9/03/2011

El libro perfecto



Sí, querido lector, el libro que usted tiene en sus manos es el libro que siempre quiso leer. Acaso se preguntará si es una tomadura de pelo, pero ¿ha visto usted que este humilde crítico literario le haya engañado alguna vez? ¿Cuántos años llevo recomendando libros en este periódico? Incluso puedo decirle que me ofende si duda de mi palabra, por lo que le pido que si hay un mínimo asomo de ello, cierre el periódico y diríjase a otros menesteres. Profundamente se lo agradeceré.
Es un libro novedoso, que provoca algo de desconfianza la primera vez que lo coge en sus manos. A mí me pasó, pero conforme lo fui entendiendo vi que es una verdadera obra de arte ¿que por qué una obra de arte? ¿Acaso no ha soñado usted con el libro perfecto, con su historia deseada? Y aquí lo tiene: un libro en blanco, para que imagine la historia que usted quiere leer. No, no me miré así, no estoy loco. Sé muy bien lo que me digo, es un libro para cualquier lector. El que todo autor desearía escribir.
¿Se imagina comprar un libro de cincuenta, setenta, cien o doscientas veinte páginas, todas ellas en blanco, dónde el lector puede pensar el final para aquella historia que no le gusto? Sí, ya sé lo que están pensando. No, no me he vuelto loco y claramente veo lo que se está preguntando ¿cómo voy a leer un libro en blanco? Pero la respuesta la tiene usted mismo, siga el mismo ritual de siempre para degustar un libro, cójanlo con cuidado, con cariño, con mimo, refúgiese en su lugar favorito de lectura, tome aire y dispónganse a devorar el mundo de la literatura con una fantasía impoluta. Porque usted no es persona de falso baladí, le avala un pedigrí literario de alto nivel. Si hoy me está leyendo y no es por azar, seguro, seguro que tiene una extensa biblioteca, e insisto de nuevo ¿cuantas veces le he defraudado? Dígamelo, por favor, levante la cabeza del periódico y dígamelo. Así me gusta, que sea sincero. Ninguna.
Le voy a poner un ejemplo para que sepa lo que puede dar el libro de si. Debo remitirme de forma obligada a la obra maestra de la literatura hispánica, eso es, a las aventuras de Don Alonso Quijano. ¡Qué pena que el pobre hombre no pueda nunca mostrar su amor real a Dulcinea del Toboso! Piense, querido lector, piense. Dedíquese dos minutos a pensar y modifique la historia a su antojo. Imagine que Sancho Panza es Cupido disfrazado. Le mandan para hacer posible la historia de amor entre Don Quijote y Dulcinea. ¿Percibe usted la imagen de ellos delante de un altar, siendo felices y –permítame la broma- comiendo perdices...? La historia modificada a su antojo. Cómo usted guste, exigente lector.
¿Se siente más cómodo ahora? ¿Ve lo que quiero indicarle? Lea el libro que usted quiera y como quiera. No hablemos de precio, por favor, es de mala educación hablar de dinero, pero el precio es económico, conforme el tamaño y grosor del libro que desee. Además los hay para todas las ocasiones..
El libro perfecto para cualquier regalo, seguro que nunca le dirán, “ya lo leí” “no es mi estilo literario”, “a mi este autor como que no”... Perdone que insista querido lector, es el libro perfecto, el libro en blanco, en cartoné o pastas duras, en tamaño bolsillo o edición normal.
¿Que les voy a decir del autor? ¿Del inventor de esa magnifica obra de arte? No me entretengo en leer memeces sobre sobre lo que dicen de mí porque ya sabía yo que algún día esto tendría que suceder... Sé que soy un genio, ustedes me lo llevan demostrando muchos años. Olviden a quienes dicen que soy un oportunista publicando un libro en blanco. Porque ustedes, solo ustedes queridos lectores, saben que llevo razón.




© Miguel Urda

8/20/2011

Habitaciones desordenadas




Lo que aprendió mientras Julián, el vendedor de la inmobiliaria, le mostraba las habitaciones, fue que otras personas tenían también la casa desordenada.
Las habitaciones desordenadas son sinónimo de vida, pensó Amalia. Se había dado cuenta muy tarde y ahora ella se sentía feliz dejando cosas por medio. Comenzaba a abandonar la férrea disciplina que su madre les imponía a ella y a su hermano. Recoge tus muñecas, Amelia. No quiero el balón de fútbol por cualquier lado, Joaquín. Y así año tras año. La ropa colocada en la silla que cada uno tenía en el cuarto y un pequeño armario para los dos. Nada por medio. Los platos, ya fuesen del desayuno, de la comida o de la cena enseguida se fregaban, incluso cuando se cogía un vaso para beber agua había que limpiarlo y volverlo a guardar en su sitio. Todos los días había que fregar el cuarto de baño, el cuarto de los dos, el de mamá, el comedor, el pasillo, la cocina y una vez en semana la terraza. Los domingos era el día que se quitaba el polvo a las figuritas del mueble bar. Había que darse prisa pues teníamos que estar listos para llegar a misa de doce.
Conforme ella crecía sus responsabilidades domésticas iban a mayor mientras que la única función de su hermano era estudiar. De nada le valió a Amelia revelarse contra la educación de su madre, ni derramar lágrimas. Sentía que se asfixiaba. No podía llegar a casa a la misma hora que sus amigas, tenía que vestir falda escocesa con pliegues, mientras que sus amigas vestían pantalones vaqueros con campana.
Volvió a repetirse “el desorden es vida”. Había sido mucho tiempo de tener una vida organizada, a cada milímetro, a cada centímetro. Veía injusta la vida. Ahora intentaba vivir.
No se detuvo mucho en casa después de enterrar a su madre. Ni pidió a su hermano que la llevase con él a la ciudad, ni se despidió de nadie. Tenía la maleta hecha bastante tiempo atrás.
Treinta y cinco años son muchos años y más para una mujer donde al cruzar la frontera de los treinta el tiempo parece correr de forma precipitada.
La ciudad es dura para vivir pero lo es aún más para subsistir. Alguna noche lloró, pero las lágrimas le recordaban el pasado, lo que la hacían más fuerte. Se acostumbró a la ciudad y a pertenecer a ella. Aprendió a mirar sin miedo, a no tener que dar explicaciones, a vestir pantalones vaqueros e incluso minifaldas. Le fue duro encontrar trabajo, pero lo fue consiguiendo. En unos grandes almacenes se encontró con su hermano, la mujer y el niño recién nacido. Le dijo que no quería nada del pueblo ni regresar a él. Ni tampoco le dijo donde vivía o trabajaba.
Firmó el contrato del alquiler esa misma tarde. Aún tendría que esperar unos días para que los inquilinos actuales lo desalojasen. Después de la firma, Julián le propuso tomar un café. Amalia no aceptó.
Cuando él la llamó para darle las llaves del piso, ella intentando superar esa asfixia intrínseca, se armó de valor y le invitó. Se disculpó, pero los niños estaban a punto de salir del colegio.
El viernes por la mañana recibió una llamada de Julián para preguntar cómo había sido la mudanza. Dejó caer que tenía el fin de semana libre.
Ese fin de semana desayunaron, comieron, cenaron juntos; compartieron jadeos, sudor y sábanas y confidencias que sólo se entregan a un nuevo amor.
Tanta Amalia, Julián así cómo los niños formaron una conjugación perfecta para comenzar a vivir. Ella les permitía el desorden, sabía que era vida y era lo único que le ayudaba para intentar dejar atrás el opresivo pasado.





© Miguel Urda

8/14/2011

En la página 105



… “¿Quién sabe cual podría ser el objetivo del hombre que leyese mucho? Está claro, ¿no lo crees? Volverle loco. En la historia de la literatura hay un buen precedente, Don Alonso Quijano. Maestro indudable de verdadera locura que partió desafiando al destino para encontrar a su Dulcinea del Toboso, pero el hombre actual no se vuelve loco por el hecho de leer y leer. En esta sociedad donde impera la prisa y el “lo quiero ya” el individuo puede volverse loco al no conseguir su IPhone de última generación, al no poder comprarse el último modelo de coche deportivo o no poder lucir su bronceado adquirido durante quince días en una playa de arenas blancas a muchas horas de avión de su lugar habitual de residencia mientras muestra a su cohorte de amigos chupópteros las fotografías en 3D que ha tomado del placentero viaje”.
El escritor, detiene un momento los dedos en su teclado. Relee lo escrito momentos antes, hace un gesto negativo con la cabeza. No, no le gusta lo que ha escrito. Pero está encallado en un mar literario sin final, no sabe qué camino tomar para hallar la salida. Este último trabajo le quita el sueño, el apetito, está de mal humor. Está atascado en la novela. No sabe cómo continuar. Su personaje principal ha perdido relevancia, a favor de un tercero que apenas salía una líneas en el capitulo cinco. Ahora es él quien dirige la trama. Edelmiro Palma está a punto de morir, pero él no quiere que muera, tiene todo planeado para que sobreviva. Lo dicen sus notas, sus esquemas, su hoja de cálculo. Todo esta ahí escrito. Mira constantemente sus anotaciones y no se lo cree. La novela no va por los derroteros que él quiere.
Darío Rubén-personaje secundario- ha tomado las riendas de la acción, en el capitulo seis hace un juego sucio y se hace con el poder de la mente de su creador y ahí está ahora en plena acción intentando volver loco de un modo natural a su enemigo.
Toma el vaso que tiene a su derecha, apenas queda Whisky, apura el vaso. Echa un vistazo a la habitación, a veces le parece que sus personajes están ahí, en plena conversación sin que él haya dado su permiso. Tiene ganas de gritar, de echarse a llorar, pero no puede, tiene una reunión con el editor en apenas una hora. Se lo dijo Darío Rubén: -“eh autor, no te despistes que en un rato vienen a verte”. De buena gana le hubiese dado al botón Delete del ordenador y así acabar con esa pesadilla, pero no podía, llevaba escritas casi trescientas cuarenta y ocho páginas. Bastante problema tuvo al cambiar de narrador en la página ciento cinco y tener que reescribir todo de nuevo. Siempre le quedó una duda, porque ahí se atascó durante unos días y fue incapaz de escribir una sola línea, una sola palabra. Había una voz en su interior que le decía que así no podía seguir, que le diese un giro a la escritura. ¡Qué mejor para ello que cambiar de narrador y volver loco de forma natural, sin que nadie pueda sospechar nada, al protagonista! A partir de ese momento, todo pareció ir en contra suya. Y para mal de todo habían matado al protagonista de forma trágica, sin elegancia, con una sobredosis de telenovela.
Cambió el ordenador de sitio donde escribir, de táctica,… pero Edelmiro Palma seguía muerto, sin responder a sus órdenes y Darío Rubén cada vez le desafiaba más duramente. Todo se escapaba a sus manos. No era posible, ¿por qué? se preguntaba ¿Por qué? ¿De tanto escribir uno puede volverse loco?








