6/04/2019

Un resquicio de ilusión atípica




EL AMANTE
A.B. Yehoshua

Un resquicio de ilusión atípica


¿Por qué el título El amante? Esta pregunta es lo primero que se me viene a la cabeza cuando termino de leer el libro. Y de acuerdo que hay un amante en la novela, pero tiende a confusión con la obra de Marguerite Duras y la novela es mucho más que un amante que aparece en la vida de una persona. El amante del escritor israelí A. B. Yehoshua es la disección de seis personajes, de una sociedad, de un país alrededor de los cuales gira la historia.
Yehoshua, autor incluido en la clasificación de los escritores de la Generación del Estado, excluye los temas del Holocausto de su temática para centrarse en las relaciones personales en un territorio nuevo donde todo es confuso, conflictivo y controvertido. Con el trasfondo de la guerra de Yom Kipur, en 1973, cuenta una historia que nos puede parecer atípica, ya que encontramos que es un judío quien contrata a árabes para su taller de mecánica al estar sus compatriotas en la guerra. Sin embargo, la novela tiene un comienzo difícil que hace todo lo contrario: apartarte de su lectura. Aunque no es hasta la segunda parte, en la página cuarenta y cinco cuando la novela te atrapa y ya no puedes dejar de leerla. Se inicia con el marido de la protagonista, Asia, en la búsqueda del amante de su mujer, y uno tiende a los prejuicios sociales de que quiere ajustar cuentas con él, pero no es así, sino que supone la punta del iceberg de unas relaciones sociales y psicológicas.
El amante, Gabriel, está presente sin estar presente en gran parte de la novela, es la sombra amenazante que acecha a los personajes para destruir su mundo, un mundo que esta hueco, insatisfecho y cómodo dentro de esa incomodidad. El autor consigue penetrar en las entrañas de los pensamientos de los personajes dejando al descubierto diversos puntos de vista de la situación que se vive en el momento: la relación entre judíos y árabes; las culturas y la religión van de la mano; las relaciones por edades entre los personajes.
La historia avanza en las distintas voces de los personajes, dando pie a historias entrecruzadas, o la misma historia contada por diferentes protagonistas con el consiguiente cambio de punto de vista, o un personaje comienza una historia y es otro personaje quién la finaliza. Hay personajes de todos los rangos de edad: Naim: niño que ayuda en el taller de mecánica de Adam y que es obligado a trabajar en lugar de ir a la escuela; Dafi, hija adolescente de los protagonistas de la novela y que sufre de insomnio y problemas escolares; Asia y Adam, matrimonio protagonista –ella profesora y él mecánico que con cuarenta años se siente viejo y cansado–. Gabriel, el amante, el extranjero es el fruto que aporta la ilusión a los personajes y Vaducha, la abuela que ha despertado del coma, es decir, Yehoshua disecciona por edades a los componentes de una sociedad, de un territorio definido o indefinido según el punto de vista del personaje que se mire. Los personajes, a su vez, son el embrión de sus propias historias, que podían ser desarrollas en una novela aparte.
Sin embargo, a mi modo de entender, Yehoshua escribe de más, es decir, justifica la desaparición y aparición del amante para intentar explicar el por que de una guerra. La novela hubiese ganado en calidad si no hay justificación, quedando todos los cabos atados de la historia por sí mismos dada la forma de narrar que tiene el autor israelí.
He dicho unas líneas más arriba que los personajes podrían tener su propia historia y así los veo. A dos novelas me ha remitido esta historia y ambas muy diferentes, pero que a su vez enlazan con el eje vertebral de desilusión y contenido vacío de la sociedad. Un Gabriel, el amante, me ha llevado directamente a Meursault, El extranjero (1942) de Albert Camus que va a enterrar a su madre y que no sabe “si ha muerto hoy o tal vez ayer”. A Asia, la madre, la esposa, la profesora, la veo reflejada en la protagonista de la novela de Magda Szabó, La Puerta, publicada en Europa tras la apertura al mundo exterior de Hungría. ¿Son influencias para A. B. Yehosua? ¿Hay paralelismos? ¿Existe metaliteratura encubierta dentro de esta historia? Es el lector quien tiene que decirlo.
El amante está publicado en Duomo Ediciones.


© Texto y foto
Miguel Urda



1/02/2018

Kilómetros en la noche


Suena mi teléfono móvil. Un número desconocido. Lo cojo y escucho un “hola”, seguido de un apelativo cariñoso perteneciente a mi infancia. Reconozco enseguida la voz de un amigo y que ambos llevamos mucho tiempo sin vernos y sin hablar. Me pregunta si me he enterado. “¿De qué debo haberme enterado?”, le pregunto. Ha muerto la madre de otro amigo de la calle de la niñez. Le respondo que no me he enterado. A la pregunta de que voy a hacer no existe duda alguna: debo ir al velatorio. Tras hablar un rato de cómo nos va la vida y concretar que yo tengo dos horas y media de carretera desde el lugar en que vivo actualmente hasta el pueblo de mi infancia, quedamos en llegar juntos al cementerio a primera hora de la noche.
Fue vernos y fundirnos en un abrazo que nos perpetuaba cómplices de la infancia y, tras unas breves palabras sobre uno y otro, partimos hacia el santo lugar. Allí coincidimos con el resto del grupo de amigos de la calle que nos vio crecer. Estábamos todos: cuatro chicos y dos chicas. Tras dar el consabido pésame, acompañar a nuestro amigo por la muerte de su madre, alguien sugirió ir a picar algo. Y nos fuimos los seis amigos del ayer y el cónyuge de uno. En el restaurante, a pesar de la incomoda situación, evidentemente la conversación fue el pasado y de regreso al cementerio uno dijo una chorrada que tuvo respuesta por parte de otro, al cual siguió otro... bajo la mirada atónita del marido de una amiga. Y así estuvimos hasta llegar a la sala de duelo, donde volvimos a guardar la compostura. Por momentos, el ayer seguía intacto.
Abrazos de despedida mientras justificamos cómo es la vida. Lanzamos al aire la promesa de vernos más. Ya en el coche y de regreso a mi casa, pienso en la inexorabilidad, en los vínculos que crea la niñez y cómo el paso del tiempo no ha podido con ello. Busco en el Spotify del móvil una canción de Presuntos Implicados, Cómo hemos cambiado, y me pongo a tararearla mientras me sumerjo en los kilómetros de la noche y pienso en la remota infancia, que sigue impoluta, y en la urna del tiempo.



