La historia lo sostiene desde tiempos inmemoriales: en público las virtudes y en privado los vicios. Sin entrar a destripar el argumento, es la línea en que Ian McEwan (www.ianmcewan.com) desarrolla en Amsterdam (sin tilde por ser nombre extranjero en este caso) y que cuestiona los principios morales de la sociedad británica, aunque es perfectamente traspolable a cualquier otra.
Una novela que comienza en alto, con el funeral de Molly Lane (¿un guiño a Joyce?, ¿intertextualidad?), una mujer de costumbres amorosas atípicas y los cuatro hombres más importantes de su vida allí presentes, aunque la historia toma a dos como epicentro de la narración. Un director de periódico y un compositor de música, ambos en un momento de decrepitud de sus vidas. A raíz de esa situación asistimos a una serie de hechos que refleja la idiosincrasia del ser humano y lo despoja de cualquier atisbo innecesario para hacer ver que está compuesto y se nutre de sus propias miserias.
En la novela abundan los acontecimientos que te arrojan a un vacío como lector, facilitando su lectura, pero que carecen de emoción. Asistes a ellos, aunque no te impregnas o implicas, bien porque al estar narrada en tercera persona no provoca un acercamiento o que te decantes por ningún personaje. McEwan nos muestra que la sociedad británica del último tercio del siglo XX está corroída, corrupta y enferma, pero a su vez deja patente que no es algo nuevo, pues está sostenida por esos pilares.
Sin embargo, bajo la narración subyace la cuestión sobre el grosor de la línea que traspasa la moralidad del ámbito privado al público e incluso si existe, y cuál es su definición. Desde que se publicó el libro, en 1998, la sociedad ha cambiado muy deprisa, y el nacimiento de las redes sociales estaba muy próximo, son empresas que pugnan por hacer público lo que siempre ha sido de puertas para adentro y dónde todo vale por incrementar el número de seguidores.
La excusa de un funeral, momento muy bien logrado para constelar toda la trama donde los hechos de los personajes inciten al lector a juzgarlos o no: la amistad, el político, el dinero, la credibilidad de un medio de prensa, así como la muerte y la finalidad que esto conlleva. Nada es aleatorio. Todo está perfectamente encajado en la novela, incluso el título que parece estar de adorno no es como aparenta. Ahí radica el quid del buen escritor. Que el lector sepa encajar todas las piezas al final de la narración.
Para mí queda una duda: ¿cómo sería la novela hoy en día con las redes sociales de por medio?
© Miguel Urda Ruiz
Texto y fotografía