© Miguel Urda

8/08/2011

Nubosidad variable.


Esta entrada de blog no es nueva pero dado que por una cosa u otra mi vida parece girar alrededor de esta novela y como es época estival creo que es una recomendación perfecta para volverla a volcar aquí y orientar a alguien en caso de que tenga duda sobre que leer este verano.








NUBOSIDAD VARIABLE




Esta novela narra el reencuentro de dos amigas, de la infancia y adolescencia, Sofía Montalvo y Mariana León después de mucho tiempo de ausencia. El encuentro de ambas protagonistas, de forma casual en la exposición de pintura de un amigo común, es el punto de partida de una “explosión” literaria por parte de las dos mujeres donde expresarán sus sentimientos, estados actuales, hechos pasados… Y podría decirse que retoman la amistad para rellenar un hueco existencial que ocupa el presente.
Sofía es un ama de casa tradicional, ahogada en su vida y rutina familiar, anclada en el pasado, que cumplió el papel de madre con tres hijos, pero estos vuelan a su propio ritmo. Su marido es un añadido al matrimonio, donde se agotó la pasión bien pronto. A pesar de tener una vida interior rica y sin desarrollar, no es feliz y, de forma progresiva, ha ido llegando a un estado de desencanto y desilusión.
Mariana, psiquiatra de profesión, no tiene pareja ni hijos, vive en un presente desorientado que le impide ver dónde se encuentra y busca el porqué de ese desequilibrio emocional, que oculta a los pacientes, pero que se desboca y desborda en la intimidad de su soledad.
Las protagonistas tienen una lucha interior propia, provocada por la situación donde se encuentran, un presente descolocado y donde intentan buscar un apoyo para salir de ese momento. Ambas mujeres toman a la literatura como punto de partida para resolver el momento actual y disfrutar del asentamiento del pasado. Puede decirse que tanto Sofía como Mariana escriben para un destinatario, pero en realidad es para sí mismas: son deberes impuestos por ambas que les sirven de autoayuda.
Mariana le encarga a Sofía que comience a escribir, a lo que ella obedece sin rechistar y de forma gustosa. Comienza a hacerlo en un cuaderno, y a partir de ahí empieza una serie de hechos que motivan al lector a no apartar lo ojos de la lectura. La narración que no tiene un hilo propiamente establecido, sino únicamente las ganas de escribir y de contar, cuya única finalidad es descargar todo lo que lleva en su interior. En un principio parece que comienza a escribir tomando la forma epistolar, pero no toma tal forma y se aproxima más al diario, pero tampoco se amolda a esta forma concretamente. Mientras que Mariana adopta la forma epistolar. Aunque únicamente envía una carta por correo, las demás las escribe para entregarlas en mano a la destinataria.
Desde que ocurre el encuentro fortuito hasta el final de la novela el periodo de tiempo es prácticamente de un mes, -desde finales de abril hasta finales de mayo- muy poco para desarrollar una multitud de acontecimientos del pasado y presente que ambas en “sus deberes escritos” desarrollan. La autora conjuga magistralmente el uso del tiempo en ambas protagonistas, alterna hechos del presente con hilaciones al pasado, sin salir de la historia principal. Los saltos al pasado no tienen un orden cronológico. Las protagonistas tienen tanto por contar que las desborda, las obliga, de forma consentida, a escribir sin dilación alguna, las llena de ilusión, saben que todo lo que escriben pronto tendrá un significado, un sentido. No escriben a la deriva.
A nivel narrativo, comentaré que la autora desarrolla la obra en primera persona la voz del narrador, excepto en el final donde cambia la voz narrativa para usar la tercera persona. Coloca a un personaje ajeno o secundario a la trama principal para contar lo que ocurre. Una buena solución para un final muy abierto a las conclusiones que cada uno pueda extraer
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© Miguel Urda

8/01/2011

Para la próxima cita




Ahora he de ir a mi psiquiatra. Me obligan. Invento cosas que decirle. Ignoro qué pensará de mí. ¡Dice que soy una cebolla muy original! Le tengo ocupado pelando capa tras capa. Y cada capa que deshoja es más complicada que la anterior, me lo dice con una voz profunda “lo suyo es un problema de transgresión bipolar con raíces en la culpa positiva en la pre-infancia provocada por una carencia de estima liberal” y yo me quedo blanca como la pared al escuchar esas palabras. Me entran ganas de decirle “peazo de enfermedad que tengo ¿verdad, doctor?” pero no le digo nada y le dejo que siga observándome, haciéndome preguntas.
-¿Y por qué mira las estrellas?
-Porque yo soy una estrella que me caí en el jardín de los vecinos –respondo, mientras veo cómo lo anota en folios de color ocre-. Me camuflé como una niña rebelde de doce años.
-Y decidió colarse a la casa de al lado para formar parte de ellos como un miembro más.
-Sí, eso es, -le digo mirando sus zapatos que sobresalen por debajo de la mesa. Están manchados de barro.
-¿Cómo le acogieron en su familia? ¿Ya es un miembro más?
-No, no soy una más de la familia. Ninguno de ellos viene a verle a usted, señor psiquiatra, sólo me obligan venir a mí. Si yo estuviese integrada no tendría que venir a verle, ni ponerme este vestido rosa tan feo. Ellos son malos, dicen que estoy loca.
-¿Por qué dicen que está loca?
-No lo sé. Se lo inventan todo ellos. Son malos, quieren liquidarme.
- Pero, si la quieren matar, alguna razón habrá, digo yo
-Sí, tienen envidia de mí. Yo soy una cebolla azul, y ellos son blancos. Vengo de sangre real y cuando hago llorar a los humanos, echan lágrimas azules.
-¿Ah, sí? No lo sabía –me responde el tonto del psiquiatra. Igual piensa que me he creído que se ha creído mi respuesta. Pero yo me lo paso bien.
-Una vez había una princesa falsa –le digo con voz inocente y cambiando de tema, pues comienzo a aburrirme.
- ¿Falsa? –me pregunta el médico con voz de asombro.
-Sí falsa. Resulta que estaban a punto de casarse. En el altar la novia, muy guapa y muy elegante ella, con su vestido blanco de mil metros de cola, portada por muchos pajes, comenzó a llorar y todos los invitados, reyes, princesas, duques, condes,…, empezaron a murmurar cuando vieron que sus lágrimas eran transparentes. El príncipe sin dilación y pena alguna la mandó al cuarto más oscuro del castillo. En las noches de cuarto creciente se la puede escuchar perfectamente llorar.
-¡Guau!, -responde el tonto del psiquiatra-. Así que hay una princesa que intentó engañar al príncipe y está en los calabozos de palacio llorando.
-No, no está atento a lo que le cuento. No era una princesa, sino una plebeya que quiso engañar al príncipe y no está en los calabozos, sino más profundo todavía, en los cuartos oscuros que tiene el Castillo. Se dice que sólo hay camino de ida para llegar allí.
-Vaya, vaya –dice mi psiquiatra anotando de nuevo cosas en los papeles.
¿Qué hará con los papeles después? Ojalá algún día los pierda y yo me los encuentre, podría saber qué piensa de mí. Vería cómo escribe sobre mí y mis fantasías, todas mis locuras y si realmente piensa que estoy muy, muy enferma ¿pedirá consejo a otros médicos? Analizará mi caso con otros colegas, llevará mi enfermedad a conferencias, charlas… ya lo estoy viendo, poniéndose chulito, arreglándose el nudo de la corbata, con un traje gris muy gastado, -que pena que en esto no se parezca a mi papi que tiene muchos armarios con muchos trajes- da un carraspeo para decir que va a hablar y comienza: “Hoy les voy a exponer el caso de la adolescente que a veces piensa que es una cebolla”. Y estará hablando mucho, mucho rato sobre mí. Pero él no sabe que puedo ser muchas más cosas. Ya comienzo a aburrirme otra vez. Para la próxima sesión seré una magdalena voladora que huye de un elefante.






