7/09/2010

Sugerencias.


Estimado Señor Presidente del Gobierno:


Visto el afán oportunista y desmesurado que algunos ciudadanos han mostrado sobre nuestra bandera en estos últimos días, le escribo la siguiente carta para sugerirle aplicar algunas medidas que contribuirán a paliar la intensa crisis económica a la que estamos sometidos.

Deberá implantarse un chip a todos aquellos aficionados al deporte rey, el cual se activará en el momento de dar comienzo el partido de futbol e inmediatamente detectará al aficionado de toda la vida que pase lo que pase con su equipo será fiel a él y al aficionado oportunista.

A este segundo grupo el chip (aunque no lo crean hay intensos y exhaustivos estudios de prestigiosas universidades sobre el grado de iniciación a la pasión futbolística) le aplicará una serie de medidas económicas especiales entre las que destacarían las siguientes:

-A todos aquellos ciudadanos que dejan las calles vacías para postrarse delante de la televisión y vociferar, sufrir, llorar, etc. con la roja, se les obsequiaría con un recorte especial de las vacaciones anuales. Sí, sí, tendrían los treinta días de vacaciones recogidos por ley, pero de forma desinteresada cederían veinticinco días al Estado Español a través de colaboraciones con Hospitales, ONGS, etc., y ¿sabe lo que es mejor Señor Presidente? no se quejarán porque…SON PATRIOTAS.

-A los ciudadanos que momentos después de haber finalizado el partido inundan las calles -que instantes antes lloraban la perdida de público- con silbidos, gritos, tocando el claxon de los coches, y que han olvidado la inmensa crisis económica que esta sufriendo el país ignorando por completo que el litro de gasolina esta a casi doscientas pesetas (1,18 Euros) agitando la bandera de España y gritando OE, OE, OE, OE, OE…, a aquellos españoles que funden las bombillas apagando y enciendo la luz para mostrar la exacerbada alegría que les ha provocado nuestra selección de fútbol ( y que han olvidado la enérgica y reciente protesta que hicieron por el exorbitado incremento en el recibo de la luz) se les recompensará su labor nacional haciéndoles participes de una atribución especial a las arcas del Estado, por ejemplo, si su Declaración de Hacienda sale a devolver, pues ellos gustosamente ceden su parte al Estado y en caso que no tengan que hacer declaración pues se le incrementará el IVA en unos cuatro o cinco puntos más , y ellos estarán tan conforme que no reclamarán nada porque, Señor Presidente, ELLOS SON ESPAÑOLES.

- Aquellos ciudadanos que engalan sus terrazas, coches, bicicletas… con la bandera de España (comprada en los chinos e incrementando la balanza económica de dicho país) como agradecimiento especial a este patriotismo se les puede colocar en la primeras posiciones de las listas, claro de las listas del Ministerio de Defensa, lo que significa que en caso de que haya algún día guerra o litigio con algún país, ellos estarán los primeros para defender los colores de su bandera, no obstante, Señor Presidente, no olvidemos que ellos SON FIELES DEFENSORES DE LA BANDERA NACIONAL.

Por supuesto, Señor Presidente, que me queda una duda al ver tanta euforia desatada en la calle. ¿Qué habría pasado si nuestra selección española no hubiese llegado a donde está? ¿O si es derrotada en el último partido? Seguro que podrán escucharse conversaciones como: Estoy convencido que el arbitro jugaba a favor del equipo contrario y no pito la falta o fuera de juego; el terreno y las condiciones climáticas no eran las adecuadas para nuestro equipo lo cual nos hacía rebajar la concentración… y miles de excusas más para no aceptar que nuestro equipo perdió. Y por lo tanto, a todo aquel oportunista que exprese un sentimiento negativo por la pérdida de nuestro equipo –no hay que olvidar que en los momentos de euforia exclaman: ¡cómo hemos jugado! ¡Qué goleada le hemos metido!... – se le castigará con la obligación de asistir durante un lustro cada domingo a disfrutar de la visión de un partido de futbol de la segunda división china y no rechistarán porque ellos son APASIONADOS DEL DEPORTE REY.

Estas son algunas de las sugerencias que se me ocurren, Señor Presidente. Estoy convencido de que su gabinete de Inteligencia sabrá como ponerlo en práctica e incluso añadirle nuevas funciones.

Pensando en el buen funcionamiento de España, un afectuosísimo saludo.



Mariano R.


© Miguel Urda

6/27/2010

Sin Plazas

Con este microrelato participé en el IV Certamen de Relatos Breves de Renfe. Es evidente que... no gane pero al menos lo intente.



Llevaba mucho tiempo invertido en la infructuosa tarea de buscar dos plazas para el tren con destino a la felicidad. Siempre estaban todas ocupadas. Tras otra discusión nocturna con su marido se puso a navegar por internet. Volvió a buscar lo mismo. Esta vez sí lo encontró, sólo quedaba una, había una plaza libre. No dudó en aprovecharla.

© Miguel Urda

6/24/2010

Adiós

Muy a mi pesar tengo que decirles adiós.

Han sido cuatro años intensos de convivencia pero las leyes de la naturaleza son así y el desgaste ha provocado un adiós definitivo.

Llegaron a mi vida en forma de regalo y me costó adaptarlas a mí. Poco a poco fui moldeándolas con mi forma pronadora de caminar, de correr, de sudar,... Con el tiempo llegamos a tener un conocimiento pleno el uno del otro.

Soy persona fiel por naturaleza y durante mucho tiempo de mi vida lo he sido con la marca Adidas, pero el mercado es provocador y me ha ido incitando a llenar mi zapatero de otras marcas: Nike, New Balance, Reebooks, Convers,... (acabo de pensar que un día podría escribir un artículo sobre mis zapatos, os sorprenderíais) pero mis Adidas ocupan un lugar preferencial y ninguna zapatillas de deporte son tan cómodas como ellas.

A cada lugar que he viajado durante este tiempo han venido conmigo. Juntos hemos estado en Londres, en Roma, en la India, en Seatle, en Vancouver, en Chiclana, en Madrid, en... Hemos vivido cosas en ciudades, playas o campos e incluso una vez fueron participes de una experiencia sexual que... –mejor no lo cuento, lo guardo para un posible relato-.

Siempre han estado ahí, en los momentos difíciles, en los momentos de dudas sobre que zapatos ponerme; combinan con casi todo tipo de ropa: vaqueros, pantalones cortos, bañador... Siempre me sentía bien coordinado con ellas.

Como he dicho al principio, la convivencia ha hecho que surja el desgaste, han llegado su fin, pero no he cambiado de marca, solo de color, digo adiós con todo el dolor de mi corazón, mejor dicho de mis pies, a mis Adidas Italia y espero que las nuevas Adidas Country me den el mismo resultado en comodidad. De hecho ya he tenido un diálogo con ellas y tienen sitio asegurado en la maleta para los dos próximos viajes más inminentes que tengo: Barbate y Madrid y por supuesto, si el proyecto de Canadá sigue para adelante irán conmigo.


© Miguel Urda

6/08/2010

A mi no me gusta


Yo no soy como esas mujeres que pasan las horas muertas delante del televisor. A mi no me gusta mirar la televisión.

Bueno, no voy a mentir, un poco sí que la veo. Cuando llego por la mañana de llevar los niños al colegio y de haber desayunado con el grupo de madres, me siento un poquito a reposar los churros con chocolate que suele ser a la hora que comienza el programa de Susana Griso, que es una verdadera profesional y una seria competencia en la audiencia para Ana Rosa. Yo os voy a ser sincera, a mi me gusta más Ana Rosa. Vamos que las dos son más profesionales que los Reyes saludando con la mano, lo que pasa que el programa de la Griso es como más formal, menos natural mientras que el de Ana Rosa es más sincero, se critica –perdón, se habla- de una forma directa, expresando lo que realmente dicen los contertulios. Aunque para clase la que tiene Concha García Campoy cuyo programa comienza justo cuando acaba el de Ana Rosa. Me gusta mucho la forma que tiene de entrevistar a los famosos, con esa verborrea tan nítida que parece que tiene metido todo el guión del programa en la cabeza, así que con esa profesionalidad tan profunda me deja tan emboba que cuando me quiero dar cuenta, se me ha echado encima la hora de ir a recoger a los niños.

Evidentemente, anoche se me olvidó poner los garbanzos en remojo para el puchero, porque estaba viendo Cuéntame, así que no puedo hacer de comer lo que tenía pensado. Como me pilla de paso para el colegio la pollería, encargo dos pollos asados y tres raciones de patatas fritas. A los niños le gusta mucho el pollo y como mi marido no viene a comer, pues ya está todo solucionado.