© Miguel Urda Ruiz, texto
Foto, Internet

3/26/2017

Quimica humana




QUIMICA HUMANA
De sobra es sabido que no siempre existe la química humana cuando dos personas se conocen o se presentan. Durante un taller literario me pasó con una compañera de clase, pongamos que se llama Felisa, cuando a los pocos días comprobamos que nuestra aversión era mutua. Todos sabemos que interiormente hay algo de química que nos provoca ese rechazo, intentando tener a esa persona lo más lejos posible de nosotros. El comportamiento entre los dos fue correcto durante el tiempo que duró el cursillo y nunca más volvimos a saber uno del otro hasta el pasado domingo en que recibí una solicitud de amistad por el Facebook de mi antigua compañera de taller –la mencionada Felisa–, lo cual me asombró con la consiguiente pregunta de "¿para qué quería ser mi amiga en las redes sociales?", pero como estaba liado con otras cosas, me olvidé del asunto.
Ayer tomé café con una amiga para charlar sobre literatura, fundamentalmente. Al hablar de un conocido común que está por publicar un libro de relatos me dijo que Felisa acababa de publicar una novela. Sin pensarlo demasiado, até cabos al momento. Ya tenía la respuesta que se me planteó el domingo.
Hay que ser lógico y consecuente con los actos que uno acomete. Todos sabemos que bajo la amistad de Facebook subyace una capa de interés, ya sea personal, comercial..., y no es una amistad como la de dos amigos que quedan para tomarse unas cañas, hablar sobre cómo está la vida o discutir, si es necesario. El hecho de que esta persona me pidiese amistad y al poco tiempo descubriese que lo ha hecho con una intención concreta me ha suscitado varias reflexiones. Por una lado, está la poca estima o amor propio que nos tenemos cuando se trata de vender nuestro producto, es decir, que si yo aceptase su amistad vería en su muro toda la publicidad que está haciendo de la novela, el título, la portada, próximas presentaciones..., quedando olvidado que entre ella y yo no había química humana, lo cual me lleva a la hipótesis de que nos vendemos al mejor postor, a nuestro enemigo, nuestro compañero de química fallido, para restregarle en todos los morros que he publicado una novela. ¿No tenemos orgullo? Y los escrúpulos ¿dónde quedan? ¿Caen al olvido para hacer publicidad de nuestra novela? Con este comportamiento, queda patente que olvidamos nuestro código ético para que se sepa que he publicado una novela, un libro de relatos, o que he puesto en el mercado algún producto de mi creación.
Facebook o las redes sociales nos facilitan la baraja de la cobardía al no tener que enfrentarnos de forma real con la otra persona para hacerla conocedora de mis méritos. Estoy convencido de que si me encontrase con mi "rival" -por llamarla de algún modo- de cara a cara, no me haría partícipe de sus logros.
Todo esto puede resumirme bajo la palabra de coherencia ante ciertas actitudes de la vida; si no es amigo, no es amigo para nada. Coherencia, palabra que resulta difícil de aplicar cuando incumbe a algo tan difícil de equilibrar como son las relaciones personales.
© Miguel Urda Ruiz, texto

Foto: Internet


6/30/2016

Treinta de junio. Y mañana es Navidad



Treinta de junio. Sí, treinta de junio es el día que marca hoy el calendario cuando lo he mirado para ver la agenda del día, y he pensado: "Pero si ayer estaba comprando los regalos de Navidad".
Busco el planning anual de la agenda y sí, es verdad, compruebo que efectivamente han pasado seis meses con sus respectivos días y entonces percibo el sutil pensamiento de que mañana comienza la cuesta abajo del año y la Navidad esta a la vuelta de la esquina. Y no crea, lector, que estoy tan loco ni mi pensamiento es disparatado o ilógico: mañana es Navidad. Solamente es cuestión de ponerse a hacer cuentas con el calendario por delante. Julio y agosto pasan volando, con eso de las vacaciones; de la playa; que si la verbena del barrio o del pueblo; que si este año ha sido el más caluroso desde... y sin darnos apenas cuenta nos plantarnos en septiembre lo que significa la vuelta al colegio; que caro esta todo; que al niño no sé si apuntarlo a clase particulares de cocina o un curso de astrología celta; que las vacaciones que cortan se me han hecho; pues no son adelantados los chinos ni na, que ya han puesto las cintas de espumillón a la entrada y al volver a mirar el calendario estamos en octubre, cuyo principal indicador es el cambio de ropa, con el consiguiente ajetreo que sufre el armario. En el puente del Pilar las más avispadas compran el marisco porque ya se sabe que conforme se vaya acercando la fecha todo sube de precio. Mientras terminamos de adaptarnos a la oscuridad que supone el otoño y la ropa de abrigo, llega el puente de todos los santos, es decir, noviembre, y las voces que hablan de que la Navidad esta a la vuelta de la esquina son bastantes. Ya es más común ver en las pescaderías de los hipermecados a los matrimonios el fin de semana comprando el marisco, incluso hay algún reproche sobre la cena más hipócrita, perdón, familiar: "este año a casa de tu hermano no vamos" "si quieren venir que vengan ellos"... Asombrándonos de lo corto que son los días, las llegada de las lluvias y el frío , y que el próximo años nos vamos a un spa porque lo planificaremos con tiempo llega el puente o acueducto de la Constitución, es decir, diciembre. Ahí sí, ahí somos ya conscientes de que la Navidad esta a puntito de llegar; tiendas rellenas de gente; el congelador a rebosssar, y los planes sobre a casa de quién vamos: "ni se te ocurra sentarme al lado de tu..."; los villancicos en la calle; la lotería,... , están flotando en el aire; a los pocos días le dan las vacaciones del colegio a los niños, y de pronto pensamos, pero coño si ayer era verano y ya estamos en Navidad.
Y es que es verdad, el tiempo ni corre ni vuela, sino que compite constantemente con la velocidad de Internet y a mi como me gusta ser prevenido, por si acaso, voy a ir haciendo la lista de regalos y localizando la caja del portal de Belén porque... mañana es Navidad.

