5/02/2010

Facturas

-¿Y cree usted que es malo practicar sexo por téfono? -pregunta el psicòlogo.
-No tendría nada malo sino fuese porque mis facturas de móvil son muy elevadas y mi mujer trabaja en un 806.


© Miguel Urda

4/28/2010

La reina de mi vida


¡Pero cómo me haces esto! Qué llevo una semana detrás de ella, que si un café, que si un ramo de flores, un sms cada hora. Por fin consigo convencerla para cenar y tú vas y me haces esto.

Eres muy egoísta. ¿Lo sabías? No piensas en mí ni un minuto, que digo minuto, ni un segundo. Tú a tu libre antojo, como siempre has ido.

¡Coño! Que me desvivo en atenciones contigo. ¿O no es verdad?

Compré un espejo que coloqué a tu altura para poder verte mejor a la hora de nuestras charlas. Cada quince días le doy un repaso a la espesa melena que tienes a tu alrededor. Me gasto una fortuna en ti, no te cubro con cualquier cosa, -tu bien sabes que la cajita de seis globitos de textura súper suave son de importación y me cuesta cincuenta euros-. Nunca reparo en calidad para ti. Te visto con ropa toda de marca y algodón cien por cien para que tú estés bien cómoda. Cuando llega tu hora de evacuar me siento para que no te esfuerces demasiado y no te canses. Dime tú si no te trato bien. Y, no lo entiendo de verdad, ¡cómo me haces esto!

Sí, sí, de acuerdo. Te he metido en cada agujerito que... pero no es cuestión de echar los reproches en cara ahora cuando más te necesito. ¿Sabes cómo vas a dejar mi moral y lo que es peor mi reputación? Podías haberme dicho algo antes e incuso podíamos haber negociado los momentos donde tú tienes que actuar.

¡Coño que me queda una semana para cumplir los cuarenta años! ¡Cómo me haces esto! No es justo, tú lo sabes. ¿Te has parado a pensar lo que dirán de mí si no doy la talla? Si, si te lo digo a ti, que estas flácida total. ¡Eres una caprichosa! cuando te da la gana vas y te levantas pero en cierta manera la culpa es mía por mimarte demasiado. ¿No te acuerdas el apuro que me hiciste pasar en el concesionario de coches? Tu allí dejándote notar bajo el pantalón de lino blanco. Que te apetecía, te apetecía mostrarte. Claro, porque tú no vistes la cara que puso la vendedora. Creo que depravado fue la opinión más suave que tuvo de mí.

Y qué me dices del día que fuimos a la playa nudista; con mi hermano, la mujer y los niños te dio por mostrar tu descomunal tamaño todo el tiempo y no me dejastes levantarme de la toalla. No te vayas a creer que eso se me ha olvidado.

Y es que yo no entiendo por que se te ocurre crecer así sin motivo aparente cuando se te antoja. No hay un dios que te baje y para que estés contenta ¿yo que te hago?, cumplo tus deseos porque para ti quiero lo mejor. Este dónde este busco un sitio para aliviarte. No te entiendo de verdad. ¿Cómo me haces esto?

¡Qué estas cansada de tanto ajetreo! Muy bonito, pero tú no tienes otra cosa que hacer, solo tienes dos funciones y sabes claramente cuales son, así que no hay protesta alguna que valga. Tú a cumplir como Dios manda las leyes naturales o sino me veré obligado a tomar medidas muy drásticas contigo y entre ellas pasa por tenerte levantada más tiempo del que tu quieras. Sí, si. Me refiero a lo de la pastillita azul, esa que tu tanto odias.

Así me gusta, que vayas subiendo, sigue, sigue, ¡si es que cuando quieres!, una regañina, unas caricias y como aumentas de tamaño. Eres era la reina de mi vida.
©Miguel Urda

4/24/2010

Silencio, la etiqueta me hace cosquillas


Perdóname mamá. No sé como ha sido o si yo he tenido algo de culpa. Sabes, me resulta difícil articular palabra y eso que lo intento.

Te voy a decir la verdad: le temía a este momento, encontrarnos frente a frente.

Aquí hace frío mamá, así que abróchate un poco la rebeca negra, no vayas a resfriarte. A partir de ahora tienes que cuidarte un poquito más por ti misma. Me preocupa ese gesto tan serio que tienes. Prefiero verte con algo de expresión, para poder interpretar tus sentimientos, así me das miedo. Solamente escucho tu fuerte respirar. Cuánto silencio hay aquí ¿verdad, mamá?

No sé como me verás, pero noto mi cara algo hinchada ¿Cómo me ves tú, mama? ¿Estoy guapa? La noche en que todo pasó si lo estaba. Me lo dijiste cuando salía de casa: “que guapa vas, Paloma. No vengas más tarde de las doce y ten cuidado, que la noche es más profunda y peligrosa que un abismo” “No te preocupes que lo tendré te respondí”. Siempre fui una niña responsable en todo.

Me gustaría contarte con todo detalle como sucedió, pero no quiero hacerte sufrir más. Bastante tienes con todo lo acontecido en estos días. Por cierto, mamá, he perdido la noción del tiempo ¿cuantos días han pasado? ¿Dos? ¿Tres? Me mata estar a expensas todo el día de la luz artificial de esta habitación.

Yo volvía para casa y no era muy tarde. Me había despedido de mi amiga Lourdes en la esquina, donde siempre lo hacíamos. No le tenía miedo a ese camino, estaba iluminado y nunca había pasado nada. Sí que me sorprendió que una voz familiar dijese mi nombre saliendo de la oscuridad y a esas horas de la noche. Me preocupó más que hubiese pasado algo en casa. Me dijo que no, que no pasaba nada, pero la migraña no le dejaba dormir y que iba a la farmacia de guardia a comprar algún remedio para intentar aplacarla. ¿Por qué no me acompañas y después nos vamos los dos juntos? No tuve porque sospechar de él y no me pareció nada malo acompañarlo, la farmacia no estaba muy lejos. Me fue preguntando si ya salía con algún chico, que no le parecía bien que yo fuese tan reservada, que podía contar con él para lo que quisiese, que le gustaba mucho el corte de pelo que me había hecho para el verano y que esa noche iba especialmente guapa.
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La farmacia a la que fuimos no era la que estaba de guardia miramos cual era la próxima y nos dirigimos a ella. Él continuo hablando sobre mí: de la felicidad que yo emanaba; de lo contento que se había puesto al saber que había aprobado los exámenes de junio. Íbamos tan ensimismados en la conversación que no percibí que nos habíamos desviado de nuestro camino. No vi nada extraño en ningún momento, solo al final, porque todo fue tan de repente. Oye, ¡que por aquí no es le dije! Sí, sí es por aquí. A lo cual me agarró del brazo y me obligo a caminar por donde él decía. Las luces del pueblo habían perdido intensidad. Yo protesté, mamá. Quise volver, dar marcha atrás, pero apretó mi brazo, y con dura voz me dijo: ¡vamos! Estaba muy oscuro y pisábamos tierra y fue todo tan horrible, mamá, que no te voy a contar los detalles de lo que pasó.

Por tus gestos puedo ver que te estarás haciendo reproches por haberte enamorado de un hombre así. Pero no te preocupes, mamá, tú no tienes culpa. Mi juventud no me ha permitido conocerlo muy profundamente, pero por lo poquito que sé y por lo que dicen el amor es ciego. ¿Por qué no me cuentas que pasó después? ¿Al ver que yo no llegaba a casa? Me gustaría saber si lo han encontrado ¿Crees que lo tenía todo planeado? Ahora entiendo muchos de sus comentarios, de sus bonitas, y lo que parecían, espontáneas palabras: eres más linda que el cielo; eres la esencia de mi vida.

Mamá, me gustaría escuchar tu voz. Me impone tu silencio. Por favor, di algo: llora, grita, ríe a carcajadas pero, di algo mamá. Ha sido un golpe muy duro, pero no sé para quién ha sido más doloroso, si para ti o para mí.

Lo prefiero así, mamá. No importa que llores, mamá, no importa. Llora, deja que aflore tu rabia a través de las lágrimas.

¿Qué cosas estarán pasando por tu cabeza, mamá? Tengo curiosidad por saber que pasó después. Pero no creo que ahora estés preparada para contármelo. Quizás cuando veas las cosas con algo más de sosiego, podrás hablame de ello. Ha sido un duro golpe para las dos.

Me gustaría pedirte un último favor, mamá. ¿Podrías mover un poquito la etiqueta que cuelga del dedo gordo de mi pie izquierdo? Me está haciendo cosquillas.
© Miguel Urda

4/20/2010

Demasiado amor. 2ª parte


Una tarde, su mujer llegó con ganas de discutir, lo supo nada más verla entrar en casa.