En la comida los niños son los dueños de la televisión y no me dejan ver nada con tranquilidad. Mientras grito a los niños que se pongan a hacer los deberes estoy metiendo los platos en el lavavajillas porque Sálvame está a punto de empezar y hoy hay un debate muy interesante sobre el presunto hijo secreto que tuvo Sara Montiel con Johnny Weisssmuller. ¡Qué me gusta el maricón de Jorge Javier Vázquez! Hablarán mucho de él, pero es un periodista de los pies a la cabeza, cómo maneja los debates, lo que dicen uno y otro, o cuando tiene que criticar –uy, perdón otra vez- que decir algo de alguien pues también lo dice. Se le ve bajito, pero matón. Si uno de mis hijos fuese maricón, -perdón, gay, que queda más fino-, ya me las apañaría yo para liarlo con mi niño.

A las seis los niños tienen clase de ingles, de siete a nueve karate, así que es el único momento del día donde yo puedo ver la televisión con algo de tranquilidad. Aprovecho los intermedios, como son tan largos, para recoger un poco la casa: pongo la lavadora, hablo con mi madre por el móvil y llamo a mi marido para ver que quiere de cenar.

Como yo soy una mujer tan sentimental, me quedo enganchadita perdida al Diario de Patricia. Son unas historias sacadas de la vida misma, aunque a veces me da lastima la presentadora de Antena 3 porque tiene cara de payaso y la gente que va a su programa a declararse se ríen de ella, no sabe imponerse, aunque hay algunas historias que levantan el corazón hasta a un muerto.

Casi sin darme cuenta se me ha echado encima la hora de cenar, y no tengo nada preparado, pero yo soy una mujer de recursos y no me apuro, llamo a Pizzería Juan y le encargo tres pizzas, además tengo ya llena una cartilla de cupones, de esos que te van dando cuando haces la compra allí y yo ya tengo mis quince cupones pegaditos, para que una pizza me salga gratis. Y encima los niños no me protestan, les gusta mucho la pizza.
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Mi marido es el que me discute un poco cuando llega a casa y ve que, otra vez, había pizza para cenar. Yo le digo que no se queje porque anoche pedimos comida del chino. Me lo he camelado con dos besitos y prometiéndole guerra a la noche, pero eso si, será después que acabe la gala de Supervivientes, porque está de lo más emocionante. Ha sido descubierta la doble personalidad de uno de los concursantes. Se dieron cuenta porque orinaba sentado, bueno sentada, bueno como quiera que lo haga, pero yo lo comenté un día a mis chicas del desayuno, que no me daba buena espina, y es que donde yo pongo el ojo...

Cuando le propuse colocar una televisión en nuestro cuarto me dijo que por ahí no pasaba, y como me estaba reclamando para cumplir unos de los mandamientos del matrimonio me he tenido que ir a la cama sin saber si hubo pelea entre Marujita Díaz y Carmen Sevilla en el especial de La Noria, pero lo que no entiende mi marido es que si yo veo Gran Hermano, Supervivientes o un programa de rabiosa actualidad es para poder comentarlo en los desayunos con las mamas de otros niños porque él sabe que a mí no me gusta mirar la tele.

Eso sí, cuando le he dado la guerra que me ha pedido he pensado que era el torero de Supervivientes.


©Miguel Urda

6/01/2010

Cuesta abajo


Que mayo no es mi mes, es algo que tengo muy claro, de hecho quienes me seguís os habréis dado cuenta que todas las entradas del mes pasado son tristes.

Con la llegada del buen tiempo empiezan a escasear mis ideas, mi creatividad pierde fuelle, voy cuesta abajo y sin frenos en el proceso creativo. Intento agarrarme a cualquier atisbo de posible idea para poder escribir algo, pero no, el buen tiempo me deja sequito de pensamientos. Yo soy una persona de invierno, que saboreo la lluvia – ¿os hacéis una idea de lo feliz que he sido este invierno con tanta agua?-, de frío, de días cortos. El otoño e invierno hace que mi creatividad esté a rendimiento pleno.

Me ha costado musho trabajito llenar las entradas del mes que acaba de finalizar. He tirado de archivo y este lo tengo ya más exprimido que el monedero a final de mes. Busco ideas por aquí, por allá, tengo varios relatos empezados, pero no consigo encontrarle el tono –están en la carpeta de “pendientes”- , releo cosas que tengo empezadas e intento terminarlas, pero nada.

No le tengo miedo al folio en blanco, porque suelo hacer trampa (perdonad que no cuente la trampa que hago, no siempre es conveniente desvelar las armas de la creación) lo que si es seguro es que hay que ponerse delante de él para que las musas te pillen trabajando.

Tengo unos meses duro de trabajo para cumplir con el compromiso que tengo con vosotros, -mis fieles seguidores de mis “papeles olvidados”- y volcar como mínimo dos entradas a la semana. No me asusta este compromiso, al revés me da aliento para seguir escribiendo y no quiero volcar cualquier cosa. Si hay algo que he aprendido con el blog es a ser cada vez más exigente con lo que en él coloco.

Hay veces que funciono mejor bajo presión, cuando veo que el tiempo de entrega se aproxima y yo ando perdido en mis nubes y es como si pulsase el botón del encendido de la creatividad, mis dedos se disparan a teclear sin dilación alguna. Y como dice mi amiga Loli Pérez: “bendita presión al escribir un relato en tan poco tiempo”.

Me he puesto a pensar qué escribir para mi primera entrada del mes de junio y como quién no quiere la cosa, me acabo de dar cuenta que con esta reflexión-pensamiento-desahogo ya tengo escrita mi primera entrada de este mes, así que me voy a dar un paseo por la playa para ver si me viene algo de inspiración para la próxima entrada.

© Miguel Urda

5/28/2010

Sin sentido


Hoy mi vida ya no tiene sentido. No sé si debo dar las gracias por haber llegado hasta la fecha de hoy. Creo que el objetivo de mi vida está cumplido. Estoy en las postrimerías de mis días y nada puedo hacer para evitar el final, pero bien que me hubiese gustado adelantarla algún hace algún tiempo. Siento que mi vida se va apagando como la llama agonizante de una vela. Y nadie de mi alrededor lo ve, pero es algo que solo lo sabe uno. Mi vida, esta triste y ya nada puedo hacer por ello. Es una muerte interna: de sentimientos.

Mi vida externa muestra los signos normales de mi edad, que no es ni mucha ni demasiada, solamente la justa, pero no la necesaria para estar en la situación que yo me encuentro. Tengo las caderas ensanchadas a causa de tres maternidades que en su momento me hicieron ver la luz de esta vida de otra forma. ¿Quién me iba a decir que el alumbramiento de mis hijos me otorgase una mayor luz en esta vida? Los pechos han perdido la firmeza de una juventud que un día tuve, hoy están caídos, agrietados y rugosos como una manzana. Los seres que han mamado de ellas no son conscientes de que mi existencia está a punto de caducar, ellos van a lo suyo. Mi pelo ya no es negro, ni rubio, ni tinte alguno soporta, hoy lo tengo áspero y grisáceo y al estilo garcon.
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La alegría que “ayer” tuve jamás volverá. Me gustaba y me gusta –pero ya no puedo- vestirme de alegres colores, pero hoy apenas llevo ropa alguna sino un camisón de franela. El perfume fue otro complemento que jamás falto en mi vida pero cuando la enfermera me asea me arroja colonia barata con un spray para ahuyentar los olores que desprenden mi edad.

Hoy que apenas puedo articular palabra, estoy postrada en una cama. Hablo para mí, porque nadie me escucha. Como motor de mi vida están mis ojos, pero ya se han cansado de mirar las paredes de esta habitación, blancas, frías y solitarias. La ventana queda muy lejos de mi vista y lo escaso que puedo ver es la pared de otro bloque anexo a este. Y me quiero ir de esta vida a pesar de no haber tocado fondo, pero hay hechos que sin buscarlos vienen y te dejan así, como me han dejado a mí, con vida pero muerta, inerte ¿para qué vivir sin vivir?

Me voy. Doy por terminada la película de mi vida. Me voy porque yo quiero, ya lo considero necesario. Ya comienzo a ver esa luz blanca al final del túnel, los hechos mi vida pasan rápidamente por mi mente, están rebobinando la película, ya me voy. Ya me voy. No apaguen la luz. Que ya me voy. No es necesario que permanezca aquí.


© Miguel Urda.

5/19/2010

Realidades paralelas


Odiaba estas cosas, que la hubiese llamado así de pronto, la fastidiaba. Ya tenía sus planes hechos, pero una compañera suya había tenido un accidente y ella estaba como reserva. Eran cinco días solamente, pero eran muy intensos; prisas, para arriba, para abajo, comer en la calle, etc. Lo peor llegaba después cuando estaba en casa con muchas horas de trabajo por delante.

Cogió una postura cómoda, se colocó las gafas y con bolígrafo en mano comenzó a leer:

“María se despertó empapada en sudor. La eterna idea de estar sola otra vez le atormentaba. Después de dar una vuelta en la cama se levantó, salió al balcón y se fumó un cigarrillo. Le costaba pensar que habría sido un simple juguete para él”.