© Miguel Urda Ruiz







2/20/2016

Querido Miguel: Caducidad epistolar


Era una asignatura pendiente desde hace mucho tiempo, introducirme en la obra narrativa de Natalia Ginzburg, y ha sido con la novela Querido Miguel cuando he podido hacerlo, y para ser más exacto, ella ha acudido a mí. Quien me conoce o sigue mi trayectoria narrativa y lectora, sabe de mi devoción por Carmen Martín Gaite. Días atrás, pasaba por delante de una tienda de libros de segunda mano –ídem sobre mi afición a estas tiendas– cuando vi cómo el librero estaba colocando un montón de libros en un cesto de mimbre. Llamó mi atención el nombre de Carmiña y al ver que traducía a la autora italiana, no tuve que pensarlo dos veces para comprarlo.
Escrita en un género que está prácticamente en desuso, el epistolar, el eje visible de la novela es la relación de una madre con su hijo, Miguel, a través de un periodo de tiempo de diez meses. Nos adentra en una Italia –no muy diferente de la España de esos instantes– de finales de los 70, que vive momentos difíciles y arrastra las secuelas de los movimientos del 68, con unos protagonistas que reflejan la verdadera cara del país: una Italia donde los personajes no comen obligatoriamente pasta y que están fuera del estereotipo que tenemos sobre ellos.
En un primer plano, la autora italiana nos muestra el miedo que tiene una madre a lo que puede sucederle al hijo, que camina siempre por un borde ajeno a lo establecido. Pero no es solo la relación materno-filial lo que llama mi atención, sino la parte del iceberg narrativo que no es visible. ¿Cómo es la relación entre la madre y el hijo? ¿A qué se debe ese desapego familiar? ¿Qué hay en él que ni la muerte de su padre, ni la enfermedad de su madre le hace regresar a su país? ¿Qué existe en los personajes de la novela que genera una duda provocativa al lector? ¿De qué huye Miguel realmente? De su madre, de sus relaciones familiares, de una duda sexual, de su país... Más que respuestas, la autora emite preguntas indirectas al lector para finalizar con la sensación de que los personajes son incapaces de enfrentarse a la vida.
Es una historia por la que ha pasado el tiempo –pero no por ello ha perdido vigencia– , dada la velocidad actual de las comunicaciones, lo cual me lleva a cuestionarme si esta novela podría escribirse hoy en día y con qué resultado.
Querido Miguel, –publicada por Acantilado– (insisto) es la primera novela que leo de Natalia Ginzburg pero, vista su bibliografía, el lector hasta puede hacerse una idea de que el eje de su obra son los conflictos familiares. Hay que profundizar más en ella.

© Miguel Urda
 texto y foto





12/01/2015

364 días anónimos (y nada ha cambiado)

Hace algunos años publiqué esta entrada en mi blog tal día como. Ha pasado el tiempo y veo como todo sigue igual y la gente sigue callando su conciencia por un día. 



Cuando escribo estas líneas es día uno de diciembre, día internacional del SIDA. Durante un día al año a todos los ciudadanos nos obligan a tomar conciencia sobre esta enfermedad y colocarnos un lazo rojo en la solapa. En este día todo el mundo es consciente de lo que significa el sida: enfermedades de homosexuales, de drogadictos, del tercer mundo… que afecta “a la parte diferente” de la sociedad. Los medios de comunicación han dado la noticia por activa y por pasiva. Qué cosa tan paradoja y tan peculiar: se celebra el día de una enfermedad, lo que parece llevar de forma orgullosa a presentadores de televisión, políticos, gente de la vida social, cuyo rostro es conocido, a lucir un lacito rojo como sinónimo de compasión. Es el momento de ser solidario. Y todo el mundo tiene cantidad de amigos gays, y los gays son la mejor gente del mundo, y no pasa nada por ser gay, y gays, gays, gays… Es el día, es el momento, de ser solidario para acallar una conciencia que olvida esta enfermedad para el resto del año.
Un primero de diciembre caminaba yo por una calle concurrida de mi ciudad cuando una señora, ya entrada en años y vestida de domingo, con una hucha en su mano derecha y un lacito rojo en la izquierda se acercó a mí para exigirme un donativo a favor de esta enfermedad. Con la mirada le dije que no y, sin darme tiempo a hablar la buena señora, metida en su papel de mujer solidaria y de de buen corazón, en ese día de su buena acción, me inquirió en tono inculpatorio e irónico:
- Gracias, señor, por su voluntad. Estas pobres gentes le agradecerán que no haya aportado nada para ayudar a estos desfavorecidos.
Me detuve en seco, al escuchar estas palabras y la señora cambió la cara al ver mi gesto. Debió pensar que sus palabras me habían hecho recapacitar y me paraba para sacar mi cartera y aportar algunas monedas a su hucha.
-Gracias por su voluntad, caballero, volvió a repetir la buena señora, acercando la hucha hacia mí.
Pero al ver que yo seguía sin hacer el gesto que tanto ansiaba ella quedó un poco desconcertada.
-Discúlpeme, buena señora -le dije atenuando la entonación de las dos últimas palabras. ¿Cree usted que por no llevar un lazo rojo en la solapa de mi chaqueta no soy solidario? ¿Qué si no le echo algunas monedas a su pertinente hucha no soy una persona solidaria y digna de esta sociedad? Señora, se le agradece enormemente que dedique parte de su valioso tiempo libre a solicitar dinero para la “pobre gente infectada por esta plaga” como usted ha dicho, pero piense que si no llevo un lazo rojo bien visible, ni me manifiesto pidiendo ayuda tambien puedo ser solidario. Yo, señora, tal y como usted puede comprobar, no llevo un lazo, pero durante 364 días, y de forma anónima, soy participe de esta “sociedad marginada”; no tengo un nombre social reconocido, pero participo de forma intensa en el colectivo BASIDA. Yo solo quiero ayudar, y participo de forma continua con este colectivo porque lo siento, no porque necesite acallar mi conciencia durante un día.