©Miguel Urda

7/23/2011

No sabía el porque de la batalla -2ª parte-




Volvió a la cama, más rápido de lo que fue al baño. Las sábanas aún estaban calientes, el ruido del camión de la basura llegaba como si estuviesen en su mismo cuarto los basureros. Se puso de su lado preferido para coger el sueño, en posición fetal e incluso se metió el dedo pulgar en la boca. Quería dormir, necesitaba dormir. Una estrella de color rojo intenso iba derechita hacia él. De nuevo la batalla de estrellas. Conforme se acercaba la velocidad aumentaba, y él no podía moverse, apartarse, iba dirigida a él. Despertó empapado en sudor 4.42 minutos marcaba el maldito reloj digital que le regalaron sus compañeros de trabajo cuando cumplió los treinta años. Se secó el sudor con la sábana. También estaba empapada. ¿Por qué iban a por él? La vejiga se hizo notar de nuevo. Beber tantas cervezas no era bueno por la noche. ¿Cuántas se había bebido? La cuenta hacía mucho tiempo que la perdió. Nunca estaba muy atento cuando se trataba de estos asuntos. Una vez rota la seriedad que imprimen las primeras rondan de cervecitas y comenzaban a salir las risas tontas, él se vanagloriaba de las causas por las que tenía el antebrazo derecho más desarrollado: el levantar las jarras de cervezas y la autoestimalción sexual diaria. Entonces todos expulsaban grandes carcajadas, aunque había veces que la conversación ya no hacía gracia, sólo cuando había un integrante nuevo en el grupo. Todos sus colegas ya se sabían el comentario, y había alguna voz –casi siempre femenina- que manifestaba su malestar ante tan absurdo comentario.
Intentó engañar, de nuevo, a la vejiga, dándose la vuelta en la cama. Pero ahí lo tenía en rojo, y en grandes números para que no cupiese duda de que no lo viese bien cuando se hiciese notar el maldito despertador. Las 4.59, un minuto faltaba para las cinco, hora en que sonaría el despertador del vecino del primero.- No, el que copula con la ventana abierta no, el vecino de al lado y que mi dormitorio cae encima del suyo-. Es un despertar a tiempos. Durante treinta minutos va sonando el despertador cada diez minutos y a mi me entran ganas de ir a aporrear su puerta cada diez minutos, como los efectos secundarios del despertador, para decirle que se levante de una vez y deje dormir a los demás, aunque me imagino en el primer aporreamiento a todos los vecinos saliendo a ver que pasa. De pronto, piensa, que no estaría mal ver la forma en que duermen los demás vecinos. Piensa en poner un día esa idea en efectivo. Ver si la vecina de enfrente, Doña Amargada, duerme con los rulos puesto, en camisón o en pijama; o si los vecinos de abajo –sí, sí, los que copulan con la ventana abierta- duermen como su madre les trajo al mundo y suben con esa indumentaria a ver qué sucede.
Interesante idea, interesante idea pensó, mientras esquivaba una estrella para introducirse en un leve e inquietante sueño.





© Miguel Urda

7/18/2011

No sabía el porque de la batalla -1ª parte-





No podía dormir porque le atormentaban el ruido de las estrellas. Parecía que había una guerra, chocando unas contra otras. No sabía el porqué de la batalla, pero era intensa. Se había cansado de dar vueltas en la cama, de ver la televisión, de leer, de jugar con la Play Station, de tocarse (sin conseguir que aquello se estimulase mínimamente), de contar ovejitas, elefantes… las estrellas luchaban contra él, contra su sueño. Claro, no lo había pensando, él era el enemigo. Había una conspiración contra su persona.
No quería mirar el reloj digital de la mesita de noche, pero la mirada lo traicionó, marcaba las 3.33 A.M. Pensó que era la edad de Cristo, con tantos tres. ¿A qué hora murió Cristo? No lo sabía. Nunca le había gustado mucho la religión pero ahora le picada la curiosidad. Igual eso era un mensaje del más allá, o mejor un mensaje del Todopoderoso. Él tenía la misma edad de Cristo, treinta y tres años, estaba a tres de marzo y había mirado la hora por última vez a las 3.33. Mañana miraría a la hora en que murió. De pronto pensó: “que muerte tan tremenda ahí en la cruz, medio en cueros, mezclándose el sudor con la sangre y un montón de gente observándolo con mucho morbo”. Le dio un pequeño escalofrío.
La vejiga le reclamó su atención. No tenía ganas de levantarse, hacía frío. Sólo de pensar en pisar descalzo el suelo de mármol blanco para ir al baño le quitaron las ganas, pero fue un intento en vano de engañar a su portador de orina. Esté protesto de nuevo.
Al miccionar en la noche, se sentaba en el inodoro, era más cómodo y no tenía que estar apuntando para que todo el chorrito cayese dentro. No le gustaba el contacto con la fría tapa al sentarse. Qué diferente era –pensó- sentarse en la taza de un inodoro por la mañana o por la tarde a hacerlo de madrugada. Hay veces que uno se sienta para disfrutar del hecho de hacer esas necesidades. Cuando pensamos que la cosa va para largo, cogemos una revista y no nos damos cuenta que estamos ahí sentados hasta que alguien de la familia aporrea la puerta. ¡Qué salgas ya! ¡Estas fabricando la mí….! ¿Te falta mucho? ¡Mira que me lo hago encima!… y tantas frases bonitas e intensas que nos surgen cuando la necesidad de evacuar de nuestro cuerpo es inminente. Sin embargo, cuando uno se sienta en el wáter en la madrugada, es diferente, todo esta en silencio, se escucha el ronquido del vecino de al lado –que su pared pega con la pared de mi cuarto de baño-, los envidiables jadeos de los vecinos del piso de abajo, que copulan con la ventana abierta… Casi parece que uno se sienta en la taza con miedo a invadir la tranquilidad que impera en la madrugada.
Se bajó los pantalones despacito, levantó la tapa y con mucho cuidado se sentó, había algo de miedo a que se le escapen unos gases sonoros porque en los pisos de hoy todo se escucha y como quien no quiere la cosa, el miembro masculino estaba relajadito y empezó a soltar lo que lleva largo rato acumulado. Una vez que se ha terminado llega otro problema de gran calado, ¿tiras o no tiras de la cisterna?




CONTINUARÁ


© Miguel Urda

7/06/2011

Lo que tú quieras



Esta noche, más tarde, te diré que te amo y quizá para entonces estés lo bastante borracho como para creerme, porque el amor llega así, de sopetón, primero con un suspiro y después un intenso cosquilleo en todo el estómago que no te permite vivir.

Para decirte “te quiero” necesito que estés ebrio porque así después no podrás reprocharme nada, e incluso es posible que no te acuerdes de nada de lo que te he dicho. Míralo de la forma que tú quieras y sí, soy cobarde, pero te quiero. Cada uno tiene una forma de amar y la mía es así, en la distancia. He observado durante mucho tiempo cada movimiento tuyo, provocando que los latidos de mi corazón se desboquen cuando te veo pasar. Las veces que hemos coincidido, tú apenas me has hecho caso, pero sólo ver esa sonrisa, con la que me saludaste cuando te vi por primera vez, supe que serías mío.
El amor no se dirige, se quiere o no se quiere; hay conjugación de corazones a la primera o no las hay por eso creo que entre nosotros no hay amor ahora mismo porque no te fijaste bien en mi. Había demasiada gente en la pedida de mano de mi hermana a mi padre y yo era un personaje más de tu historia de amor que pasó desapercibido para ti. De forma disimulada pregunté por ti en casa, y mi hermana me decía que no fisgonease, que estuviese en mis cosas. Cada vez que la veía regresar después de estar contigo el humor era diferente, traía una sonrisa, y sin decir nada y a toda prisa se iba a su cuarto, yo la seguía y le preguntaba, quería que me contara, pero me decía que no era cosas de cría, dándome con las puertas de su cuarto en las narices.

Hay muchas novelas escritas sobre el amor sin llegar ninguna a un punto de unión o de ecuanimidad. Nosotros escribiremos la nuestra. Dejaremos huella en la historia del amor, yo seré tu mujer, tu puta, tu esclava, tu amante, tu compañera, tu fiel servidora… seré todo lo que he leído en los libros de amor en la biblioteca y lo que tú quieras con tal de que me digas te quiero. Saldrán de tu boca estas palabras despacito, deletreando cada consonante, cada vocal, hasta ir juntándolas todas para decir las palabras mágicas que yo tanto deseo sentir. Entonces cuando las escuche, y mi corazón las reciba, dará órdenes para que me vuelva loca por ti. Me postraré a tus pies, mi alma se encadenará a ti, con un candado invisible cuya llave tiraré al fondo del océano más profundo. Ya nadie podrá separarnos.

¡Porque vas a quererme! de eso estoy totalmente convencida, aunque por el camino haya dejado alguna muerte. No me importó matar por ti. Me ha dado un poco de pena ver agonizar a mi hermana, pero yo era feliz, viéndote allí desde la sombra, en su habitación, hablando con mi padre, con los médicos, de la rara enfermedad… Y esta noche te haré mío. Porque todos los hombres beben cuando se les muere su novia, o su mujer. Tú llorarás en mi hombro, beberás. Seré tu consuelo, derramarás lagrimas que serán fuente de energía para redirigirlas hacia ti convertidas en amor. Ya no habrá marcha atrás, amor mío, y ahora sí puedo llamarte amor mío, porque ya no hay nadie que se interponga entre tu y yo. Yo te daré todo lo que ella no te dio y que tu tanto le reprochabas. Os espiaba cuando podía y así escuché cómo ella no te dejaba que le tocarás los pechos o meterle la mano por debajo de las braguitas. Decía que no, que era pecado. A mi no me importa pecar, no hay Dios más grande que tu. Seré toda tuya, ya estoy viendo el día que crucemos el umbral de nuestra casa, recién casados. Yo vestida de blanco con una larga cola de muchos metros y tu llevándome en tus enormes brazos, vestido de príncipe azul, con tu pelo rubio. Seremos felices, amor mío, muy felices, ya me encargaré yo de ello.