- Que si no hacía nada, que si todo el día en el sofá, que por lo menos podía hacer la comida, limpiar un poco la casa, que se estaba cansando de esta situación, que parecía querer más a la televisión que a ella…

-Tienes razón, cariño, tienes razón. Desde mañana preparo yo la comida. –alegó él rápidamente con la idea de que le dejase tranquilo para poder ver el programa homenaje a las víctimas de la intoxicación etílica al haber comprado Orujo en mal estado de las monjitas de la Orden de la Luz.

Inmerso en la pelea de dos protagonistas de Gran Hermano, se le olvidó preparar el almuerzo. Menos mal que el programa de Karlos Arguiñano llegaría en unos minutos y haría la receta de la semana.

Su mujer no quiso comprender que si no había besugos en la nevera, difícilmente podía hacer la receta que había cocinado el fantástico chef vasco. Ella se marchó dando un portazo y sin comer. Él, mientras cambiaba de canal y cómodamente sentado en su sofá terminó, los restos de la pizza de pepperoni de la noche anterior.

El fin de semana fue intenso en discusiones y reproches por parte de su mujer: que si no buscas trabajo, que si no llamas a nadie, que si te podías afeitar, que tienes descuidados a tus amigos, que si el sofá es parte de ti, que la tenía muy cansada y muy harta de la situación; que no le daría ni una oportunidad más…

–Sí, cariño, sí, tienes razón –le dijo él- He estado un poco descuidado, pero, entiéndeme, es la situación. No tengo ganas de nada. Te prometo que el lunes vuelvo a la búsqueda de trabajo.

Y ahí estaba, el lunes, vestido con traje azul impecable, (que tras una intensa exploración en su escaso guardarropa intentaba emular a los modelos del último anuncio que avisaban de la llegada de la primavera), afeitado, duchado y listo para comerse el mundo en la búsqueda de trabajo. Mientras terminaba de pie el café, miró de reojo la pantalla: no se lo podía creer, parecía que le estaba llamando la televisión, pero, no, estaba emitiendo un reportaje sobre el último premio Nobel y su trabajo, basado en el estudio de la homosexualidad en los dinosaurios de la etapa pleistoceno. El sofá lo abrazó, sabía cual era su postura favorita, aunque tenía tanto ensimismamiento con las 625 líneas que no lo apreció.

El viernes noche estaba tan absorto en un interesantísimo programa debate sobre si era necesario modificar la Constitución a causa de la diferencia de estatura entre el Príncipe Felipe y la princesa Letizia que no se dio cuenta que su mujer con maleta en mano, le dijo: “No aguanto más, adiós”.

Al tercer día fue cuando echó a su mujer en falta, lo cual supuso una satisfacción, pues hizo del sofá y la televisión su hábitat natural. Allí ingería la comida que encargaba a todos los tele-algo; el pijama de Snoopy jugando al futbol pasó a formar parte de su piel; el suelo parecía una alfombra hecha a base de latas de cerveza.

A veces notaba que el sofá le acariciaba y la televisión le sonreía. Él llegó a entender lo que era la felicidad.

© Miguel Urda

4/16/2010

Demasiado amor- 1ª parte.

Para José Manuel y Daniel. Nunca uñas "cañitas" dieron tanto de si.

Demasiado amor. (1ª parte)

En casa la noticia de su despido provocó un denso silencio. El fin de semana lo pasó sin pegar ojo, pero no me derrumbare dijo, en voz alta, el lunes por la mañana, al escuchar sobresaltado el sonido del despertador que había olvidado quitar. Ese día lo dedicó a la oficina de desempleo; el martes visitó amigos y conocidos para contarles su situación y darles currículums; el miércoles compró todos los periódicos para leer minuciosamente los anuncios por palabras. Las noches las dedicaba a rellenar formularios en páginas laborales de internet. No se desanimaría fácilmente, eran momentos difíciles, pero, a pesar de traspasar la frontera de los cuarenta y tantos años era un hombre preparado: licenciado en económicas por la Universidad de Soria, tenía dos Másters: uno realizado sobre la trascendencia del Euro en los países del Magreb y otro sobre las pirámides egipcias y su influencia en los mercados bursátiles actuales; poseía conocimientos de inglés y ofimática a nivel usuario y nunca se le habían caído los anillos por trabajar.

A los dos meses de estar desempleado, tras un fallido intento de cópula con su esposa, cansado de dar vueltas en la cama, fue a beber a la cocina y, a su regreso se sentó en el sofá y le dio al botón del encendido del mando a distancia de la televisión. No era muy dado a ella, únicamente las noticias le llamaban la atención. Se quedó hasta los albores del día: no sabía que de madrugada programasen series clásicas y, para colmo, emitían La casa de la pradera, su serie favorita en la adolescencia y, además, en versión original. Un día después, el insomnio le hizo mirar el reloj repetidas veces. Se levantó cinco minutos antes del comienzo del capítulo de esa noche para coger una cerveza de la nevera y unas patatas fritas para amenizar la velada. Amaneció dormido en el sofá.

Como si hubiese estado programado, cada noche se levantaba a la misma hora para ver el episodio de ese día. Los martes y los jueves emitían capítulos dobles y, cuando su esposa acudía a darle los buenos días, él ya tenía memorizado el parte meteorológico de todas las cadenas informando a su mujer del tiempo que haría en las próximas horas.

Nunca pensó que el sofá –motivo de acaloradas discusiones con su esposa en el momento de su compra- fuese tan cómodo. Todo era cuestión de buscarle la postura apropiada. Tumbarse con un poco de giro en ángulo de 45 grados y alternar los pies con subirlos los pies en la mesa y estirarlos sobre el sofá. La televisión no le quedaba de forma directa para su correcta visualización, pero no le pareció necesario cambiarla, así se obligaba a cambiar la posición de vez en cuando.

No sabía que los programas de por las mañanas tuviesen tantos contenidos, temas muy variados y tan entretenidos. Enseguida supo las cremas que utilizaba Isabel Preysler para conservar esa divina juventud. Tomó nota para regalárselas a su mujer el día de su cumpleaños. Cada día en el almuerzo le contaba a su esposa las novedades de la mañana:

– ¿A que tu no sabías que las Infantas van a las rebajas?; ¡Qué increíble! La Reina Sofía ha repetido vestido: el que utilizó en la recepción de los príncipes de Madagascar lo ha vuelto a usar en el almuerzo privado a los vendedores honorarios de Círculo de Lectores; nunca pude llegar a imaginarme que el sueño de Belén Esteban fuese viajar en Globo ¡Qué feliz se la veía con el pelo al viento!; ¡Qué bien ha quedado George Cloony tras su último paso por el quirófano!

La cara de incredulidad y cabreo de su mujer crecía por momentos.

A veces notaba algo de incomodidad en el sofá y, por más que intentaba acomodar los cojines, nada, eran demasiados rígidos. Aprovechó la increíble oferta de tele-tienda y compró cuatro cojines de textura extra suave, de colores vivos y además le regalaron un lote de diecinueve tupperwares resistentes al horno, microondas y al lavavajillas. El pedido no tardó en llegar ni veinticuatro horas. Su mujer lo miró con cara extrañada cuando lo vio y en la discusión posterior parecía poseída, fuera de sus casillas. Él parecía no entender nada de porqué montó en cólera su mujer. Solamente quería ver el programa de declaraciones de amor que estaba a punto de comenzar.

La tarde era el momento ideal para apoyar la cabeza en su nueva adquisición. ¡Qué manera tan intensa de sufrir tenían las protagonistas de las novelas de la sobremesa!, exclamaba en voz alta. Eso refleja la realidad de la calle, del ser humano. Más de una vez se le escapó alguna lágrima con ellos.
CONTINUARA

© Miguel Urda

4/11/2010

PROTESTAS

Lo sabía, pero es como esas cosas que ves que no son como crees que son y les das otra oportunidad para comprobar que realmente no te estas equivocando.

Y así fue. Primero pasó cuando redacté una carta quejándome al presidente de la comunidad por el ruido de los bajantes. Tuve que reescribirla tres veces para que dijese exactamente lo que yo quería expresar.

La siguiente vez me ocurrió con un e-mail donde ponía verde al banco y le reclamaba una comisión que me había cobrado. Cuando terminé de redactarlo aquel no era el e-mail que yo quería escribir, que mis dedos estaban tecleando. Desistí reclamar los cinco euros de comisión.

La tercera vez fui totalmente consciente de ello el teclado escribía a su antojo. Intentaba escribir un e-mail de protesta al defensor del espectador. El teclado vomitaba palabras que no salían de mis dedos. Estaba a favor de los programas del corazón. No mandé mi queja.

Hice una prueba con un amigo. Le dije que escribiese algo desde mi teclado. Escribió lo que quiso.
El teclado era mi enemigo.