A veces el silencio es más efectivo que el ruido.

© Texto Miguel Urda
 Foto Google


9/13/2015

SIN DUDA ALGUNA: REBECA


Apuesto que son pocas las personas que no han escuchado o leído alguna vez "anoche soñé que había vuelto a Manderley". Un comienzo magnífico de una gran novela, Rebeca, publicada en 1938 y obra cumbre de una de las grandes damas de la literatura británica del siglo pasado: Daphne Du Maurier.
Con una narrativa ágil, la autora (influenciada por las hermanas Brönte), nos sumerge en un mundo ajeno al nuestro: la alta burguesía inglesa y a todos nos hace soñar alguna vez con visitar, con vivir, con poseer Manderley, y porqué no decirlo, con un amor entregado a la obsesión. Es una novela que atrapa desde su primera línea y que nos hace levantarnos del sillón con un sentimiento contradictorio: por un lado, queremos ayudar a la nueva señora de Winter con la sombra permanente de Rebeca y que la señora Danver aviva constantemente; pero, por otro lado, nos preguntamos si es tonta y por qué no se rebela contra Manderley y contra el ama de llaves.
Es una novela encuadrada entre dos géneros: el romántico y el de misterio, y que para el día de hoy, nos presenta una historia algo ñoña, dado que estamos ya muy espabilados y avanzados en cuestiones sentimentales. En el argumento encontramos los elementos imprescindibles para una narración de estos estilos: intriga, romanticismo y misterio, cuya autora resuelve de forma magistral. Pero me pregunto en caso de que Rebeca hubiera sido escrito en la actualidad ¿cómo sería la mujer que ama al señor de Winter? ¿Sería muy diferente de la obra que estoy hablando aquí? La mujer desde mediados del siglo pasado ha conquistado mucho terreno y ha ido despojándose del papel de ama de casa tonta, dócil, sumisa, que cuida al marido, para ser un miembro más de la familia a tener en cuenta y que por lo tanto opina.
Es una obra -–literaria y cinematográfica– que todos tenemos en mente y con los personajes claramente definidos gracias al cine en blanco y negro de Alfred Hitchok, que la catapultó a la fama. Sin embargo, este también ha provocado que la novela sea más accesible al público pero se decanten por la película obviando la obra literaria. No obstante, a pesar del tiempo transcurrido consigue hacernos partícipes de la historia y disfrutar tanto de su lectura como de su visión, y de ver ciertas ridiculeces de las altas capas sociales y sobre todo de ver cómo ha evolucionado la mujer en terrenos vedados desde mucho, mucho tiempo atrás.
Tanto la novela como la película se acogen la atributo de calidad. No hay duda alguna de ello.
© Miguel Urda Ruiz
© Foto, Google



8/14/2015

Al cobijo del apellido Aldecoa

EL ENIGMA, JOSEFINA ALDECOA

El enigma, última novela de Josefina Aldecoa que escribió y publicó, presenta un argumento simple pero a la vez interesante: Daniel Rivera, un profesor universitario de cuarenta y ocho años, acomodado en su trabajo y en su vida diaria, va a Nueva York a realizar un curso, allí conoce a Teresa y comienza un idilio. Las dudas sobre su matrimonio, sobre lo que le está ocurriendo, el regreso a Madrid, a su infancia, los contrastes culturales y educativos entre ambos países... son los ejes por donde transcurre la novela. Daniel, Berta y Teresa, son los tres personajes que utiliza para desarrollar un buen triangulo sin que ningún lado llegue a encajar en la perfección, para que el lector pueda cerrarlo con su interpretación pero se queda en el intento.
Leí con verdadero placer la trilogía Historia de una maestra formada por dicho título, Mujeres de negro y La fuerza del destino; sin embargo, a pesar de que había cosas que me rechinaban, las dí por buenas, con una calidad literaria notable, con la idea de reflejar la sociedad de un país que obligaba a emigrar al que no estaba de acuerdo con su ideología. Cuando terminé de leer El enigma me cuestioné si estaba leyendo a la misma autora y sí, es la misma escritora porque en el fondo están los mismos temas por los cuales ella luchó y defendió: la educación, la igualdad de la mujer, la crítica a la sociedad consumista, etc. Pero es hasta ahí donde encuentro una similitud con sus primeras obras porque recurre a elementos fáciles para ello: frases cortas, simples, propias de un escritor principiante que no puede narrar con soltura y precisión; cuenta la historia en tercera persona, lo cual conlleva un alejamiento de los personajes sin permitir que nos adentremos en sus sentimientos, los describe pasando de puntillas como si tuviese miedo a profundizar en ellos, no vaya a ser que le cobren vida y se apoderen de la historia. Además se nota demasiado el toque autobiográfico en los ideales de los personajes.
La novela fue publicada por Alfaguara en el año 2002, las comunicaciones no estaban lo desarrolladas que están en el momento actual, dando un toque añejo a la novela, pero que al mismo tiempo gusta ver cómo en el pasado se acordaba para llamar a tal o cual hora, o se escribía una carta, incluso sabiendo que nunca esperaría respuesta: "No eran cartas que esperaran respuesta".
La pregunta que cabe plantearse es de saber si esta novela no hubiera venido avalada por el apellido Aldecoa ¿se hubiese publicado? ¿Qué ocurre cuando el cónyuge se apodera del apellido de su marido o esposa para escribir y publicar sin una calidad digna? ¿Todo es licito?
Soy un lector que intenta sacar siempre el lado positivo o algo de provecho de un libro malo, pero tras El enigma se me han quitado todas las ganas de seguir leyendo a esta autora, a pesar de que tengo unas cuantas novelas pendientes ocupando sitio en la estantería.

