atractiva y tenga una calidad mínima, sino queda en una narrativa inmadura como salida de un taller literario express.
Pienso en Jesús Carrasco y me entran escalofríos al ver la responsabilidad que le ha caído sobre su carrera literaria. No obstante, tengo curiosidad por su segundo libro, el cual leeré prestado de la biblioteca de mi barrio, para reafirmarme en que a veces un pequeño fuego narrativo provoca demasiado humo.
© Miguel Urda Ruiz


4/18/2015

California: Aprendiz de perdedor



Salvo cosas muy puntuales, no suelo leer ninguna novela que no tenga menos de cinco años de antigüedad. California, de Rubén Abella, es una excepción, apenas lleva un mes en el mercado. Ha sido publicada por la editorial Menoscuarto.
Conozco a Rubén Abella como profesor de Literatura Mundial del siglo XX y no es por este motivo por el que me he comprado su último trabajo, sino porque su anterior novela El libro del amor esquivo me dejó atrapado en una sorpresa continua donde me demostró con una habilidad profesional –propia del mismísimo Luis García Berlanga– la maestría que posee para manejar a los personajes a su antojo.
California es una recorrido por tres generaciones de emigrantes, pero es en la última donde se fija para desarrollarla a través del protagonista principal, César O´Malley, en la que nos radiografía los últimos cuarenta años de nuestra sociedad. Una sociedad a la que enseñaron que solo había un camino posible: el de triunfar; donde se tenía la obligación de vivir deprisa para alcanzar el éxito y donde todos debíamos de ser ganadores. Es una carrera para ser aspirante a ganador perpetuo sin llegar a pensar que a la vida no se la puede mirar de reojo o esquivar lo que tiene prefijado para ti porque es ella quién estable las leyes y por más que la rehuyas habrá que acabar acatadola como le ocurre a César M´alloy.
La novela nos muestra la evolución de las relaciones: desde las de amistad, –desde la infancia, que son las que más perduran en el tiempo, a pesar de que haya tiempos muertos entre ellas, y que en un principio parecía desembocar en un ajuste de cuentas como ocurre en A la luz de los candelabros de Sandor Márai (título que ha sido reeditado por Salamandra como El último encuentro y no me convence)–; de pareja,... Y el peligro de conocer en persona al autor es que te identifica con el personaje y te pones a buscarle la similitud con el protagonista. Y sin querer, me he visto a Rubén Abella perdido en Disneylandía esperando a sus tíos, o en la reunión de compañeros del colegio en el veinticinco aniversario, o tarareando a Sting.
Es una historia que deja con la intriga y con la curiosidad de saber más de las dos generaciones anteriores: de los abuelos de César y de los padres, incluso me gustaría tener una narración desde el punto de vista de la mujer del protagonista, quién está siempre del lado del ganador. Rubén Abella consigue en el último tramo narrativo que la acción tenga un toque trepidante, propio para una película, para que no dejes el libro hasta llegar a la última página y sin descuidar un momento la prosa, que la considero ágil, ligera y centrada en lo que quiere contar. Sin embargo, pienso que a la novela le falta una vuelta más en el asador narrativo o en el cajón de reposo, le veo demasiados incisos explicativos entre rayas que yo creo que, con otra relectura y revisión, podrían haber encajando perfectamente en la narración.
Pero insisto, California es una buena novela, con guiños a los juegos que la vida nos arroja sobre su tablero y que nos provoca reflexiones sobre si un ganador es realmente un ganador o si un perdedor es realmente un perdedor.
© Miguel Urda Ruiz






2/27/2015

Reflejos de sabiduría

CIUDAD ABIERTA
Reflejos de sabiduría




Comprar una novela de un autor desconocido, sin una recomendación previa de alguien que sepa de verdad de literatura es un riesgo, pero para eso está el resumen de la contraportada: Julius, un joven psiquiatra nigeriano residente en un hospital neoyorquino, deambula por las calles de Manhattan. Caminar sin rumbo se convierte en una necesidad que le brinda la oportunidad de dejar la mente libre en un devaneo entre la literatura, el arte o la música, sus relaciones personales, el pasado y el presente. En sus paseos explora cada rincón de la ciudad. Pero Julius no sólo recorre un espacio físico, sino también aquel en el que se entretejen otras muchas voces que le interpelan. Ciudad abierta, novela bellísima y envolvente, supone el descubrimiento de una voz tan original y sutil como extraordinaria. ¿Es o no para ponerse a leerla?
El autor, Teju Cole, nació en Michigan, en 1975, creció en Nigeria, en 1992 se estableció en Estados Unidos. Trabaja como escritor, fotógrafo e historiador de arte. Ciudad abierta es su primera novela, publicada en España por Acantilado. Viene respaldada por varios premios como el PEN/Hemingway, el New York City Book Award for Fiction y el Premio Rosenthal de la American Academy of Arts and Letters, sin embargo, es una novela que ha tenido escasa repercusión en el mercado literario español y poca presencia en las librerías.
Pero el hecho de que venga precedida por unos premios no significa que la novela esté a la altura de las circunstancias. Al comenzar la primera página parece que sí, que todo va a ir como indica el resumen de contraportada, pero al avanzar unas cinco hojas del primer capítulo extraigo una primera conclusión: el autor intenta demostrar que sabe mucho, lo cual se traduce en que la narración va por mal camino. En el capítulo tres, la novela se me hace pesada y tiende a confirmar lo que había pensado momentos antes. Me entran ganas de dejarla. Soy benévolo y le doy una nueva oportunidad, porque intuyo que dentro hay una historia que merece la pena encontrar, pero sigo leyendo y no la encuentro, se desperdicia la historia ante el hecho de reflejar datos sobre música, sobre la historia de Nueva York, o sobre edificios históricos de Bruselas no sin antes pasar por Egipto y contarnos quién mandó construir la Heliópolis.
Fueron varios los momentos de intento de soltar el libro, pero mi tozudez me decía que tenía que acabarla y llegué hasta el final. Más que enfado acabé con una sensación de frustración, porque veía que la novela nos presenta a un personaje, –a un psicoanalista– que recorre las calles de Nueva York como si fuese su cuerpo, buscando una solución a un problema interior de la mente o del alma, sin embargo no es así, si no todo lo contrario, por ejemplo pasa de puntillas por personajes que entran en contacto con él y que darían un atractivo más a la historia si los desarrollase y no los dejase en el aire. La novela esta construida a base de saltos para caer al vacío deprisa y sin conclusión alguna.
¿Qué pretende demostrar el autor? ¿Que ha leído mucho? ¿Qué sabe de música? ¿Qué ha viajado? Y eso que Antonio Muñoz Molina la reseña de forma muy positiva en su columna del País el 19-3-2011: "ha escrito una novela que me hubiese gustado escribir a mí". ¿Me lo puedes explicar por favor, Antonio?
Y recomiendo todo lo contrario que he dicho hasta ahora, leerla; sí, leerla para saber lo que no hay que hacer. Y aunque parezca una pérdida de tiempo no lo es, dado que he aprendido mucho de lo que no hay que hacer a la hora de escribir. No obstante, hay algo que sí me ha quedado muy claro: no volveré a leer ninguna novela de Teju Cole, por muchos premios que le otorguen.