Volví a intentarlo, un e-mail protesta a la Comisión Europea del Ahorro Energético sobre los trastornos que provoca el cambio de hora. El teclado escribía todo lo contrario. Daba las gracias por tener una hora más de luz al día. Cerré el ordenador de un golpe y todo furioso.

Estuve sin abrir el ordenador varios días, había veces que lo miraba de reojo para ver si había algo extraño en él. Desenchufé el teclado, le quite el polvo, lo miré detenidamente, exteriormente todo era igual que siempre. Le dije algunas palabras cariñosas incluso lo acaricie.

Volví a la carga de nuevo.

En un e-mail protesta colectivo a todas las ONG para protestar sobre la evidencia del cambio climático el teclado volvió a hacer de las suyas. Daba datos para promover causas que incentivasen dicho cambio.

En un ataque de desesperación probé a escribir de forma contraria, a escribir lo que yo no quería escribir. Y así comencé a redactar un e-mail donde mostraba mi conformidad con el incremento de la comida rápida en los colegios. El teclado me daba la razón.

Grité de rabia, de impotencia,... tiré del cable que lo amamantaba de la placa base. Lo golpeé con la mesa, lo pisé, lloré.

Decidí comprar un teclado nuevo, sin dilación alguna. Envolví el antiguo en tres bolsas de basura negras y lo deposité en el correspondiente contenedor.

El nuevo teclado parecía ir a las mil maravillas. Redacté un montón de correos pendientes que tenía. La pesadilla parecía haber acabado.

Al día siguiente recibí un e-mail que decía “no te librarás tan fácilmente de mí”.

© Miguel Urda

4/06/2010

Pacífico


Hallar una novela en el mercado editorial que entretenga es fácil pero que te haga soltar la lectura para detener las emociones que de ella emanan es difícil de encontrar. El libro en cuestión se llama “Pacífico”, y el autor es José Antonio Garriga Vela.

Es una novela ciento setenta y cuatro páginas plagada de sensaciones y que presenta personajes (tanto principales como secundarios) construidos de manera intimista, totalmente reales y reconocibles en un nuestro entorno cotidiano. Su lectura es fácil en el sentido de que permite acabarla sin apenas necesitar hacer ningún alto en el proceso degustativo de leerla; pero no por ello deja ser una obra maestra, favorecida y difundida por los eficaces los comentarios que el boca a boca provoca.

A pesar de su brevedad, es una prosa con una intensidad narrativa sorprendente, exquisita, cuidada y elaborada al milímetro. De hecho, el autor ha tardado siete años en escribir esta novela. Una trama perfectamente hilvanada donde a veces se nos muestra a los personajes como actores de una obra de teatro dentro de una novela, con ambientes cerrados en los que domina el azar, elemento determinante en la vida de los protagonistas y de la familia en si.

El propio nombre de la novela, Pacífico, aunque sugiere múltiples interpretaciones, marca desde el comienzo el camino por el que discurre la narración. Pacífica es la forma de ser del protagonista de la historia. Te adentras en la trama de forma pacífica, sin darte cuenta, y no podrás salir de ella hasta terminar de leer la última página.

Con el paso del tiempo, los best-sellers pasan al olvido, tienen un ciclo de vida que normalmente es corto, pero esta novela queda muy lejos de ser uno de esos, pues le ocurrirá todo lo contrario: aunque lleva dos años ya en el mercado, acaba de comenzar su exitosa carrera literaria. Pacífico pertenece a esa clase de novelas que poco a poco van adquiriendo más importancia en la biblioteca de todo exquisito lector. De hecho, es una novela a la que le ha concedido el premio Dulce Chacón de 2009, que, para quién no lo sepa, es un premio que se concede a la mejor novela del año y al que no pueden presentarse los escritores, sino que se otorga a un autor concreto por una novela determinada.

Por último, debo decir que el final de la obra me impresionó por su fuerte y sorprendente desenlace. Y, a mi modo de ver, este aspecto quizás es lo que le resta algo de importancia al propio trabajo narrativo, quedando siempre el sabor del final, desmereciendo un poco la cuidada prosa.

Aun así, debo decir que no dudaré en comprar la próxima novela de José Antonio Garriga Vela.

Enhorabuena por este excelente trabajo narrativo.
© Miguel Urda

4/04/2010

Rayas de Colores -2ª Parte-



—De acuerdo –dice el médico —me parece muy bien.
—Todo lo que dicen esos papeles es mentira –dice el enfermo, señalando con la cabeza una carpeta de color marrón que tiene el médico en la mesa en la parte izquierda.
—Pero yo no lo sé. ¿Quiere contarme por qué es mentira? –pregunta el médico.
— ¿Qué le cuente qué? ¿Qué todo es mentira? ¿Qué ustedes con escribir tres parrafadas dicen que estoy loco? Locos están ustedes.
El médico, con un bolígrafo Bic de color negro, comienza a anotar en el folio, separado por guiones: ‘Violencia verbal’, ‘Desconfianza’…
—Si, están locos ustedes –continúa diciendo el enfermo. —Esta sociedad esta loca. De nunca me han gustado los maricones, son gente que no merecen vivir.
—¿Por qué no merecen vivir? —pregunta el doctor.
— Porque son maricones. A todos tenían que meterle un palo por….
>> Qué hijo de puta, no ha cambiado un ápice. Sigue siendo el mismo de cuando tenía diez años, cuando en clase me proponía pinchar las ruedas del coche del maestro de sociales, que presentaba rasgos afeminados. Se burlaba de él llamándole “Mariquita Pérez” cuando éste le preguntaba en clase si había hecho los ejercicios o se sabía la lección. Suena con tanta nitidez el pasado que ya creía tenerlo olvidado. Siempre me pregunté el porqué de tanto odio hacia ese colectivo. Siempre la palabra “maricón” en tu boca.>>
— ¿Y por qué los acosa? ¿Se meten ellos con usted? —pregunta el médico intentando controlar la voz.
—No merecen vivir. Son la escoria de esta sociedad.
El médico continúa escribiendo en los folios, ha dado la vuelta al primer folio: rasgos de homofobia marcados desde una edad bien temprana.
—¿Desde cuándo cree que no merecen la pena vivir los homosexuales? –le pregunta el médico.
—Desde siempre. Nunca han tenido que existir.
— ¿Cuál es el motivo por el que no deben existir? —le dice el médico, mirándole a la cara fijamente.
El paciente no contesta. Gira la cabeza hacia la derecha y hacia la izquierda, pero vuelve a fijar la mirada en el médico.
—Yo conocí a un Jesús Figueroa en el colegio —comienza a decir el enfermo—, ¿sabe? Éramos vecinos. Él llegó al pueblo en Navidad, su padre era Guardia Civil y fue destinado allí, un maldito pueblo que ni siquiera tiene importancia para aparecer en los mapas. Hacía mucho frío cuando llegó y del autobús de línea solo se bajaron ellos cuatro: sus padres, su hermana y él, con una maleta cada uno en la mano. Hice amistad enseguida con el niño. Teníamos la misma edad, era aplicado. A pesar de estar el curso comenzado, enseguida cogió el ritmo de las clases. Le sentaron junto a mí, compartíamos el mismo pupitre.
El médico no dice nada, deja que hable el paciente.
—Vivimos muchas cosas, ¿sabe usted, doctor? —le advierte el paciente—.También hicimos muchas guarradas. ¿Sabe? Después de comer, en verano, cuando todo el mundo dormía la siesta y el calor era insoportable, nos íbamos al campo del Blas, que tenía una casa derrumbada, y allí nos tocábamos la polla. Entonces no la conocíamos como tal, entonces era pilila. Las dos eran muy chiquititas, aunque la de él era mayor que la mía. Un día me obligó a que se la chupase. Me dijo: ‘’chupa, chupa, que está muy rica’’. Y yo agaché la cabeza, y comencé a chupársela. La verdad es que no le encontré sabor, solo noté que le crecía un poco más.
— ¿Y por eso hoy odia a los homosexuales? —le pregunta el médico.
—No, por eso no. Eso fueron mariconadas de niños, juegos sin maldad. ¿Usted no ha jugado a los médicos de pequeño? Sí, sí que jugó y además le debió de gustar, si no, no vestiría una bata blanca hoy.
— ¿Entonces cuál es el motivo? —pregunta el médico.
— ¡A usted se lo voy a decir yo! —responde Matías. —No estoy loco, aunque ustedes crean que sí. El doctor mira fijamente a Matías. Se hace un silencio en la sala que el paciente rompe.
—Me ha caído usted bien doctor. ¿Ha muerto el otro?, porque parecía a punto de estirar la pata.
—Para serle franco, desconozco qué le ha pasado a mi antecesor –responde el médico.
— ¿Sabe usted, doctor? A veces creo que estoy loco. ¿Quiere saber por qué?
—Pues sí —contesta el médico.
—Porque mi amigo de la infancia tenía la misma costumbre que usted. Llevar calcetines de rayas de colores, y cuando le he visto me he preguntado: ¿será este doctor el maricón del Jesús Figueroa?