© Miguel Urda Ruiz
Foto Google









5/01/2015

Intemperie: Demasiado humo para tan poco fuego



Jesús Carrasco, (Badajoz, 1972) debutó en el mundo narrativo con Intemperie, una novela que la prensa del gremio ha calificado como el sucesor de Miguel Delibes. En España ha sido publicada por Seix Barral y distribuida en más de trece países.
Intemperie es una historia de poco más de doscientas páginas y de capítulos breves, que al hojearla, antes de iniciar su lectura, muestra una sensación extraña que no te incita a meterte en ella, pero que tampoco puedes rechazar. Una vez que ya has comenzado a leerla, en concreto en mi caso fue en la segunda página, –ojo, repito, en la segunda página– cuando descubrí que su fama es desmerecida y que posiblemente me iba a arrepentir de haber comenzado a leerla. ¿Qué se puede esperar de una novela que se demora tres páginas en presentar al personaje?
Esta opera prima esta narrada en tercera persona y que, en efecto, recuerda a Miguel Delibes en sus temas rurales –es la única similitud que encuentro a Jesús Carrasco con él–. Hace el amago de ponerse interesante cuando el protagonista, el niño, se encuentra con el cabrero, y directamente mi pensamiento se dirigió a La sonrisa Etrusca de José Luis Sampedro abriendo la posibilidad de que me encontrase con una relación similar al nieto-abuelo, con el niño-cabrero. Sin embargo, ocurre todo lo contrario, la narración me aleja de los sentimientos de los personajes, sin adentrar en la psicología de ellos, dejando caer los hechos en una época indeterminada, lo cual, como lector, me provoca un alejamiento de la historia.
Al terminar de leer la novela, me quedo como el título: a la intemperie, sin ganas de decir nada de ella, ni siquiera de perder el tiempo escribiendo esta reseña o crítica, y es ahí donde me duele la fama de estos autores noveles o de notoriedad desmerecida, porque pienso que sí, que es una historia con los ingredientes necesarios para que resulte atractiva y tenga una calidad mínima, sino queda en una narrativa inmadura como salida de un taller literario express.
Pienso en Jesús Carrasco y me entran escalofríos al ver la responsabilidad que le ha caído sobre su carrera literaria. No obstante, tengo curiosidad por su segundo libro, el cual leeré prestado de la biblioteca de mi barrio, para reafirmarme en que a veces un pequeño fuego narrativo provoca demasiado humo.
© Miguel Urda Ruiz


4/18/2015

California: Aprendiz de perdedor



Salvo cosas muy puntuales, no suelo leer ninguna novela que no tenga menos de cinco años de antigüedad. California, de Rubén Abella, es una excepción, apenas lleva un mes en el mercado. Ha sido publicada por la editorial Menoscuarto.
Conozco a Rubén Abella como profesor de Literatura Mundial del siglo XX y no es por este motivo por el que me he comprado su último trabajo, sino porque su anterior novela El libro del amor esquivo me dejó atrapado en una sorpresa continua donde me demostró con una habilidad profesional –propia del mismísimo Luis García Berlanga– la maestría que posee para manejar a los personajes a su antojo.
California es una recorrido por tres generaciones de emigrantes, pero es en la última donde se fija para desarrollarla a través del protagonista principal, César O´Malley, en la que nos radiografía los últimos cuarenta años de nuestra sociedad. Una sociedad a la que enseñaron que solo había un camino posible: el de triunfar; donde se tenía la obligación de vivir deprisa para alcanzar el éxito y donde todos debíamos de ser ganadores. Es una carrera para ser aspirante a ganador perpetuo sin llegar a pensar que a la vida no se la puede mirar de reojo o esquivar lo que tiene prefijado para ti porque es ella quién estable las leyes y por más que la rehuyas habrá que acabar acatadola como le ocurre a César M´alloy.
La novela nos muestra la evolución de las relaciones: desde las de amistad, –desde la infancia, que son las que más perduran en el tiempo, a pesar de que haya tiempos muertos entre ellas, y que en un principio parecía desembocar en un ajuste de cuentas como ocurre en A la luz de los candelabros de Sandor Márai (título que ha sido reeditado por Salamandra como El último encuentro y no me convence)–; de pareja,... Y el peligro de conocer en persona al autor es que te identifica con el personaje y te pones a buscarle la similitud con el protagonista. Y sin querer, me he visto a Rubén Abella perdido en Disneylandía esperando a sus tíos, o en la reunión de compañeros del colegio en el veinticinco aniversario, o tarareando a Sting.
Es una historia que deja con la intriga y con la curiosidad de saber más de las dos generaciones anteriores: de los abuelos de César y de los padres, incluso me gustaría tener una narración desde el punto de vista de la mujer del protagonista, quién está siempre del lado del ganador. Rubén Abella consigue en el último tramo narrativo que la acción tenga un toque trepidante, propio para una película, para que no dejes el libro hasta llegar a la última página y sin descuidar un momento la prosa, que la considero ágil, ligera y centrada en lo que quiere contar. Sin embargo, pienso que a la novela le falta una vuelta más en el asador narrativo o en el cajón de reposo, le veo demasiados incisos explicativos entre rayas que yo creo que, con otra relectura y revisión, podrían haber encajando perfectamente en la narración.
Pero insisto, California es una buena novela, con guiños a los juegos que la vida nos arroja sobre su tablero y que nos provoca reflexiones sobre si un ganador es realmente un ganador o si un perdedor es realmente un perdedor.
© Miguel Urda Ruiz