©Miguel Urda

6/23/2011

Anoche soñé




- Esta noche he soñado contigo, Clara.
- ¿Y qué soñaste?
- Que vendíamos muebles.
- ¿Y qué más?
- Sólo muebles, no había nada para más vender, ni siquiera una ilusión.
- Pero, no seas así, las ilusiones nunca se pierden, en el momento que se pierden uno va zozobrando en el barco de la vida.
- La vida no es un barco, la vida es una mierda de la que estamos todos impregnados. Somos hijos de la mierda.
- No, no somos hijos de la mierda, Samuel, en todo caso somos “hijos del agobio” como decía Triana. ¿Te acuerdas de aquella época? Ahí si que teníamos sueños, ¿quién no tuvo un sueño en la adolescencia? éramos inocentes.
-Tu eras inocente, Clara, yo no. Nunca lo he sido. Siempre he sido un hijo de puta y tú lo sabes. Por eso estoy aquí.
Clara no puede negarle ese último comentario y sujeta el mango del teléfono con más fuerza. No quiere mirarle directamente, pero tampoco tiene posibilidad de desviar la mirada en el reducido habitáculo. Intenta pensar algo rápido que decirle.
-La vida nunca te ha sido fácil – le responde.
-Pero soy un hijo puta.
-No digas eso, Samuel, -le grita Clara a través del teléfono.
Le gustaría abrazarlo, acariciarlo, besarlo, mimarlo. Como único consuelo le queda poner su mano en el sucio cristal. Él le corresponde con el mismo gesto. Ambos emiten una sonrisa. -Estas muy guapa, Clara.
-Me he puesto guapa para ti.
- Lo sé -responde Samuel- Yo iba a afeitarme, pero llevamos tres días sin agua caliente. Dicen que la caldera está estropeada. Y es una mentira así de gorda, es dinero que ellos se embolsan. El domingo pasado se encontraron muerto al “gallinas”, dicen que murió en la madrugada de frío. Aquí vamos a ir cayendo todos, Clara. El invierno solo ha hecho comenzar y aquí es muy largo...
-Te traeré ropa de abrigo en la próxima visita. Te lo prometo.
-No, Clara, no. No gastes dinero en mí, yo me las apaño bien, gasta ese dinero en ti y en tus padres.
-Mi madre me preguntó ayer que cuando venía a verte. – ¿Sabes?- y le dije que mañana. Nunca me ha dicho nada, ni siquiera cuando te vio cómo huías con las manos manchadas de sangre.
-Tu madre es buena gente, Clara. Cuídala.
-Tu no eres malo, Samuel. La vida no ha sido justa contigo. –dice Clara, en un intento de fundirle ánimos.
Le mira directamente. Bajo el gorro de lana sobresalen mechones de pelo gris, la barba es de muchos días y presenta una reñida lucha entre los vellos negro y grises. Tiene intensas ojeras y los labios resecos. No se atreve a decir que esta más delgado, porque lleva mucha ropa encima, pero intuye que esta en la cuerda floja de la vida.
Su vida siempre había permanecido en ese estado. Venían dos niños en el parto, él salió primero, con el segundo hubo problemas, el cordón umbilical enganchado, la partera abrió, fue imposible cortar la hemorragia… Dos muertes a sus espaldas unos instantes después de nacer. Hubo varias muertes en el pueblo sin un motivo, sin un asesino, aunque todas las miradas corrían hacia él. En la comunión del hijo del Alcalde una mancha de sangre le delató; paso varios años en el correccional de la capital. Al cumplir los dieciocho lo expulsaron a la calle con la carrera de sobrevivir en la vida aprendida. Nunca volvió al pueblo, la gran ciudad le acogió como un hijo propio. Se habituó pronto a los bajos fondos, a las meretrices, a las calles oscuras… y a vivir huyendo siempre. Nunca conoció lo que era tener un hogar, el calor consecutivo de un lecho, de un olor común, de unas reglas familiares… Ella es el único contacto con el exterior. No hay nada establecido, escrito entre ellos, solo es complicidad que la vida proporciona para sobrevivir. Siempre huyendo con esa soledad perpetua y desconocida en él.
- Anoche soñé contigo, Clara. –dice él-. Siempre me ocurre la noche antes de que vengas a verme y no consigo dormir bien.
- ¿Y qué soñaste, Samuel?
-Soñé que vendíamos muebles, Clara.




© Miguel Urda

6/12/2011

SUNSET PARK




Nada más tener conocimiento de que había una nueva novela de Paul Auster en el mercado, me froté las manos e incluso me ilusioné cuando vi el título, Sunset Park, y leí las primeras líneas. Todo apuntaba a un nuevo manjar literario de este autor. Pero todo quedó en eso, en expectativas.
En las primeras páginas de la novela comienza a percibirse toda la arquitectura novelística de Auster con sus engranajes, (relación conflictiva entre padres e hijos, casualidad, lucha por sobrevivir, New York, perdidas de identidades…) y parece que va a ir in creccendo pero ocurre todo lo contrario, esta comienza a perder fuelle a gran velocidad, lo cual todavía me hace enfurecer más al comprobar que están todos, todos los elementos de una buena novela Austiliana, pero se queda ahí en ingredientes que no llegan a hervir. La lectura alcanza un punto donde las páginas se hacen tediosas, me voy a mis asuntos mientras estoy leyendo, tengo que volver a releer, me pierdo en los personajes, estoy deseando pasar hojas para encontrar acción, algo más, solamente encuentro el cansancio que me produce esta novela. Disertaciones, reflexiones… que para mi entender lo que hacen es llenar y llenar folios hasta completar un número determinado de páginas.
Si hay algo que tiene este autor es que su obra no deja indiferente. Unos suben al altar novelas que otros bajan al infierno. Esta novela esta a distancias enormes -hablando siempre en términos cualitativos- de Trilogía en New York, El palacio de la Luna o Brooklyn Follies. Yo tengo una teoría sobre Paul Auster , creo que escribe una novela buena cada tres o cuatro años, y cada año pone el piloto automático y escribe la novela que le exige la editorial de forma anual. Aunque en cierta medida le tengo algo de envidia: ya quisiera yo que me saliesen páginas y páginas para llenar una novela, sin esfuerzo alguno.
Debo confesar algo que me duele bastante: no he podido terminar de leer el libro. Mi experiencia lectora me avala en que hay libros para una época concreta, un determinado momento, una situación personal determinada… No sé si ahora se dan todas las coyunturas adecuadas para leer Sunset Park, lo que si es cierto que en mucho tiempo no había dejado un libro sin finalizar, todavía incrementa mi cabreo cuando compré el libro sin esperar a la edición de bolsillo, es decir, qué me gaste 18.50 Euros. ¡Me sentí estafado!
Dos veces me siento decepcionado por ti, Paul. Con tu penúltima obra, Invisible, me quedé un poco sin saber qué decir, qué opinar, pero Sunsent Park ha sido la gota que ha colmado el vaso. ¿Qué te ocurre Paul Auster? ¿Cuánto tendremos de esperar para tener una novela como las que tu sabes deleitarnos?¿Se te han acabado las ideas? ¿Te has habituado a ver tus novelas en las listas de mejores libros vendidos y te has relajado? ¿Te ha sobrepasado la fama y el reconocimiento literario de tus compañeros?
No me aferro a la idea de que tus, tramas, argumentos, ingeniosidad… estén agotados, pero como medida de precaución siento decirte Paul –y en cierta manera tu te lo has buscado- que desde ahora ya no compraré ningún libro tuyo, ni en formato grande ni en bolsillo, hasta que tenga la certeza de que es una verdadera obra de arte, una joya literaria como esas que tú sabes escribir. ¿Hay algo peor que un lector decepcionado?



© Miguel Urda

6/06/2011

Secuencias repetidas

Para mi amigo Karmele, quién en el peor momento de aquel verano, consiguió que yo esbozase una sonrisa.


El sábado pasado fui a la playa un poco más impulsado por el calor reinante que por tener ganas en realidad. Cuando llegué, ¡no me lo podía creer, allí estaba mi amigo Karmele! Fueron abrazos, gritos de alegría, y sin dilación alguna comenzamos a darle al palique, a ponernos al día de lo que había sido todo este tiempo. La efusividad del reencuentro se evaporo enseguida. De pronto sentí que el verano anterior había acabado ayer. Los gestos volvían a repetirse, encontré el mismo olor al verano anterior, la gente de otros años asidua a la playa estaba allí: el ladillas, Muriel, la chochito partio, el paranoico… pero había transcurrido mucho: un otoño insípido, un invierno extraño y una primavera expectante.
Comenzamos a hablar de los temas realmente importantes cuando la tarde nos hizo parecer que llevábamos mucho tiempo compartiendo ese primer día de playa. Charlamos de temas de esos que los dos sabemos y comprendemos. No dejamos asunto alguno por tocar: hablamos de este, de aquel, de lo otros, de… y de… y todo rociado con grandes dosis de carcajadas. (Imposible no reírse con Karmele)
Sin saber muy bien cómo ni porqué, casi al atardecer, apareció una botella de vino tinto, y el grupito enseguida se formó alrededor de ella, como si fuese el reclamo para dar la bienvenida al verano. Todos comenzamos a hablar sobre el ayer, y el rápido transcurrir del tiempo. Algunos decían que nos veían igual, otros que más delgados, otros que con más arrugas,… y podrá ser verdad, pero yo este año tengo más ganas de sonreír que el pasado verano .