© Miguel Urda

4/01/2010

Mi afición desmedida por lo inútil.


Casi toda mi vida he escrito pero nunca a nivel profesional, en serio o de forma continuada. Este blog me hizo encauzar un poco un compromiso con los lectores y seguidores, pero no sería hasta el verano pasado, cuando me apunté a un Taller Literario, donde mis ideas han ido tomando orden así como el aprender muchas otras cosas que plasmo en los relatos que últimamente estoy escribiendo.

Para este taller hubo que escribir ocho relatos en unos doce días más o menos, es decir, había que escribir un relato en un día y medio. El objetivo lo cumplí, tengo mis ochos relatos terminados. Con mayor o menor calidad, consistencia narrativa o argumental pero están ahí. Fue un reto muy grande y ahora veo los frutos, la publicación de un relato en un libro, Mi afición desmedida por lo inútil, junto a mis compañeros de cursillo. Mi relato se llama Rayas de Colores.
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Cuando he leído el relato en el libro le he encontrado miles de fallos y muchas cosas que no me gustan: punto de vista, narrador, tema,… pero los relatos están escritos bajo las pautas marcadas de un taller literario. Y lo hecho, hecho está, quizás lo veo ahora todo de forma diferente por los conocimientos narrativos que he ido adquiriendo durante este tiempo. Pero a la vez que le he visto tantos errores me llena de satisfacción ver que ese relato ha salido de mi cabecita loca (a veces me sorprende mi propia coherencia). Quiero agradecer a mis cobayas. sufridores literarios, quienes aguantaron mis primeros borradores, mis lecturas, mis dudas, mis miedos y me ofrecieron toda su colaboración.
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Aún no consigo acostumbrarme a ver mi nombre y apellido en un libro. Un libro con deposito legal e ISBN lo que significa que la Biblioteca Nacional tiene dos ejemplares y cualquier persona puede ir a leerlo. Me llena de ilusión saber que un lector anónimo va a leer una historia inventada por mí en cualquier lugar. Esto me anima a seguir esforzándome por crear historias –la verdad que muchas veces vienen por sí solas- , a no tenerle miedo al folio en blanco, a disfrutar escribiendo, a sufrir escribiendo –esto último es posible que solo lo entiendan las personas que le guste escribir-, a seguir y seguir escribiendo.

El libro es una colaboración o acuerdo entre la Universidad de Sevilla, La Junta de Andalucía y el Ateneo de Málaga. Lo ha publicado la editorial Padilla Libros. Sólo esta en librerías bajo petición. Y como creo que debo mucho a los lectores de los papeles olvidados lo vuelco el relato aquí para que lo disfrutéis, como yo lo he hecho escribiendo.

Espero que os guste.
© Miguel Urda


RAYAS DE COLORES

-1ª parte-
El doctor Jesús Figueroa comienza a anotar en un folio, en cuya parte superior derecha puede leerse el membrete “Clínica Psiquiátrica El bienestar”, la fecha con una caligrafía inclinada y algo ilegible. En el renglón inferior y en el mismo margen escribe la hora: 10.05 a.m.
Previamente ha estado leyendo el informe psicológico y psiquiátrico de Matías Martínez Montero. Se le ha diagnosticado un trastorno obsesivo compulsivo con tendencia a la fobia social ─o a padecerla─ así como homofobia.
El doctor Figueroa aparenta tener poco más de treinta años. Debajo de su bata blanca asoman unos pantalones vaqueros desgastados por muchos lavados y algo cortos que dejan entrever unos llamativos calcetines con rayas de colores (rosa, azul, rojo, morado y blanco) y unos zapatos náuticos de invierno. No parece llevar camisa, aunque se le transparenta una camiseta interior de tirantes y algún rizo del pelo rebelde del pecho sobresale por el pico de la bata.
La consulta donde se encuentra no es muy grande, tiene alicatada las cuatro paredes con azulejos cuadrados de color blanco. Pocos muebles la habitan: un aparador de cristal sin medicamento alguno, una camilla de color negro cuyo skay roído deja al descubierto unos pequeños jirones de goma espuma; una mesa de escritorio donde ningún utensilio de escritura reposa en ella, excepto los papeles que el médico ha llevado; y dos sillones de color negro gastados por el paso del tiempo. No hay ventanas, solo una despiadada luz eléctrica y un obsoleto aparato de calefacción, con un intermitente y constante ronroneo que indica que está en funcionamiento.
Se oye golpear la puerta levemente por unos nudillos y, sin escuchar un “adelante”, se abre. Entran dos enfermeros uniformados con bata blanca, uno de ellos lleva unos zuecos de goma del mismo color que la bata; y el otro, unas zapatillas de deporte de color negro. Acompañan al enfermo llevándolo cogido cada uno por un brazo. Lo sientan en el sillón delante del doctor y le sujetan los brazos al reposabrazos del sillón con algo parecido a una venda.
—Aquí se lo dejamos, doctor —dice uno de ellos, ya casi en la puerta—. Si necesita algo, toque el timbre que tiene ahí —dice señalando la parte derecha de la mesa.
El médico asiente con la cabeza.
—De acuerdo, gracias —les responde.
El enfermo aparenta haberle añadido tiempo de más a su vida. Físicamente aparenta tener unos cuarenta y tantos años, aunque en su informe dice tener treinta y cinco años. Un metro setenta de estatura, complexión delgada, piel blanquecina, ojos hundidos, barba sin afeitar de unos cuantos días, lo que contrasta con su cabeza, completamente afeitada. Viste con chándal, aunque las piezas no coordinan entre sí; la parte inferior es de color azul marino y de marca Adidas, mientras que la parte superior es de color rojo y tiene un puma dibujado en la pechera; en los pies lleva unas zapatillas de estilo indio, con piel por dentro que sobresale por los bordes.
—Usted no es el médico de siempre —dice el enfermo.
—No, en efecto. Soy el nuevo médico. A partir de ahora seré yo quien le atienda. Me llamo Jesús Figueroa.
Continuará
© Miguel Urda

3/30/2010

Un Marlon Brando muy particular -2ª parte-

Cuando usted venía a casa, frecuencia que fue aumentado con excusas banales conforme yo iba creciendo y adentrándome en la adolescencia, yo corría a meterme al cuarto que compartía con mi hermano alegando que tenía que estudiar, pero usted bien que se las inventaba para que yo saliese a saludarla, tanto a la llegada como a la partida y a darle dos besos.
¿Qué edad tendría usted por entonces?
Un día se lo pregunté a mi madre, la cual me contestó que había cinco años de diferencia entre Doña Paquita y ella.
-¿Y cuántos años tiene usted, madre? –le pregunté.
-Doña Paquita cumplió en el mes de las flores cuarenta años, pero ya la ves, hijo, está como una flor ceniza, viuda, sin hijos y con una mirada de mujer marchita.
Desde que mi madre me la definió así, usted cobró una atención especial para mí. Aunque seguía rehuyéndola, pero cuando usted me acosaba, me fijaba en todos sus detalles. Lo primero que pude comprobar eran sus ojos. Intenté buscar lo que mi madre había dicho, pero yo no vi nada, solo unos ojos marrones. Tardé mucho tiempo en comprender la tristeza de sus ojos.
Me consta que yo fui importante para usted, pero usted no lo fue para mí. Guardé el secreto para siempre, su secreto. No era mío aunque, más tarde me di cuenta de que al callarme, me hice su cómplice. Fue la única pregunta que le hice en aquella primera visita que me hizo a la residencia de estudiantes:
-¿Qué cree usted que diría mi madre si supiese que me obligó a acostarme con usted?
Con su elegancia innata no respondió, dirigió su mirada a una orla con la fotografía de la promoción del año anterior a la mía. Y me preguntó:
- Ya te queda poco para acabar la carrera, ¿no?
Creí que había me liberado de usted cuando marché a la ciudad a estudiar la carrera; pero cuando menos lo esperaba, me encontraba con la ausencia de sus besos, de su delicada y suave ropa interior blanca, de su piel nívea. Usted siempre fue muy astuta, Doña Paquita, nunca permitió algo más, solamente momentos. Consiguió aplacar mi rebeldía, fue atrapándome despacito, enseñándome el sexo paso a paso incluso, aprendiendo los dos a la vez. Nunca he sido capaz de explicarle a mi mujer el por que aborrezco la mantequilla. ¿Se acuerda? Usted había visto la noche anterior “El último Tango en París” y quiso que yo fuese su Marlon Brando particular. Se creó una rutina mensual, una visita a la capital, una pensión discreta y muchos momentos de jadeos.