2/27/2015

Reflejos de sabiduría

CIUDAD ABIERTA
Reflejos de sabiduría




Comprar una novela de un autor desconocido, sin una recomendación previa de alguien que sepa de verdad de literatura es un riesgo, pero para eso está el resumen de la contraportada: Julius, un joven psiquiatra nigeriano residente en un hospital neoyorquino, deambula por las calles de Manhattan. Caminar sin rumbo se convierte en una necesidad que le brinda la oportunidad de dejar la mente libre en un devaneo entre la literatura, el arte o la música, sus relaciones personales, el pasado y el presente. En sus paseos explora cada rincón de la ciudad. Pero Julius no sólo recorre un espacio físico, sino también aquel en el que se entretejen otras muchas voces que le interpelan. Ciudad abierta, novela bellísima y envolvente, supone el descubrimiento de una voz tan original y sutil como extraordinaria. ¿Es o no para ponerse a leerla?
El autor, Teju Cole, nació en Michigan, en 1975, creció en Nigeria, en 1992 se estableció en Estados Unidos. Trabaja como escritor, fotógrafo e historiador de arte. Ciudad abierta es su primera novela, publicada en España por Acantilado. Viene respaldada por varios premios como el PEN/Hemingway, el New York City Book Award for Fiction y el Premio Rosenthal de la American Academy of Arts and Letters, sin embargo, es una novela que ha tenido escasa repercusión en el mercado literario español y poca presencia en las librerías.
Pero el hecho de que venga precedida por unos premios no significa que la novela esté a la altura de las circunstancias. Al comenzar la primera página parece que sí, que todo va a ir como indica el resumen de contraportada, pero al avanzar unas cinco hojas del primer capítulo extraigo una primera conclusión: el autor intenta demostrar que sabe mucho, lo cual se traduce en que la narración va por mal camino. En el capítulo tres, la novela se me hace pesada y tiende a confirmar lo que había pensado momentos antes. Me entran ganas de dejarla. Soy benévolo y le doy una nueva oportunidad, porque intuyo que dentro hay una historia que merece la pena encontrar, pero sigo leyendo y no la encuentro, se desperdicia la historia ante el hecho de reflejar datos sobre música, sobre la historia de Nueva York, o sobre edificios históricos de Bruselas no sin antes pasar por Egipto y contarnos quién mandó construir la Heliópolis.
Fueron varios los momentos de intento de soltar el libro, pero mi tozudez me decía que tenía que acabarla y llegué hasta el final. Más que enfado acabé con una sensación de frustración, porque veía que la novela nos presenta a un personaje, –a un psicoanalista– que recorre las calles de Nueva York como si fuese su cuerpo, buscando una solución a un problema interior de la mente o del alma, sin embargo no es así, si no todo lo contrario, por ejemplo pasa de puntillas por personajes que entran en contacto con él y que darían un atractivo más a la historia si los desarrollase y no los dejase en el aire. La novela esta construida a base de saltos para caer al vacío deprisa y sin conclusión alguna.
¿Qué pretende demostrar el autor? ¿Que ha leído mucho? ¿Qué sabe de música? ¿Qué ha viajado? Y eso que Antonio Muñoz Molina la reseña de forma muy positiva en su columna del País el 19-3-2011: "ha escrito una novela que me hubiese gustado escribir a mí". ¿Me lo puedes explicar por favor, Antonio?
Y recomiendo todo lo contrario que he dicho hasta ahora, leerla; sí, leerla para saber lo que no hay que hacer. Y aunque parezca una pérdida de tiempo no lo es, dado que he aprendido mucho de lo que no hay que hacer a la hora de escribir. No obstante, hay algo que sí me ha quedado muy claro: no volveré a leer ninguna novela de Teju Cole, por muchos premios que le otorguen.

10/12/2014

Competición de cangrejos


Es algo de lo que todos nos hemos dado cuenta: la educación se está convirtiendo en algo elitista. Ha sido ahora al volver a estudiar en la Universidad cuando he comprobado los precios tan desorbitados y que no están al alcance de todos los ciudadanos.
Al formalizar la matrícula he constatado que hay ciertos sectores de la población que cuentan con descuentos: funcionarios –una ventaja más para ellos y que después digan que no tienen ventajas (aunque no quiero entrar en este tema ahora mismo, queda pendiente para otro artículo), huérfanos, víctimas del terrorismo... y es en ese momento cuando me salta la pregunta: ¿por qué los desempleados no tienen descuento? Quien es seguidor de este blog ya sabe las vueltas que le doy a ciertas cosas y esta cuestión se merece más de una reflexión.
Si los desempleados -no me gusta la palabra parado- tienen descuentos en los museos, en los gimnasios, en los cines..., por qué no tienen descuento en uno de los sectores que más necesita la sociedad para evolucionar.
Voy a ser benévolo y pensaré que al gobierno o autoridad competente no se le ha ocurrido esto: dar facilidades al desempleado para que vuelva a estudiar, a reciclarse, a incrementar su currículum con unos estudios...; y no se ha dado cuenta de que el conocimiento es uno de los principales pilares para que una sociedad avance y que prefiere todo lo contrario: una sociedad inculta, ignorante, analfabeta para que ellos puedan dominarla a su antojo y perpetuarse en el poder, por lo que queda claro que atendiendo a estos criterios deducimos por dónde va la línea de actuación de nuestro gobierno -¿solo el nuestro?-: menor cocimiento-mayor manipulación.
Cada vez tengo más claro que estamos inmersos en una competición permanente como humildes cangrejos.