©Miguel Urda


5/10/2011

Dudo de ti lo mismo que tú dudas de mí



– ¡No!, –dice ella de forma rotunda-, ¡qué no le beso!
–Pero ¿por qué?
–Porque me da un poco de asco –contesta ella-. Además, ¿cómo me garantiza usted que sea realmente un príncipe?
–Si no me besas difícilmente lo sabrás –responde la voz.
–Eso se lo dirás a todas, pero yo soy una princesa de verdad.
–Claro, claro –responde su interlocutor– eso mismo dicen todas, que son princesas de verdad e incluso hay alguna que dice que es reina.
– ¿Acaso dudas de mí? –le espeta la princesa.
–Dudo de ti lo mismo que tú dudas de mí.
–Pero entonces ¿cómo estoy yo segura de que usted sea un príncipe? Hoy en día hay mucho engaño.
–Toda la vida ha existido engaño, –le responde la voz.
–Deme pruebas de que usted es un verdadero príncipe. –dice la princesa en un tono algo infantil.
–Tendrás que confiar en mi igual que yo confiaré en ti.
–Eso es verdad. ¿Le han besado muchas princesas? –le pregunta ella.
–Ay, niña bonita, si yo te contase quienes me han besado creo, que dejarías de buscar al Príncipe.
–Cuénteme, cuénteme ¿quién le ha besado? –pregunta la princesa.
–No preciosa, si yo te dijese algo de quién me ha besado en busca de su príncipe sería muy poco decoroso por mi parte. No olvides que yo soy un verdadero príncipe.
–Oiga, ¿usted no será un príncipe gay?, porque tal y como están las cosas últimamente... Mire lo que le ha pasado a la princesa del país vecino. Le ha salido rana, ja,ja,ja
–Solamente tienes una forma de comprobarlo –dice la voz– dame un beso y conseguirás que yo sea el príncipe de tus sueños.
– ¡No!, me tiene que dar pruebas que bajo esos ojos saltones y ese color verde viscoso se esconde un verdadero príncipe. ¿Sabe? estoy cansada de buscar en chats, emails, internet… todos dicen ser príncipes y ninguno es el príncipe de mis sueños.
–Dame un beso y podré demostrarte que soy un príncipe como los de antes, de los que tú sueñas.
– ¡No!, -responde tajante la princesita- me tiene dar detalles. Le haré una pregunta y me tiene que dar tres respuestas como solo respondería un príncipe azul. ¿Qué es una princesa?
– Una princesa es la golondrina que adorna el viento; la flor que ilumina el jardín; el olor que acompaña al sueño de los enamorados.
–Sí, sí, –grita alborozada la princesita – eso que ha dicho solo sabe decirlo un príncipe. ¿A qué va a ser verdad, ranita, que eres un príncipe camuflado? Oye, ¿no serás un espía de mi madre?, que quiere casarme con el príncipe regordete, con la cara llena de granitos y que a mí no me gusta. Yo quiero un príncipe de sueños.
–Dame un beso y lo comprobarás –dice la rana–.
–Es que sabe, señor príncipe–rana, me da mucho asco besarle, está usted mojado, viscoso, tiene un aspecto tan feo que…
–La decisión es solo tuya, princesa mía. Si realmente buscas un príncipe, aquí está. Con solo un beso lo podrás conseguir.
–Ya pero,…
–No hay peros –dice la rana, un poco cabreada– cógeme en tus manos, cierra los ojos, acerca los labios a mi piel y tendrás a un príncipe de sueños, en tu vida.
–Sí, pero…
– ¡Pero qué! –Protesta el anfibio – ¿Ahora qué pasa?
–Que me dan mucho asco las ranas –responde la princesita-. ¿No podría convertirse en una linda tortuguita que es más fácil de besar?
–Ya me tienes un poco cansado princesita engreída. Si me quieres besar me besas y si no me voy en busca de otra princesa que quiera a un príncipe de verdad.
–Bueno, está bien, allá voy, pero...
–Pero que… –grita la rana
–Nada, nada. – Dice la princesa – allá voy
La princesa, coge a la rana en sus manos, con cierto gesto de asco cierra los ojos y acerca los labios su piel.
Se escucha un sonoro beso y se produce un intenso destello en los ojos de la linda princesita.




© Miguel Urda

4/21/2011

Frente a la estación central



Faltaban cinco minutos para las ocho pero ya estaba allí, en el lugar que ella le había indicado. No, no estaba nervioso, o intentaba reflejarlo. Era invierno pero el sudor le corría por la frente. Sería por el exceso de abrigo, se dijo.


Cuatro minutos para la hora de la cita y no la veía aparecer, ni siquiera distinguía una figura humana en la oscura y desierta lejanía. Cotejó, de nuevo, que el reloj de la muñeca y del teléfono móvil estuviesen sincronizados. Dos minutos para las ocho y a pesar del intenso frío del mes febrero tenía el cuerpo empapado en sudor. No quería pensar en la cita, pero era algo imposible de apartar de su cabeza.


Las campanas comenzaron a dar las ocho y compitiendo en agudeza visual sobre que reloj mirar primero para comprobar la exactitud de la hora, sus ojos se inclinaron por los dígitos que marcaban el aparato telefónico. Cuando sonó la octava campanada ya había comprobado por tres veces que ambos instrumentos marcaban la misma hora, sin diferencia alguna de segundo.


Ocho y un minuto. Ya llega tarde aunque sólo son sesenta segundos, pero ya pasa de la hora indicada. Seguía sin distinguir la aparición de persona alguna. Volvió a mirar el reloj. Dos minutos pasaban de la hora a la que le citó. Un coche se acerca, se detiene delante de él, lo conduce un hombre, le acompaña una chica joven, no consigue verla bien, pero es ella, el pelo largo y lleva una bufanda roja, el indicativo de que es la chica con quién ha quedado. El corazón comienza a tomar velocidad, a latir a un ritmo muy apresurado. Intenta tragar saliva pero su garganta está seca. Se abre el coche, la joven mujer se despide con un beso de su conductor. Suda, tiene las manos y la frente transpiradas; la chica es más baja de lo que él esperaba. Va a decirle su nombre, ella ni siquiera se da cuenta de él, solo comprueba el reloj y comienza andar con paso ligero hacia el interior del edificio.


El corazón vuelve, tímidamente, a su lugar.


Ocho y tres minutos. Ninguna silueta se percibe en los alrededores más próximos a él. Tres minutos, son sólo tres minutos de retraso. Comprueba el reloj de muñeca y después el nudo de la corbata roja, que ella le ha dicho que lleve puesta. El reloj digital marca las ocho y cuatro. Un corto paseo de diez pasos para intentar apaciguar el nerviosismo. Busca un ruido, un gesto, algo que le diga que alguien se aproxima pero nada, ni por la derecha ni por la izquierda. La plaza está ocupada por la fría soledad de una noche invernal.


Piensa si es el sitio que ella le había dicho. Relee el SMS le había enviado esa mañana: “a las ocho frente a la Estación Central”.


Ocho y cinco minutos. Cinco minutos puede considerarse como un retraso bastante considerable. El dígito cambia a seis mientras mira el aparato. Un ruido, un ruido conocido suena dentro de su nerviosismo, proviene del teléfono móvil. Número desconocido. Sí, ¿dígame?


Un intenso escalofrío había recorrido su cuerpo cuando apretó el botón de finalizar la corta llamada.


© Miguel Urda

4/01/2011

Tengo una duda -2ª parte-


Siento admiración por la familia del 2º H, aunque no la conozca en persona he podido comprobar que son grandes ciudadanos. Son participes de la asociación “Sonrisas para la alegría” y cada dos meses reciben una carta manuscrita de los ocho niños que tienen apadrinados en el tercer mundo. Pagan religiosamente su cuota al Partido Popular cada dos meses; tienen contratado un Plan de pensiones y un seguro de decesos para cada miembro de la familia.

El vecino del 3º D fue quien más asombró me ha provocado. Si la comunidad de propietarios se enterase el porqué de la ausencia de palomas y gatos pondría el grito en el cielo y en los Juzgados. Tenemos a un disecador de animales viviendo con nosotros. Aunque debo de reconocer que es un oficio interesantísimo. La cantidad de productos que hay para dar más realce a los animales muertos, y el mercado de compra-venta de animalitos son impresionantes. Mi vecino está muy reconocido en EBay. Tiene varias estrellas que le otorgan mucha credibilidad, aunque a mí no me gustó mucho la gaviota que le compré. Tuve que deshacerme enseguida de ella porque Lupita la gruñía constantemente.

Qué yo no pase tantos apuros económicos con mi pensión se lo debo al niñato de los pelos largos del sexto A, del quinto portal. Menudo economista está hecho. Es un bróker corrupto de la bolsa total. Siguiendo las instrucciones de la revista “Economía para los negados”, a la que está suscrito, me he abierto una cuenta corriente en el Money Swiss Bank de Ginebra a la que destino la plusvalía de los fondos de inversión que compre al vender la acciones de la Compañia Alta velocidad submarina días antes de desplomarse.


Pero lo que hace que vaya con ilusión a robar la correspondencia es el vecino del 5º B. Utiliza los anuncios de clasificados de las revistas de contactos. Hace seis meses que le escribió una Alta Funcionaria del Cuerpo Diplomático de Senegal. Aquí estuve muy tentado de devolver la carta pues me parecía una intromisión al honor en grado máximo, pero me pudo la curiosidad. Le escribí yo, haciéndome pasar por mi vecino. Me fue muy difícil interceptar la contestación a la respuesta de mi carta. En ella me decía que mi carta la había enamorado, que pasaba noches enteras saboreando mi prosa; le conteste que yo también había sucumbido a su forma de expresar los sentimientos. Casi que sé que se fue al traste mi travesura pues me dijo que pensaba venir unos días y quería verme, yo le dije que sí aunque no sabía cómo hacer cuando llegase el momento concreto pero debido a unas benditas fiebres tropicales tuvo que suspender el viaje. Estar atento a su carta me era muy complicado pues el sobre es muy pequeño y tenía que estar trasteando en el buzón con el peligro de que me pudiesen coger a pesar que adiestré a Lupita para que me ladrase si venía alguien, por lo que decidí contarle a mi amada que dado que esperaba una visita suya lo mejor era mudarme de casa a una más grande para que estar más cómodos en este amor epistolar cuando se hiciese real, así conseguí que las cartas llegasen a mi buzón.

Lo que nunca pude imaginar es que la cosa llegase tan lejos y ya tengamos puesta la fecha para la boda, aunque tengo una duda: ¿debo de invitar a mi vecino del 5º B al enlace?

© Miguel Urda

3/27/2011

Tengo una duda -1ª parte-


Tengo como hobbie robar la correspondencia de mis vecinos. Los lunes les toca los inquilino del 1º F y 4º A del portal uno; el agraciado del miércoles es el vecino que vive en el portal tres en concreto en el 2º H; los viernes le toca al portal que está un poco más apartado, es decir, el número cinco y los afortunados vecinos a los que las correspondencia no le llegan son los que habitan en el 5º B y 6º A. Los sábados lo tengo algo más complicado porque el inútil del cartero solo trae cartas certificadas o urgentes. Aun así hago una ronda por si acaso.