Todo cambio el día en que usted se enteró de que yo tenía novia formal. Ese día no permitió que yo acariciase su piel ni quiso oír ningún susurro, nada .No quiso atenerse a razones, me dijo que la había engañado, que había jugado con ella. Que la había defraudado. Sería mejor dejarlo. A partir de ese momento, se cancelaron las visitas a la ciudad.

Solo la vi una vez más, en el entierro de mi padre, ella, astuta como siempre, se las ingenio para esquivarme y evitar darme el pésame.
Desde lejos, pude comprobar que el tiempo había corrido muy deprisa por ella.

© Miguel Urda

3/27/2010

Un Marlon Brando muy particular -1ª parte-

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Hay llamadas de teléfono que no dejan buen sabor de boca. Era mi madre quien me llamaba para comunicarme la muerte de Doña Paquita. En un principio, la noticia me ha dejado indiferente o, por lo menos, eso he intentado mostrar. Mi mujer me ha preguntado si la quería mucho, si fue parte importante en mi vida. No he sido capaz de responderle, tampoco ella ha insistido y he intentado continuar con lo que estaba haciendo, pero hay cosas que, por más que uno intente olvidarlas, no se consigue fácilmente. Muchas veces pretendemos ocultar los recuerdos innecesarios en vez de afrontarlos, aceptarlos como parte de uno mismo. En un momento pensé ¿cuántos recuerdos hay en la vida que no queremos recordar? Una barbaridad. Pero la mente no juega así, no te deja tener los recuerdos a tu antojo. Cuando menos te lo esperas, ¡¡Zass!! Va y te los arroja al presente, en el momento que tú menos esperas. Y así me ha sucedido a mí.
Era muy joven cuando todo comenzó, (con los catorce años recién cumplidos) y por eso he intentado olvidar todos estos años. A veces me pregunto si lo hice de forma premeditada, pero la inocencia intrínseca de la adolescencia me provocó que lo realizase así. Con el paso del tiempo y la experiencia que la vida te hace adquirir, he aprendido que lo primero es ser sincero con uno mismo, si no, todo lo demás carece de valor alguno, y con semejante consigna debo decir que nunca he olvidado los besos de aquella primera vez y la forma en que usted, Doña Paquita, me atrapó para llevarme al huerto. Sí, de una forma premeditada y literal, me llevó al huerto de su Hacienda.
Quizás había algo de mí que yo no sabía y que usted sí y era lo que provocaba que me pusiese nervioso cuando la veía en casa con mamá. Sentía como me miraba, como su mirada me atrapaba y seguía todos mis movimientos. Cuando nos encontrábamos por el pueblo, intentaba esquivarla, pero un día usted se quejó a mi madre:
-Hay que ver, Matilde, que tú chico mayor me ve por la calle y no me saluda.
Mi madre me regañó y me castigó sin el postre de los domingos durante todo el mes.
- Que yo no me entere que veas a Doña Paquita y no la saludas –me dijo mi madre, con una voz que había que tener mucho en cuenta.
De esta manera, me vi obligado a saludarla cada vez que la veía. Aunque más de una vez me entro ganas de sacrificar el arroz con leche y canela de los domingos por no darle los dos besos que usted me exigía. Estoy convencido de que usted sabía mis pasos y mi rutina diaria y, cada vez que podía, salía a mi encuentro.
-Pero, Guillermito, hijo, ¿No le das dos besos a Paquita, la amiga de tu madre y de toda la familia? Pero qué criatura más linda. Ojalá Dios te dé mucha salud.
Y yo sin poder llegar a protestar o esquivar los dos besos, porque no eran unos simples besos: usted me agarraba, me apretaba contra su regazo, un achuchón que hacía incrustar mi cara entre sus pechos y hacía que me empapase de su aroma. El olor a jabón Heno de Pravia siempre lo he asociado a usted así como la colonia Maderas de Oriente.
Nunca le dije, doña Paquita, que este olor la delató el día que fue a visitarme a la Residencia de estudiantes. ¡Cómo se las ingenió para sacarles la dirección a mis padres con la excusa de que iba a la capital y me llevaría un paquete con embutidos!
-Matilde –le dijo usted a mi madre-, voy a la capital a resolver unos asuntos; si quieres que le lleve algo a Guillermito, por mí encantada. El pobre, con tantas leyes como tiene que meterse en la cabeza, imagino que no tendrá tiempo para comer en condiciones.
Cuando me anunciaron que tenía una visita, me extraño, pero conforme fui andando hacia la sala de visitas, ya supe que era usted. Y allí que estaba cuando atravesé la puerta. De pie, vestida de negro, siempre la conocí de negro, doña Paquita. Creo que se habituó tanto al luto, que pasó a formar parte de su piel. Y delgada, muy delgada, ahí estaba, junto a un paquete envuelto en papel de periódicos, por algún lado se entreveía El caso, que reposaba en una mesa. Nada mas verme, corrió a mi encuentro, me dio dos besos y un intenso abrazo obligado acompañado por el olor a Maderas de Oriente. Pocas veces le he dado las gracias a Dios, pero una de las veces que más se lo he agradecido fue cuando estaba prohibido subir visitas a nuestro cuarto. ¿Cómo le hubiese a usted gustado ver mi lecho? Me la estoy imaginando tirada allí, encima de la áspera colcha azul marino, abriéndose la camisa y reclamándome. “Ven, ven Guillermo, ven. Hazme tuya… Ven, ven… Hazme tuya”.

CONTINUARÁ
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©Miguel Urda

3/24/2010

Detalles


Cuando le presentarón a su nueva compañera de trabajo, como siempre, él se enamoro al instante.
Tras mucho insistir, ella accedió a una cita.
El se esmeró en todos los detalles: rosas, champagne, fresas, luz tenue, música suave…
La noche estaba siendo increíble.
En el momento más íntimo de la velada él la llamó por el nombre de su ex mujer.

©Miguel Urda

3/20/2010

DOMINGO

Hoy sábado acaba mi experiemento-creativo-literario. Quiero dar las gracias a todos los que de una u otra forma me habéis hecho comentarios, ya hayan sido por e-mails, por el blog o en viva voz. He tomando buena cuenta de todo lo que me habéis dicho. Hay cosas que me han sorprendido y otras que esperaban que fuese así, pero todo queda anotado para seguir trabajando en él.
No me ha sido fácil adaptar casi veinte folios a el formato que este medio exige para leer y es posible que a vosotros os haya resultado algo pesado a lo último, personajes que no cuadran en un pensamiento lógico, silencios, alguna incoherencia... pero he considerado que era necesario hacerlo de esa forma, para obtener el resultado que yo quería obtener.


G R A C I A S
Miguel


Domingo 15
He dormido solo en casa. Ni una escusa, ni una justificación de su ausencia. Incluso diría que faltán cosas suyas en el cuarto de baño.
Como forma de compensación he ido a relajar mi cuerpo. Hoy le ha costado más a la prostituta que me corriese. No consigo empalmarme. Me estoy quedando arruinado entre las putas y el psicólogo.
Igual debería tomar una decisión. Ponerla entre la espada y la pared, aunque es posible que ella ya haya tomado la decisión. Creo que yo saldría perdiendo. De todas soy un perdedor nato desde que nací, no le temo a la verdad, solo le temo a una soledad obligada.

©Miguel Urda

3/19/2010

SABADO


Sábado 14
Me he armado de valor y se lo he preguntado: “¿Tienes un amante?”
Cómo respuesta, he recibido un esbozo de sonrisa.
¿Es justo? ¿Me merezco este trato?
¿Cuántos días hace que no hablamos? Quisiera que me hablase, que me mirase a los ojos y me dijese “si” o “no”. Duele más la incertidumbre que la verdad.
Las horas pasan con una inexorable lentitud.
Los sábados el teléfono esta mudo. Presiento que esto llega a su fin. El silencio hace un daño mortífero. Mi soledad es cada vez es más acusada. La temo a pasos agigantados.