© Texto  Miguel Urda

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9/17/2014

¿Espectaculo? ¿Fiesta Popular? VERGUENZA



Un año más ha ocurrido. Un año más la noticia no deja indiferente. Un año más se ha celebrado la fiesta del Toro de la Vega de Tordesillas, donde los vecinos del pueblo, asistentes venidos de otros lares y curiosos, juegan con la inocencia de un animal ¿salvaje?, –dado que no puede defenderse y está en inferioridad de condiciones–, sustentados en el arraigo de una costumbre que cuenta con más de cuatro siglos de vigencia. Antes de cuestionar a los participantes de esta fiesta, debo pensar si una fiesta que tiene arraigo y tradición y que viene recogida en las guías de viaje -me asombraría si estuviese catalogada como fiesta con arraigo cultural- y cuya finalidad es torturar a un animal debe ser discutida o simplemente rechazada por sentido común.
No me cabe en la cabeza que haya personas a favor de esta fiesta ¿Tienen sentimientos? Una parte –¿minoritaria?- de nuestra sociedad tiene asimilado que al toro se le ha "domesticado" para una finalidad: ser el eje de la Fiesta Nacional, pero ¿por qué no le damos la vuelta a la fiesta y en vez de ser el toro quién sufra las consecuencias de la fiesta sea un ciudadano de a pie? Que sea escogido por sorteo entre los admiradores o fanáticos a la fiesta y sea él quien sufra los embistes, las risas, las burlas, el ensañamiento de sus compañeros incluso, si es necesario, que sea tirado desde el campanario; total, la ciencia dice que el hombre es un animal ¿evolucionado? ¿Qué pasaría? ¿Nos daríamos cuenta de que un animal sufre? ¿Qué pasará cuando sus compinches de divertimento lo vean lleno de sangre o cómo agoniza en el suelo? ¿Se divertirán de la misma forma? ¿Reirán igual que lo hacen hoy? ¿Vapulearán a su colega de tortura? ¿o recapacitarán sobre la fiesta en cuestión?
Hay quién compara la fiesta, cuyo componente principal es el toro, con la cacería de zorros en el Reino Unido. Otra salvajada y que pasó de ser una necesidad del hombre, –matar para comer y/o sobrevivir–, a un divertimento en la aburrida sociedad victoriana. Son casos totalmente diferentes de brutalidad con el único nexo de que es el animal el que sufre, el que padece la crueldad –de la mano o del pensamiento– del hombre. Cada país tiene sus costumbres, sus arraigos, sus fiestas... pero, teniendo en cuenta que somos lo que sembramos, me asombro, me echo a temblar al pensar que nuestros antepasados sembraron sangre para cosechar risas.
El próximo año, estoy seguro, hablaremos de la misma salvajada, de que la fiesta tiene detractores y partidarios, porque durante otro año no se habrá hecho nada para remediarla. Solo fue una noticia más, en un día más para los medios de comunicación.


© Miguel Urda

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7/16/2014

Diario de una novela. Fin



Ayer quince de julio puse fin a la mi novela. Ha sido un fin relativo pues la novela estaba terminada a principios de junio y lo que he hecho estos días ha sido repasar, reescribir, borrar, suprimir, agregar... es decir, pulir un poco más la narrativa para darle la forma que yo quería que tuviese desde un principio.
Ya le tengo enviada y ahora solo me queda esperar a septiembre al informe del tutor que hemos escogido. ¿Qué espero del informe? ¿Debo esperar lo que yo sé? Es decir que me confirme lo que yo sé que esta bien o mal de la novela.
Cuando he releido todos los folios he experimentado multitud de sensaciones que no sabría calificar cual va primera, cual después o el orden de cada una. Por un lado esta lo positivo: la satisfacción de habe terminado una novela en un plazo determinado; satisfacción de saber que soy capaz de hacerlo; satisfacción de haber creado una historia con unos personajes y darle coherencia para que tengan un planteamiento, nudo y deslenlace y en el lado negativo esta la insatisfacción de que la historia no es lo suficientemente fuerte tal y como yo me plantee en un momento; la insatisfacción de no haberme detenido en ciertos puntos que requería más narración, detalles... la insatisfacción de que es una novela que no llega a la extensión de que me hubises gustado... Todo esto son particulas que van dentro del germen del escritor y por lo tanto lógicas cuando un escritor termina un trabajo, pero la conclusión más precisa que he sacado al terminar mi novela es que un escritor se hace escribiendo.

© Miguel Urda. Texto y foto. 










7/01/2014

Diario de una novela. Preguntas.


Estamos a uno de julio y ayer acabó el primer plazo de mi programa de trabajo, es decir, escribir la novela. Ya tengo el borrador finalizado. Me ha costado terminarlo, pero acabado está. Ahora viene la segunda parte, reescribir y corregir.
Uno de julio y todo lo que tengo hasta este momento son preguntas. ¿Cómo está el proyecto? ¿He conseguido lo que me propuse? ¿Cuál es el resultado? ¿Estoy satisfecho?... Preguntas que de momento no tienen respuesta.
He analizado lo escrito y me surgen contradicciones sobre mi trabajo. Y acudo al refrán "no hay mal sastre que reconozca su paño". ¿Por qué no me gusta lo que he escrito? ¿Por ser inconformista? Cuando he leído la novela de un tirón he visto cosas que quiero cambiar. Al terminar me he preguntado si era la novela que yo quería escribir y francamente no tengo respuesta para ello. En el proceso de creación son muchos los momentos de duda, sobre que camino coger, que hacer con un personaje o con una acción. Uno lo hace por la vertiente que cree más correcta, pero ¿qué pasa cuando la novela está terminada? Surgen dudas sobre si lo que has descartado no estaría mejor que lo que has mantenido, si no se adecuaría mejor al personaje... cosas que van asentándose en esa duda eterna que el escritor inconformista tiene.
La novela esta acabada. En bruto, ahora tengo quince días para llevarla a la forma neta, a dejarla lista para el dictamen del tutor del Máster.
© Miguel Urda. Texto
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6/26/2014

Diario de una novela. Joaquín Sabina.



Por cuestiones personales llevo unos cuantos días sin poder tocar la novela, es decir, ponerme en el ordenador a teclear, revisar, mirar hacia donde voy... aunque inconscientemente siempre he tenido ese martilleo en la cabeza: la novela, la novela, la novela... Hoy, por fin, he podido sentarme a escribir con total dedicación. Ha sido difícil retomar el hilo. Aunque tengo en la cabeza cada línea, cada párrafo, cada capítulo, he vuelto a leer todo para que comprobar que el hilo conductor es el correcto. He visto mil cosas que quería suprimir, rectificar, ampliar... pero este no es el momento de hacerlo, eso vendrá en el tiempo dedicado a la reescritura y corrección. Conseguir que los dedos no se fuesen a otro lado ha requerido de esfuerzo y que la cabeza estuviese en lo que tenía que estar. Conforme escribo estas líneas me viene a la mente la canción de Joaquin Sabina 19 días y 500 noches. ¿Cuántos días son necesarios para coger el hábito de escribir y cuántos para perderlo? Sabina es sabio. Muy sabio, pero no puedo dejar de escribir.
© Miguel Urda. Texto
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6/20/2014

Diario de una novela. Plazos.