Solamente había leído tres líneas, las suficientes para poder desconcentrarla de su lectura, apartó a un lado los papeles, que tenía encima de su regazo, se levantó, buscó un cigarrillo en su bolso, a la par que las cerillas o un mechero, intentando no hacer ruido, en silencio, para no despertar a su marido. Cuando tuvo ambas cosas en la mano salió a la terraza a fumar el cigarro. Casi que parecía repetir los mismos movimientos y sentimientos que la protagonista de los papeles que estaba leyendo. Se pudo a recordar y sin esfuerzo alguno le vino el recuerdo y aunque había pasado mucho tiempo, cada vez que le venía a la memoria, éste le provocaba un sabor amargo.

Siempre pensó que fue un juguete para él, pero ella no fue engañada a la relación. Él le dijo: ¡No te enamores de mí, por favor! causo mucho daño a quién lo hace.

Nunca pudo comprobar con total veracidad si decía la verdad o no. Un coche que conducía a gran velocidad le atropelló dejándolo muerto al instante, provocándole el dolor y la duda de por vida. Ha pasado mucho tiempo de aquello. María, -cuyo nombre coincidía con el de la protagonista que coincidencia el mismo nombre que la protagonista, parecían vivir “realidades paralelas”, recuerda con mucha frecuencia aquel noviazgo, más bien motivada por saber si era verdad lo que decía o porque realmente comenzaba a notar algo intrínseco por él.

Sé dio cuenta que el cigarro llevaba un tiempo apagado entre sus dedos. Suspiró y pensó para sí misma: ¡cuantas vueltas da la vida! Regresó al salón y retomó la lectura de exámenes de literatura. Nunca le gustó ser tribunal de selectividad.



© Miguel Urda

5/06/2010

Hoy...

Hoy, hace cuatro años, una llamada de teléfono de escasos segundos cambio mi vida provocando un giro de 180º. ¡Cuántas cosas me han pasado desde este día, que marco un antes y un después para mi! Con la experiencia que me ha dado el transcurrir del tiempo he aprendido a no vivir aferrado al pasado, pero hay hechos que de forma obstinada te hacen revivir el ayer y lo mejor es afrontarlo, analizarlo, dejarlo suelto el tiempo que requiera y por si mismo volverá a su sitio en la caja del recuerdo de nuestra memoria. Afronto este día con algo de miedo o mejor dicho de respeto pues fue el detonante para que pudiese ser yo mismo y empezar un nuevo futuro.

Una vez que tuve resuelto el tema laboral y otras cuestiones me fui a cumplir el sueño de mi vida: vivir en Canadá. Pero no siempre los sueños se cumplen como los soñamos. El tiempo que estuve allí fue una experiencia inolvidable pero había hechos dentro de mí que no me dejaban disfrutar de mi estancia allí. A mi regreso pensé que me había equivocado, sin embargo tras la serenidad que otorga el reposo del tiempo, me he dado cuenta de que no fue así, que no fue un error, sino que no estaba preparado para ello, llevaba demasiadas cosas acumuladas en mi mente que no había asimilado o encajado. La vida, entonces, me mostró su cara menos agradable, demasiadas cosas negativas para llevarlas por mí solo: pilares básicos que yo tenía por firmes en mi vida cayeron; me sentí utilizado; aprendí a escuchar el tedioso silencio del teléfono móvil durante largos días,… Tantas cosas acontecieron, que me llevaron a modelar la forma de mi culo en el sofá. Pero el denso nubarrón que durante mucho tiempo no me permitió ver nada, se ha ido despejando: atrás queda pegar miércoles sí, miércoles no, en el 5º F para vaciar el alma y recomponer el puzzle de mi vida; las noches vacías e interminables se han ido agotando, etc. Aún me quedan por colocar algunas piezas pero ya le veo color a mi vida: comienzo a respirar un aire diferente, mis ojos vuelven a tener brillo, soy capaz de sonreír, de buscar una mirada que tenga reciprocidad, de soñar... e incluso miro al futuro con ilusión.

Hubo momentos que pretendí eliminar el pasado, tenía tanto peso que no me dejaba avanzar. Hoy no tengo ganas de borrar el pasado, ya que considero necesario conservarlo porque he aprendido mucho de él, y en cierta medida, este impulso que ahora llevan mis días se lo debo a él.

Me ha costado mucho aceptar que los amigos en la vida están de paso. Y no hay nada firme en lo que respecta a la amistad. ¿Hay algo firme a los cuarenta y tres años? Tal vez sea síntoma de que las heridas están curadas. A los amigos que se han se ido seguro que algún día tendrán tiempo para la amistad y la vida nos da un nuevo billete para compartir otro viaje, momentos, confidencias, cenas… juntos; pero cuando mi alma estaba por debajo de la capa freática de la moral llegaron otros amigos y me dieron lo más básico, lo más simple, lo más sencillo: su amistad con los brazos abiertos. Gracias, chicos, por aceptarme plenamente en vuestro grupo. ¡Menudo cuarteto formamos!

Las persona que tengo en mi entorno más inmediato saben que mi ciudad, Marbella, es territorio yermo para mí, cada vez percibo con mayor urgencia la necesidad de irme a vivir a un sitio nuevo y que, cuando venda una secuela del pasado pondré tierra de por medio.

La palabra Canadá no esta borrada por completo de mi mente. Y no es un capricho: necesito de nuevos aires para poder seguir avanzando en la vida.

Os seguiré contando.

© Miguel Urda

5/02/2010

Facturas

-¿Y cree usted que es malo practicar sexo por téfono? -pregunta el psicòlogo.
-No tendría nada malo sino fuese porque mis facturas de móvil son muy elevadas y mi mujer trabaja en un 806.


© Miguel Urda

4/28/2010

La reina de mi vida


¡Pero cómo me haces esto! Qué llevo una semana detrás de ella, que si un café, que si un ramo de flores, un sms cada hora. Por fin consigo convencerla para cenar y tú vas y me haces esto.

Eres muy egoísta. ¿Lo sabías? No piensas en mí ni un minuto, que digo minuto, ni un segundo. Tú a tu libre antojo, como siempre has ido.

¡Coño! Que me desvivo en atenciones contigo. ¿O no es verdad?

Compré un espejo que coloqué a tu altura para poder verte mejor a la hora de nuestras charlas. Cada quince días le doy un repaso a la espesa melena que tienes a tu alrededor. Me gasto una fortuna en ti, no te cubro con cualquier cosa, -tu bien sabes que la cajita de seis globitos de textura súper suave son de importación y me cuesta cincuenta euros-. Nunca reparo en calidad para ti. Te visto con ropa toda de marca y algodón cien por cien para que tú estés bien cómoda. Cuando llega tu hora de evacuar me siento para que no te esfuerces demasiado y no te canses. Dime tú si no te trato bien. Y, no lo entiendo de verdad, ¡cómo me haces esto!

Sí, sí, de acuerdo. Te he metido en cada agujerito que... pero no es cuestión de echar los reproches en cara ahora cuando más te necesito. ¿Sabes cómo vas a dejar mi moral y lo que es peor mi reputación? Podías haberme dicho algo antes e incuso podíamos haber negociado los momentos donde tú tienes que actuar.

¡Coño que me queda una semana para cumplir los cuarenta años! ¡Cómo me haces esto! No es justo, tú lo sabes. ¿Te has parado a pensar lo que dirán de mí si no doy la talla? Si, si te lo digo a ti, que estas flácida total. ¡Eres una caprichosa! cuando te da la gana vas y te levantas pero en cierta manera la culpa es mía por mimarte demasiado. ¿No te acuerdas el apuro que me hiciste pasar en el concesionario de coches? Tu allí dejándote notar bajo el pantalón de lino blanco. Que te apetecía, te apetecía mostrarte. Claro, porque tú no vistes la cara que puso la vendedora. Creo que depravado fue la opinión más suave que tuvo de mí.

Y qué me dices del día que fuimos a la playa nudista; con mi hermano, la mujer y los niños te dio por mostrar tu descomunal tamaño todo el tiempo y no me dejastes levantarme de la toalla. No te vayas a creer que eso se me ha olvidado.

Y es que yo no entiendo por que se te ocurre crecer así sin motivo aparente cuando se te antoja. No hay un dios que te baje y para que estés contenta ¿yo que te hago?, cumplo tus deseos porque para ti quiero lo mejor. Este dónde este busco un sitio para aliviarte. No te entiendo de verdad. ¿Cómo me haces esto?

¡Qué estas cansada de tanto ajetreo! Muy bonito, pero tú no tienes otra cosa que hacer, solo tienes dos funciones y sabes claramente cuales son, así que no hay protesta alguna que valga. Tú a cumplir como Dios manda las leyes naturales o sino me veré obligado a tomar medidas muy drásticas contigo y entre ellas pasa por tenerte levantada más tiempo del que tu quieras. Sí, si. Me refiero a lo de la pastillita azul, esa que tu tanto odias.