© Miguel Urda

3/18/2010

VIERNES


Viernes 13
¿Debo ser supersticioso? Le temo a este día y no es porque sea viernes y trece, sino porque significa el comienzo de cuarenta y ocho horas de densa tensión, de silencios incómodos en casa, donde el tiempo parece no querer transcurrir.
Hoy me he preguntado si tendrá un amante. Igual ésta es la respuesta a todas mis preguntas, pero en caso de que sea afirmativo, ¿por qué continuar con esto?
Once de la noche. Acaba el viernes, me voy adormir. Igual consigo despertar el lunes.
©Miguel Urda

3/17/2010

JUEVES

A lo largo de esta semana (de domingo a sábado) iré volcando aquí un diario-experimento-creativo-literario que estoy intentando desarrollar. He adaptado el tamaño de las entradas a la rapidez que exige el lector internauta. De las opiniones o comentarios que vosotros me deis optaré por un camino u otro para seguir trabajando en estos textos.
Miguel

Jueves 12
¡Que mierda de vida! El psicólogo me ha preguntado si creo que tengo la culpa de algo. Sí que la tengo. Tengo la culpa de quererla tanto. “¡Qué mierda de vida!”, me digo a mí mismo repetidas veces. En ocasiones creo que ir a terapia me pone peor, me deja más trastocado de lo que yo iba. Dicen que eso es bueno, que te hace replantearte las cosas de otra forma. No estoy muy seguro de que sea así ¿Cuántas preguntas le formulo al hombre que está detrás de la mesa? Y no me responde a ninguna con claridad. “Te doy caminos, opciones para que tú tomes lo que creas más conveniente o correcto”, me dice. ¿Cuál es el camino correcto cuando ves que tu mujer te ignora, pasa de ti?
©Miguel Urda

3/16/2010

MIERCOLES

A lo largo de esta semana (de domingo a sábado) iré volcando aquí un diario-experimento-creativo-literario que estoy intentando desarrollar. He adaptado el tamaño de las entradas a la rapidez que exige el lector internauta. De las opiniones o comentarios que vosotros me deis optaré por un camino u otro para seguir trabajando en estos textos.
Miguel

Miércoles 11
Las prisas matutinas han provocado que nos encontremos los dos casi desnudos en nuestra habitación. Yo salía del baño hacia el cuarto y ella entraba. Ha sido un momento incómodo para los dos, pero creo que para mí algo más. Al ver su cuerpo desnudo envuelto únicamente en una toalla he recordado lo mucho que nos amamos tiempo atrás. Me gustaría preguntarle si aún me quiere. Y no es que me falte valor, solo que no obtendría ninguna respuesta por su parte. Ella apartó la mirada cuando me vio salir con la toalla alrededor de la cintura. ¿Abrumada? ¿Sorprendida? No lo sé.

Me doy cuenta de que hay días en que salgo de casa con el pensamiento trastocado y regreso así, sin poder apartarlo un momento de mi cabeza.

Hoy he acudido al placer de pago de nuevo, pero creo que lo utilizo como una forma de desahogo de mi vida diaria. Ya soy conocido en la casa de citas, casi siempre las chicas son diferentes, excepto las que te reciben. Es un mal rato el que paso, por mucho que uno use sus servicios. Hoy he tenido un “gatillazo”; sí no se me ha levantado, pero no me ha preocupado, y creo que a la persona que estaba conmigo tampoco. Ella solo pone su cuerpo y, en esa situación, no tiene derecho a opinar. Son las circunstancias las que me provocan esto.

Cuando termino, me siento sucio, culpable. ¿Por qué?

© Miguel Urda

3/15/2010

MARTES

A lo largo de esta semana (de domingo a sábado) iré volcando aquí un diario-experimento-creativo-literario que estoy intentando desarrollar. He adaptado el tamaño de las entradas a la rapidez que exige el lector internauta. De las opiniones o comentarios que vosotros me deis optaré por un camino u otro para seguir trabajando en estos textos.
Miguel
Martes 10
Más de una vez pienso que me gustaría acabar con todo esto de forma inminente. Hoy hemos discutido por una tontería, la rotura de una taza de café. Si soy sincero, me ha sacado de mis casilla, me hubiese gustado matarla allí mismo, estrangularla en la mesa de la cocina, intentando imitar alguna escena de cine negro clásico. He tardado mucho tiempo en tranquilizarme. Cogí el coche y me marché porque no me veía responsable de mis actos. Cuando he parado a repostar gasolina me eché a llorar. ¿Por qué esta situación? ¿Por qué ha cambiado tanto ella? ¿Dónde está toda aquella ternura? ¿Por qué me maltrata de esta forma? Ella sabe que la quiero, que lo es todo para mí. No lo entiendo. Cuando comenzó el distanciamiento, le propuse ir a una terapia de pareja pero ignoró mi propuesta. No obstante a pesar de todo lo que me está haciendo sufrir, lo vuelo a repetir: yo la quiero. Aún me gusta verla dormir, sentir su olor en la casa, notar su presencia.
Llevo sufriendo mucho tiempo y sin una razón, sin un por qué. El terapeuta me lo dice: “hay veces que no somos conscientes del dolor que provocamos”, nos metemos en nuestro mundo y no dejamos participar al otro. No le he dicho que voy a un psicólogo; pero esto me duele menos que el hecho de acudir a la prostitución. Cuando voy a ella, siento que la estoy engañando. Me siento sucio. Una vez me eché a llorar. Por la cara de circunstancia de la pobre dominicana, creo que nadie le había echo algo así.
© Miguel Urda



3/14/2010

LUNES

A lo largo de esta semana iré volcando aquí un diario-experimento-creativo-literario que estoy intentando desarrollar. He adaptado el tamaño de las entradas a la rapidez que exige el lector internauta. De las opiniones o comentarios que vosotros me deis optaré por un camino u otro para seguir trabajando en estos textos.
Miguel

LUNES 10
Pienso en lo que hago con cierta frecuencia y me digo que no soy culpable. He llegado hasta donde estoy motivado por los hechos intrínsecos de mi relación de pareja. Dicen que un matrimonio lo forman dos personas, pero hoy por hoy no estoy muy seguro de que sea así. ¿Es una relación la convivencia de dos personas? donde no existe la mínima expresión de cariño por parte de un miembro, donde el silencio es perpetuo...
Recurro al sexo de pago porque ella -no considero apropiado aplicar aquí el término de “mi mujer”- no me deja satisfacer mis necesidades primarias (y tantas otras cosas que un matrimonio debe compartir). Quizás puedo parecer un poco machista al hablar así, pero llegó un momento donde el sexo con ella no era nada. Primero se fue espaciando en el tiempo; después, las excusas, llevo prácticamente un año sin tocarla. Fue en un momento de calentón súbito lo que me condujo a recurrir al servicio de putas. Al ver una imagen sugerente de una chica en la publicidad de un periódico, mi polla notó algo que la hizo removerse y crecer un poquito bajo mis pantalones. ¡Cuánto tiempo llevaba a base de pajas, en la ducha, en el sofá, viendo las películas porno del canal de pago! Llamé enseguida, sin pensarlo, porque creo que si lo hubiese pensado no lo habría hecho.
—Cincuenta euros un completo. — Me dijo una dulce voz al otro lado de la línea. Si lo desea, la chica puede desplazarse a su hotel o donde usted diga, pero corre por su cuenta el traslado.
–No, no, voy yo. ¿Me da la dirección, por favor?
No quedaba lejos de donde me encontraba; unas tres paradas de metro.
La primera vez dio paso a una segunda; la segunda a una tercera, convirtiendo esta visita en una rutina condicionada a la satisfacción básica de mis instintos sexuales. Bien sabe Dios que no me gusta lo que hago, que me provoca un rechazo total, pero hay momentos donde ya no puedo más.
Pienso en ella cuando estoy encima de un cuerpo que finge placer. ¿Por qué es así? ¿Por qué anda siempre en silencio total? ¿Por qué no quiere hablar? ¿Ella no tiene necesidades sexuales? ¿Cómo las mitiga? ¿Por qué me hace sentir culpable de algo que ella me ha obligado a hacer?
©Miguel Urda

3/08/2010

Cultura social -2ª parte-


Manolo, te lo vuelvo a repetir: podías haberme dicho algo, que yo estuviese preparada para la ocasión, pues yo te hubiese dejado suicidarte de todas formas. Por tu culpa, no he visto hoy a Karlos Arguiñano y, mientras a ti te maquillaban para ponerte guapo en este escaparate, he ido corriendo a casa, a programar el DVD para no perderme “Amar en tiempos Revuelto” y al Cantizano. Además, apenas me ha dado tiempo de ojear los suplementos de bodas y entierros de la revista Hola, que sabes que yo colecciono desde hace muchos años, pues por mucho que tu protestes eso es cultura social. Pero como tú nunca has sabido apreciar a una mujer como yo, te diré que no me ha hecho falta repasarlos mucho. Para que veas si estoy yo bien puesta en cosas sociales te diré que desde ahora, que son las diez de la noche, hasta las doce del mediodía que van a quemarte, aun me queda desmayarme como hizo la Pantoja en el entierro de su marido; me arrojaré a tus pies gritando con lágrimas vivas, “¡no te vayas, no te vayas!”, como hizo Carolina de Mónaco cuando enterraron al marido. Sí Manolo no pongas esa cara, el que se mató con el hidropedal y era muy jovencito. Y por último, tengo que dar las gracias a los periodistas como hizo Letizia con un pañuelo en la mano cuando se le murió la hermana, aunque tienes tan poca clase, que no ha venido ninguno a tu entierro, solo las cotillas del barrio.