¿Cuántos días me quedan para terminar la novela? ¿Cómo la llevo? La fecha tope para la entrega del proyecto es el día 14 de julio. Estamos a veinte de junio, lo cual quiere decir que aún me queda algo de tiempo para terminarla. Pero no he seguido el ritmo que me marqué al principio de este diario. Ni llevo los folios escritos que me gustaría tener. Me queda mucho trabajo por delante. He reestructurado el plan de escritura y tengo diez intensos días para terminar el primer borrador de la novela. No me falta mucho por terminarla, pero no estoy conforme con lo que he escrito. Cuando leo para retomar el hilo me digo que no tiene calidad, que no tiene consistencia, que no tiene fuerza y me entran ganas de mandar todo a la papelera de reciclaje; pero no puedo hacerlo, tengo que entregar la novela el 14 de julio, así que escribo con una inercia obligada.
La primera quincena de julio la voy a dedicar a reescribir, a tachar y sobre todo a suprimir. No le tengo miedo a suprimir, es más, creo que así quedará lo bueno, lo que tiene tirón y una historia con cierta solidez narrativa . Es muy probable que de lo que tengo escrito quede la mitad. No tengo miedo de ello, solo tengo miedo de que llegue la fecha tope y no haya podido terminarla.

© Miguel Urda. Texto
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6/17/2014

Diario de una novela. Capítulos.


¿Cuántos capítulos llevo escritos? ¿De cuántos capítulos debe constar una novela? ¿Tienen que ser cortos o largos? Evidentemente todas estas preguntas tienen una respuesta personalizada. ¿De cuántos capítulos consta mi novela? En un principio tenía planificados unos quince, de entre diez y quince folios -siempre hablo de la primera versión-, pero la realidad es otra y me están saliendo capítulos más cortos, de un promedio de cinco folios, por lo tanto el resultado final de capítulos va a oscilar entre veinte y veinticinco.
Escribir un capítulo es como escribir un relato independiente, pero sin que llegue a serlo, es decir, en cada capítulo debe haber un planteamiento, un nudo y un desenlace, y a la vez debe tener la semilla que provoque una serie de dudas e interrogantes para que genere el interés en el lector y continúe con su lectura. ¿Cómo debe escribirse un capítulo? En los talleres de escritura siempre te llenan de teoría sobre lo que debes hacer y no hacer, así como de los elementos de que debe constar un relato -en este caso capítulo-: no debe faltar una metáfora, un punto de giro en el argumento, una evolución en el personaje... Y yo estoy de acuerdo con la teoría, pero la teoría está hecha para no respetarla, pues de la misma manera que para cocinar una paella esta debe contener ciertos ingredientes indispensables, pero ¿qué pasa cuando falta uno o se cambian las judías verdes por los guisantes? La paella sigue siendo paella. Pues en la escritura ocurre igual. Me gusta saltarme las normas sobre lo que debe contener y no contener un texto, como por ejemplo agregarle dos puntos de inflexión, una metáfora de situación en el titulo, o agregar un epilogo de dos lineas para cerrar el texto. La creación es algo personal, de cada uno. Los talleres están para aprender unos conocimientos básicos pero después es uno mismo, en su posterior desarrollo, quién los utiliza para, como y cuando quiere.
© Miguel Urda. Texto
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6/07/2014

Diario de una novela. Hopper.


Ayer en clase nos han preguntado cómo nos imaginamos nuestro libro publicado. Ha habido respuestas de todo tipo, y es algo en lo que no había pensando hasta el momento. Sí sé qué editorial me gustaría que me lo publicase, pero ello no significa que me lo publique, bien porque no tenga calidad, bien porque no esté dentro de su línea editorial, bien porque.... A partir de ahí he ido formulándome preguntas sobre la cuestión, sobre el tema. ¿Cuántas páginas tendrá mi libro? Sé que hay una fórmula matemática que te multiplica o divide el número de palabras por el número de folios y te dice el número de páginas impresas de las que puede constar tu libro, pero no la recuerdo y no voy a perder el tiempo en ello. Tampoco me preocupa ahora mismo ni el tipo de letra, de papel, el tamaño. Lo único que me ha preocupado ha sido la portada. ¿Cómo debe ser la portada de una novela? Me levanto del ordenador y me voy a mi biblioteca y escogo varias novelas al azar, cada una de una editorial diferente. Las pongo sobre la mesa y las miro. Las hay de todo tipo: con fotos de familia, de paisajes, collages, cuadros impresionistas, abstractos, naif; mezclas de fotografías con dibujos y photoshop...Todas son diferentes pero a la vez todas tienen algo en común: hablan del libro.
Lo que sí tengo claro es que la portada de mi novela tiene que ser sencilla y atraer al ojo dubitativo que está buscando -o pasando el tiempo- entre las mesas de novedades de las librerías1. Tengo unn amigo dibujante-fotógrafo de mucha confianza y estoy seguro de que sabrá recoger mis ideas sobre lo que quiero que sea. De lo que estoy completamente seguro es de que no quiero una cubierta con un cuadro. Cada vez que veo una novela cuya cubierta es un cuadro de Hopper directamente la descarto de una posible compra. Es increíble el daño que se le está haciendo a este autor con tanto abuso de sus cuadros: Hopper para ilustrar una novela de a escritora de turno y que realmente no sabe lo que es una novela; Hopper para ilustrar que la presentadora de tele-astro, tele-cocina express o tele... no-sé-que ha publicado un libro; Hopper para ilustrar la reedicion de unos relatos ambientados en Estados Unidos. Por favor, seamos originales. Dejemos a Hopper con su función de mostrar la soledad de los personajes de un país, de una ciudad, de una habitación; dejemos a Hopper para contemplarlo e indagar en su pintura; dejemos a Hopper libre de responsabilidades sobre ilustrar otra obra de arte que no sea la suya. Pongamos la máquina de la mente a pensar para crear nuestras portadas, nuestra forma de ver lo que nos rodea, nuestra propia opinión de la vida que yo, mientras tanto no paro de darle vueltas a la cabeza cómo será la cubierta de mi novela.
© Miguel Urda. Texto
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1Permitame, lector, que no diga el porqué de esta frase. La explicaré en su momento.