Así me gusta, que vayas subiendo, sigue, sigue, ¡si es que cuando quieres!, una regañina, unas caricias y como aumentas de tamaño. Eres era la reina de mi vida.
©Miguel Urda

4/24/2010

Silencio, la etiqueta me hace cosquillas


Perdóname mamá. No sé como ha sido o si yo he tenido algo de culpa. Sabes, me resulta difícil articular palabra y eso que lo intento.

Te voy a decir la verdad: le temía a este momento, encontrarnos frente a frente.

Aquí hace frío mamá, así que abróchate un poco la rebeca negra, no vayas a resfriarte. A partir de ahora tienes que cuidarte un poquito más por ti misma. Me preocupa ese gesto tan serio que tienes. Prefiero verte con algo de expresión, para poder interpretar tus sentimientos, así me das miedo. Solamente escucho tu fuerte respirar. Cuánto silencio hay aquí ¿verdad, mamá?

No sé como me verás, pero noto mi cara algo hinchada ¿Cómo me ves tú, mama? ¿Estoy guapa? La noche en que todo pasó si lo estaba. Me lo dijiste cuando salía de casa: “que guapa vas, Paloma. No vengas más tarde de las doce y ten cuidado, que la noche es más profunda y peligrosa que un abismo” “No te preocupes que lo tendré te respondí”. Siempre fui una niña responsable en todo.

Me gustaría contarte con todo detalle como sucedió, pero no quiero hacerte sufrir más. Bastante tienes con todo lo acontecido en estos días. Por cierto, mamá, he perdido la noción del tiempo ¿cuantos días han pasado? ¿Dos? ¿Tres? Me mata estar a expensas todo el día de la luz artificial de esta habitación.

Yo volvía para casa y no era muy tarde. Me había despedido de mi amiga Lourdes en la esquina, donde siempre lo hacíamos. No le tenía miedo a ese camino, estaba iluminado y nunca había pasado nada. Sí que me sorprendió que una voz familiar dijese mi nombre saliendo de la oscuridad y a esas horas de la noche. Me preocupó más que hubiese pasado algo en casa. Me dijo que no, que no pasaba nada, pero la migraña no le dejaba dormir y que iba a la farmacia de guardia a comprar algún remedio para intentar aplacarla. ¿Por qué no me acompañas y después nos vamos los dos juntos? No tuve porque sospechar de él y no me pareció nada malo acompañarlo, la farmacia no estaba muy lejos. Me fue preguntando si ya salía con algún chico, que no le parecía bien que yo fuese tan reservada, que podía contar con él para lo que quisiese, que le gustaba mucho el corte de pelo que me había hecho para el verano y que esa noche iba especialmente guapa.
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La farmacia a la que fuimos no era la que estaba de guardia miramos cual era la próxima y nos dirigimos a ella. Él continuo hablando sobre mí: de la felicidad que yo emanaba; de lo contento que se había puesto al saber que había aprobado los exámenes de junio. Íbamos tan ensimismados en la conversación que no percibí que nos habíamos desviado de nuestro camino. No vi nada extraño en ningún momento, solo al final, porque todo fue tan de repente. Oye, ¡que por aquí no es le dije! Sí, sí es por aquí. A lo cual me agarró del brazo y me obligo a caminar por donde él decía. Las luces del pueblo habían perdido intensidad. Yo protesté, mamá. Quise volver, dar marcha atrás, pero apretó mi brazo, y con dura voz me dijo: ¡vamos! Estaba muy oscuro y pisábamos tierra y fue todo tan horrible, mamá, que no te voy a contar los detalles de lo que pasó.

Por tus gestos puedo ver que te estarás haciendo reproches por haberte enamorado de un hombre así. Pero no te preocupes, mamá, tú no tienes culpa. Mi juventud no me ha permitido conocerlo muy profundamente, pero por lo poquito que sé y por lo que dicen el amor es ciego. ¿Por qué no me cuentas que pasó después? ¿Al ver que yo no llegaba a casa? Me gustaría saber si lo han encontrado ¿Crees que lo tenía todo planeado? Ahora entiendo muchos de sus comentarios, de sus bonitas, y lo que parecían, espontáneas palabras: eres más linda que el cielo; eres la esencia de mi vida.

Mamá, me gustaría escuchar tu voz. Me impone tu silencio. Por favor, di algo: llora, grita, ríe a carcajadas pero, di algo mamá. Ha sido un golpe muy duro, pero no sé para quién ha sido más doloroso, si para ti o para mí.

Lo prefiero así, mamá. No importa que llores, mamá, no importa. Llora, deja que aflore tu rabia a través de las lágrimas.

¿Qué cosas estarán pasando por tu cabeza, mamá? Tengo curiosidad por saber que pasó después. Pero no creo que ahora estés preparada para contármelo. Quizás cuando veas las cosas con algo más de sosiego, podrás hablame de ello. Ha sido un duro golpe para las dos.

Me gustaría pedirte un último favor, mamá. ¿Podrías mover un poquito la etiqueta que cuelga del dedo gordo de mi pie izquierdo? Me está haciendo cosquillas.
© Miguel Urda

4/20/2010

Demasiado amor. 2ª parte


Una tarde, su mujer llegó con ganas de discutir, lo supo nada más verla entrar en casa.

- Que si no hacía nada, que si todo el día en el sofá, que por lo menos podía hacer la comida, limpiar un poco la casa, que se estaba cansando de esta situación, que parecía querer más a la televisión que a ella…

-Tienes razón, cariño, tienes razón. Desde mañana preparo yo la comida. –alegó él rápidamente con la idea de que le dejase tranquilo para poder ver el programa homenaje a las víctimas de la intoxicación etílica al haber comprado Orujo en mal estado de las monjitas de la Orden de la Luz.

Inmerso en la pelea de dos protagonistas de Gran Hermano, se le olvidó preparar el almuerzo. Menos mal que el programa de Karlos Arguiñano llegaría en unos minutos y haría la receta de la semana.

Su mujer no quiso comprender que si no había besugos en la nevera, difícilmente podía hacer la receta que había cocinado el fantástico chef vasco. Ella se marchó dando un portazo y sin comer. Él, mientras cambiaba de canal y cómodamente sentado en su sofá terminó, los restos de la pizza de pepperoni de la noche anterior.

El fin de semana fue intenso en discusiones y reproches por parte de su mujer: que si no buscas trabajo, que si no llamas a nadie, que si te podías afeitar, que tienes descuidados a tus amigos, que si el sofá es parte de ti, que la tenía muy cansada y muy harta de la situación; que no le daría ni una oportunidad más…

–Sí, cariño, sí, tienes razón –le dijo él- He estado un poco descuidado, pero, entiéndeme, es la situación. No tengo ganas de nada. Te prometo que el lunes vuelvo a la búsqueda de trabajo.

Y ahí estaba, el lunes, vestido con traje azul impecable, (que tras una intensa exploración en su escaso guardarropa intentaba emular a los modelos del último anuncio que avisaban de la llegada de la primavera), afeitado, duchado y listo para comerse el mundo en la búsqueda de trabajo. Mientras terminaba de pie el café, miró de reojo la pantalla: no se lo podía creer, parecía que le estaba llamando la televisión, pero, no, estaba emitiendo un reportaje sobre el último premio Nobel y su trabajo, basado en el estudio de la homosexualidad en los dinosaurios de la etapa pleistoceno. El sofá lo abrazó, sabía cual era su postura favorita, aunque tenía tanto ensimismamiento con las 625 líneas que no lo apreció.

El viernes noche estaba tan absorto en un interesantísimo programa debate sobre si era necesario modificar la Constitución a causa de la diferencia de estatura entre el Príncipe Felipe y la princesa Letizia que no se dio cuenta que su mujer con maleta en mano, le dijo: “No aguanto más, adiós”.

Al tercer día fue cuando echó a su mujer en falta, lo cual supuso una satisfacción, pues hizo del sofá y la televisión su hábitat natural. Allí ingería la comida que encargaba a todos los tele-algo; el pijama de Snoopy jugando al futbol pasó a formar parte de su piel; el suelo parecía una alfombra hecha a base de latas de cerveza.

A veces notaba que el sofá le acariciaba y la televisión le sonreía. Él llegó a entender lo que era la felicidad.

© Miguel Urda

4/16/2010

Demasiado amor- 1ª parte.

Para José Manuel y Daniel. Nunca uñas "cañitas" dieron tanto de si.

Demasiado amor. (1ª parte)

En casa la noticia de su despido provocó un denso silencio. El fin de semana lo pasó sin pegar ojo, pero no me derrumbare dijo, en voz alta, el lunes por la mañana, al escuchar sobresaltado el sonido del despertador que había olvidado quitar. Ese día lo dedicó a la oficina de desempleo; el martes visitó amigos y conocidos para contarles su situación y darles currículums; el miércoles compró todos los periódicos para leer minuciosamente los anuncios por palabras. Las noches las dedicaba a rellenar formularios en páginas laborales de internet. No se desanimaría fácilmente, eran momentos difíciles, pero, a pesar de traspasar la frontera de los cuarenta y tantos años era un hombre preparado: licenciado en económicas por la Universidad de Soria, tenía dos Másters: uno realizado sobre la trascendencia del Euro en los países del Magreb y otro sobre las pirámides egipcias y su influencia en los mercados bursátiles actuales; poseía conocimientos de inglés y ofimática a nivel usuario y nunca se le habían caído los anillos por trabajar.