Con este despliegue de dolor, seguro que no hay duda alguna de que todos entenderán que estoy destrozada por tu pérdida. Te lo he dicho más de una vez, Manolo, que el mundo de arte español se ha perdido una gran actriz conmigo. Mi madre me lo decía de pequeña: “qué teatrera eres, hija”. Y todo por tu culpa, Manolo. Que no quisiste que siguiera con mi vocación. Estoy segura de que, si yo hubiese seguido mi carrera, tendría por los menos dos o tres Oscar en mueble-bar del comedor.
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Ya me acuerdo, Manolo, del nombre, que me ha venido a la mente el nombre de la actriz: Lola Herrera. Qué gran actriz, qué gran mujer, porque hay que tener lo que hay que tener para hacer lo que hace ella: hablar cinco horas al mario en una silla y, cuando le pica el asunto, pues… Eso es una mujer, Manolo. Además no te digo yo que cuando me reponga de tu dolor haga igual, porque a mí más de una vez me ha picado… y… no te voy a contar lo que he hecho para aliviarlo, porque no es sitio ni momento.

Que tú me hayas hecho esta faena, Manolo, no te lo perdono. Que te quede bien claro. Y que sepas que hambre yo no voy a pasar, no, no, no. He estado pensado que mañana, una vez que haya descansado de este lio que has armado sin avisarme y cuando haya metido los pies en agua un ratito, me pediré en el restaurante de la esquina, sí ese, Manolo, ese que tu dices que es muy caro y donde las cervezas parecen oro líquido unas cigalitas y unos percebes y voy a descorchar la botella de riojita de reserva de los mundiales de fútbol del año 82 que guardabas para un gran momento. Y qué mejor ocasión que celebrar tu suicidio, porque yo, Manolo, a pesar de todo y aunque tú nunca lo hayas tenido en cuenta, tengo mucha clase.
© Miguel Urda

3/04/2010

Cultura social -1ª parte-


Manolo, esto que me has hecho no te lo perdonaré nunca. Jamás has tenido clase alguna, ni siquiera para irte de esta vida. Siempre has sido igual para todo, Manolo.

Estaba en la peluquería dándome el tinte cuando un agente de la policía nacional, seguido de una marabunta de cotillas entró preguntando por mí. Después del aturdimiento inicial comencé a llorar en el coche patrulla, pero no era de tristeza, no te lo vayas creer, era de alegría, y me iba diciendo por favor que no sea una broma; por favor, que sea de verdad. Y ha sido verdad. De buenas a primeras se te ocurre suicidarte, sin decirme nada. Manolo, que eres interventor de un banco, vas y te quitas la vida en el archivo, en medio de papeles, polvo y ratas en lugar de hacerlo en la caja fuerte, rodeado de billetes de quinientos euros. Ya que te suicidas, hazlo a lo grande, Manolo.

Estoy aquí delante tuya, porque tu hermana lleva mirándome de reojo todo el día, y esa mirada no presagia nada bueno, Manolo, no la quiero tener con ella. Yo soy una Señora con mayúsculas y no voy a meterme en fregaos con ella en la noche de tu velatorio. Bastante tengo yo encima con lo que acabas de hacerme, Manolo. Me he sentado aquí, en esta incómoda silla, apartada de todos, porque me he acordado de que en televisión echaron una obra de teatro donde una mujer se sienta a hablar cinco horas al marío que acaba de morir. Es una magnifica actriz lo que no me acuerdo es del nombre, aunque lo tengo en la punta de la lengua, es ésa que salió en televisión diciendo que, cuando el picaba el asunto, pues… se alquilaba a uno de esos que… vamos, a un puto, para qué dar más rodeos al asunto. A las cosas hay que llamarlas por su nombre. Mira si te conozco bien, que me estoy imaginando la cara que estarás poniendo estés donde estés conforme vas oyendo mi intensa charla interior que estoy teniendo contigo. Además, si es verdad, lo dijo en Salsa Rosa, que se buscaba a alguien para quitarle el óxido a su cuerpo.

Otra cosa, Manolo: ¿cómo se te ocurre suicidarte antes de irnos de vacaciones de Semana Santa?, Pues que sepas que la reserva del hotel en Chiclana está hecha y no sé si podrá anularse. Podías haberte matado a la vuelta, así, por lo menos, yo tendría algo de color y no que me ha pillado pálida total. ¡Ay!... para todo has sido siempre igual: muy desconsiderado conmigo. No has pensado ni un momento en mí. Y para colmo de males, la fecha en que se le ocurre matarse al caballero es a finales de marzo, cuando el tiempo está loco y una no sabe qué ponerse, pues no se sabe si va a hacer frío, si no lo va a hacer, si abrigarse mucho, si ponerse poca ropa… Mira que no avisarme, Manolo. Tú sabes que el negro no me favorece nada por muy elegante que sea y yo no tengo ropa negra. Si tú me hubieses avisado, o por lo menos, insinuado algo, pues yo voy al outlet del Corte Inglés me compro unos cuantos trapitos para la ocasión, que yo con este cuerpecito de princesa madurita que tengo a pesar de tener cincuenta y pocos años recién cumplidos, sabes que todo lo que me pongo me sienta bien. Aquí me tienes con un jersey negro de Zara de tu hija y mal peinada. Esto yo no te lo perdono, Manolo. Aunque antes me ha dicho Paquita, la peluquera, que igual puede hacerse una escapadita antes de abrir el negocio para darme unos arreglos en el pelo. Es un cielo esta mujer.

Continuará

© Miguel Urda

3/01/2010

Miedo, pero...

"Empezar una novela es meterse de lleno en un laberinto cuya salida siempre se esconde tras una cortina de dudas".

Mercedes Salisachs




De siempre la he tenido perfectamente localizada, una carpeta de color amarillo mostaza intenso, colocada en el último anaquel de una de las estanterías del cuarto del ordenador. Lleva mucho tiempo en ese sitio y ha habido veces que libros, papeles, revistas, etc. la han querido ocultar, pero siempre un pico, un borde,… intentaba sobresalir para recordarme su existencia.

Hace una semana me armé de valor y la cogí entre mis manos. Con mi irregular letra y un rotulador azul un día escribí “notas novela”. Me ha sorprendido su grosor, la imaginaba más delgada, aunque no son muchos los folios que realmente hay escritos, sino muchas notas, ideas, esquemas,…

Debo ser sincero y decir que me provocó miedo y volví a colocarla en el sitio de donde la cogí. Me puse a otros menesteres aunque en la cabeza no paraba de rondarme. En un acto de valentía fuí a por la carpeta de nuevo. Me senté en la mesa del comedor y comencé a leer folios, post it, cosas subrayas, a tomar nuevas notas. Estuve casi tres horas sin levantar la cabeza de los papeles.

Estos días he ido percibiendo como Lola, Álvaro y Ricardo –personajes principales de mi novela- han ido tomando la palabra otra vez. Han reclamado mi atención quizás porque saben que ahora estoy escribiendo de forma diferente, porque los nuevos conocimientos literarios que he adquirido tengo que aplicarlos y porque creen que ahora puedo expresar lo que quieren decir de una forma correcta.

Me he marcado un horario para intentar hilvanar todas las notas que tengo e ir dando forma a estos folios en forma de novela. Ya he pasado unas cuantas horas con el procesador de textos suprimiendo, añadiendo, corrigiendo, leyendo, releyendo, agregando, tachando… -¡bendito Word, que buen invento! Todo esto me produce inseguridad, miedo, dudas… pero me gustan las cosas difíciles y a ello que voy.

Igual próximamente vuelco aquí un trozo del primer capitulo, mientras tanto quiero compartir mi miedo con vosotros y espero que no pueda conmigo.

Os iré informando de los avances de Lola, Álvaro y Ricardo.

© Miguel Urda

2/21/2010

Despistes


Se había despistado y el tiempo había transcurrido más deprisa. Temerosa de enfadar a su padre, el Dios Neptuno, en su partida hacia su morada, en las profundidades marinas, perdió el lindo zapatito.

© Miguel Urda


2/14/2010

Como siempre...


Ahí llega, como siempre tarde.

Su demora diaria hace que me fije en ella. Cuando la clase lleva diez minutos comenzada hace su aparición. Con un gesto tímido pretende pedir perdón por la tardanza, -yo creo que lo hace aposta-, camina hacia su sitio al final del aula intentando no hacer ruido pero sus tacones la delatan desviando la atención de todos hacia ella. Llega el ritual de quitarse el abrigo de pieles y abrir el maletín. El profesor retoma la clase, dos minutos después se escucha la música de su ordenador indicando su apertura. Casi todos la miramos de nuevo y nos esboza una sonrisa profiden, repleta de satisfacción y felicidad. Es la única que utiliza portátil en clase.

He intentado analizar algo de ella, pero no puedo, sobrepasa mi capacidad. Más de un día me he preguntado, ¿que hace una mujer como tú aquí en un cursillo de literatura sin tener idea de literatura?