Estaba cansado de que llegasen a mi buzón sobres a nombre de un tal MARCELO ISMAEL DE DIOS BENDITO. Eran tres o cuatro cartas las cartas equivocadas que recibía a la semana. ¿El idiota del cartero no sabía leer? Bien clarito en mi buzón y en letras mayúsculas ponía Don JAVIER PEREZ DEL ALBA. Además si hubiese sido un poco observador se habría dado cuenta de que a mí solo me llegaba correspondencia de “Del club de los Combatientes en la Guerra Civil”, del Arzobispado de Sevilla y de la Caja de Ahorros.

Un día, monté en cólera al encontrar una carta mía en el suelo del portal y que no había tenido cabida en mi buzón al estar ocupado por un sobre color amarillo, tamaño folio y muy abultado en grosor. Cuando leí el destinatario mi enfado subió más alto que mi colesterol.

Cuando tomaba mi infusión digestiva y relajante después de comer observé que me había traído el sobre que no me pertenecía. Al cogerlo de nuevo me extraño su peso. No tenía remitente solo destinatario. Y llevado por el recuerdo de la ira que provocó esa mañana en mí, decidí abrirlo. Eran casi cincuenta folios de un color amarillo sepia. Era la primera entrega de un curso de correspondencia sobre nudos marineros. Nunca me había interesado el tema pero al ojearlo me resulto curioso.

Como una acción repetitiva del hecho anterior volvió a sucederme lo mismo dos días después. Sobresaliendo en mi buzón me encontré otro sobre amarillo. Mismo destinatario, mismo grosor. Segunda entrega de dicho cursillo.

En la tarde de ese mismo día, al regresar de dar un paseo con Lupita me llamo la atención que en uno de los buzones de mi portal sobresaliese una esquina de un sobre. Como un gesto decidido lo agarre y metí debajo de mi abrigo. Debo confesar que fue acto un malévolo, pero el cartero había tenido la culpa de provocar un desequilibrio en mi vida.

Esa primera y pequeña travesura provocó una continuidad delictiva, y por la mañana deseaba impaciente que se acercase la hora donde escuchase el sonido carrasposo de la moto del cartero. Fue cuestión de meses y paciencia saber que correspondencia debía venir a mis manos.

Entonces Lupita y yo comenzábamos nuestra ronda. Gracias a la empresa pirata del primero F me adentré al mundo de la informática: Emule, Hotmail,... carecen de secretos para mí. Pude craquear la play Statión y la Wii gracias al suplemento de la revista lo que oculta la informática y que sé me olvido devolvérselos; he conseguido saber la manera de conseguir poli tonos gratis y poder instalarlos en mi móvil táctil de última generación que cayó en mis manos cuando completé los cupones regalos de puntos de los catálogos que nunca llegaron a su destinatario.

Los vecinos del cuarto A es un poco guarrilla pero gracias a sus folletos he vuelto a revivir momentos que ya tenía olvidados. Si mi difunta Angustias se hubiese enterado que hoy en día hay braguitas comestibles, volvería a morirse del susto; o que los preservativos, cosa que mi esposa y yo jamás usamos, tienen sabores, y muy bien conseguido, sobre todo el de chocolate. O que hay velas que imitan a los órganos reproductores masculinos. Muchas veces se lo reprocho: Angustias, te fuisteis tan pronto y sin saber tantas cosas del mundo que despreciabas.


CONTINUARÁ



© Miguel Urda



3/13/2011

Intenciones -2ª parte-


Estaba pensando en echarme atrás al no poder pagarle a la chica, cuando sonó el portero automático. Al abrir la puerta me encontré con una descomunal mulata. Hola, papito, me llamo Blanca Luz, pero mis íntimos pueden llamarme Lucecita, porque soy como la lucecita que devuelve la vida. Yo creía que se la pagaba antes del servicio pues así había visto hacerlo en las películas, pero ella me dijo que no me preocupase, que después. Que veía en mi cara que más que sexo necesitaba desahogarme, hablar; y así nos sentamos en el tresillo y sin saber muy bien cómo ni porque me encontré hablándole de mis intentos de suicidios, del abandono de mi mujer, de la perdida de mi trabajo, … vamos papito mira la vida de otro color, me dijo con voz melosa. Fue a la cocina para traer algo de picar, lo único que había comestible eran infusiones de la etapa espiritual de mi mujer. Hizo una que a mí me supo a rayos, aunque debo reconocer que me tranquilizó y me pareció que lo que yo tanto anhelaba y que había olvidado por completo ante la presencia de Blanca Luz estaba llegando, iba camino de la muerte, estaba entrando como en un sopor, una tranquilidad, parecía estar flotando entre nubes de algodón hacia el más allá.

Cuando desperté un completo vacío, no existencial sino de mi casa, me daba vueltas. No había nada, ni sillas, ni mesa, (la televisión se la llevó mi ex mujer) nada, lo que se dice absolutamente nada. Habían dejado el piso completamente desnudo, recorrí las habitaciones, la cocina, nada no había ni cama, ni ropero, ni mueble alguno. Los truenos que había en mi cabeza me impedían girarla por completo, pero sí, no estaba soñando, mi casa –mejor dicho la casa del banco- estaba desnuda, solo quedaban las cuatro paredes. Lucecita o Blanca Luz se había llevado todo, absolutamente todo, también mi cartera y mi teléfono móvil.

Pero no me vine abajo, sino todo lo contrario, Blanca Luz me había abierto los ojos, debía mirar las cosas desde una perspectiva diferente. Al carajo el suicidio, delante de mí se presentaba un futuro lleno de vida. Decidí buscar a Lucecita y darle las gracias por todo, incluso por desvalijarme la casa. Empezaría desde cero, con nuevas energías, es más le propondría a ella que comenzase también una nueva vida junto a mí. Sí eso era, a ella la sacaría de las tinieblas de la prostitución y ambos seriamos felices. ¡La alegría desbordaba mi vida!

Salí a la calle dispuesto a dar inicio a esta nueva etapa, la felicidad me colmaba, inundaba todo mi ser, atrás había quedado una etapa negativa, nefasta. De pronto escuché como gritaban mi nombre desde la otra cera, era una voz conocida, parecía la voz de mi ex mujer, vi unos gestos con la mano a lo lejos, intenté huir de ella, cruce la carretera sin mirar, sentí un golpe y mi cuerpo volando por los aires. Comencé a recorrer el verdadero camino hacia el mundo al que yo tanto me resistía marchar.


© Miguel Urda

3/07/2011

Intenciones -1ª parte-


Mi primer intento de suicidio fue a consecuencia de mi ex mujer. La muy zorra me dejó de la noche a la mañana sin decirme nada, y hay ciertas cosas que son comprensibles, como que el amor se acabe, pues cuando el amor se acaba se acaba y no hay que darles más vueltas de hoja, pero que a los cincuenta años y con dos hijos diga que ha encontrado su verdadero amor y que este verdadero amor sea mi hermana que a su vez abandonó al marido y a los tres hijos para irse a vivir juntas, es algo que escapa a cualquier lógica posible. Por si fuese poco, me despidieron de mi cargo de director parcial de supervisión de ventas de clientes flotantes. Claro que nunca quise ser mal pensado y creer que me echaron porque el dueño de la empresa era el padre de mi ex mujer y entre él y yo nunca hubo un buen entendimiento.

Decidí suicidarme de la forma más fácil posible que localicé por Internet, cortándome la venas de las muñecas en la bañera. Me dispuse a llenarla de agua caliente y cuando apenas llevaba un palmo de agua la bombona de butano se acabó. Cerré el grifó, pues por mucho que fuese a acabar mi vida quería hacerlo de una forma digna y no muerto por congelación en pleno invierno. Opté por buscar otro medio de suicidio, me colgaría de la lámpara del techo. Mientras buscaba una cuerda que sostuviese mi peso, sonó el teléfono móvil. Era del banco, tenía la cuenta corriente en números rojos. Me puse a rebatirles que eso no podía ser, cómo era posible, les había puesto toda mi confianza y mis ahorros en sus manos, y ahora me hacían esto, habían despilfarrado todo mi dinero. Al final quedé que en un rato pasaría por la entidad bancaria para encontrar una solución a este pequeño problema o malentendido, porque seguro que era un malentendido. Aunque bien pensado me daba igual que mi cuenta corriente estuviese en números rojos, verdes o azules, yo tenía pensado suicidarme y no habría nadie que me detuviese, pero no era lo mismo irse de este mundo con todo bien atado que dejando flecos sueltos así que con tal que los del banco no se salieran con la suya decidí acudir a verlos, con la idea fundamental de incordiarles un poco.

Cuando regresé a casa y miré la hora, ya era casi las tres de la tarde, y me di cuenta de lo cansado que estaba. Desde las diez horas que comencé con mi suicidio fallido hasta ahora no había tenido un momento de respiro. Pero lo importante era lo importante. Nadie iba a quitarme la idea de suicidarme, por mucho que el banco me pusiese una denuncia por alteración del orden público, estuviesen a punto de desahuciarme de mi casa o la innombrable de mi ex mujer me hubiese demandado por no pagar la pensión alimenticia para los niños, así que me dispuse a retomar mi idea de suicidio de nuevo, pero el cansancio pudo conmigo y me quede dormido en el sofá.