A los dos meses de estar desempleado, tras un fallido intento de cópula con su esposa, cansado de dar vueltas en la cama, fue a beber a la cocina y, a su regreso se sentó en el sofá y le dio al botón del encendido del mando a distancia de la televisión. No era muy dado a ella, únicamente las noticias le llamaban la atención. Se quedó hasta los albores del día: no sabía que de madrugada programasen series clásicas y, para colmo, emitían La casa de la pradera, su serie favorita en la adolescencia y, además, en versión original. Un día después, el insomnio le hizo mirar el reloj repetidas veces. Se levantó cinco minutos antes del comienzo del capítulo de esa noche para coger una cerveza de la nevera y unas patatas fritas para amenizar la velada. Amaneció dormido en el sofá.

Como si hubiese estado programado, cada noche se levantaba a la misma hora para ver el episodio de ese día. Los martes y los jueves emitían capítulos dobles y, cuando su esposa acudía a darle los buenos días, él ya tenía memorizado el parte meteorológico de todas las cadenas informando a su mujer del tiempo que haría en las próximas horas.

Nunca pensó que el sofá –motivo de acaloradas discusiones con su esposa en el momento de su compra- fuese tan cómodo. Todo era cuestión de buscarle la postura apropiada. Tumbarse con un poco de giro en ángulo de 45 grados y alternar los pies con subirlos los pies en la mesa y estirarlos sobre el sofá. La televisión no le quedaba de forma directa para su correcta visualización, pero no le pareció necesario cambiarla, así se obligaba a cambiar la posición de vez en cuando.

No sabía que los programas de por las mañanas tuviesen tantos contenidos, temas muy variados y tan entretenidos. Enseguida supo las cremas que utilizaba Isabel Preysler para conservar esa divina juventud. Tomó nota para regalárselas a su mujer el día de su cumpleaños. Cada día en el almuerzo le contaba a su esposa las novedades de la mañana:

– ¿A que tu no sabías que las Infantas van a las rebajas?; ¡Qué increíble! La Reina Sofía ha repetido vestido: el que utilizó en la recepción de los príncipes de Madagascar lo ha vuelto a usar en el almuerzo privado a los vendedores honorarios de Círculo de Lectores; nunca pude llegar a imaginarme que el sueño de Belén Esteban fuese viajar en Globo ¡Qué feliz se la veía con el pelo al viento!; ¡Qué bien ha quedado George Cloony tras su último paso por el quirófano!

La cara de incredulidad y cabreo de su mujer crecía por momentos.

A veces notaba algo de incomodidad en el sofá y, por más que intentaba acomodar los cojines, nada, eran demasiados rígidos. Aprovechó la increíble oferta de tele-tienda y compró cuatro cojines de textura extra suave, de colores vivos y además le regalaron un lote de diecinueve tupperwares resistentes al horno, microondas y al lavavajillas. El pedido no tardó en llegar ni veinticuatro horas. Su mujer lo miró con cara extrañada cuando lo vio y en la discusión posterior parecía poseída, fuera de sus casillas. Él parecía no entender nada de porqué montó en cólera su mujer. Solamente quería ver el programa de declaraciones de amor que estaba a punto de comenzar.

La tarde era el momento ideal para apoyar la cabeza en su nueva adquisición. ¡Qué manera tan intensa de sufrir tenían las protagonistas de las novelas de la sobremesa!, exclamaba en voz alta. Eso refleja la realidad de la calle, del ser humano. Más de una vez se le escapó alguna lágrima con ellos.
CONTINUARA

© Miguel Urda

4/11/2010

PROTESTAS

Lo sabía, pero es como esas cosas que ves que no son como crees que son y les das otra oportunidad para comprobar que realmente no te estas equivocando.

Y así fue. Primero pasó cuando redacté una carta quejándome al presidente de la comunidad por el ruido de los bajantes. Tuve que reescribirla tres veces para que dijese exactamente lo que yo quería expresar.

La siguiente vez me ocurrió con un e-mail donde ponía verde al banco y le reclamaba una comisión que me había cobrado. Cuando terminé de redactarlo aquel no era el e-mail que yo quería escribir, que mis dedos estaban tecleando. Desistí reclamar los cinco euros de comisión.

La tercera vez fui totalmente consciente de ello el teclado escribía a su antojo. Intentaba escribir un e-mail de protesta al defensor del espectador. El teclado vomitaba palabras que no salían de mis dedos. Estaba a favor de los programas del corazón. No mandé mi queja.

Hice una prueba con un amigo. Le dije que escribiese algo desde mi teclado. Escribió lo que quiso.
El teclado era mi enemigo.

Volví a intentarlo, un e-mail protesta a la Comisión Europea del Ahorro Energético sobre los trastornos que provoca el cambio de hora. El teclado escribía todo lo contrario. Daba las gracias por tener una hora más de luz al día. Cerré el ordenador de un golpe y todo furioso.

Estuve sin abrir el ordenador varios días, había veces que lo miraba de reojo para ver si había algo extraño en él. Desenchufé el teclado, le quite el polvo, lo miré detenidamente, exteriormente todo era igual que siempre. Le dije algunas palabras cariñosas incluso lo acaricie.

Volví a la carga de nuevo.

En un e-mail protesta colectivo a todas las ONG para protestar sobre la evidencia del cambio climático el teclado volvió a hacer de las suyas. Daba datos para promover causas que incentivasen dicho cambio.

En un ataque de desesperación probé a escribir de forma contraria, a escribir lo que yo no quería escribir. Y así comencé a redactar un e-mail donde mostraba mi conformidad con el incremento de la comida rápida en los colegios. El teclado me daba la razón.

Grité de rabia, de impotencia,... tiré del cable que lo amamantaba de la placa base. Lo golpeé con la mesa, lo pisé, lloré.

Decidí comprar un teclado nuevo, sin dilación alguna. Envolví el antiguo en tres bolsas de basura negras y lo deposité en el correspondiente contenedor.

El nuevo teclado parecía ir a las mil maravillas. Redacté un montón de correos pendientes que tenía. La pesadilla parecía haber acabado.

Al día siguiente recibí un e-mail que decía “no te librarás tan fácilmente de mí”.

© Miguel Urda

4/06/2010

Pacífico


Hallar una novela en el mercado editorial que entretenga es fácil pero que te haga soltar la lectura para detener las emociones que de ella emanan es difícil de encontrar. El libro en cuestión se llama “Pacífico”, y el autor es José Antonio Garriga Vela.

Es una novela ciento setenta y cuatro páginas plagada de sensaciones y que presenta personajes (tanto principales como secundarios) construidos de manera intimista, totalmente reales y reconocibles en un nuestro entorno cotidiano. Su lectura es fácil en el sentido de que permite acabarla sin apenas necesitar hacer ningún alto en el proceso degustativo de leerla; pero no por ello deja ser una obra maestra, favorecida y difundida por los eficaces los comentarios que el boca a boca provoca.

A pesar de su brevedad, es una prosa con una intensidad narrativa sorprendente, exquisita, cuidada y elaborada al milímetro. De hecho, el autor ha tardado siete años en escribir esta novela. Una trama perfectamente hilvanada donde a veces se nos muestra a los personajes como actores de una obra de teatro dentro de una novela, con ambientes cerrados en los que domina el azar, elemento determinante en la vida de los protagonistas y de la familia en si.

El propio nombre de la novela, Pacífico, aunque sugiere múltiples interpretaciones, marca desde el comienzo el camino por el que discurre la narración. Pacífica es la forma de ser del protagonista de la historia. Te adentras en la trama de forma pacífica, sin darte cuenta, y no podrás salir de ella hasta terminar de leer la última página.

Con el paso del tiempo, los best-sellers pasan al olvido, tienen un ciclo de vida que normalmente es corto, pero esta novela queda muy lejos de ser uno de esos, pues le ocurrirá todo lo contrario: aunque lleva dos años ya en el mercado, acaba de comenzar su exitosa carrera literaria. Pacífico pertenece a esa clase de novelas que poco a poco van adquiriendo más importancia en la biblioteca de todo exquisito lector. De hecho, es una novela a la que le ha concedido el premio Dulce Chacón de 2009, que, para quién no lo sepa, es un premio que se concede a la mejor novela del año y al que no pueden presentarse los escritores, sino que se otorga a un autor concreto por una novela determinada.

Por último, debo decir que el final de la obra me impresionó por su fuerte y sorprendente desenlace. Y, a mi modo de ver, este aspecto quizás es lo que le resta algo de importancia al propio trabajo narrativo, quedando siempre el sabor del final, desmereciendo un poco la cuidada prosa.

Aun así, debo decir que no dudaré en comprar la próxima novela de José Antonio Garriga Vela.