No hemos cruzado ni una palabra pero me has engatusado; esa forma que tienes de destacar en clase me ha vuelto loco. He cambiado mi sitio y ahora me siento en una fila posterior a la tuya, para poder verte mejor. Estoy toda la clase evadido. No sé que me has dado, eres el polo opuesto a mis gustos, pero me pones a cien. Desconozco absolutamente todo de ti, solamente sé una cosa, que escribes fatal.

Soy el único que te sonríe cuando haces preguntas que carecen de sentido. Estoy seguro que no te fijaste en la cara de incredulidad que puso el profesor cuando le preguntaste si había alguna rivalidad femenina histórica entre Dulcinea del Toboso, Caperucita Roja y Bridget Jones. O que ni te inmutaste cuando dijiste que tus autoras de cabecera son Corín Tellado y Bárbara Cartlan. Tampoco has reparado en los apuros que pasa el profesor cuando tiene que opinar sobre algo de lo que has escrito.

¿Para qué coño te has matriculado en un curso de literatura creativa si no tienes ni idea? ¿Esta de moda o qué?

Cuando te veo llegar pienso que eres una modelo publicitaria andante: el ordenador de Apple con los bordes dorados, el Ipod sobresaliendo del bolso de Loewe, la funda de las gafas de Cartier, que dejas encima del minúsculo pupitre, la pluma Mont Blanc y la agenda de Piel con un logotipo de Prada en su cubierta, etc., aunque no sé para que, pues después no escribes nada en ella.

He intentado cruzar alguna palabra contigo en el descanso, pero siempre estas con el iPhone al oído: que si no se que de los caballos: que si me ha invitado Carolina y no puedo ir a Mónaco; que no, Penélope, que no puedo asistir a los Goya, porque el cursillo de literatura me tiene absorbida por completo, besitos a Javier… Cuando retomamos la clase aún continúa al teléfono y de nuevo vuelve a entrar tarde en clase.

Desconozco porque te has apuntado a este cursillo, pero lo que es seguro, es que eres un personaje perfecto para una novela.

© Miguel Urda

2/07/2010

La extraordinaria e increible suerte de Federico Fernández Figueroa


A las 23:59 horas los medios de comunicación interrumpieron su programación para dar un avance de la noticia: había un único acertante de la lotería primitiva, cuyo premio ascendía a casi 683 millones de Euros.

En los programas matinales todas las televisiones fueron buscando la noticia y pisándoselas unas a otras. Le pusieron nombre al agraciado: Federico Fernández Figueroa. Unos decían que tenía cuarenta años; otros que cincuenta y dos; otros que era casado y tenía cinco hijos; otros que era viudo, y otros que soltero y sin novia conocida,… el cruce de información fue permanente. Fue el principal titular de los servicios informativos; se montaron programas debates a toda prisa; hicieron conexiones en directo, desde lo que parecía ser la puerta de su edificio, en un barrio de trabajadores de una ciudad cualquiera que intentaba sobrevivir a la Navidad.

A las cámaras de televisión se asomaba gente de todo tipo: personas que decían conocerle desde la infancia, le surgieron familiares que no estaban registrados en ningún libro de familia cercano a él y ni siquiera aparecían en la raíz de su árbol genealógico, incluso vecinos que no habían vivido en esa calle decían que era buena gente; los amigos del colegio comentaban que nunca fue un buen estudiante; surgieron compañeros del servicio militar, del trabajo…. Los carroñeros, perdón, los representantes de los bancos intentaban ocupar posiciones a la entrada del edificio para ser los primeros en ofrecer sus servicios al afortunado ganador cuando saliese por la puerta.

Era increíble la extraordinaria suerte que había tenido Don Federico Fernández Figueroa, ahora era Don Federico, al ganar la semejante cantidad de dinero con una sola apuesta.

A media tarde los medios de comunicación también interrumpieron su programación. La noticia era muy diferente: habían encontrado al ganador de la lotería primitiva muerto en su casa. Las televisiones volvían a retransmitir en directo: la llegada de coches de Policía, Ambulancias, el juez encargado de levantar el cadáver llegando en un auto negro y con los cristales tintados. De nuevo volvieron a cruzarse las noticias: que si había sido de un disparo; que si había probado el caviar y se había atragantado; que si su esposa le había matado para quedarse con el dinero, que si hubo una extraña visita,… todos los medios de comunicación aseguraban tener los datos más veraces, los más precisos, pero en el descuido de ser los primeros en contar las noticias nadie se dio cuenta que ese día era veintiocho de diciembre.

© Miguel Urda

2/01/2010

Bloqueo Mental


Mí querido amigo y apreciado editor:

Estoy totalmente convencido de que cuando cogió esta carta con sus manos y leyó quién era el remitente se forjó una opinión apresurada sobre lo que en ella va escrito. Y quizás no va mal encaminado, pero todo no es como usted piensa o al menos déjeme explicarle algo brevemente.

Si, ya sé que llevo algún retraso en la entrega de mi próximo manuscrito o novela, como usted quiera llamarlo, pero no me es fácil el desarrollar tan complejo trabajo. ¿Me creería si le digo que tengo a las musas de la inspiración de vacaciones? y mire usted que yo pongo de mi parte.

Como ya le he contado en anteriores cartas mantengo un ritual, planificado cuidadosamente para realizar mi labor. Tengo la mesa, de caoba encargada a propósito para la ocasión, colocada frente a la pared para evitar distracción alguna, que así sería el caso si la tuviese junto a la ventana; en la parte izquierda tengo los manuales de gramática, y la enciclopedia Larousse que usted tanto me recomendó comprar para disminuir mis posibles faltas de ortografía y resolver cualquier duda que me surgiese; a continuación y casi en el centro tengo tres cubiletes, el primero lleno con lápices Faber Castell, el segundo con plumas y bolígrafos de la marca Parker y el tercero con lápices de colores comunes para subrayar y destacar las ideas principales de las secundarias; y casi al final de la parte derecha, próximo al el borde que desemboca en el abismo para aterrizar en el suelo de mármol, se encuentra una lámpara, de estilo art deco, de escritorio para que ilumine las letras que iré plasmando. En un primer plano y cercano a mí tengo una resma de folios, Galgo de 90grm/m2, que son de un tacto casi áspero, pero que a mi gustan. En los cajones cercanos tengo guardados tres o cuatro paquetes más, por si son necesarios. Y así con esta planificación me siento en el confortable sillón giratorio para escribir cientos y cientos de páginas. Pero no hay manera alguna, mi querido amigo y editor: las musas no quieren hacer acto de presencia. Hay veces que las veo llegar y asentarse en mi mente y entonces me digo, ¡aquí están! y corro a sentarme sin dilación alguna delante del papel en blanco, seguro que me va a salir la mejor novela de caballerías que se ha escrito nunca, pero era una falsa alarma, ni una sola palabra fueron capaz de dictarme. Hay otras veces que la jaqueca que habita persistentemente en mi cabeza, y creo que son ellas las causantes de tal mal, es síntoma de que quieren decirme algo y de nuevo vuelvo a postrarme delante de la mesa. Ahora si, ahora voy a comenzar a escribir la mejor novela de amor que ojo alguno haya leído, pero todo es una aparente e ilusorio engaño, estimado editor, siempre andan jugando conmigo.

No se altere mi querido amigo. Mire si le conozco bien que le veo dando gritos, gesticulando y blasfemando sobre mí con la carta en mano mientras la lee. Estas cosas pasan a los artistas, a los genios y usted sabe que yo soy uno de ellos.

Hay veces que las musas me asaltan donde menos me lo espero y dejo todo lo que estoy haciendo. El otro día sin más, estaba en la casa de apuestas jugando mi lotería semanal, cuando las vi llegar y sin pensarlo dos veces deje todo y corrí hacia mi casa para que la inspiración no tuviese escapatoria, pero al tener lápiz en mano ya no estaban, y bien que me enfade, sabe mi querido amigo, porque creo que me hubiese salido una buena novela de género negro o de suspense.

Mire si le tengo consideración y aprecio, estimado amigo y editor, que por más que sea amigo íntimo de mi padre, no me duelen las duras palabras que usted vierte sobre mi y que circulan de boca en boca por las calles de este pueblo: que si no le adelanto nada de lo escrito; que si no cumplo los plazos de entrega, que si me he encaprichado en ser escritor a mis cincuenta años de edad; … En esta profesión es fundamental el factor sorpresa y seguro que me felicitara cuando reciba un adelanto de mi primera novela. A los escritores noveles nos ocurre esto, creo que soy víctima de una enfermedad que se llama bloqueo mental muy común en los miembros de esta dura labor.

Me ofende, en lo más hondo de mi ser, que usted pueda pensar que una profesión tan seria y sacrificada sea un entretenimiento casual para mí.

Atentamente:

Jacinto Osborne
Marqués de uvas-blancas
Olvenza, 24-10-1956
© Miguel Urda