Una vez repuesto con una breve siesta, de dos horas y media, retomé mi suicidio y decidí ponerme manos a la obra. Mientras ataba la cuerda a la lámpara y sin una razón aparente, mi miembro viril decidió ponerse estado erecto, una erección que solo recordaba de tiempos mozos, aunque enseguida me vino a la memoria que cuando te suicidas el pene entraba en dicho estado, seguro que estaba preparándose para ello, pero a mí me quedaba aún un rato para dar por concluida mi tarea por lo que decidí que lo mejor era masturbarme, así que me fui a la cama, me baje los pantalones junto con los calzoncillos y comencé a darle a la manivela. Me encontraba en pleno éxtasis onanista cuando caí en la cuenta que llevaba mucho tiempo sin hacer el amor. ¿Qué tal si llamaba a una puta? De esas que se anunciaban en el periódico, así acabaría mi estancia en esta vida de una forma relajada y digna. La idea casi se me desvanece cuando cogí el periódico y comprobé los precios de los anuncios de la sección de relax. No obstante, llamé a un anuncio que ofrecía un completo por treinta euros. Ni idea de lo que era un completo, porque a mis cincuenta años recién cumplidos nunca había recurrido a los servicios de sexo de pago, pero la cuestión era irse a gusto de esta vida. Al segundo tono una voz dulce habló: El paraíso terrenal, ¿dígame? En apenas cuatro palabras me sugirió una chica de suaves curvas, experta en su trabajo que le haría disfrutar y llegar al paraíso en dos suspiros. Y en efecto, el precio era treinta euros un completo. Me olvidé preguntarle de que era un completo. Al colgar el teléfono, después de darle mi dirección, cogí mi cartera y mis sospechas eran ciertas, apenas tenía un billete de cinco euros y unos céntimos.
Continuará


© Miguel Urda

3/02/2011

¿Por qué?


Que el pasado vuelve cuando se le antoja es algo que todos conocemos y no hay duda alguna sobre ello; que unas veces pasa de con la simple intención de mostrarse y otras viene para quedarse es algo que también sabemos, pero hay que fastidiarse cuando uno lleva intentado atar el ayer cuatro años, se cree que lo tiene todo bien encuadrado, cada pieza encajada y todo superado, de pronto viene y aparece con intenciones no muy buenas. Durante todo este tiempo he aprendido, he aceptado y colocado en mi vida todo lo que ha venido y me ha provocado muchos quebraderos de cabeza, noches en vela,… Cuando parece que tengo todo ordenado y en su sitio, aparece el maldito pasado e intenta desestabilizar el equilibrio –imperfecto unas veces, perfecto otras- con el que intento construir mi vida.

¿Por qué? ¿Por qué viene de nuevo? Y todo de golpe y sin pedir permiso, entrometiéndose de nuevo en mí día a día. Ahora estoy preparado para afrontarlo, quizás porque en su momento todo fue tan precipitado que provocaron tantas heridas que no han dejado nada para que sangren ahora. Puedo decir que tengo puesto el antivirus hacia el ataque destructivo del pasado que quiere derrumbarme. No me ha afectado el haber recibido un email de mi último amor –y cobarde-; no me ha afectado que una antigua amistad haya resurgido como si nada hubiese pasado después de tres años de silencio –aunque este hecho lo tengo en cuarentena, por sí las moscas-; no me afectado que me encontrase con dos amigos de la infancia –en días alternos- y nos detuviésemos a hablar a consecuencia del Facebook (antes cuando nos veíamos esbozábamos un hola o una sonrisa o una inclinación de cabeza); … ya no me afecta el pasado, solo me provoca curiosidad.

Cuando pienso en los hechos acontecidos estos últimos días sobre el resurgir del pasado creo que todo esto sucede por algo en concreto. Quizás para ponerme a prueba y ver si soy resistente a las heridas que el tiempo decide cuando están curadas o no. Y ahora, yo acepto que venga el pasado, porque como ya he dicho viene sin púas, sin espinas para hacer daño o sin dobleces, porque estoy con la lección aprendida y la vista puesta en el futuro, quedándome tres, tres únicos cabos sueltos para cerrar el pasado.

Solamente me llama la atención que todo haya venido junto y por eso me pregunto: ¿Por qué?


© Miguel Urda

2/28/2011

La increible Huelga de los hombrecillos que fabrican la nieve -2ª parte-


La tercera reunión tuvo lugar la víspera de Navidad y a ella acudieron los principales mandatarios de los países más importantes del Mundo. Dada la importancia de la reunión, el lugar se mantuvo secreto y los medios de comunicación hacían elucubraciones sobre dónde se estaba celebrando; que si habían creado una nube especial para el encuentro, que si en una cápsula isobárica camuflada en un océano indeterminado, que si habían habilitado un volcán insonorizado para ello, que si el Papa les había dejado unos aposentos invisibles del Vaticano… Todo eran especulaciones. Pero la cuestión era que el día de Navidad se acercaba y no había caído aún ningún copo de nieve.


Un poco antes del veinticuatro de diciembre, por fin hubo un comunicado oficial firmado por ambas partes. Habían llegado a un acuerdo: la nieve seguiría siendo insípida, sin colorantes y conservantes, garantizando la exclusión a aperturas de nuevos mercados de sabor olor u experimento alguno; la calidad de la nieve continuaría siendo la establecida desde tiempos inmemoriales y no se rebajarían los niveles de producción tal y como se les habían propuesto en la última sesión de la Cumbre Asimétrica de Nuevas Producciones Climáticas.


Como clausula especial venía que el día de año nuevo los hombrecillos que fabrican la nieve provocaría una nevada especial donde irán reflejadas copos con los colores del arcoíris, declarando los políticos este tema como "Asunto Reservado de Estado “.
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© Miguel Urda

2/16/2011

La increible huelga de los hombrecillos que fabrican la nieve -1ª Parte-


¿Cómo era posible? Jamás en la historia de la vida había ocurrido algo así “los hombrecillos que fabrican los copos de nieve se habían declarado en huelga”. La noticia corrió rápidamente por todo el Universo. El sol, en el cambio de turno, se lo dijo a la luna; la luna se lo chismorreó a las estrellas provocando una acalorada discusión entre ellas ante la incredulidad de la noticia; estas lo transmitieron a la lluvia la lluvia al arcoíris y así fue extendiéndose la noticia. Los únicos que no se enteraron fueron los políticos.

A los hombrecillos no les fue fácil tomar la decisión de llegar a ese punto y sobre todo que tipo de huelga hacer. Unos decían hacer huelga a la japonesa y producir un importante excedente provocando que el hemisferio norte tuviese nieve permanente durante todo el año y de forma muy intensa y otros se decantaban por hacer una huelga de brazos caídos. Ganó esta última opción.

Y así llego diciembre. Los políticos empezaron a darse cuenta del problema al escuchar quejas de la población del hemisferio norte que miraban el cielo y veían que estando en los inicios del mes navideño aún no había caído un copo de nieve. Se pusieron manos a la obra, viendo que la reclamación de los fabricantes de nieve iba en serio, solicitaron una reunión con ellos.

Hubo un primer encuentro con políticos de tercera clase y los hombrecillos, en un lugar indeterminado de la tierra. La reunión fue infructuosa, provocando el consiguiente enfado de los hombrecillos que amenazaron con ayudar al cambio climático, con inundar de nieve el desierto del Sáhara, la Selva Amazónica, el desierto australiano…

A la segunda reunión, a escasos días de la Navidad, acudieron políticos de segunda categoría y los hombrecillos de nuevo volvieron a mosquearse al no ser aceptada su propuesta. Amenazaron con romper los moldes para fabricar la nieve, no siendo conscientes los políticos del desastre que eso conllevaría en la naturaleza con las consiguientes repercusiones para el ser humano.
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CONTINUARÁ

© Miguel Urda

1/23/2011

Me reafirmo


Cuando escribo estas líneas llevo escayolada mi pierna derecha cuarenta y cuatro días, desde la ingle hasta el tobillo a causa de una caída y que me ha provocado una fractura de rotula. Si hay algo que he tenido durante todo este tiempo de inmovilidad absoluta es tiempo para pensar.

Dado que la escasa familia que tengo se encuentra fuera del lugar donde vivo, en estos momentos he estado apoyado por la familia que yo me he ido forjando por mi mismo a lo largo de la vida, MIS AMIGOS. Han permanecido pendiente de mí en todo momento, y a cualquier hora de la mañana o de la noche y para todo, lo cual dado lo independiente y autónomo que yo soy me ha hecho recapacitar bastante sobre el contexto que esta apoyada mi vida, reafirmarme en lo que yo tengo tal claro pensado para mi futuro y los traspiés que la vida te puede ofrecer en el momento más inesperado.

En octubre vino un amigo de Alicante a pasar unos días a casa y desayunando en la terraza salió el tema de conversación de los suicidios. Le comenté que dada mi situación personal yo tenía puesta mi fecha de caducidad, a lo cual este se echó las manos a la cabeza, puso el grito en el cielo y me pidió que justificase o argumentase mi decisión. Nunca me la aprobó y quedó el resto de los días de su estancia esa charla flotando en el aire. Y es así, yo tengo tomada esa decisión. Suicidarse no es tan complicado, le dije a mi amigo. Solamente hay que tener valor y las cosa muy claras.

Como he dicho al comienzo de estas líneas lo que peor he llevado ha sido el estar supeditado para todo a alguien y eso es lo que temo cuando llegue a una edad donde no pueda valerme por mi mismo. Lo que más miedo o pavor me provoca es ver como voy perdiendo mis facultades físicas y mentales, por este orden. Tengo pensado cuando llegue a una cierta edad hacer una especie de ITV periódica de mi cuerpo y según el desgaste que vaya sufriendo mi persona así iré alargando o acortando dicho momento

Hay mil formas de suicidio pero la que yo tengo pensada es limpia y el sufrimiento o agonía es mínima. Sólo hace falta tener valor y estoy seguro, me reafirmo, que en el momento que yo vea que mis facultades van mermando yo pongo fin a mi vida. Es como decir que la vida de uno tiene fecha de caducidad. Eso sí, salvo que ocurre alguna desgracia natural esto es a largo plazo, aún tengo que dar mucha, mucha guerra.