Enhorabuena por este excelente trabajo narrativo.
© Miguel Urda

4/04/2010

Rayas de Colores -2ª Parte-



—De acuerdo –dice el médico —me parece muy bien.
—Todo lo que dicen esos papeles es mentira –dice el enfermo, señalando con la cabeza una carpeta de color marrón que tiene el médico en la mesa en la parte izquierda.
—Pero yo no lo sé. ¿Quiere contarme por qué es mentira? –pregunta el médico.
— ¿Qué le cuente qué? ¿Qué todo es mentira? ¿Qué ustedes con escribir tres parrafadas dicen que estoy loco? Locos están ustedes.
El médico, con un bolígrafo Bic de color negro, comienza a anotar en el folio, separado por guiones: ‘Violencia verbal’, ‘Desconfianza’…
—Si, están locos ustedes –continúa diciendo el enfermo. —Esta sociedad esta loca. De nunca me han gustado los maricones, son gente que no merecen vivir.
—¿Por qué no merecen vivir? —pregunta el doctor.
— Porque son maricones. A todos tenían que meterle un palo por….
>> Qué hijo de puta, no ha cambiado un ápice. Sigue siendo el mismo de cuando tenía diez años, cuando en clase me proponía pinchar las ruedas del coche del maestro de sociales, que presentaba rasgos afeminados. Se burlaba de él llamándole “Mariquita Pérez” cuando éste le preguntaba en clase si había hecho los ejercicios o se sabía la lección. Suena con tanta nitidez el pasado que ya creía tenerlo olvidado. Siempre me pregunté el porqué de tanto odio hacia ese colectivo. Siempre la palabra “maricón” en tu boca.>>
— ¿Y por qué los acosa? ¿Se meten ellos con usted? —pregunta el médico intentando controlar la voz.
—No merecen vivir. Son la escoria de esta sociedad.
El médico continúa escribiendo en los folios, ha dado la vuelta al primer folio: rasgos de homofobia marcados desde una edad bien temprana.
—¿Desde cuándo cree que no merecen la pena vivir los homosexuales? –le pregunta el médico.
—Desde siempre. Nunca han tenido que existir.
— ¿Cuál es el motivo por el que no deben existir? —le dice el médico, mirándole a la cara fijamente.
El paciente no contesta. Gira la cabeza hacia la derecha y hacia la izquierda, pero vuelve a fijar la mirada en el médico.
—Yo conocí a un Jesús Figueroa en el colegio —comienza a decir el enfermo—, ¿sabe? Éramos vecinos. Él llegó al pueblo en Navidad, su padre era Guardia Civil y fue destinado allí, un maldito pueblo que ni siquiera tiene importancia para aparecer en los mapas. Hacía mucho frío cuando llegó y del autobús de línea solo se bajaron ellos cuatro: sus padres, su hermana y él, con una maleta cada uno en la mano. Hice amistad enseguida con el niño. Teníamos la misma edad, era aplicado. A pesar de estar el curso comenzado, enseguida cogió el ritmo de las clases. Le sentaron junto a mí, compartíamos el mismo pupitre.
El médico no dice nada, deja que hable el paciente.
—Vivimos muchas cosas, ¿sabe usted, doctor? —le advierte el paciente—.También hicimos muchas guarradas. ¿Sabe? Después de comer, en verano, cuando todo el mundo dormía la siesta y el calor era insoportable, nos íbamos al campo del Blas, que tenía una casa derrumbada, y allí nos tocábamos la polla. Entonces no la conocíamos como tal, entonces era pilila. Las dos eran muy chiquititas, aunque la de él era mayor que la mía. Un día me obligó a que se la chupase. Me dijo: ‘’chupa, chupa, que está muy rica’’. Y yo agaché la cabeza, y comencé a chupársela. La verdad es que no le encontré sabor, solo noté que le crecía un poco más.
— ¿Y por eso hoy odia a los homosexuales? —le pregunta el médico.
—No, por eso no. Eso fueron mariconadas de niños, juegos sin maldad. ¿Usted no ha jugado a los médicos de pequeño? Sí, sí que jugó y además le debió de gustar, si no, no vestiría una bata blanca hoy.
— ¿Entonces cuál es el motivo? —pregunta el médico.
— ¡A usted se lo voy a decir yo! —responde Matías. —No estoy loco, aunque ustedes crean que sí. El doctor mira fijamente a Matías. Se hace un silencio en la sala que el paciente rompe.
—Me ha caído usted bien doctor. ¿Ha muerto el otro?, porque parecía a punto de estirar la pata.
—Para serle franco, desconozco qué le ha pasado a mi antecesor –responde el médico.
— ¿Sabe usted, doctor? A veces creo que estoy loco. ¿Quiere saber por qué?
—Pues sí —contesta el médico.
—Porque mi amigo de la infancia tenía la misma costumbre que usted. Llevar calcetines de rayas de colores, y cuando le he visto me he preguntado: ¿será este doctor el maricón del Jesús Figueroa?

© Miguel Urda

4/01/2010

Mi afición desmedida por lo inútil.


Casi toda mi vida he escrito pero nunca a nivel profesional, en serio o de forma continuada. Este blog me hizo encauzar un poco un compromiso con los lectores y seguidores, pero no sería hasta el verano pasado, cuando me apunté a un Taller Literario, donde mis ideas han ido tomando orden así como el aprender muchas otras cosas que plasmo en los relatos que últimamente estoy escribiendo.

Para este taller hubo que escribir ocho relatos en unos doce días más o menos, es decir, había que escribir un relato en un día y medio. El objetivo lo cumplí, tengo mis ochos relatos terminados. Con mayor o menor calidad, consistencia narrativa o argumental pero están ahí. Fue un reto muy grande y ahora veo los frutos, la publicación de un relato en un libro, Mi afición desmedida por lo inútil, junto a mis compañeros de cursillo. Mi relato se llama Rayas de Colores.
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Cuando he leído el relato en el libro le he encontrado miles de fallos y muchas cosas que no me gustan: punto de vista, narrador, tema,… pero los relatos están escritos bajo las pautas marcadas de un taller literario. Y lo hecho, hecho está, quizás lo veo ahora todo de forma diferente por los conocimientos narrativos que he ido adquiriendo durante este tiempo. Pero a la vez que le he visto tantos errores me llena de satisfacción ver que ese relato ha salido de mi cabecita loca (a veces me sorprende mi propia coherencia). Quiero agradecer a mis cobayas. sufridores literarios, quienes aguantaron mis primeros borradores, mis lecturas, mis dudas, mis miedos y me ofrecieron toda su colaboración.
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Aún no consigo acostumbrarme a ver mi nombre y apellido en un libro. Un libro con deposito legal e ISBN lo que significa que la Biblioteca Nacional tiene dos ejemplares y cualquier persona puede ir a leerlo. Me llena de ilusión saber que un lector anónimo va a leer una historia inventada por mí en cualquier lugar. Esto me anima a seguir esforzándome por crear historias –la verdad que muchas veces vienen por sí solas- , a no tenerle miedo al folio en blanco, a disfrutar escribiendo, a sufrir escribiendo –esto último es posible que solo lo entiendan las personas que le guste escribir-, a seguir y seguir escribiendo.

El libro es una colaboración o acuerdo entre la Universidad de Sevilla, La Junta de Andalucía y el Ateneo de Málaga. Lo ha publicado la editorial Padilla Libros. Sólo esta en librerías bajo petición. Y como creo que debo mucho a los lectores de los papeles olvidados lo vuelco el relato aquí para que lo disfrutéis, como yo lo he hecho escribiendo.

Espero que os guste.
© Miguel Urda


RAYAS DE COLORES

-1ª parte-
El doctor Jesús Figueroa comienza a anotar en un folio, en cuya parte superior derecha puede leerse el membrete “Clínica Psiquiátrica El bienestar”, la fecha con una caligrafía inclinada y algo ilegible. En el renglón inferior y en el mismo margen escribe la hora: 10.05 a.m.
Previamente ha estado leyendo el informe psicológico y psiquiátrico de Matías Martínez Montero. Se le ha diagnosticado un trastorno obsesivo compulsivo con tendencia a la fobia social ─o a padecerla─ así como homofobia.
El doctor Figueroa aparenta tener poco más de treinta años. Debajo de su bata blanca asoman unos pantalones vaqueros desgastados por muchos lavados y algo cortos que dejan entrever unos llamativos calcetines con rayas de colores (rosa, azul, rojo, morado y blanco) y unos zapatos náuticos de invierno. No parece llevar camisa, aunque se le transparenta una camiseta interior de tirantes y algún rizo del pelo rebelde del pecho sobresale por el pico de la bata.
La consulta donde se encuentra no es muy grande, tiene alicatada las cuatro paredes con azulejos cuadrados de color blanco. Pocos muebles la habitan: un aparador de cristal sin medicamento alguno, una camilla de color negro cuyo skay roído deja al descubierto unos pequeños jirones de goma espuma; una mesa de escritorio donde ningún utensilio de escritura reposa en ella, excepto los papeles que el médico ha llevado; y dos sillones de color negro gastados por el paso del tiempo. No hay ventanas, solo una despiadada luz eléctrica y un obsoleto aparato de calefacción, con un intermitente y constante ronroneo que indica que está en funcionamiento.
Se oye golpear la puerta levemente por unos nudillos y, sin escuchar un “adelante”, se abre. Entran dos enfermeros uniformados con bata blanca, uno de ellos lleva unos zuecos de goma del mismo color que la bata; y el otro, unas zapatillas de deporte de color negro. Acompañan al enfermo llevándolo cogido cada uno por un brazo. Lo sientan en el sillón delante del doctor y le sujetan los brazos al reposabrazos del sillón con algo parecido a una venda.
—Aquí se lo dejamos, doctor —dice uno de ellos, ya casi en la puerta—. Si necesita algo, toque el timbre que tiene ahí —dice señalando la parte derecha de la mesa.
El médico asiente con la cabeza.
—De acuerdo, gracias —les responde.
El enfermo aparenta haberle añadido tiempo de más a su vida. Físicamente aparenta tener unos cuarenta y tantos años, aunque en su informe dice tener treinta y cinco años. Un metro setenta de estatura, complexión delgada, piel blanquecina, ojos hundidos, barba sin afeitar de unos cuantos días, lo que contrasta con su cabeza, completamente afeitada. Viste con chándal, aunque las piezas no coordinan entre sí; la parte inferior es de color azul marino y de marca Adidas, mientras que la parte superior es de color rojo y tiene un puma dibujado en la pechera; en los pies lleva unas zapatillas de estilo indio, con piel por dentro que sobresale por los bordes.
—Usted no es el médico de siempre —dice el enfermo.
—No, en efecto. Soy el nuevo médico. A partir de ahora seré yo quien le atienda. Me llamo Jesús Figueroa.
Continuará
© Miguel Urda

3/30/2010

Un Marlon Brando muy particular -2ª parte-

Cuando usted venía a casa, frecuencia que fue aumentado con excusas banales conforme yo iba creciendo y adentrándome en la adolescencia, yo corría a meterme al cuarto que compartía con mi hermano alegando que tenía que estudiar, pero usted bien que se las inventaba para que yo saliese a saludarla, tanto a la llegada como a la partida y a darle dos besos.
¿Qué edad tendría usted por entonces?
Un día se lo pregunté a mi madre, la cual me contestó que había cinco años de diferencia entre Doña Paquita y ella.
-¿Y cuántos años tiene usted, madre? –le pregunté.
-Doña Paquita cumplió en el mes de las flores cuarenta años, pero ya la ves, hijo, está como una flor ceniza, viuda, sin hijos y con una mirada de mujer marchita.
Desde que mi madre me la definió así, usted cobró una atención especial para mí. Aunque seguía rehuyéndola, pero cuando usted me acosaba, me fijaba en todos sus detalles. Lo primero que pude comprobar eran sus ojos. Intenté buscar lo que mi madre había dicho, pero yo no vi nada, solo unos ojos marrones. Tardé mucho tiempo en comprender la tristeza de sus ojos.
Me consta que yo fui importante para usted, pero usted no lo fue para mí. Guardé el secreto para siempre, su secreto. No era mío aunque, más tarde me di cuenta de que al callarme, me hice su cómplice. Fue la única pregunta que le hice en aquella primera visita que me hizo a la residencia de estudiantes:
-¿Qué cree usted que diría mi madre si supiese que me obligó a acostarme con usted?
Con su elegancia innata no respondió, dirigió su mirada a una orla con la fotografía de la promoción del año anterior a la mía. Y me preguntó:
- Ya te queda poco para acabar la carrera, ¿no?
Creí que había me liberado de usted cuando marché a la ciudad a estudiar la carrera; pero cuando menos lo esperaba, me encontraba con la ausencia de sus besos, de su delicada y suave ropa interior blanca, de su piel nívea. Usted siempre fue muy astuta, Doña Paquita, nunca permitió algo más, solamente momentos. Consiguió aplacar mi rebeldía, fue atrapándome despacito, enseñándome el sexo paso a paso incluso, aprendiendo los dos a la vez. Nunca he sido capaz de explicarle a mi mujer el por que aborrezco la mantequilla. ¿Se acuerda? Usted había visto la noche anterior “El último Tango en París” y quiso que yo fuese su Marlon Brando particular. Se creó una rutina mensual, una visita a la capital, una pensión discreta y muchos momentos de jadeos.

Todo cambio el día en que usted se enteró de que yo tenía novia formal. Ese día no permitió que yo acariciase su piel ni quiso oír ningún susurro, nada .No quiso atenerse a razones, me dijo que la había engañado, que había jugado con ella. Que la había defraudado. Sería mejor dejarlo. A partir de ese momento, se cancelaron las visitas a la ciudad.

Solo la vi una vez más, en el entierro de mi padre, ella, astuta como siempre, se las ingenio para esquivarme y evitar darme el pésame.
Desde lejos, pude comprobar que el tiempo había corrido muy deprisa por ella.

© Miguel Urda

3/27/2010

Un Marlon Brando muy particular -1ª parte-

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Hay llamadas de teléfono que no dejan buen sabor de boca. Era mi madre quien me llamaba para comunicarme la muerte de Doña Paquita. En un principio, la noticia me ha dejado indiferente o, por lo menos, eso he intentado mostrar. Mi mujer me ha preguntado si la quería mucho, si fue parte importante en mi vida. No he sido capaz de responderle, tampoco ella ha insistido y he intentado continuar con lo que estaba haciendo, pero hay cosas que, por más que uno intente olvidarlas, no se consigue fácilmente. Muchas veces pretendemos ocultar los recuerdos innecesarios en vez de afrontarlos, aceptarlos como parte de uno mismo. En un momento pensé ¿cuántos recuerdos hay en la vida que no queremos recordar? Una barbaridad. Pero la mente no juega así, no te deja tener los recuerdos a tu antojo. Cuando menos te lo esperas, ¡¡Zass!! Va y te los arroja al presente, en el momento que tú menos esperas. Y así me ha sucedido a mí.
Era muy joven cuando todo comenzó, (con los catorce años recién cumplidos) y por eso he intentado olvidar todos estos años. A veces me pregunto si lo hice de forma premeditada, pero la inocencia intrínseca de la adolescencia me provocó que lo realizase así. Con el paso del tiempo y la experiencia que la vida te hace adquirir, he aprendido que lo primero es ser sincero con uno mismo, si no, todo lo demás carece de valor alguno, y con semejante consigna debo decir que nunca he olvidado los besos de aquella primera vez y la forma en que usted, Doña Paquita, me atrapó para llevarme al huerto. Sí, de una forma premeditada y literal, me llevó al huerto de su Hacienda.
Quizás había algo de mí que yo no sabía y que usted sí y era lo que provocaba que me pusiese nervioso cuando la veía en casa con mamá. Sentía como me miraba, como su mirada me atrapaba y seguía todos mis movimientos. Cuando nos encontrábamos por el pueblo, intentaba esquivarla, pero un día usted se quejó a mi madre:
-Hay que ver, Matilde, que tú chico mayor me ve por la calle y no me saluda.
Mi madre me regañó y me castigó sin el postre de los domingos durante todo el mes.
- Que yo no me entere que veas a Doña Paquita y no la saludas –me dijo mi madre, con una voz que había que tener mucho en cuenta.
De esta manera, me vi obligado a saludarla cada vez que la veía. Aunque más de una vez me entro ganas de sacrificar el arroz con leche y canela de los domingos por no darle los dos besos que usted me exigía. Estoy convencido de que usted sabía mis pasos y mi rutina diaria y, cada vez que podía, salía a mi encuentro.
-Pero, Guillermito, hijo, ¿No le das dos besos a Paquita, la amiga de tu madre y de toda la familia? Pero qué criatura más linda. Ojalá Dios te dé mucha salud.
Y yo sin poder llegar a protestar o esquivar los dos besos, porque no eran unos simples besos: usted me agarraba, me apretaba contra su regazo, un achuchón que hacía incrustar mi cara entre sus pechos y hacía que me empapase de su aroma. El olor a jabón Heno de Pravia siempre lo he asociado a usted así como la colonia Maderas de Oriente.
Nunca le dije, doña Paquita, que este olor la delató el día que fue a visitarme a la Residencia de estudiantes. ¡Cómo se las ingenió para sacarles la dirección a mis padres con la excusa de que iba a la capital y me llevaría un paquete con embutidos!
-Matilde –le dijo usted a mi madre-, voy a la capital a resolver unos asuntos; si quieres que le lleve algo a Guillermito, por mí encantada. El pobre, con tantas leyes como tiene que meterse en la cabeza, imagino que no tendrá tiempo para comer en condiciones.
Cuando me anunciaron que tenía una visita, me extraño, pero conforme fui andando hacia la sala de visitas, ya supe que era usted. Y allí que estaba cuando atravesé la puerta. De pie, vestida de negro, siempre la conocí de negro, doña Paquita. Creo que se habituó tanto al luto, que pasó a formar parte de su piel. Y delgada, muy delgada, ahí estaba, junto a un paquete envuelto en papel de periódicos, por algún lado se entreveía El caso, que reposaba en una mesa. Nada mas verme, corrió a mi encuentro, me dio dos besos y un intenso abrazo obligado acompañado por el olor a Maderas de Oriente. Pocas veces le he dado las gracias a Dios, pero una de las veces que más se lo he agradecido fue cuando estaba prohibido subir visitas a nuestro cuarto. ¿Cómo le hubiese a usted gustado ver mi lecho? Me la estoy imaginando tirada allí, encima de la áspera colcha azul marino, abriéndose la camisa y reclamándome. “Ven, ven Guillermo, ven. Hazme tuya… Ven, ven… Hazme tuya”.