© Miguel Urda

1/12/2011

De color rosa -2ª Parte-

− ¿Y cree que él me quiere a mi? –le preguntó Estrella, con voz firme
La adivinadora movió tres cartas, mientras asentía con la cabeza.
−Niña, -exclamó con una voz sorprendida y con un deje andaluz. −Lo tienes loquito por tus huesos, lo dicen estas dos cartas “el mundo” y “el loco”. Tú eres su mundo entero solo tiene pensamiento para ti y lo disho, lo tienes loco, loco, loco. Esta carta nunca falla. “El loco” es la locura del amor, bonita.
−Si, pero yo… -comenzó a decir Estrella
−No hay peros que valga, bonita. El amor es así, loco y él esta loco por tus huesos.
−Pero yo creo que él no me quiere, creo que esta con otra− dijo Estrella
−Con otra, con otra –exclamó la adivina. −Todas pensáis lo mismo, cuando el esta loquito por ti. Y si no míralo, aquí lo tienes en esta carta “el emperador” Es el rey de tu vida y tu la reina de su vida. Me he dado cuenta nada mas verte entrar, pero una es muy profesional y no debe dejarse guiar por los sentimientos.
− ¿Y ve algún embarazo? –preguntó Estrella
−Embarazo ninguno, bonita. Mira esta carta –le dijo a Estrella señalando con la larga uña pintada de color rojo intenso del dedo índice. −Es “la rueda de la fortuna” ¿Sabes lo que eso significa?
No le dio tiempo a responder a Estrella, cuando la adivina comenzó a hablar de nuevo:
−La rueda de la fortuna, ¡ay! Cuanta gente que ha pasado por esta sala hubiese deseado que le saliese esta carta. La fortuna esta en tu vida en forma de amor. Ese chico del que me has hablado te va a llevar al altar. Y vas a ser “mu feliz” –dijo la adivina.
− ¿Esta segura de que no ve ningún embarazo? –volvió a preguntarle Estrella.
−Acaso dudas de mi profesionalidad –le dijo Luna.
Comenzó a señalarle todas las cartas.
−Ninguna carta habla de embarazo. ¿Lo ves? −le dijo poniendo la uña afilada y de un color rojo intenso sobre cada carta.
−Sabe usted, es que mi novio y yo reñimos hace tres días. Y no me ha llamado. Usted cree que…- dijo Estrella
−Esas pequeñas peleas de amor confirman que el amor es solido. Son pequeñas marejadillas que hay que pasar a veces. Pero lo vuestro es mu seguro, me lo dice mi interior- dijo la adivina en un tono andaluz algo descontrolado.
−Entonces, usted cree que él… -comenzó a preguntar de nuevo Estrella.
−Bonita, comienzas a ofenderme con tanta duda. Te recuerdo que ya era vidente antes de nacer −dijo la vidente mostrando un tono con algo de ofensa.
Estrella no dijo nada, solamente la miró.
-Si, perdón, pero es a que veces…
−A veces, a veces… −Le interrumpió la adivinadora. −El amor es así, no hay nada escrito en él. Solo las líneas que vosotros queráis escribir.
Estrella no dijo nada.
Se hizo un silencio en la habitación. El sonido de un claxon se escuchó desde la calle.
−Será mejor que me vaya, señora –comenzó a decir Estrella. −Creo que ya es suficiente por hoy.
−Mi tarifa es de cien Euros, pero como tú me has caído bien y eres una muchacha con suerte te lo dejo en veinte euros.
Estrella dio un respingo en su asiento al escuchar el precio. Cogió su bolso abrió el monedero y sacó el único billete que tenía uno de diez euros, y rebusco unas monedas.
−Sólo tengo diecisiete euros –Le dijo con voz apagada, acercándole el dinero.
−No importa, bonita. El dinero es dinero. Déjalo ahí –Dijo la adivina en un tono airado.
Estrella se levantó de la silla y salió a la calle sin despedirse.


Cuando llegó a casa, sacó del bolso lo que había comprado en la farmacia y fue el baño. Cuando salió hizo una llamada más al teléfono móvil de Marcos, pudo escuchar como la voz automática le decía que el teléfono se encontraba apagado o fuera de cobertura. Volvió al baño. Cogió el predictor y vio que había cambiado a color rosa. Tras un momento de quietud pensativa se quitó el anillo de compromiso del dedo y lo arrojó por el inodoro, apretando seguidamente el botón de la cisterna.


©Miguel Urda

1/03/2011

De color rosa -Primera parte-


Estrella salió de la farmacia, metiendo en el bolso lo que había comprado en ella y comenzó a caminar calle abajo. Se detuvo unos pasos más adelante ante un cartel amarillo que había en la acera de enfrente, por donde iba caminando. Miró a derecha e izquierda y cruzó la carretera. En el cartel, ante el que se había parado, podía leerse en letras mayúsculas y en color rosa “CONOZCA SU FUTURO” y en la línea inferior en color negro “conozca de usted hasta lo que no quiera saber”. Ella hizo un gesto con la cabeza, esbozó una sonrisa y retomó el caminar. A los pocos metros se detuvo y retrocedio los pasos que había dado. Volvió a estar frente al escaparate. Miró hacia la puerta, había un cartel que decía “entre sin llamar, le espera su futuro”.
Empujó la puerta y entró sin titubeo alguno. El habitáculo a donde le traspaso la puerta de entrada era oscuro y abrió los ojos un poco más.
−Buenos días señorita –dijo una voz femenina y carrasposa, casi oculta en la oscuridad.
Estrella dio un pequeño respingo de susto y asombro.
− ¿La he asustado? –dijo la voz carrasposa.
−Un poco, no me la esperaba, además esta todo tan oscuro –dijo Estrella
−Mi nombre es Luna. Y desde el vientre de mi madre soy adivina. Antes de nacer supe que mi madre moriría en el parto. Así fue. ¿Qué te trae por aquí, bonita? –habló la adivina intentando controlar un deje andaluz.
−Yo me llamo Estrella. He visto el cartel en la puerta y quería saber cuanto cuesta… –Preguntó con una voz algo temblona.
−Depende, bonita, de lo que quiera saber. Aunque la sabiduría no tiene precio. Yo cobro porque tengo que alimentarme. Pero el saber es gratis.
−Pero no se si tengo dinero, acabó de estar en la farmacia y…
−Para ti baratito, hija, tienes cara de buena gente e inocentona. Para ti baratito −le volvió a repetir la adivina.
−Es que no se si tengo dinero suficiente, porque…
−No te preocupes por el dinero. Ya que estas aquí dentro no te vas a ir sin saber algo de tu futuro. Tu cara dice mucho, bonita. Esta llena de inocencia y juventud –le interrumpió la adivina. Siéntate aquí en esta mesa.
La adivina fue hacia la puerta y echó el cerrojo.
−Siéntate en esa mesa−le volvió a repetir
−Pero es que yo… −intenta decir Estrella
−Nada tú calla y déjate llevar, bonita –le dijo la adivina, mientras abría una pequeña caja de madera y extraía un pañuelo que protegía las cartas del Tarot.
−Pero si en realidad no quiero saber nada… solo –comienza a decir Estrella
−Calla, no te das cuenta, bonita− dijo la adivinadora −No lo ves: tú Estrella y yo Luna. Somos dos partes del firmamento, del universo. Tenemos compenetración.
Mientras hablaba barajaba las cartas.
−Corta la baraja, con mucho cuidado, respira hondo y piensa lo que quieres saber, aunque a mi no me hace falta que me digas lo que quieres saber. Yo lo sé –dijo la echadora de cartas.
Estrella suspiró y cortó la baraja en tres partes.
−En tres partes has cortado, ¡eh bonita! ¡Qué dividida tienes tu vida! –le dijo la adivina. ¿Quieres que te adivine antes el pasado para que tengas seguridad en mí y así creas lo que te voy a predecir?
−No, yo solo quería saber… –empezó a decir Estrella
−Si, como casi todas -interrumpió la adivina. −Queréis saber como va a ir en el amor. En tu carita se nota que estas deseando enamorarte. No hace falta echar las cartas para saberlo.
Comenzó a extender el manojo de cartas por la mesa en forma de V.
−Bonitas cartas, preciosa, bonitas cartas –Habló la adivinadora en voz alta.
−Mira, aquí tienes la carta principal, la que rige tu vida “el ahorcado”, esta en el centro del presente y del pasado y esta boca abajo. La suerte esta contigo, bonita –le dijo Luna.
Estrella se movió un poco en la silla.
− ¿Y seguro que el ahorcado es una carta buena? –Preguntó con voz incrédula.
−De las mejores y tú la tienes justo en el centro de tu vida. Todo te sonríe –Volvió a decirle la adivina.
− ¿Y que me ve en amores? –Le preguntó Estrella, con un hilito de voz.
−En amores es donde mejor te va a ir –le dijo levantando dos cartas, una de la parte derecha y otra de la izquierda. −Mira aquí tienes “la emperatriz” que simboliza el amor. ¿Ves como brilla este pájaro que tiene ella entre sus manos? −le dijo señalándole la carta es el resplandor del amor. Y tú lo tienes reluciente. Te va a llegar muy pronto. Es más me atrevo a decirte que está a la vuelta de la esquina.
−Pero, yo es que estoy saliendo con un chico, Marcos, y llevamos saliendo un año. –dijo Estrella con voz algo alterada.
−Ya lo veía yo sin necesidad de cartas pero una es muy profesional y no puede dejarse llevar por los sentimientos. Tú estas “mu enamorá” te enamoraste enseguida del primer hombre que te dijo tres tonterías, porque tú eres de las que se entregan por completo al amor. Me lo dice mis vibraciones interiores y esta carta lo que hace es confirmarlo. Tu amor brilla como los chorros del oro del castillo de la emperatriz, que por eso esta al otro lado “la torre” carta que confirma la solidez del amor.
CONTINUARÁ


© Miguel Urda