CONTINUARÁ
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©Miguel Urda

3/24/2010

Detalles


Cuando le presentarón a su nueva compañera de trabajo, como siempre, él se enamoro al instante.
Tras mucho insistir, ella accedió a una cita.
El se esmeró en todos los detalles: rosas, champagne, fresas, luz tenue, música suave…
La noche estaba siendo increíble.
En el momento más íntimo de la velada él la llamó por el nombre de su ex mujer.

©Miguel Urda

3/20/2010

DOMINGO

Hoy sábado acaba mi experiemento-creativo-literario. Quiero dar las gracias a todos los que de una u otra forma me habéis hecho comentarios, ya hayan sido por e-mails, por el blog o en viva voz. He tomando buena cuenta de todo lo que me habéis dicho. Hay cosas que me han sorprendido y otras que esperaban que fuese así, pero todo queda anotado para seguir trabajando en él.
No me ha sido fácil adaptar casi veinte folios a el formato que este medio exige para leer y es posible que a vosotros os haya resultado algo pesado a lo último, personajes que no cuadran en un pensamiento lógico, silencios, alguna incoherencia... pero he considerado que era necesario hacerlo de esa forma, para obtener el resultado que yo quería obtener.


G R A C I A S
Miguel


Domingo 15
He dormido solo en casa. Ni una escusa, ni una justificación de su ausencia. Incluso diría que faltán cosas suyas en el cuarto de baño.
Como forma de compensación he ido a relajar mi cuerpo. Hoy le ha costado más a la prostituta que me corriese. No consigo empalmarme. Me estoy quedando arruinado entre las putas y el psicólogo.
Igual debería tomar una decisión. Ponerla entre la espada y la pared, aunque es posible que ella ya haya tomado la decisión. Creo que yo saldría perdiendo. De todas soy un perdedor nato desde que nací, no le temo a la verdad, solo le temo a una soledad obligada.

©Miguel Urda

3/19/2010

SABADO


Sábado 14
Me he armado de valor y se lo he preguntado: “¿Tienes un amante?”
Cómo respuesta, he recibido un esbozo de sonrisa.
¿Es justo? ¿Me merezco este trato?
¿Cuántos días hace que no hablamos? Quisiera que me hablase, que me mirase a los ojos y me dijese “si” o “no”. Duele más la incertidumbre que la verdad.
Las horas pasan con una inexorable lentitud.
Los sábados el teléfono esta mudo. Presiento que esto llega a su fin. El silencio hace un daño mortífero. Mi soledad es cada vez es más acusada. La temo a pasos agigantados.

© Miguel Urda

3/18/2010

VIERNES


Viernes 13
¿Debo ser supersticioso? Le temo a este día y no es porque sea viernes y trece, sino porque significa el comienzo de cuarenta y ocho horas de densa tensión, de silencios incómodos en casa, donde el tiempo parece no querer transcurrir.
Hoy me he preguntado si tendrá un amante. Igual ésta es la respuesta a todas mis preguntas, pero en caso de que sea afirmativo, ¿por qué continuar con esto?
Once de la noche. Acaba el viernes, me voy adormir. Igual consigo despertar el lunes.
©Miguel Urda

3/17/2010

JUEVES

A lo largo de esta semana (de domingo a sábado) iré volcando aquí un diario-experimento-creativo-literario que estoy intentando desarrollar. He adaptado el tamaño de las entradas a la rapidez que exige el lector internauta. De las opiniones o comentarios que vosotros me deis optaré por un camino u otro para seguir trabajando en estos textos.
Miguel

Jueves 12
¡Que mierda de vida! El psicólogo me ha preguntado si creo que tengo la culpa de algo. Sí que la tengo. Tengo la culpa de quererla tanto. “¡Qué mierda de vida!”, me digo a mí mismo repetidas veces. En ocasiones creo que ir a terapia me pone peor, me deja más trastocado de lo que yo iba. Dicen que eso es bueno, que te hace replantearte las cosas de otra forma. No estoy muy seguro de que sea así ¿Cuántas preguntas le formulo al hombre que está detrás de la mesa? Y no me responde a ninguna con claridad. “Te doy caminos, opciones para que tú tomes lo que creas más conveniente o correcto”, me dice. ¿Cuál es el camino correcto cuando ves que tu mujer te ignora, pasa de ti?
©Miguel Urda

3/16/2010

MIERCOLES

A lo largo de esta semana (de domingo a sábado) iré volcando aquí un diario-experimento-creativo-literario que estoy intentando desarrollar. He adaptado el tamaño de las entradas a la rapidez que exige el lector internauta. De las opiniones o comentarios que vosotros me deis optaré por un camino u otro para seguir trabajando en estos textos.
Miguel

Miércoles 11
Las prisas matutinas han provocado que nos encontremos los dos casi desnudos en nuestra habitación. Yo salía del baño hacia el cuarto y ella entraba. Ha sido un momento incómodo para los dos, pero creo que para mí algo más. Al ver su cuerpo desnudo envuelto únicamente en una toalla he recordado lo mucho que nos amamos tiempo atrás. Me gustaría preguntarle si aún me quiere. Y no es que me falte valor, solo que no obtendría ninguna respuesta por su parte. Ella apartó la mirada cuando me vio salir con la toalla alrededor de la cintura. ¿Abrumada? ¿Sorprendida? No lo sé.

Me doy cuenta de que hay días en que salgo de casa con el pensamiento trastocado y regreso así, sin poder apartarlo un momento de mi cabeza.

Hoy he acudido al placer de pago de nuevo, pero creo que lo utilizo como una forma de desahogo de mi vida diaria. Ya soy conocido en la casa de citas, casi siempre las chicas son diferentes, excepto las que te reciben. Es un mal rato el que paso, por mucho que uno use sus servicios. Hoy he tenido un “gatillazo”; sí no se me ha levantado, pero no me ha preocupado, y creo que a la persona que estaba conmigo tampoco. Ella solo pone su cuerpo y, en esa situación, no tiene derecho a opinar. Son las circunstancias las que me provocan esto.

Cuando termino, me siento sucio, culpable. ¿Por qué?

© Miguel Urda

3/15/2010

MARTES

A lo largo de esta semana (de domingo a sábado) iré volcando aquí un diario-experimento-creativo-literario que estoy intentando desarrollar. He adaptado el tamaño de las entradas a la rapidez que exige el lector internauta. De las opiniones o comentarios que vosotros me deis optaré por un camino u otro para seguir trabajando en estos textos.
Miguel
Martes 10
Más de una vez pienso que me gustaría acabar con todo esto de forma inminente. Hoy hemos discutido por una tontería, la rotura de una taza de café. Si soy sincero, me ha sacado de mis casilla, me hubiese gustado matarla allí mismo, estrangularla en la mesa de la cocina, intentando imitar alguna escena de cine negro clásico. He tardado mucho tiempo en tranquilizarme. Cogí el coche y me marché porque no me veía responsable de mis actos. Cuando he parado a repostar gasolina me eché a llorar. ¿Por qué esta situación? ¿Por qué ha cambiado tanto ella? ¿Dónde está toda aquella ternura? ¿Por qué me maltrata de esta forma? Ella sabe que la quiero, que lo es todo para mí. No lo entiendo. Cuando comenzó el distanciamiento, le propuse ir a una terapia de pareja pero ignoró mi propuesta. No obstante a pesar de todo lo que me está haciendo sufrir, lo vuelo a repetir: yo la quiero. Aún me gusta verla dormir, sentir su olor en la casa, notar su presencia.
Llevo sufriendo mucho tiempo y sin una razón, sin un por qué. El terapeuta me lo dice: “hay veces que no somos conscientes del dolor que provocamos”, nos metemos en nuestro mundo y no dejamos participar al otro. No le he dicho que voy a un psicólogo; pero esto me duele menos que el hecho de acudir a la prostitución. Cuando voy a ella, siento que la estoy engañando. Me siento sucio. Una vez me eché a llorar. Por la cara de circunstancia de la pobre dominicana, creo que nadie le había echo algo así.
© Miguel Urda